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2. Marca en su alma

JAMES FUE EL PRIMERO EN APARTAR LA MIRADA y concentrarse en lo que estaba haciendo, sin dirigirle una sola palabra y eso le sentó a Agatha como una patada en el trasero. Hasta los gritos de él dolían menos que ser ignorada, como si no hubiese regresado, como si él no la hubiese agarrado antes de quedar inconsciente.

Entonces comprendió que ella no formaba parte de su presente. Por más que quisiera, no lo hacía y eso se clavaba en lo más profundo de su alma.

Miró a Lía y trató de sonreír, pero solo le salió una mueca. Amelia todavía no comprendía del todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, pero lo aceptaba. Le resultaba fascinante que existiese la magia, justo como en los cuentos de hadas que solía leer.

James sacó un pequeño frasco y se lo entregó a Amelia que alzó las cejas sin comprender.

—Tienes que beberlo —dijo James. Amelia olfateó el contenido e hizo una mueca de asco, al mismo tiempo que alejaba el frasco de su anatomía—. Hazlo —ordenó.

La chica se lo tomó todo de golpe y tuvo que aguantar las ganas de vomitar. Era repulsivo el sabor de aquel líquido. De hecho, prefería mil veces tomarse los medicamentos muggles antes que volver a tomar eso.

—Sabe a demonios —dijo arrugando la nariz.

—¿Estás bien? —preguntó Agatha.

Amelia asintió y la miró con preocupación.

—Gracias —murmuró Lía—, si no fuese por ti hubiese muerto. Sin embargo, la pregunta es ¿tú estás bien?

Agatha asintió e hizo un gesto con la mano, provocando un ligero dolor en su hombro que la delató.

—Estoy bien —aseguró—. No es nada que no pueda soportar.

—Siéntate —ordenó James señalando la cama donde Amelia estaba.

Ella arqueó una ceja, pero hizo caso. Sintió los dedos de James apartar su camisa y se sobresaltó.

—¡Eh, cuidado con las manos! —exclamó apartándose un poco.

James rodó los ojos y consiguió apartar la camisa de Agatha en el área del hombro, donde tenía una gran mordida que aún no sanaba por completo. La chica trataba de evitar el contacto físico con James, pero le resultaba imposible.

—¿Podrías quedarte quieta de una vez por todas? —preguntó exasperado—. Soy un profesional, Malfoy.

Escucharlo decir solo su apellido fue como si le hubiesen dado un puño en la nariz. No podía esperar menos dado a lo que le había hecho. Se quedó quieta mientras James examinaba su herida con detenimiento. Sintió un ardor cuando James hizo un poco de presión en la herida y se quejó.

—Eso duele, mierda. ¿Podrías ser más cuidadoso? —interrogó haciendo una mueca de dolor.

—¿Qué te mordió? —preguntó ignorando de lleno la queja de ella.

Agatha ladeó un poco la cabeza.

—Un par de lobos, lo normal. Pasa todos los días —comentó con un deje de sarcasmo.

—¿Cómo? —siguió con el interrogatorio.

—Se metieron en mi casa —dijo—. ¿Algo más que necesite saber en el interrogatorio?

James suspiró y apretó la mandíbula. La sintió tensarse bajo su tacto, pero lo ignoró y prosiguió con lo suyo.

—¿Por qué?

Ya estaba. Lo había preguntado. Llevaba con esa interrogante en su mente desde hacía cuatro años, pero no se había atrevido a decirla. ¿Por qué? Probablemente él sabía la respuesta, pero no quería aceptarla.

—¿Cómo voy a saber por qué unos lobos me atacaron? —dijo a sabiendas que él no se refería a eso.

Lía observaba todo con los ojos abiertos. Ella sabía que Agatha había dejado un gran amor atrás, pero no se esperaba que fuese él. Tampoco se esperaba que se reencontraran de esa manera y menos se esperaba que ella estuviese presente para verlos.

—Tú sabes a lo que me refiero —espetó.

Agatha levantó la vista y tragó en seco cuando se encontró con la mirada de James. Él más que nadie sabía la razón por la que se había ido. Él sabía lo que ella sentía, pero no había dicho nada al respecto. Sin embargo, entendía porque James no comprendía la manera en la que huyó como una cobarde. Ella pudo haberse quedado, pero ¿cómo quedarse en un lugar que solo le recordaba a las pérdidas que sufrieron? ¿Cómo quedarse allí, sintiendo la muerte de seres queridos sobre sus jóvenes hombros?

