23. Mal presentimiento
SKYLAR SACUDIÓ SU CABELLO PELIRROJO e hizo una mueca de confusión. No comprendía cómo o por qué tenía un mal presentimiento, pero lo hacía y eso la estaba carcomiendo. Desde que se levantó en la mañana supo que algo no estaba bien. Sin embargo, todo en su día había transcurrido de manera normal y corriente.
Soltó un gruñido de frustración y se miró a sí misma en el espejo del baño, apoyando sus manos en ambos lados del lavabo negro. Inhaló de manera profunda y exhaló lentamente, liberando el aire retenido en sus pulmones durante ese lapso. Abrio la llave y mojó sus manos en el agua, para después pasarlas por su cara. Quizás eso ayudaría.
Capturó su labio inferior entre sus dientes y cerró la llave. Giró sobre sus talones y abrio la puerta para salir del baño. Miró a Lía sentada sobre su cama y agradeció en su mente no tener que estar sola en esos momentos o de otra manera se volvería loca.
—¿Estás bien, Sky? —preguntó Amelia, la preocupación reinando en sus palabras.
Skylar no sabía si contestar de manera honesta o decirle una vil mentira. Tal vez solo era algo que estaba rondando en su mente por no haber podido dormir bien en toda la noche. Últimamente le sucedía mucho eso. Le tenía miedo a dormirse porque temía no despertar y volver a su estado anterior.
—No lo sé —susurró.
Amelia hundió su entrecejo y palmeó el espacio a su lado, invitándola a sentarse junto a ella. Si bien Amelia no sabía mucho de todo lo que Skylar había pasado en su vida, estaba segura de que desahogarse le vendría bien.
—¿Qué te preocupa? —cuestionó.
Skylar encogió sus hombros.
—No lo sé —repitió—. Solo estoy consciente de que tengo un mal presentimiento y eso me pone de esta manera. No muchas veces me siento así y cuando lo hago las cosas no terminan muy bien.
—¿Algo raro te ha sucedido últimamente? ¿Algo que te haga sentir así?
La pelirroja sacudió su cabeza y soltó una risa amarga, sin gracia alguna. Relamió sus labios y miró a su amiga a los ojos.
—Cuando me siento de esta manera —hizo una pausa—, no es por mí. Nunca me suceden a mí las cosas.
Esa confesión dejó más confundida a Amelia de lo que ya estaba cuando Skylar comenzó a hablar. Estaba claro que convivir con magos no era un cuento de hadas, sino algo confuso y tedioso en algunos puntos. En especial cuando se vivía con la familia Malfoy.
—Entonces, ¿a quién le suceden?
Skylar cerró sus ojos, como si no quisiera realmente decirlo en voz alta. Era algo que nunca le había confesado a alguien, pero confiaba en Amelia. Era extraño porque no la conocía tanto, solo confiaba en la chica.
—A Agatha —confesó—. A ella le suceden las cosas, Lía.
ϟ
De manera lenta, casi agonizante, comenzaron a despertar sus sentidos. Primero el olor a humedad y a polvo invadió sus fosas nasales, asfixiándola por un momento. Luego sintió el dolor de sus muñecas al sentirlas atadas en su espalda, hiriéndola. Estaba segura de que eso le dejaría marcas. Lo siguiente que pudo sentir fue el sabor metálico en su boca producto de haber mordido el interior de su mejilla tratando de aminorar el chillido. Pudo escuchar el sonido de agua correr, pero sonaba demasiado lejos como para estar en el mismo lugar que ella. Finalmente, su visión volvió.
Estaba adolorida y confundida. No sabía exactamente en el lugar donde se encontraba, pero de una cosa estaba segura: esto no iba bien. James había tenido razón cuando dijo que no tenía un buen presentimiento sobre la situación y ahora, ella tampoco lo tenía. Una parte de ella esperaba que todo fuese algo dentro de su cabeza como las otras veces, pero ¿y si no lo era?
Se removió en su lugar y fue cuando notó que estaba en una silla. Sus ojos grises recorrieron el lugar, tratando de identificarlo, pero no notó mucho. Se veía una pequeña y única ventana en la pared sin pintar, varias cajas de cartón dañadas por la humedad del lugar, unas escaleras que daban hacia algún lugar arriba y muchísimo polvo, el cual le daba comezón en la nariz. Estaba en un sótano.
