3. Léeme el futuro
—ESTÁN LOCOS SI PIENSAN QUE VOY A TOMAR —dijo Agatha, sentándose en la barra junto a sus amigos.
Escuchó las risas de ellos. Malditos, pensó. ¿Acaso no recordaban lo que sucedió aquella vez que tomó? ¡Terminó besuqueándose con James en su habitación! Negó cuando pensó en él.
—Ese es el punto de traerte aquí —habló Marcus—. Hemos estado viniendo aquí desde que se graduaron de Hogwarts. Es tradición; no quieres romperla.
—Además necesitas algo para olvidar lo que ha sucedido hoy. —Alex intervino antes de que Agatha pudiera dar otra excusa.
La rubia se resignó y tomó el chupito con Whiskey de Fuego que le entregaron. Hizo una mueca cuando el líquido amargo bajó por su garganta. Llevaba mucho tiempo sin probar el Whiskey de fuego, pero no estaba tan mal.
—Entonces, ¿qué hiciste durante estos cuatro años? —preguntó Lily con curiosidad.
Agatha iba a responder cuando su voz fue opacada por otra.
—¿Qué mierda significa esto, Lily Potter? ¡Pensé que éramos amigas y ahora me quieres robar la historia! —exclamó Amanda con expresión seria y después rio—. Es broma, lamento la tardanza.
—¿Fred te mantuvo ocupada querida? —interrogó la pelirroja con una mueca burlona.
Amanda le dio un golpe en la cabeza y sonrió divertida por la situación. Agatha miraba a la chica sin poder creerlo. ¿Amanda y Fred? Nunca se había imaginado eso porque él era cuatro años mayor que la chica.
—Bien, volviendo al tema. Agatha, cuéntanos —intervino Albus antes de que Agatha pudiese preguntar respecto a Amanda.
—No mucho —suspiró—. Tengo trabajo en un bar donde canto, allí conocí a Lía y nos hicimos amigas. Unos meses después rentamos un apartamento juntas y eso es prácticamente lo que he hecho durante cuatro años.
Los demás estaban casi decepcionados de lo que Agatha contó. Se habían imaginado que ella había viajado o algo así. Tal vez hasta un romance, pero no. Solo eso. Solo música y trabajo. La chica tenía que ordenar sus prioridades.
—Está siendo modesta —intervino Amelia—. Estuvo un año tocando para la Orquesta Filarmónica Real.
—Agatha, ¡eso es genial! —la felicitó Scorpius.
Agatha encogió los hombros, restándole importancia.
—Realmente no es la gran cosa... —Se rascó el cuello—. La abandoné de todas formas.
—¡¿Por qué?! —exclamó Alex.
—Chicos, en serio, no es la gran cosa...
—La verdad es que no creo que Agatha estuviera demostrando su verdadero potencial —la interrumpió Amelia—. Tocaba el violonchelo y, a pesar de que era increíble, deberían escucharla tocar el piano. Lo toca como una mujer poseída. ¿Esa pieza de Beethoven, Moonlight Sonata? Es una locura.
La mujer rubia pudo sentir las mejillas enrojecer porque no le gustaba hablar al respecto. Las personas no solían entender por qué dejó la orquesta por tocar en un bar cualquiera. Ni siquiera ella misma lo entendía del todo.
Lily notó que Agatha no estaba cómoda con hablar del tema y decidió desviar la conversación.
—Lía, cuéntanos tu historia —señalaron a la chica.
Lía encogió los hombros y jugueteó con el vaso que tenía en la mano.
—Estaba estudiando en una universidad hasta que descubrí que no era lo que me motivaba. Dejé la universidad y conseguí trabajo en el bar donde conocí a Agatha. Mi padre no se enteró hasta que le notificaron que yo ya no vivía en la residencia —hizo un gesto con las manos, restándole importancia—. Esa es mi historia.
Antes de que pudiesen hablar, llegaron los gemelos Scamander junto a Fred. Los tres tenían caras de pocos amigos, pero se relajaron cuando se sentaron.
—¿Pudieron hacer algo? —preguntó Scorpius.
Los tres negaron.
—Sigue en estado de negación y tampoco quiso venir con la excusa de que tenía que trabajar —habló Fred rodando los ojos y le dio un beso en la frente a Amanda.
Alex hizo una mueca y ladeó la cabeza.
—Mejor que no viniera porque necesitamos que nuestra querida Agatha tenga un respiro —señaló a la mencionada—. ¡Otra ronda!
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—¡Merlín! —exclamó Agatha riendo—. Scor, ¿por qué tienes tres ojos? ¿Eres tríclope? ¡Oh, por favor léeme el futuro!