No esperaba que la comprendieran, porque ninguno lo haría. No, no lo harían porque ellos no estaban en sus zapatos. Tal vez si supieran como se había sentido. Tal vez si hubiesen sido ellos los que estuviesen en su posición, pensarían de manera distinta.

Era consciente de que su decisión fue egoísta, en especial por no haberse mantenido en contacto con ninguno de ellos. No lo hizo porque sabía que la encontrarían de manera fácil y ese no era el punto de haber huido.

—Tú sabes porque lo hice —respondió Agatha.

—¡No, no lo sé! —exclamó James—. Sin embargo, te dejé ir. ¿Por qué? Por el estúpido refrán de "si amas algo déjalo ir", porque pensaba que volverías.

Para este punto Agatha tenía los ojos cristalizados y estaba luchando con todas sus fuerzas para no llorar. Esas palabras le habían dolido más de lo que pensaba. Él pensaba que ella volvería, pero no lo hizo. El que ella hubiese llegado a la mansión fue un accidente, pero tampoco lo creía. Los accidentes no ocurrían, si ella había llegado allí era por una razón que todavía desconocía.

—¿Qué esperabas de mí? —Levantó la vista y lo encaró. Ya estaba cansada de ser Agatha la débil o Agatha la culpable—. Dímelo, ¿qué esperabas de mí?

—¡No lo sé! —gritó, pasando una mano por su cabello, despeinándolo.

Agatha se paró de la cama y cubrió su hombro. Lo miró a los ojos y se sumieron en una batalla de miradas. Una batalla entre aquel mar plata y aquel café que le robaba el aliento a cualquiera. Entonces ambos supieron que habían vuelto a lo mismo. Habían vuelto a aquella etapa en la que solo discutían, haciéndose sentir mal el uno al otro. Ya no había marcha atrás.

—Está más que claro que te causé una decepción más —dijo Agatha en un tono amargo.

Decir que estaba cansada de todo era poco. Él también lo estaba. Todos lo estaban.

—Puedo irme si quieren —interrumpió Lía.

—¡No! —gritaron al unísono.

Lía cerró la boca y miró el techo, incómoda por la situación que estaba presenciando. Ella no debía estar allí.

—¿Lo hiciste? —cuestionó James en un tono de burla.

—¡Eso es todo lo que hago siempre! Decepciones por aquí, decepciones por allá. Al parecer lo único que sé hacer es decepcionar a las personas una y otra vez y no hay nada que yo pueda hacer al respecto —dijo con voz ahogada.

James la miró con incredulidad. Le parecía inverosímil que esa fuese la chica de la que había estado enamorado.

—Esta no eres tú. La Agatha de la que me enamoré murió ese día —espetó sin pensar.

Agatha pestañeó un par de veces y tragó para retener las lágrimas solo un poco más. De todas las cosas que le pudo haber dicho esa fue la más que dolió.

—Estás en lo correcto. Ya no soy ella —articuló con voz quebrada.

Giró sobre sus talones, dándole la espalda y dejó salir las lágrimas. Amelia agarró a su amiga por el brazo y salieron de la habitación. No le interesaba que Agatha le hubiese ocultado la parte de que era una bruja, lo único que le importaba era su amistad y en esos momentos su amiga la necesitaba.

Le hizo una seña a Agatha y volvió a entrar a la habitación solo para sacarle el dedo del medio a James. Un acto muggle, pero era lo más que podía hacer. Cuando salió no vio el cabello rubio de Agatha por ninguna parte, pero comprendió que necesitaba estar sola. Solo tenía un pequeño problema: no tenía ni la más mínima idea de en qué parte de la casa estaba.

ϟ

Agatha secó sus lágrimas con el dorso de su mano, mientras miraba el estrellado cielo. Cada una de las estrellas le recordaban a sus amigas. Lo único que deseaba era poder verlas unos minutos de nuevo. Quería escuchar sus consejos, sus voces una vez más. Necesitaba escuchar a Dakota apostar por los equipos, necesitaba escuchar a Dianne llamarla 'Ata', necesitaba escuchar la voz de Skylar.

—¿Por qué tuvieron que dejarme? —preguntó al aire.