Giró un poco su cabeza para poder ver sobre su hombro y se alivió un poco al saber que estaba pegada a la espalda de James. Al menos no estaba sola en ese momento y eso le brindaba un poco de tranquilidad.
—James —susurró su nombre.
Su voz sonaba un poco ronca por el tiempo que estuvo sin utilizarla. Ella odiaba su voz ronca y en ese momento no era la excepción.
—Gracias a Merlín que estás despierta —habló James—. Ya me estaba comenzando a aburrir de tan solo contar las cajas. ¿Sabías que hay trece cajas en este lugar?
Si Agatha hubiese tenido las manos desatadas probablemente se golpearía la frente por el comentario de James. En esos momentos que tenían que ser serios y él hablando como si fuese algo que ocurría todos los días.
—¿Te drogaron o algo por el estilo? —preguntó.
Sus dedos buscaban una manera de zafarse de la atadura de sus manos. Al parecer la persona que los tenía atrapados no era muy consciente de los poderes de Agatha o se lo estaba poniendo demasiado fácil. Era cuerda que fácilmente podía quemar si se concentraba lo suficiente.
—No —respondió—. ¿A ti sí?
—Esto es serio, James —espetó.
—¿Crees que no soy consciente de eso? Llevo despierto más tiempo que tú en esta incómoda posición y contar cajas no ayuda mucho —dijo con una pizca de molestia—. Ahora, estaría más complacido si nos soltaras.
La chica bufó.
—Eso estoy haciendo, idiota. Necesito concentrarme.
Agatha maldijo por lo bajo cuando por accidente se quemó por la falta de concentración. Llevaba tiempo sin utilizar sus poderes y eso le dificultaba un poco el proceso. Inhaló profundamente y soltó el aire retenido en sus pulmones. Volvió a concentrarse en quemar la cuerda y a los pocos segundos estaba libre del agarre. Sobó sus muñecas, las cuales tenían marcas que seguramente dejarían moretones.
Se puso de pie y rodó la silla con cuidado para poder mirar las ataduras de James.
—Es para hoy, ¿sabes? —Agatha lo quemó intencionalmente y lo escuchó gruñir por lo bajo—. Ah, cuidado conmigo.
—Sé niño bueno y quédate callado hasta que logre desatarte o eso será poco comparado a lo que puede sucederte —amenazó.
Estaba claro que ella no le haría daño, pero era la única forma en la que James se quedaría quieto y callado. Rodó los ojos y volvió a concentrarse en quemar la cuerda que rodeaba las muñecas de James.
Tan pronto estuvo libre, James se sobó las muñecas también. Las marcas de él no eran tan profundas como las de Agatha. Era obvio que la persona la odiaba más a ella que a él. Se puso de pie y miró las visibles marcas de Agatha. Agarró las manos de la chica e hizo una mueca al verlas de esa manera.
—Si tuviese mi varita ya estas marcas hubiesen desaparecido —murmuró.
Ella le sonrió como si le dijera que no se preocupara por eso porque ella estaba bien. Sí, le dolían bastante, pero no eran un impedimento. Además, tenían cosas más importantes de las que preocuparse.
—¿Crees que seguimos en la casa de Dakota? —preguntó Agatha.
—Solo hay una manera de averiguarlo —respondió James, acercándose a las cajas. Abrio la primera y fue suficiente como para confirmarlo—. Definitivamente seguimos en la casa de Dakota —confirmó, sosteniendo una camiseta que tenía la palabra 'Jagatha' de diseño—. ¿Qué haces?
Agatha estaba caminando hacia las escaleras de manera lenta, como si quisiera pasar desapercibida. James casi corrio hacia ella y la detuvo antes de que pudiese subir el primer escalón. Tenía que estar completamente loca para subir hacia la primera planta sin evaluar sus opciones primero. De hecho, no era como si tuviesen muchas. Solo tenían dos opciones: la pequeñísima ventana y la puerta que estaba al tope de las escaleras.
La puerta sonaba como una mejor opción.
—Tenemos que pensarlo bien antes de subir y enfrentarnos a algo que desconocemos —dijo James.
Agatha mordió el interior de su mejilla con un poco de molestia. Hizo una mueca de asco cuando sintió el sabor metálico en su boca de nuevo. Debía parar de morderse.
