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Capítulo 14: Tejer sueños y recuerdos


Los telares hechos de magia tenían diferentes texturas cuando lo hacía un amayu. Así lo sintió la Condesa Victoria cuando acarició con la yema de los dedos un tapiz hecho con hilos de sueños y esperanza. Lo que hacía más valioso su producto comparada con otros, no solo era el precio por la mano de obra barata sino también el singular patrón de tapiz que podría cambiar dependiendo en cuáles manos estuviera.

En ese momento se dibujaba un baile de la corte con vestidos revoloteando como mariposas de primavera y luces de candelabro cálidas como soles en la noche.

Una sonrisa se fue formando en sus labios pero de repente sintió algo extraño en una parte del tapiz. Era solo un cuadrante, pero había una magia densa y triste. Una fruta podrida en la canasta. Tal vez hecho por un amayu recién llegado a su Hacienda que no había dejado toda su magia en ello.

Se apartó con disgusto y se dirigió hacia la jefa del lugar que la acompañaba cabizbaja esperando su juicio de la calidad en las telas.

—¿Cómo estás tratando a las amayus recién llegadas? ¿Están cumpliendo las horas de ayuno?

—Tres días de ayuno antes de empezar a trabajar como su Madame me ordenó —dijo la jefa inclinándose con respeto.

—Muy bien. Que sean siete días.

La mujer de coleta abrió un poco más los ojos pero no se atrevió a decir nada. Aún así, la Condesa se explicó a si misma mientras caminaba entre los telares con las manos reunidas en su regazo.

—Un erudito de la tierra de fuego Laufey en su tratado de Amayus y las Bestias de Fuego hablaba de un experimento sumamente interesante. Tomó un grupo de amayus y lo dividió en dos. Al primer grupo le dio más libertad en el uso de su magia y dejó que probaran la comida humana tanto como deseasen y al segundo grupo le restringió de todas estas banalidades para que solo se centrara en el uso de su magia por y para su amo. El resulto como te imaginaras, fue mejor en cuanto a ganancias y producción en el segundo grupo.

Podía sentir el nerviosismo de la mujer que la seguía.

—De hecho estoy pensando en aplicar eso y apagar totalmente el resto de sus sentidos para que solo se centren en su trabajo.

—Madame, pero eso sería...

Volteó a verla con una sonrisa.

— Querida, son amayus, no humanos.

De repente las puertas se agitaron anunciando un mal presagio. Un mensajero cruzó la puerta con el aliento atascado.

—Madame, ha llegado un invitado. El príncipe Karl.

La Condesa mantuvo una expresión serena a pesar de la duda. 




KARL

Ya casi no quedaban rastros de invierno y pese a eso los árboles todavía seguían vacíos y el aire se sentía frío y cortante por la mañana. Karl caminó entre los árboles, la nieve casi derretida por completo y el sol a penas alcanzándolos tan temprano.

Su herida latió como un recordatorio. La magia ayudó a restaurar el tejido, pero aún así cada vez que caminaba demasiado su pecho dolía. Se detuvo a recuperar el aliento sin desear que ninguno de sus soldados lo viera así.

—¿Por qué no podemos hacer un hechizo para mantener calor? —escucho a uno de los nuevos quejarse.

—Si les enseñé hechizos son para ser usados para casos excepcionales. —habló sin dirigirse a nadie en particular mientras seguía apartando ramas secas. Ya podía ver la coronilla de la Hacienda.

La mañana ya caía por completo sobre la tierra cuando llegaron a la Hacienda. Karl les dio órdenes de mantenerse encubiertos mientras él tocaba la puerta.

—Su Alteza—lo detuvo el segundo al mando, uno de los pocos que se atrevería a cuestionarlo—, ¿está seguro de esto? Si la Condesa es tan peligrosa como supone, ¿qué sucederá si le hace daño?

—Por eso ustedes vinieron conmigo hoy— dijo y se sacó uno de sus guantes, con cariño y calidez formó un pequeño fénix y se lo entregó al líder de la unidad especial de soldados que lo siguieron—. Si algo me sucede, este hechizo desaparecerá y entonces será su señal para entrar. Tienes el edicto que te di.

—Sí, lo tengo.

Karl asintió y sin decir nada más empezó a caminar. 

—Su Majestad —Lo llamó de nuevo con el fénix hecho de magia anaranjada jugueteaba en uno de sus dedos—. Tenga cuidado.

Volvió a asentir y siguió su camino.

Incluso la luz del sol no lograba opacar a los cinco soles sostenidos por magia que decoraban el arco de entrada de la Hacienda o la pintura del Fénix Dorado que miraba a los mortales desde la cúpula. Cuando entró, la etiqueta se presentó como un tapiz familiar y fue invitado a tomar el té con la Condesa.

Vio a varios amayus correr de aquí para allá con telas de colores. Algunos murmuraban en voz baja y otros en voz alta sobre el príncipe.

