Etapa III
Galier
Oír aquellas siniestras voces infantiles me habían desorientado al extremo de caer en una especie de limbo. Fue así que me volví una presa fácil.
—Galier ¿Eres tú? —susurró una voz del pasado.
—¿Conocen mi nombre?
No hubo respuesta, ellas solo reían cómo quién oculta algo. Luego en un cambio drástico de inocencia muerta a maldad y bajo una fuerza demoníaca me obligaron a subir los escalones restantes hasta que desaparecí bajo la mirada atónita de mis amigos.
—¡Vamos a jugar! —cantaron con malicia las chiquillas. En sus cuencas oculares tan vacía como sus almas se sintió una oscura emoción a la vez que me enfrentaba a mí propio reflejo en lo más oscuro de mi interior—. ¡Vamos a descubrir, ¿cuál es tu pecado, Galier?!
¡¿Vivirás o morirás?!
****
—¡Maestro! —dijo sujetando con fuerzas desmedida la sotana de sacerdote—. ¡Es mi culpa! ¡Todo ha sido causa mía!
El sacerdote lo miró confuso mientras el chico caía a sus pies. El joven era Galier de unos dieciséis años. Al levantarlo descubrió con terror que su vestimenta de monaguillo estaba cubierta de sangre, era mucha.
—¿Estás herido, hijo mío? —se precipitó a decir imaginando lo peor—. ¡Habla ya! ¿Qué ha ocurrido?
El chico siguió balbuceando palabras sin sentido alguno. Cerró sus enormes y llorosos ojos. Con sus manos presionó sus palpitantes sienes a punto de estallar de desesperación.
—Por favor, maestro —suplicó—. Venga pronto. Debemos avisar a la policía.
Sin entender aún lo que había ocurrido. El sacerdote, Ortiz siguió a Galier que corrió por el corredor de la iglesia en dirección al sótano. Bajó las escaleras hasta que sus ojos se toparon con un escenario escalofriante.
—¡¿Qué es esto, Jesús, María y José? —exclamó horrorizado haciéndose la señal de la cruz.
En el frío piso y bajo la luz tenue de la bombilla. Yacía sobre un viscoso líquido rojo, el cuerpo sin vida del padre Bustamante, maestro de teología. A simple vista se podía observar una enorme herida donde aún brotaba sangre. En un rincón pudo escuchar el débil llanto de uno de los monaguillos más pequeños, se apresuró a tomarlo en sus brazos, pero el chiquillo exhaló su último aliento. Fue cuando creyó saber lo que había acontecido.
De pie junto a él, Galier lloraba y se culpaba.
—¡Maestro! He cometido un crimen. Iré a la cárcel... Yo...
—¡Calla! —reaccionó tajante el sacerdote—. Yo lo resolveré ¡Vete de aquí!
—Pero maestro...
—Vete de aquí, Galier.
Él obedeció. El sacerdote se hizo cargo de todo. Nunca se supo lo ocurrido. Sin embargo, la conciencia inquisidora de Galier lo acusó, pues nunca aclaró lo que había sucedido en realidad.
****
—Ahora es preciso que sacudas tu pereza —me dijo el maestro—: que no se alcanza la fama reclinando en blanda plumas, ni al abrigo de colchas. Pero ¿acaso esconder tu pecado te ha redimido? Tu alma pende de un hilo y la mía seguirá en pena hasta que decidas realizar el sacrificio final —concluyó finalmente, el maestro Bustamante...
Mi pecado me había alcanzado.
Palabras: 500
Nota: Espero les esté gustando. No fue fácil insertar el fragmento, pero ahí quedó. Gracias por leer. Hasta la siguiente etapa.
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