—James, no tenemos que pensarlo tanto. Si lo pensamos vamos a terminar acobardándonos y encerrados acá abajo para siempre. Es más que obvio que todo va a parecer demasiado fácil porque eso es lo que él quiere. Estamos jugando en su juego y la única manera de ganar es siguiendo las reglas —habló.
Le costó un minuto aceptar que ella tenía razón en lo que estaba ocurriendo. Si querían salir de allí tenían que hacer lo que parecía más fácil y luego enfrentar cualquier cosa que los esperara.
—Bien, pero yo voy primero —accedió.
Agatha casi suelta una carcajada al escuchar eso.
—James, estás completamente desarmado. Dudo que vayas a enfrentar a lo que sea que nos esté esperando con una sonrisa seductora —comentó con un toque de burla—. Yo iré primero.
Él aceptó a regañadientes mientras rodaba los ojos. A ese punto parecía que Agatha era el macho de la relación y no él.
Ambos subieron las escaleras con lentitud. Tampoco querían apresurarse demasiado en salir y abrir la puerta. Tan pronto llegaron al tope, Agatha giró su mano, concentrándose en el metal de la puerta y la abrio con sumo cuidado. Para sorpresa de ambos, la puerta se abrio de manera silenciosa, algo que les pareció demasiado extraño. Salieron con precaución y fue cuando escucharon pasos al otro lado del pasillo.
James agarró a Agatha por la cintura y la haló detrás de la otra pared. Ella abrio la poca para hablar, pero él actuó primero.
—Shh...—susurró James, posando su dedo índice sobre los labios de Agatha, callándola. Sí, había mejores maneras de hacerla callar, pero ninguna de esas era propia para la situación—. Tendremos que esperar.
Fue en ese momento cuando Agatha comenzó a escuchar murmullos que no eran de James, sino de alguien más. Los murmullos provenían del pasillo contrario al que estaban por lo que Agatha se escabulló entre la oscuridad hasta encontrar una nueva puerta. James iba a detenerla antes de que hiciera algo estúpido por medio de sus impulsos, pero ya era demasiado tarde porque su novia ya había abierto la puerta, revelando una mujer atada a una silla.
Era una mujer de cabello negro, el cual estaba pegado a sus mejillas por las lágrimas derramadas. Tenía una mordaza en la boca que le impedía hablar y sus ojos azules gritaban por ayuda. Se veía desesperada, temblorosa y atemorizada, tanto que podía hacer sentir mal a cualquiera.
Agatha se acercó a ella y le quitó la mordaza con cuidado de no lastimarla más. Sus manos temblaban igual o más que las de la mujer que estaba frente a ella.
—Está bien, tranquila —murmuró—. Todo va a estar bien.
La mujer se relajó un poco cuando Agatha pronunció esas palabras y dejó que Agatha la desatara sin protestar. Estaba recibiendo ayuda de una persona y eso era algo que había estado deseando durante ese tiempo.
—Tú eres la chica —pronunció la mujer—. Todos te buscan.
Agatha hundió el entrecejo, confundida con sus palabras. Se puso de pie y se alejó unos pasos de la mujer. Sí, sintió temor al saber que alguien más sabía su situación. James posó su brazo alrededor de ella de manera protectora.
—¿Quiénes? —preguntó James en un tono firme.
—Ellos hablaban sobre eso cuando me mantuvieron aquí. Hablaron de la chica que podía impedir que las personas murieran si su corazón lo deseaba —explicó.
Agatha apartó la vista de ella y sus ojos grises recorrieron la habitación. Lo hacía para distraerse de la verdad revelada. Si ella podía impedir que las personas murieran eso explicaba por qué cada vez que estaba en San Mungo escuchaba voces que nadie más podía; muchas personas estaban por morir en ese lugar. Nada más pensar eso le puso los pelos de punta.
Mordió su labio inferior con fuerza y sus ojos capturaron algo que pensaban perdido: sus varitas estaban sobre una mesa de madera. Rápidamente se acercó a la mesa y tomó en sus dedos las varitas.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó la rubia.
La mujer la miró, tratando de ponerse de pie.
—Raven, me llamo Raven.
Dos segundos luego de que la mujer dijera su nombre, se escuchó una enorme explosión dentro de la casa.
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