Etapa VII
—Siempre nos advirtió que nuestras acciones nos presentan ante él —recordó Galier, abatido al padre que se encontraba de rodillas—. Por largo tiempo hemos tratado de borrar un pecado que solo ha hecho que nos perdamos más en un abismo silencioso. Es hora de pagar las culpas y alcanzar el perdón para así poder redimir nuestros errores.
—Lo sé —dijo resignado el religioso—. Ha llegado la hora de liberar el alma del pequeño Gary de la oscuridad. Estoy seguro que no saldremos de aquí, pero quizás... Solo le pido a mi Dios bendito y misericordioso que nos dé el perdón.
En tanto que una voz siniestra se dejó escuchar de manera sombría haciendo acto de presencia en aquel salón. Una voz que de inmediato Galier reconoció.
—¡Qué ternurita satánica te has vuelto, Padre! Es una lastima que solo son palabreríos huecos —Bufó Canela con aire de complacencia por la sorpresa causada—. Eres un hipócrita ante tu Dios y Belcebú, mi señor ¿Qué creyeron? Que nunca se sabría la monstruosidad que habían cometido en contra de Gary, mi hermano y tú, Galier, por años viviendo cómodamente sin ningún tipo de remordimiento
—¡Eso no es cierto! —refutó Galier—. No sabes nada. No sabes cuantas veces quise... No puedo creer lo que has hecho.
—¿Qué quisiste hacer, Galier? Dilo — Interrumpió Canela hecha una fiera—. Eres un mentiroso de lo peor. Por años me ha consumido el odio. Por años he querido destruirlos y este veneno que me carcome las entrañas me ha dado la fortaleza para hacerlos pagar por su crimen. Solo tuve que invocar las sombras malditas de esta mansión y alimentarla durante algunos años con las almas de pecadores que deambulan por la vida; creyéndose libre de sus malas acciones.
—¿Cómo pudiste, hija? —Habló el padre—. Solo Dios tiene el derecho a juzgar nuestros pecados. Te has condenado y has condenados a muchos en tu sed de venganza. Te has dejado engañar del maligno que esta enjaulado en esta casa. El no quiere expiar las culpas. Solo busca condenarlas porque así tiene el poder sobre ti. Así alimentas su maldad y tú te has convertido en su instrumento de perdición.
—¡Calla! —Gritó enardecida como si algo la consumiera desde adentro—. Yo no soy aquí a quién deberán juzgar, ¿qué me esta sucediendo? ¡Duele! ¡Duele mucho!
La joven cayó al suelo retorciéndose de manera espantosa como si algo invisible la estuviese estrangulando. Como si su cuerpo se quebrará al igual que una rama seca. El crujir de sus huesos era horrendo al oído de Galier y el padre que estaban petrificado observando el dantesco espectáculo de muerte. Al cabo de unos segundos dejó de moverse. Sus pupilas estaban dilatadas. Fue cuando las gemelas se acercaron. Una de ellas portaba una daga antigua. Juntas se agacharon y hundieron con sumo placer la filosa arma en el corazón que aun latía débilmente. Al extraer la daga. Ambas rieron alejándose del salón. La chica expiró así su último aliento. Su pecado había sido cobrado.
Palabras: 499
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