Parte 1
La maldición que cayó sobre los jueces
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En lo profundo Inframundo
En una de las prisiones recónditas del Inframundo tres espectros estaban tomando un descanso no autorizado, estando cansados por los rondines fue que decidieron buscar donde sentarse por un rato. Así, Quinn, Sylphid y Gordon, encontraron una mesa con cuatro sillas en una estructura abandonada en el bosque desolado del segundo valle en la sexta prisión, tomaron asiento pesadamente sacándose el casco para dejarlo sobre la mesa.
—Propongo que descansemos veinte minutos, ¿es posible? —Quinn se veía con una actitud ligeramente más perezosa de lo regular, aunque era un buen chico en general, activo y responsable, aquel rondín lo dejó algo cansado— Sería mucho mejor si en esos minutos jugamos un par de manos de cartas.
—Si el jefe nos encuentra jugando a las cartas, nos meteremos en un problema de proporciones apocalípticas —Gordon no estaba tan seguro de que tomar un tiempo para jugar a las cartas fuera buena idea.
—¡Oh, vamos! —Quinn no parecía aceptar un no por respuesta pues estaba entusiasmado por jugar un rato— Qué son veinte minutos, ¿que dices Sylphid?
—Pues... —el joven de los cabellos grisáceos y ojos azules dudo por un momento rascando sus cabellos, sin embargo al ver el rostro infantil de su amigo, no pudo objetar— bueno, solo veinte minutos, ¿de acuerdo?
La baraja está oculta precisamente en esa localidad ya que, sus pausas para descansar por un rato y jugar, eran frecuentes, en especial, cuando no eran observados por ninguno de los soldados esqueleto que patrullaban los alrededores. Se reacomodaron en las sillas y fue Gordon el primero en barajar las cartas con habilidad repartiendo la primera mano. Llevaban unos diez minutos jugando cuando se les ocurrió una mala idea.
—¿Por qué no hacemos esto más interesante?
Los dos espectros observaron a Quinn quien parecía estar desatado esa tarde, pues les estaba proponiendo apostar algo para hacer ese juego más interesante, alguna cosa que le diera emoción a esa partida de cartas.
—Estas loco —Gordon fue el primero en manifestar que aquello era una pésima idea—. Cada vez que apostamos, alguien termina metido en problemas, no quiero que Radamanthys nos reprenda o quiera castigarnos horriblemente si hacemos algo indebido.
—Sabes que el jefe no es un tirano. Solo nos gritonea cuando está enfadado, pero jamás se ha puesto agresivo aun molesto.
—Creo que no es bueno que subestimemos nuestra suerte —Sylphid, también se mostró reservado con la idea de hacer apuestas y, sus consecuentes, tonterías—. Gordon tiene razón, me temo que no sería buena idea amigo. Compórtate.
—¡Oh bueno, solo era hacer las cosas un poco más divertidas! —Quinn se mostró visiblemente decepcionado ante las rotundas negativas, cosa que sus dos amigos notaron enseguida.
—Bien... —Sylphid dejó su mano de cartas un momento observando al joven con ligero enfado— Tú ganas, apostemos algo para hacer este juego más interesante. ¿Qué propones?
—Hace unos días —comenzó a decir el jovencito del cabello rosáceo—, escuché decir a uno de los espectros esqueleto sobre un sitio que oculta muchos objetos de poderes extraños dentro de la segunda prisión.
—Eso es falso —intervino Gordo mirándolo impasible—, Pharao custodia ese lugar y ha reportado que la prisión está vacía, no hay nada ahí dentro.
—Los esqueletos dicen lo contrario, Pharao revisa constantemente el interior de la prisión, es cierto, pero hay un objeto que ronda en ese lugar y al que Pharao no presta mucha atención por considerarlo insignificante.
—¿Y qué cosa podría estar ahi que sea de tu interés? —inquirió Sylphid deseoso por terminar la conversación ya que se estaba incomodando.
—Eso es lo que quisiera apostar, a que puedo encontrar ese objeto y mostrarselos.
