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5. Una promesa

AGATHA MIRÓ CON HORROR A LOS DOS NIÑOS que corrían por toda la mansión riendo a carcajadas mientras rompían todo a su paso. Esos pequeños demonios la iban a volver loca en cualquier momento. ¿Qué había hecho para merecer eso? Sabía que había hecho un montón de cosas malas, pero el karma se las estaba cobrando caras. ¡Tan solo iban diez minutos desde que sus padres se fueron y ya estaba a punto de morirse!

—Maldita sea —dijo Agatha.

Los niños se detuvieron un segundo, se giraron para mirarla con expresiones serias.

—¡No se dicen malas palabras, no se dicen malas palabras! —exclamaron al unísono y volvieron a correr.

Agatha maldijo por lo bajo, cuidando no ser escuchada por los diablillos de sus hermanos, y los persiguió hasta la cocina. Ya sus pulmones gritaban por aire y no había corrido tanto. Fue en la cocina cuando suspiró y se tapó la cara con ambas manos. Estaba a punto de un colapso mental. Entre Phoenix y Hermes habían arrasado con toda la cocina y se encontraban empujando y molestando a los elfos que limpiaban el lugar.

—¿Qué mierdas es esto? —preguntó—. Ni se les ocurra por un momento decir que no se dicen malas palabras porque los colgaré de los pulgares desde el techo.

Los niños abrieron los ojos ante la amenaza de su hermana mayor y asintieron lentamente. Dejaron de hacer lo que estaban haciendo y salieron corriendo de la cocina, evitando todo contacto físico con su hermana. Había que admitir que Agatha podía resultar bastante atemorizante si se lo proponía.

Dejó salir un suspiro agotador y le sonrió al elfo que se acercó a ella.

—Trinky se alegra de ver a la señorita de nuevo —dijo.

La sonrisa de ella se agrandó al escuchar las palabras del elfo. Le había hecho falta el elfo y se alegraba de volver a verlo. Él había guardado su secreto por mucho tiempo y siempre la trataba de manera amable.

—Yo también me alegro de volver a verte, Trinky —respondió.

Le dedicó una última mirada a Trinky y salió de la cocina en busca de sus hermanos menores. Casi tuvo que recorrer toda la mansión en busca de ellos, pero finalmente los encontró en su propio cuarto. Los pequeños eran inteligentes, porque era el último lugar en el que pensó verlos. De hecho, ni si quiera había entrado a su habitación para buscarlos, sino que se había cansado y decidió entrar a su cuarto pensando que luego aparecerían.

—¿Nos vas a regañar? —preguntó Phoenix con ojos asustados.

Agatha la miró con ternura y se acercó a los niños que estaban en una esquina del cuarto. Se sentó a su lado y la rodeó con el brazo. No pensaba regañarlos, después de todo eran unos niños y comprendía que les gustaba hacer travesuras. Ella de niña siempre fue muy traviesa y no se sorprendería si ellos salían igual.

—No los voy a regañar —dijo.

—Se lo dirás a mami —sentenció la niña.

Por alguna razón no le sorprendió que Phoenix sintiera más temor de Hermione que del propio Draco, puesto que la castaña podía resultar más intimidante que el mismísimo Voldemort si quería. Draco era un poco más flexible en ese aspecto. Era esa la razón o simplemente era un mandilón.

—No se lo voy a decir a nuestra madre, será nuestro secreto —le guiño un ojo a la niña—, pero me tienen que ayudar en algo.

Unas sonrisas maliciosas se asomaron en ambos rostros y Agatha supo que desde ese día tenía una compañera de bromas. No le importaba que estuviese a punto de cumplir veintidós años en unos meses, ella seguiría siendo igual que antes sin importarle un bledo que muchos pensaran que era inmadura. No lo era, solo se disfrutaba la vida.

ϟ

Scorpius secó sus manos sudorosas en su pantalón de vestir negro y dejó salir el aire que retenía en sus pulmones. No hacía falta decir que estaba nervioso para saberlo. Pensaba que en cualquier momento vomitaría, pero no iba a hacerlo. No dejaría que los nervios lo traicionaran a pesar de que sus manos temblaban como gelatina. Alzó sus ojos grises hacia la pelirroja que estaba frente a sus ojos y volvió a la realidad de porque estaba allí.