Decir que estaba tomada era poco. Todos lo estaban, inclusive Amanda que había tomado mucho menos que los demás. Oh, se meterían en problemas cuando llegaran a la casa. Sin embargo, no les importaba mucho.
—Quiero ir a la playa —mencionó Amanda.
Un chico se acercó a Agatha con una sonrisa coqueta y esta lo miró raro.
—¿Estás soltera, preciosa? —preguntó el chico.
Antes de que Agatha pudiera pronunciar una sola palabra, Scorpius había empujado al chico y lo miraba desafiante. Conocía a ese tipo de chicos que solo se aprovechaban de las chicas tomadas, pero no lograría eso con su hermana. Scorpius Malfoy podía llegar a ser intimidante cuando quería.
—No, no lo está —mintió Scorpius.
—¿Y tú quién eres? —no terminó de hablar bien cuando ya tenía seis varitas apuntándolo de manera amenazadora—. Tranquilos, no hay porque ponernos agresivos.
—Idiota —murmuró Scorpius soltando un bufido.
—Oh, por Morgana, amo esta canción —dijo Agatha mirando a Lía.
No había comenzado bien cuando ya la estaba cantando, llamando la atención de sus amigos. En menos de lo que canta un gallo, Agatha se había trepado en la barra sin dejar de cantar, llamando la atención de todos los que estaban allí. Su confianza era sorprendente, pero era lo que hacía. Ella solía cantar en un bar parecido y le encantaba.
—Me atrevo a apostar que esa no es la letra —le dijo Lorcan a Lysander.
—No, no lo es —respondió su gemelo.
La música que antes sonaba alta era un fondo en el lugar. Lía se subió a la barra junto a Agatha y ambas cantaron como lo hacían en el bar. Estaban disfrutando de eso, además de que estaban lo suficientemente tomadas como para no recordar eso en unas horas.
Cantaban a todo pulmón, como si no hubiese un mañana y todos las rodeaban. Estaban tan metidas en la música que comenzaron a bailar ridículamente sobre la barra. Todo iba bien hasta que Agatha se resbaló con una bebida que había en la barra y se cayó al suelo.
—¿Estás bien? —preguntó Alex tratando de no reír.
—¡Estoy bien! —exclamó Agatha y en seguida lanzó un quejido de dolor—. De acuerdo, no estoy tan bien que digamos. En serio, chicos, no siento mi brazo.
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—¿Cómo es que siempre terminamos en problemas? —interrogó Albus mientras caminaban por los pasillos de San Mungo.
—Es un efecto secundario de ser amigos de Agatha —respondió Alex.
—Estoy aquí, por si no lo saben —murmuró Agatha.
Abrieron una puerta y entraron a la oficina. James suspiró cuando los vio, ¿por qué siempre que los veía en ese lugar era porque estaban en problemas? Últimamente él se había convertido en la opción de ayuda.
—¿Qué hicieron ahora? —preguntó.
—Tuvimos un pequeño accidente —murmuró Lily sonriendo.
Tenían que pretender como si estuviesen lo más sobrios posible, pero se les hacía difícil.
Albus tosió de manera falsa y dejaron a la vista a Agatha que tenía el brazo partido. Tenía una expresión de incomodidad en el rostro. De todos los sanadores del mundo mágico tenían que llevarla a donde él. No era justo.
«¿Por qué demonios el piso se está moviendo?», pensó Agatha y antes de que se pudiera dar cuenta estaba sola en la oficina con James. Iba a matar a sus amigos cuando dejara de sentir el suelo moverse. James se dio cuenta del estado de la rubia y la agarró por un brazo para sentarla en la camilla que había allí.
—¿Cuántos dedos hay? —preguntó alzando dos.
—¿Desde cuándo tienes la mano deforme y tienes seis dedos? —respondió frunciendo el ceño.
James bufó y fue a una especie de armario donde había muchas pociones. La chica estaba peor de lo que él pensaba. ¿No se suponía que las personas de ojos claros tenían más resistencia al alcohol? Al parecer Agatha era la excepción o había tomado demasiado.
—¿Cuánto tomaste? —interrogó buscando entre los frascos hasta que dio con la que era.
Agatha levantó dos dedos con una enorme sonrisa. No sabía ni de que se reía, pero lo hacía. De hecho la cara de James le resultaba bastante graciosa para ese punto.
—Dos tragos —respondió asintiendo como niña pequeña—. El primero y el último.
Le pasó el frasco a la rubia que lo tomó de un trago. Hizo una mueca de asco. La poción le provocó náuseas y si antes se sentía mareada, ahora estaba mil veces peor. Pensaba que en cualquier momento vomitaría. Inclusive veía a dos James en vez de uno y tenía mucho calor, aunque estuviese haciendo un poco de frío.