—¿Y si esa cosa está maldita? —Gordon lo observó detenidamente— Como en las maldiciones faraónicas, ¿que se supone que haremos? Deja de comportarte como un chiquillo curioso, nos meteras a todos en problemas.
Quinn sabía que no los haría cambiar de parecer así que tomo la decisión de ir y ver por el mismo apenas tuviera oportunidad.
La segunda prisión se asemejaba a un antiguo templo egipcio que era custodiado por el feroz Pharao, quien estaba en la puerta tocando lentamente su arpa con forma de arco sentado al frente del templo. Quinn atravesó las altas columnas grabadas con jeroglíficos siguiendo el camino hasta la entrada de la prisión, la estructura que asemejaba al imponente templo de "Abu Simbel" con las estatuas de Ramses II talladas en piedra en ambos lados de la entrada. Tendría que esperar a que el jovencito de piel morena y ojos amarillentos y avispados se descuidara para poder entrar, ya que apenas viera que se aproximaba le haría frente.
Para su suerte, Cerbero comenzó a emitir unos extraños sonidos que llamaron la atención de Pharao haciéndolo dejar su cómoda posición para ir a ver de qué se trataba. Esa era la oportunidad que Quinn necesitaba para meterse al interior de la prisión.
Lo que el chico encontró por dentro lo dejo sin habla ya que las estatuas de viejos faraones estaban talladas de cuerpo completo a uno y otro lado del pasillo. Siguiendo el camino, fue llevado hacia lo profundo del oscuro interior notando que todas las paredes estaban llenas de interesantes grabados, en si se trataba de un edificio de piedra gris no muy largo ya que su único pasillo remataba con otra imponente estatua de Ramses. Al parecer todos habían tenido razón y no existía en ese lugar algo realmente interesante.
Hasta que sus ojos se encontraron con el grabado del Ouroboros, el símbolo del ciclo de la vida, el cual estaba tallado en una de las columnas y se veía ligeramente distinto de los demás. Como si estuviera en un relieve por fuera aunque, conforme Quinn se aproximaba atraído por el símbolo, este se realzaba de la columna comenzando a girar hacia la derecha. El grabado se asemejaba a una serpiente enroscada que mordía su propia cola.
—¡Espera Quinn, no lo toques! —Pharao apareció de pronto atraído por la presencia dentro del templo e iba con pasos veloces para evitar que aquel niñato metiera las narices donde no debía.
El chico volteo encontrándose con los ojos del jovencito moreno quien lo miraba gravemente.
—¡¿Quién dijo que podías entrar en el templo sin mi permiso?! —Pharao, visiblemente enfadado, lo tomo por el cuello del surplice mirandolo con furia— ¡Eres un tonto, no tienes idea de lo que pasara si tocas ese símbolo!
—Sólo curioseaba Pharao, no tienes porque molestarte tanto —Quinn se soltó de su agarre mirándolo con igual molestia—, no iba a tocar lo que no sé que es.
—¡Escucha tu...!
En ese momento, el símbolo comenzó a emitir un sonidillo similar al de un engranaje en movimiento más y más alto era el ruido que hacía, girando con más y más velocidad provocando que el templo se cimbrara hasta sus cimientos. Los dos chicos salieron a toda prisa, a su encuentro llegaron tanto Sylphid como Gordon aún impresionados por la audacia de su amigo.
—¡Quinn eres un tonto! —Sylphid estaba por molerlo a golpes cuando, de pronto, sintieron la presencia de su jefe.
—¡¿Qué demonios está sucediendo aquí?! —Radamanthys llegó de improviso mirándolos a todos con enojo— ¿Qué ocurrió Pharao?
El jovencito no tuvo más que revelarle lo ocurrido ya que, caso contrario, se hubieran arreglado entre ellos. Sin embargo, ahora que el gran jefe estaba presente no quedaba más que decir la verdad.
—¡¿Cómo es posible que hayas sido tan tonto?! —el Wyvern observó a Quinn lanzando una mirada furiosa, una que indicaba que sería acreedor a un castigo excepcional— ¡No debes entrometerte en otras prisiones si no estás asignado a ellas!
