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ETAPA VIII

—Debí hace años decir la verdad de aquel día —prosiguió Galier—, solo callé para aplacar la culpa. Gary y el padre Bustamante. ¡Oh Dios mío! Tuve tanto miedo Gary había tomado las drogas que escondía traté de ayudarlo, pero el padre Bustamante se dio cuenta y lo arrojé por la escalera del sótano. Ya para entonces todo era un desastre Debí decir la verdad y tanto el padre como el pequeño estarían vivos ¡Perdón! ¡Perdoooón! —gritó finalmente, pero era tarde.

Con espanto vieron aparecerse, las almas de Tara y Canela cuya monstruosidades hostil y depredadora se disponían a una última cacería contra aquellas ovejas pecadoras.

—¿Todavía cree que podremos salir de aquí? —preguntó Galier.

—Sí —contestó, el sacerdote, incluso hablando por el mismo Galier que dudaba a su lado—. Debemos tener fe o estaremos a punto de padecer la materialización del poder nefasto de Lucifer y habremos perdido. Todos tenemos derecho a ser perdonado, pero también debemos ser castigados para así poder expiar nuestras culpas.

En cuanto pudieron, ambos corrieron hacia el salón principal de la mansión, el sacerdote conocía de antemano los detalles de aquel siniestro lugar, así que le ordenó a Galier que arrancara el revestimiento de las paredes cerca de la enorme chimenea. Estaba seguro que habría algo oculto que lograron esconder los padres de las gemelas cuando aun no habían desaparecidos y se dieron cuenta que no eran sus hijas las que habían vuelto de la muerte.

—¿Qué es lo que buscamos, padre?

—¿Un pergamino antiguo? —Respondió el sacerdote que ya tenía los dedos ensangrentados de tanto rasgar las paredes—. Gracias a este antiguo documento hace muchos años atrás se pudo contener por primera vez la maldición y evitar que se propagara al exterior. Pero la sed de venganza de Canela volvió a activar su siniestro poder.

—¿Qué haremos para romper con la maldición, padre? —preguntó Galier, pero esta vez el sacerdote guardó silencio, pensó que tal vez no debía decirle para no crear más angustia a la situación.

Finalmente...

—¡Aquí está! ¡Lo tengo!
—¡Entrégamelo, hijo! —Exigió el sacerdote—.Y prométeme que harás lo que te pida sin dudar.
—Pero, padre...
—Promételo te digo.

El asintió confiando en que saldrían de aquel lugar.

Las sombras ya habían logrado traspasar al salón. El padre con el pergamino en la mano recitó unas extraña palabras de origen celta que hicieron tambalear los cimientos de la mansión, sin embargo, no podría contener solo su poder. Había decidido su destino.
—Funciona, padre —exclamo Galier—. Veo una salida al final del pasillo.

—Sal de aquí —replicó el sacerdote. Su rostro ensangrentado evidenciaba el poder del pergamino sobre él. Lo estaba consumiendo—. Yo debo terminar, nos veremos afuera. Sal pronto y que Dios te bendiga, hijo.

Así fue como Galier, pudo abandonar la mansión Escalante. Esta quedó consumida por el fuego abrazador hasta quedar reducidas solo a cenizas. El padre nunca logró salir. Y Galier en prisión, cumplió una larga sentencia por el crimen cometido.

FIN

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