Su cabello rojo y sus ojos cafés lo llevaban a un estado de limbo porque no sabía si soñaba mientras estaba a su lado o estaba en la realidad, tal vez era un punto medio. Sin embargo, de lo único que si estaba seguro era de sus sentimientos hacia ella. De lo mucho que su corazón se aceleraba cuando la veía o le dedicaba una sonrisa.

Estaba seguro de que se había enamorado de ella. De sus defectos y cualidades. Estaba enamorado de la manera en la que Lily se expresaba. De la manera en la que podía ser tan joven, pero tan sabia al mismo tiempo. Amaba cuando se molestaba y arrugaba la nariz ligeramente sin darse cuenta de ello. Amaba cuando fruncía su ceño cuando no lograba comprender algo en su totalidad. Solo, la amaba a ella.

—Lily —la llamó tratando de evitar el temblor en su voz.

La chica lo volteó a ver con curiosidad. Había notado que Scorpius actuaba de manera extraña, pero lo había dejado pasar un poco porque sabía que eventualmente él le diría lo que le ocurría. La preocupación la invadió al ver la expresión seria de Scorpius. No dudaba de él o de su relación como cualquier otra persona haría porque ellos ya habían sobrepasado muchas pruebas que le demostraban que ellos eran algo serio. Así que lo que le preocupaba era lo que le sucedía a Scorpius.

—¿Estás bien? —interrogó. Scorpius asintió y tragó en seco—. Entonces, ¿qué te sucede?

Scorpius entrelazó sus manos y siguieron caminando, en lo que él pensaba en cómo comenzar a hablar. Pronto comenzaron a escuchar el sonido de olas y Lily se detuvo para verlo con un poco de emoción y confusión.

—Recuerdo que una vez me dijiste que uno de tus sueños era visitar un lugar donde hubiera olas bioluminiscentes —habló el chico.

Ese fue el momento en el que Lily abrió la boca estupefacta. Las olas estaban encendidas completamente con el movimiento. No perdió tiempo en quitarse sus sandalias y correr por la húmeda arena hasta llegar al agua. Tenía una sonrisa imborrable y se sentía feliz, completamente feliz.

Scorpius la observó y metió una mano en el bolsillo de su pantalón, tanteando la pequeña caja de terciopelo. Ese era el momento y no se iba arrepentir. Los nervios lo volvieron a atacar, pero respiró hondo y caminó hasta donde las olas llegaban. Lily ladeó la cabeza al verlo y se acercó a él.

—Lily —dijo—. Sé que todavía somos muy jóvenes y que tenemos un gran camino por delante con muchos obstáculos que nos pondrán a prueba. Sé que aún quieres ser una profesional y valerte por ti misma. Sé que muchos no aprueban nuestra relación por lo que ocurrió hace años —Lily frunció el ceño porque no entendía a qué venía todo eso—. Pero también sé que podremos con todo lo que venga. Sé que lo nuestro es real, lo más real que he tenido en mi vida. Sé que te amo Lily Potter —sacó la pequeña caja de terciopelo y la abrió, dejando a la vista un anillo de plata con diamantes incrustados—. Esto —apuntó al anillo—, es una promesa. Una promesa de mi amor hacia ti. Una promesa de que veo un futuro contigo. Una promesa de que te seguiré amando pase lo que pase. Una promesa de que siempre estaré junto a ti sin importar lo que pase. Siempre.

Tomó la mano izquierda de Lily y colocó el anillo en su dedo anular. Podía que ese no fuese un anillo de compromiso, pero era un anillo que simbolizaba la promesa de que algún día estaría el de matrimonio en su dedo. El chico mordió su labio y la besó con delicadeza para sellar esa promesa de amor.

—Te amo, Scorpius Malfoy —susurró Lily.

—Yo también te amo, Lily Potter.

ϟ

Agatha mordió su labio para no reír mientras Phoenix le pasaba el lápiz labial color carmín. Se escuchó el fuerte ronquido de Draco, que parecía tener apnea del sueño, y casi suelta la carcajada. Cuidadosamente pasó el lápiz labial por los labios de Draco, asegurándose de que él no se despertara. Le devolvió el labial a Phoenix y esta le pasó el delineador de ojos.