No obstante, pese a la molestia de Radamanthys debían entrar al templo y regresar el símbolo de la pared como estaba. El encabezó al grupo mientras Pharao iba detrás seguido de los otros tres espectros. Llegaron hasta la columna donde el Ouroboros giraba y giraba emitiendo aquel ruidillo infernal que no cesaba aunque, ocurrió algo diferente, pareciera como si el símbolo hubiera sentido la presencia del juez de Wyvern ya que, apenas este se colocó frente a la columna, fue que la serpiente que mordía su cola empezó a girar hacía el lado contrario.
Algo que Pharao jamás había visto hasta ese momento.
Un potente reflejo se dejo ver iluminando el símbolo en color plateado proyectando ese resplandor sobre Radamanthys quien quedo deslumbrado por unos instantes. El brillo cesó aunque, la serpiente no dejaba de girar. Este no le dio más importancia observando al grupillo delante de él con visible irritacion.
—¡Quinn, Gordon y Sylphid! —les gritó tan alto que su voz retumbó por todo el templo— ¡Están metidos en un buen lío, especialmente tu Quinn! —seguía gritando con el puño en alto aunque algo en su voz empezó a escucharse extraña— ¡Dejen que les ponga las manos encima a los tres y los haré servirme por turnos hasta dejarlos sin vida! —su tono de voz se volvía más y más extraño.
Entonces los cuatro observaron que Radamanthys perdía altura o se encogía al tiempo que su voz se volvía más y más infantil.
—¡Apenas pueda les patearé el...! —el pequeño Radamanthys se observó a sí mismo y a su alrededor puesto que, de pronto, todos lucían tan altos y grandes como un gigante notando que su surplice estaba en el suelo alrededor de él.
Como si ya no le viniera bien.
—¡¿Qué demonios hacen todos aquí?!
La voz de Minos retumbó detrás del grupo, sin embargo, no pudieron advertirle a tiempo que no era buena idea que entrara ya que, este sería iluminado por la extraña luz del Ouroboros. Lamentablemente aquello ocurrió antes de que pudieran ponerlo sobre aviso así que Minos fue cegado por la luz durante unos segundos. Los cuatro chicos observaron aquello horrorizados mientras el juez recién llegado iba con pasos lentos hacía Radamanthys.
—¿Qué rayos te ocurrió? —aunque no tuvo mucho tiempo para sorprenderse ya que poco a poco iba perdiendo altura mientras su voz se tornaba infantil— Pero, ¿qué es esto...?
Fue así que los cuatro jóvenes espectros notaron horrorizados, abriendo los ojos cual platos, como dos de los jueces del inframundo habían vuelto a su forma pequeña pues ahora los dos lucían de unos siete u ocho años.
—¡Mira lo que hiciste, tarado! —Minos empujó a Radamanthys unos centímetros ya que los surplices de ambos les impedían acercarse más.
—¿A quién le dijiste tarado? ¡Nadie te mandó llamar, entrometido!
—¿Que se supone que haremos con ambos así? —Sylphid apenas daba crédito a lo que veían sus ojos pues, tanto su jefe como el superior de los jueces, se habían vuelto un par de niños que no dejaban de pelear— ¿Cómo los regresaremos a la normalidad?
—¡No tenía idea de que les pasaría esto! —exclamó Quinn horrorizado, observando la plenitud de su desobediencia— ¡No fue mi intención!
—¡Te dije que no podias entrar al templo, tonto!
—¡Dejen de discutir! —Gordon fue el que tomó la palabra tratando de mantener el orden— Debemos llevarlos a Guidecca y hablar con Aiacos de lo ocurrido— También tenemos que investigar como...
Este señaló el símbolo de la pared el cual había dejado de girar, de resplandecer y había vuelto a su posición original. Como si este hubiera cumplido con su misión dejando a los maldecidos jueces lidiar con lo sucedido.
—El Ouroboros ya descargó su poder —indicó Pharao—, la presencia de tantos espectros en el templo fue lo que lo despertó. ¡Todo fue tu culpa!
—¿Me culparás el resto de nuestra vida, verdad? —preguntó Quinn ofendido.