Escuchó pasos detrás de ella y giró sobre sus talones inmediatamente. Allí estaban Alex, Albus, Lily, Scorpius e inclusive, Marcus.

—No estás sola, Agatha —dijo Lily con una pequeña sonrisa. Lily ya no era la niña que recordaba, no, ahora era casi una mujer. Su figura era curvilínea, sus facciones eran ya maduras y su cabello pelirrojo llegaba lacio hasta su cintura—. No le hagas caso a lo que diga el cerebro de nargle de mi hermano.

—¿Cuál de los dos? —interrogó Albus con el ceño fruncido.

Lily rodó los ojos y cruzó los brazos.

—El adoptado —respondió con sarcasmo.

—¿Qué sucede si él tiene razón y cambié? Esta no soy yo, no se siente como yo —dijo Agatha.

Scorpius dejó su lugar al lado de Lily y caminó hacia su hermana. La rodeó con su brazo y apoyó su cabeza en la de ella.

—Agatha, el dolor cambia a las personas. Tú eres la que tiene el poder para decidir si ese cambio es para bien o para mal —dijo.

Agatha mordió su labio y pensó en lo que su hermano le dijo. Tenía razón, demasiada para ser verdad. ¿Desde cuándo se había vuelto tan sabio? Estaba claro que Lily había sido una buena influencia para Scorpius.

Reflexionó en las palabras de Scorpius y se dio cuenta de que ella podía hacerlo. Podía utilizar ese cambio para bien y no para sumirse en el dolor porque muy en el fondo, sabía que esa Agatha estaba allí todavía y haría todo lo posible para volver a ser ella.

Tal vez, volver era lo mejor que le había sucedido. Tal vez, ella estaba destinada para volver a su hogar. Ella no estaba allí para torturarse con los recuerdos. No, ella estaba allí para volver a empezar y para lograr eso, necesitaba estar en su hogar. Y ese, era su hogar.

Inconscientemente una sonrisa apareció en su rostro. Sí, estaba en el lugar correcto y esta vez no lo abandonaría por nada del mundo.

—¿Vieron eso? —preguntó Albus con una sonrisa.

Agatha frunció el ceño cuando los demás asintieron.

—Sí, definitivamente esa fue la sonrisa de "estoy de vuelta perras" —dijo Alex.

Marcus pasó un brazo por los hombros de Alex y ambos se sonrieron. Agatha les dedicó una mirada de curiosa y arqueó una ceja.

—¿Saben qué deberíamos hacer? —preguntó Marcus lanzándole una mirada cómplice a su novia.

—Oh, no haremos que mi hermana haga eso —protestó Scorpius negando.

Los demás miraron a Lily como diciéndole "hazlo cambiar de opinión". La pelirroja puso ojitos y Scorpius maldijo por lo bajo. Lily sabía cómo hacerlo cambiar de opinión de manera fácil.

—Estamos listos para irnos —dijo Albus con una sonrisa.

Agatha seguía confundida, al igual que Lía; aunque esta última casi ni podía procesar lo que estaba sucediendo. Ambas se miraron con el ceño fruncido y encogieron los hombros, dándose a entender que estaban perdidas en la conversación.

—¿Saben que estoy en una especie de encierro? —interrogó Agatha.

—Tu padre ya nos dio permiso de sacarte, con la condición de que te traigamos de vuelta —explicó Marcus.

La rubia asintió y esbozó una pequeña sonrisa. Ellos ya habían pensado en todo antes de ir a verla.

—¿A dónde iremos? —prosiguió con el interrogatorio.

Alex ladeó la cabeza.

—Vamos a ponernos al día de una manera muy especial. También vamos a conocer a Lía —dijo la castaña.

Agatha frunció el ceño ante las palabras de su amiga. Conociéndolos eso de «una manera muy especial» no significaba algo bueno. Era sinónimo de problemas, pero Agatha adoraba los problemas. Eso no había cambiado de ella.

—Lía, vas a sentir un tirón de tu estómago y una sensación incómoda, pero estarás bien —explicó Agatha antes de que se tomaran de las manos y desaparecieran.

Aparecieron en un lugar desconocido para los ojos de Agatha, pero bastante atractivo para la vista.

—¡Bienvenidas a «La Marca»! —exclamó Marcus con una sonrisa.

Oh, eso iba a terminar muy mal.

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