El aroma de la cena bailaba con las notas musicales de una lira sobre como el sol conoció a la luna y su eterno desamor. Entre el laúd, el arpa y la gaita de los intérpretes, la reunión parecía más una celebración que una trampa.

Karl atravesó el salón mirando de reojo la alegoría al pasado que se pintaba en cada cuadro. Había tapices de oro y plata moldeando a los fundadores del reino, los que habían construido el reino del primer sol. Luego estaban de los reinos del segundo sol y así contando la historia del Mito de los 5 soles.

La Condesa llegó forrada de de piel de zorro de invierno y un pañuelo de seda. Sus ojos celestes cayeron sobre él con diversión. Venía acompañada de una amayu de agua de ojos celestes como ríos de montañas y un vestido que recordaba a un beso del mar con el sol.

—Fue grato aunque una total sorpresa saber que el Príncipe Heredero quería reunirse conmigo tan temprano —anunció sentándose frente a él. La amayu tomó asiento al lado de su ama.

Karl no dijo nada, pero ella lo entendió y despidió enseguida al resto de sirvientes luego de que el té había sido servido. A todos, exceptuando a aquella amayu que la acompañaba.

Porque sí, descubrió que el accidente de su coche no fue un accidente en absoluto, así como tampoco fue que coincidencia que en el mismo viaje se encontraran con los Owls ni que Gim lo apuñalara. Sintió un dolor en su pecho. Había caminado demasiado, se dijo. Estaría bien. 

—¿Cómo va su herida, Su Majestad?

La Condesa lo conocía. No le gustaban los rodeos.

—Mejorando. 

—Supongo que castigó al responsable como corresponde.

Karl tarareó tamborileando sus dedos sobre la mesa.

—No he logrado atrapar a todos todavía.

—¿Oh? Pensé que sería algo fácil para Su Majestad. Pero dígame, si vino aquí tan temprano en un día tan frío, debe ser algo importante. ¿Cómo puedo ayudar a su Majestad?

Karl sacó una carta y se la extendió a la Condesa. La mujer frunció el ceño al ver la hoja en blanco.

—Quiero que llenes esta hoja con los nombres de las personas que te ayudaron.

Una risa suave y luego se volvió tan estruendosa como un trueno dentro de una jarra para al final apagarse con lentitud al ver que la mirada de príncipe seguía sobre ella.

—Su Majestad, usted no tiene pruebas de nada. 

Y era verdad, Karl no tenía manera de probar que la Condesa había tenido que ver con el accidente de su carruaje (no al menos que el cochero la delatara, cosa que no hizo hasta ahora) ni tampoco podía probar frente a un juzgado que fue una de las cabezas de la operación encargada de crear a Gim para matarlo. 

—Tal vez no, pero tengo pruebas de algo más interesante que eso.

La Condesa alzó una ceja.

—Es sobre el linaje de Jazmín, su hija.

La sonrisa se esfumó de los labios de la mujer y antes de que tuviera tiempo de reaccionar, la amayu que la acompañaba se puso de pie con la tensión de un arco listo para disparar su primera flecha.

—¿Qué sucede contigo? ¿Por qué te levantas tan de repente?

—Intrusos. Tres intrusos acaban de entrar.

—¿Qué? Eso es imposible. Hay un encantamiento protector cubriendo estas tierras nadie que no tenga el permiso por sangre puede...Oh, espera —suspiró crispando su expresión—, es Antonieta ¿no es así?

Karl se tensó al escuchar ese nombre. Desde que Antonieta fue aprisionado, estuvo buscando alguna manera de liberarla sin levantar sospechas y cuando descubrió que Jazmín quería hacerlo, la ayudó. Pero quien diría, que lo primero que haría Antonieta al ser liberada es volver a la boca del lobo por el cual fue aprisionada en primer lugar.

—No puedo decir quién es. 

—No puede ser. Si me disculpa Su Majestad, tengo que ir arreglar este asunto cuanto antes.

—La acompañaré. —Se puso de pie Karl junto con ellas porque no había manera de que dejara ir a la Condesa por su cuenta menos ahora que Antonieta podría estar involucrada.

La mujer también lo supo por la forma en la que le devolvió una sonrisa cortés mientras salían del salón y se adentraban a los jardines.

Manos hábiles pasaban sobre los telares y vio patrones interesantes de recuerdos dulces y pasados que olían a romero. Estos amayus no eran como los sirvientes de la casa, nerviosos y con rumores. Estos ni siquiera levantaron la cabeza del telar mientras pasaban. Una vida dedicada a tejer. ¿No era esta la condena de Aracne luego de que la diosa la condenara a tejer por el resto de los tiempos?

—Deben estar cerca de aquí. —aseguró la joven amayu. Habían llegado a las bodegas donde se guardaban varios telares empolvados, con errores u olvidados. Se podía verlo por lo descuidados que estaban.