—¡Si, mereces una buena paliza por entrometido!
—Chicos, ¡basta! Tenemos que separar a los jueces niños porque pelean como perros y gatos. Hay que ir todos a Guidecca, ¡ahora mismo! —la potente voz de Gordon retumbó por la sala mientras Sylphid sujetaba al inquieto Radamanthys y Pharao a Minos.
El grupo se llevó a los jueces colgados al hombro como si estos fueran un costal con trastos viejos saliendo de la segunda prisión con destino a Guidecca, mientras un grupo de soldados los escoltaban para que no se supiera la desgracia que caía sobre los jueces.
—¡Bájame Sylphid, puedo caminar solo! —Radamanthys se comportaba como un chiquillo malcriado al no poderse quedar quieto ni un momento tratando de bajar de los hombros del espectro a su mando— ¡Te dije que me bajes!
—¡Ya cállate! —ordenó Minos observandolo desde el hombro de Pharao— ¡Van a castigarte por lo que pasó!
—¡Nadie me castigará!
El camino hasta el final del Inframundo fue muy tortuoso debido a los molestos niños que no dejaban de quejarse, gritar y hacer exigencias.
—¡YA DEJEN DE PELEAR, ¿ENTENDIERON?! —la voz de Gordon alcanzó todos los lugares del Inframundo haciendo que ambos niños se quedaran callados por varios minutos permitiendo que la compañía llegara a la puerta de Guidecca.
Aiacos estaba en el Salón de Trabajo acompañado por Lune, pues ambos revisaban varios libros de registros conciliando diferentes datos ignorando la ligera sacudida que se sintió hacía un rato. La silenciosa sesión de trabajo fue interrumpida por la entrada de un esqueleto quien anunció que una compañía de espectros necesitaba verlos con urgencia.
—¿No han vuelto Radamanthys o Minos? —preguntó el juez algo molesto— Estamos ocupados aquí.
—Tiene que ver con los dos Señores, vienen con los cuatro espectros.
—¿Disculpa?
Observó al espectro por un momento sin entender intercambiando miradas con Lune. En ese momento la puerta de la sala se abrió dejándose oír las escandalosas voces de dos niños que se gritaban entre ellos mientras Sylphid, Gordon, Quinn y Pharao se postraban delante del juez.
—¿Minos? —Aiacos observó la versión en miniatura de su colega con los ojos muy abiertos pues apenas iba cubierto por una prenda de gran tamaño, lo mismo su otro colega quienes lo miraban molestos— ¿Radamanthys?... Pero ¿qué les sucedió?
Quinn hizo acopio de su valor poniéndose en pie para narrar toda la historia desde que decidieran tomar un descanso, el ingreso no autorizado a la segunda prisión, como el Ouroboros resplandeció y la transformación de los dos jueces.
—Esto es un problema serio... —dijo Aiacos observando severamente a los niños que se empujaban y jaloneaban la ropa— ¡Ustedes, tomen asiento y dejen de pelear!
Los dos niños ocuparon su respectiva silla viéndose muy pequeños en medio de aquellos muebles. Aiacos no tenía ni idea de qué hacer con ambos, si esa etapa sería permanente o volverían a su estado original por si mismos.
—Pharao, ¿qué tanto sabes sobre la maldición que les cayó a estos dos? —pregunto molesto mientras Lune trataba de asimilar que Minos ahora se encontraba en un estado infantil.
Tanto este como Radamanthys se lanzaban miradas iracundas enseñandose la lengua para fastidiarse.
—Disculpe Señor Aiacos, es la primera vez que esto ocurre pues ningún espectro había entrado en templo de la segunda prisión. Como sabe está prohibido. Me temo que no tengo idea de qué hacer en este caso.
—De acuerdo, siendo así: necesito que tanto tú como Lune dediquen tiempo a investigar cómo devolverlos a la normalidad y, si hubiera otros efectos secundarios. ¿Entendido?
—Claro. Lo haremos enseguida.
Luego puso sus ojos en los otros tres que permanecían arrodillados.