—Deberías acostarte, la poción te dará sueño —dijo.
Agatha se quitó la chaqueta que le molestaba y James, incómodo, miró hacia otro lado. Se acostó en la camilla y todo se volvió negro.
Cuando despertó tenía un terrible dolor de cabeza y no recordaba nada de lo que había sucedido la noche anterior. ¿Dónde demonios estaban? Lo último que recordaba era estar en «La Marca» con sus amigos y después de eso todo era negro.
Se sentó en la camilla y tuvo que taparse los ojos porque la claridad le daba más dolor de cabeza. Estaba segura de que no volvería a tomar en su vida.
—Por fin despiertas —escuchó la voz de James—. Deberías volver a tu casa.
Agatha asintió, pero seguía sin comprender. ¿Qué demonios estaba ella haciendo allí?
—¿Cómo llegué aquí? —preguntó.
—Te trajeron —contestó con simpleza y se fue.
La chica rodó los ojos y se puso su chaqueta. Sintió el cuerpo entumecido cuando se puso de pie, pero no hizo mucho caso y salió de la oficina. Estaba claro que ella estaba en San Mungo, solo no sabía en qué parte. Caminó por los pasillos, tratando de encontrar la salida cuando escuchó unas voces casi inaudibles.
Se detuvo en medio del pasillo y vio que estaba sola. ¿De dónde estaba escuchando las voces? Comenzó a seguir el sonido hasta que llegó a una puerta blanca. ¿Qué estaba haciendo? Su corazón latía tan fuerte que lo podía escuchar en sus oídos. Llevó su temblorosa mano hacia la perilla de la puerta y la giró, abriendo la puerta. Entró al cuarto y sintió como su corazón se detuvo por unos segundos.
Estaba allí, frente a ella. Tan callada y tranquila que parecía mentira. No, no podía ser que escuchara voces que la guiaron hasta allí, hasta Skylar. Se acercó a la camilla donde estaba su amiga y la observó. Su piel estaba más pálida de lo normal y parecía como si estuviese dormida.
A pesar de los años el físico de Skylar no había cambiado mucho. Quizás el único cambio era que su cabello estaba mucho más largo que antes, pero era algo normal puesto que llevaba en coma cuatro años. Agatha pasó una mano por el cabello de Skylar y sonrió.
—Te extraño —susurró.
De repente vio como Skylar se sentaba en su cama y la agarraba por el brazo fuertemente. No, esa no era Skylar. Sus ojos eran negros y el cabello se le había tornado negro. Comenzó a halarla y soltó una risita que se quedaría grabada en la cabeza de Agatha por siempre. La miró de los pies a la cabeza y ladeó la cabeza.
—Tú eres el ancla —dijo con una voz horripilante.
Agatha trató de zafarse de su agarre, asustada, pero no lograba soltarse. Cada vez el agarre era más fuerte y su corazón quería salirse de su pecho. No comprendía lo que estaba sucediendo, solo que esa no era Skylar y tenía que irse de allí lo más pronto posible.
—¡Suéltame! —exclamó la chica.
—Tú eres el ancla —repitió sonriendo maléficamente.
Estaba desesperada por irse de allí. Su respiración se había tornado agitada y sentía como si le estuviesen partiendo el brazo en dos. Tenía que salir de allí, pero ¿cómo?
—Agatha —escuchó que la llamaron a lo lejos y la zarandearon.
Pareció despertar de su trance y se topó con los ojos cafés de James que la observaban con preocupación. Miró de vuelta la camilla y vio a Skylar como estaba cuando entró al cuarto.
—Ella estaba despierta y me...—se quedó callada cuando vio que su brazo estaba como si nada.
—¿Qué sucedió? —interrogó James—. Estabas asustada, podía sentirlo.
Agatha levantó la vista de su brazo y tragó en seco. No estaba segura de lo que acababa de suceder. Se había sentido tan real que dudaba que lo hubiese imaginado.
—No lo sé —susurró.
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La chica se removió en la cama, sin querer despertar. Su cabeza dolía a horrores y temía que si abría los ojos el dolor aumentaría. Pestañeó un par de veces y sintió un brazo rodear su cintura. Se sobresaltó y miró a la persona que estaba a su lado. Soltó un grito ahogado y se cayó de la cama.
¿Qué demonios había ocurrido la noche anterior para ella acabar en la cama con él? No recordaba absolutamente nada. Eso estaba mal en tantos niveles que no podía pensar en cuál era el peor. A penas lo conocía y ya se había acostado con él.
El chico despertó y frunció el ceño cuando la vio.
—¿Lía? —preguntó el chico.
—¿Lysander?
Oh, mierda.
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