Sacó su varita y susurró un encantamiento que le hizo crecer el cabello hasta los hombros. Tenía que admitir que su cabello ahora le favorecía porque no se le veían las enormes entradas. Silenciosamente salieron del cuarto y pudieron reír.

—Draquesha está de vuelta —dijo Agatha.

Phoenix frunció el ceño sin comprender lo que su hermana mayor había dicho.

—¿Quién es Draquesha? —interrogó.

—Lo verás pronto —murmuró maliciosamente y bajaron a desayunar como si no hubiesen hecho nada.

Bastaron un par de minutos antes de que se escucharan el grito de Draco. Agatha y Phoenix se dedicaron una mirada cómplice y Hermione las miró como diciendo "¿Ahora qué hicieron?". Los demás que estaban sentados en la mesa se miraron confundidos. No comprendieron lo que sucedía hasta que Draco hizo acto de presencia en el comedor.

Hermione tuvo que morderse la lengua para no reír y Scorpius escupió el jugo de calabazas. Lucius estaba boquiabierto al igual que Daphne y Pansy. Blaise y Theo soltaron una estruendosa carcajada. Alex se ahogó con su propia saliva y Narcissa rió disimuladamente.

—¡Agatha Christina! —gritó Draco furioso.

La mencionada lo observó con una sonrisa inocente y se puso de pie.

—Tienes el cabello de diva —dijo.

Draco la observó con furia. Ya había superado un poco su trauma con verse de mujer y venía a soportar esa humillación de nuevo. Su ego estaba herido y había vuelto a perder la dignidad frente a sus amistades y familiares.

—Tienes tres segundos para quitarme esto —habló con voz amenazante.

Podía jurar que ya tenía un tic en el ojo. Eso no podía estar pasándole de nuevo, no podía aceptarlo.

—Pero si yo no hice nada —mintió.

—Uno —dijo Draco.

Agatha hizo una mueca de burla y le pasó por el lado a su padre que estaba rojo de furia.

—Deberías relajarte —comentó—. Te hace daño al corazón.

—Dos —prosiguió.

Su hija ladeó la cabeza y rio con ganas. Era tan divertido hacerlo enfadar porque era bastante fácil. Siempre exageraba y se ponía en modo de diva. Ni si quiera era tan malo que estuviese maquillado y con el cabello largo. Se veía como una muñeca del mundo muggle, la Barbie, pero casi anciana. Obvio que no le diría eso si quería seguir con vida, pero lo pensaba. Se imaginaba la cara de su padre si le decía que se veía viejo. Probablemente hasta la desheredaría y la mandaría a China.

—Me alegra que sepas contar —dijo Agatha. Escuchó como tocaron la puerta y sonrió—. Iré a abrir la puerta, nos vemos luego Draquesha.

Pudo escuchar el gruñido de su padre cuando salió del comedor. Ese no le hablaría en una semana. Negó y se dirigió a la puerta. Giró la perilla y la abrió. Se llevó una gran sorpresa al verlo allí a esa hora, puesto que era demasiado temprano. Inmediatamente sintió preocupación.

—¿Qué sucedió? —preguntó con un deje de preocupación—. Albus, respóndeme.

Albus estaba pálido, más de lo que era, y parecía estar en un estado de shock. Agatha lo agarró por los hombros y lo zarandeó un poco para hacerlo reaccionar.

—E-Ella...—balbuceó.

Agatha no podía comprender lo que Albus le decía porque solo balbuceaba cosas sin coherencia. Estaba desesperada por saber y pensaba que en cualquier momento iba a perder la cabeza si Albus no llegaba a reaccionar.

—Albus, ¿qué demonios está sucediendo? —interrogó.

El chico negó sin poder creerlo. Agatha ladeó la cabeza y apretó sus labios en una fina línea. Albus levantó la mirada del suelo y tragó en seco. Relamió sus labios y su respiración se aceleró.

—¿Qué sucede? —preguntó Scorpius con el ceño fruncido.

—Ella —susurró—. Ella despertó.

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