—Quinn, como fuiste quien desató toda esta ola de locura, serás el encargado de cuidarlos y vigilarlos —su tono de voz fue más bien una sentencia ya que Aiacos lo miraba impasible—. Tenemos mucho trabajo aquí y estos dos no pueden quedarse en Guidecca ya que pasarán el día peleando. Serás el encargado de mantenerlos vigilados hasta que regresen a la normalidad. Al mismo tiempo, Sylphid, te encargarás de mantenerlos entretenidos y que duerman a sus horas. Gordon tu coordinarás que tanto Quinn como Syplhid cumplan con sus obligaciones y serás quien los mantenga disciplinados y que no mueran en alguna de las prisiones.
Los tres miraron a los dos jueces niños quienes les lanzaron una mirada desafiante. No se los iban a poner fácil haciendo que los espectros tragaran duro pues les esperaba una misión casi imposible.
—Si vemos que su estancia en el Inframundo se vuelve una pesadilla, no quedará más que sacarlos al mundo mortal y tenerlos apartados, por lo mientras —Aiacos no dijo más pero ya tenía una jaqueca monumental.
Así los tres se llevaron a los niños al templo más cercano, Caina, para tratar de darles un baño y ponerles ropas más acordes a su diminuto tamaño ya que parecían estar vestidos con un par de cortinas.
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Tal y como Aiacos lo profetizara, tanto Minos como Radamanthys eran una pesadilla viviente pues no dejaban de pelearse, de lanzarse cosas, de aventarse por el suelo. Los tres espectros trataron de retenerlos en Caina sin embargo, ambos niños destrozaban el templo con sus pleitos.
—¡Este es mi templo, ya te dije que no toques nada Minos!
—¡Toco lo que quiero, obligame a no romper tus cosas!
Nuevamente los separaron sujetándolos de los brazos y piernas, aunque Minos estaba fuertemente aferrado al cabello de Radamanthys mientras tanto, este logró atrapar su brazo mordiéndolo y haciéndolo llorar.
—¡Mira lo que has hecho! —indicó Quinn bastante cansado de lidiar con ambos—. No debes morder a nadie. ¡Eres muy malo!
—¡No soy malo! —acto seguido el pequeño juez rompió a llorar también para desesperación de los tres espectros.
Fue entonces que Gordon llegó con un libro de cuentos en las manos que le entregó a Sylphid. Este lo había mandado comprar directo al mundo mortal ya que la situación era desesperada y no habían pasado más que un par de días.
—¿Alguien sabe si Pharao y Lune han encontrado la cura para esto? —preguntó Sylphid aceptando el libro tomando asiento en el suelo delante de los niños— Me estoy volviendo loco, se los juro amigos.
—No, aún no encuentran nada sobre esa maldición. Incluso se les permitió ir a la superficie a investigar más al respecto. Aiacos está colapsado por tanto trabajo ya que los juicios los está llevando solo porque los esqueletos y demás soldados están haciendo nuestras funciones —indicó Gordon relevando a Quinn—. Anda, ve a descansar amigo porque tienes un par de ojeras terribles.
—Gracias.
La habitación que fuera de Radamanthys estaba clausurada para todos los demás, ya que solo él podía ocuparla de acuerdo con las reglas del inframundo, sin embargo la hora de dormir ocasionaba tal revuelo que era necesario llevar a Minos hasta Ptolomea cada noche, aunque para los espectros era más fácil tenerlos juntos pues asi podían manejarlos un poco pese a que les tomaba horas hacerlos dormir.
—Tienes que leer un cuento —decía Minos a Sylphid tomando asiento delante de él—. Quiero que nos leas un cuento donde haya espadas y dragones.
—¡No! —interrumpió Radamanthys— ¡Yo quiero un cuento con ninjas y dinosaurios!
—¡Con espadas y dragones!
—¡Que no!
—Dios mío, ayúdame —pensaba Sylphid tomando aire—. ¡Silencio! Les leeré un cuento lleno de ninjas con espadas montados en dinosaurios, que enfrentan dragones. ¿Les agrada la idea?
—¡SI! —exclamaron ambos niños felices.
Aquel cuento era invento de Sylphid claro está.
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Continuará...
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