—No puedo creer que esa pequeña alimaña haya vuelto a entrar aquí como si fuera su casa. Pensé que estaba en prisión, ¿cómo pudo salir? Ah, es un dolor de cabeza.

Mientras la Condesa seguía hablando, Karl se detuvo frente a una de las puertas abiertas de las bodegas al sentir un aroma familiar. Olía a galletas de jengibre y magia antigua.

Tentado, se acercó y notó un cabello alborotado y rizado junto a unos ojos de miel y una señal de que guardara silencio. Los sentidos de Karl se congelaron totalmente. Era Gim. ¿Por qué estaba allí? ¿En qué momento..?

—¿Su Majestad? —se volteó la Condesa al notar que no lo seguía.

Se volteó hacia ella sin saber qué decir.

—Los tapices están bien hechos.

—Están MUY bien hechos. Si me permite, deje mostrarle algunos. Estoy segura que alguno llamará su atención.

Pero la mente de Karl todavía zumbaba. Shen probablemente fue quien lo rescató, pero ¿por qué estaban aquí? Eso se salía por completo del plan establecido. Si algo pasaba dentro de la Hacienda y su gente atacaba a la Condesa, ¿cómo podría proteger a Gim? 

Su frustración no se dejó notar mientras miraba con concentración cada tapiz que la condesa le presumía. Su corazón latía descongelado sabiendo que Gim estaba escondido detrás de uno de sus tapices. Todo era lejano hasta que la Condesa llegó al tapiz más cercano a Gim.

Era uno de hebras doradas como un atardecer pero se veía en su patrón que fue creado por manos inexpertas. En ella se pintaba la Isla de la Estrella, con los mares lamiendo el horizonte y un jardín de flores frescas. Pero lo que más llamó la atención del cuadro que allí, tejido de manera poco prolija, estaba Gim.

Entonces lo entendió. Gim probablemente había venido a recuperar eso. ¿Solía trabajar para la Condesa? Eso ya lo había supuesto. Pero la confirmación seguía siendo agria.

—Oh, ¿por qué se fija en ese, Su Majestad? Es el más feo de todos. Un amayu no enseñado a obedecer lo creo y por lo que ve, se puede ver en sus puntadas que fue hecho por alguien perezoso y poco hábil.

Karl pasó las manos por el tapiz pensando en lo que no sabía de Gim, en como había sido su vida antes de llegar a palacio.

—¿No quieres saber que sé sobre el linaje de tu hija? —preguntó en su lugar. Tenía que alejar a la Condesa de ese lugar. 

La mujer se tensó y su sonrisa se congeló.

—¿Para qué decirlo? No hay nada que decir. Usted no-

—¿Pruebas? Conseguí localizar a su antiguo amante, Condesa Victoria. Y Sam está más que dispuesto a declarar su paternidad.

La mujer se arreboló.

—¿Ese pobre infeliz? ¿Todavía sigue vivo? No puede-

—Sabe lo que pasará, ¿no es cierto? Si se descubre que Jazmín no es hija del Conde Portete pierde su derecho de heredera. Y entonces, ¿quién heredará esto a lo que tanto se ha aferrado estos años?

—Jazmín es totalmente inocente. 

—¿Lo es? —preguntó Karl acercándose hacia ella, sintiendo un fuego volverse más cálido a través de sus guantes con rabia—. Porque ella estuvo en Laufey y fue ella quien ordenó a Gim matarme.

—Está equivocado, su Majestad. Ella no le ordenó nada. Solo le recordó para que fue creado.

Los ojos del príncipe cayeron sobre ella como dagas.

—Usted pagó para crearlo.

—No fue así. Solo hicimos un arreglo con su creador. ¿Por qué llegar tan lejos por él, Su Majestad? Si se encariñó, se puede mandar a crear otro con el mismo rostro.

—¡Tú-!

Pero antes de que su magia se manifestara, la amayu que servía a la Condesa se interpuso y lo golpeó. Karl frunció el ceño pero al intentar moverse se dio cuenta que todo su cuerpo se había paralizado. Devolvió la mirada con horror a su anfitriona.

El aspecto de la amayu de agua cambió reflejando sus ojos grises haciendo juego con el cabello plateado. Era un amayu de la Isla. Su magia era diferente, más difícil y volátil de manejar.

—Ya te habrás dado cuenta que mi guardián no sabe de hechizos de elementos tontos y básicos. Su magia es...mucho más complicada e interesante —diciendo esto, la amayu de ojos plateados sacó una larga espada con el brillo de una luna que encandiló la bodega por completo.

¿Qué hago con él?

Deshacernos de él no es buena idea. Aquí será el primer lugar donde buscarán. Escóndelo.

¿Dentro de un telar?

En uno que nadie buscará.



















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