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9. Libertad

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Las palabras del doctor Ceylán diciéndome que tenía que tomarme las cosas con calma y evitar las emociones intensas resonaban en mi cabeza una y otra vez, pero por mucho que lo intentase, no lograba calmarme. La botella de cristal que contenía algún medicamento que desconocía y que acababa de lanzar por el aire se estrelló contra el suelo, que estaba cubierto por todas las cosas que le había tirado a Dante en los últimos minutos.

Por desgracia, el alfa las había esquivado con gran agilidad, pero aquello no me detuvo, y a pesar de que podía sentir como mi cuerpo comenzaba a fatigarse por el efecto del acónito que había en mi organismo, continué lanzándole a la cara todo lo que tenía a mano al ser incapaz de controlar la ira que me había invadido.

—Cómo —dije mientras le lanzaba una bolsa de suero.

—Te. —Hice una pausa para tirarle un diccionario de medicina.

—Atreves —continué antes de tirarle el jarrón que había sobre la mesa y que estalló en pedazos muy cerca de su pie, mojándolo con el agua que había en su interior.

Del pecho de Dante brotó un gruñido autoritario que me habría obligado a detenerme de no estar tan enfadada, y sus ojos brillaron con el color del oro que me mostró su naturaleza salvaje. Solté un gritó de frustración antes de coger una pequeña máquina que había en la estancia y tirársela con todas mis fuerzas, obligándolo a moverse con rapidez para esquivarla.

Dante emitió otro gruñido y sus iris se iluminaron con enfado cuando el aparato cayó al suelo y se rompió en mil pedazos, lo que provocó que algunas de sus piezas saltasen por el aire.

—¿Se puede saber qué es lo que está pasando? —preguntó la voz que reconocí como la del beta de la manada desde algún lugar que no me molesté en identificar, ya que estaba demasiado ocupada cogiendo otra botella de quién sabía qué para tirársela a aquel cabrón.

—¡África! —exclamó una voz masculina en cuanto el sonido del cristal rompiéndose inundó la estancia.

Mi brazo se detuvo justo antes de lanzar la otra botella que tenía en la mano y mis ojos se encontraron con varias miradas que me observaban como si hubiese perdido la cabeza.

—¿Alfa Emil? —pregunté con confusión al ver que él y Nekane, la beta de la Manada del Valle, se encontraban entre las personas que habían entrado en la enfermería al percibir el alboroto.

—¿Qué estás haciendo?

—¿Que qué estoy haciendo yo? —pregunté indignada al escuchar sus palabras—. ¿Sabes quién es este bruto?

—Sí.

—¿Sabes que es mi astro? —pregunté sintiendo como la ira que albergaba en mi interior no hacía más que aumentar.

—Sí. —La calma con la que me respondió consiguió que me hirviese la sangre en las venas.

—¿Sí? —pregunté airada.

—Precisamente porque es tu astro deberías mostrarle más respeto y dejar de tirarle cosas —respondió Emil con la confusión nublando su rostro.

—¿Respeto? ¿Lo que quieres es respeto? ¡Pues toma respeto! —exclamé furiosa antes de lanzar la botella que tenía en la mano hacia Dante, que se movió con rapidez para esquivarla.

Mis ojos analizaron su rostro para ver la ira que se escondía en su mirada antes de encontrarme con las expresiones de diversión de los presentes, que ni siquiera se esforzaron en ocultarlas.

—África, compórtate —ordenó Emil tratando de contener la sonrisa que se quería dibujar en su rostro.

—¿Que me comporte? ¿Que me comporte yo? Vamos, no me jodas. ¿Dónde estaba su respeto hacia mí cuando me trajo a este sitio perdido en las montañas? —pregunté encolerizada.

—Estabas muy enferma. De no ser por la rápida reacción de Dante y los miembros de su manada, es muy posible que no hubieses sobrevivido.

—¿Qué pasa? ¿Que no había acanto con el que contrarrestar el efecto del matalobos en el valle? ¿O el problema era que no había médicos? Ah, no, debía ser que no había otra manada cerca a la que pedirle ayuda ¡¡y por eso me tuvieron que traer a este sitio sin mi consentimiento!!

Mis gritos hicieron eco en la tranquilidad del amanecer y Emil miró a Dante y a su beta durante unos segundos antes de negar con la cabeza.

—Es una situación complicada —dijo con tono conciliador sabiendo que no tenía argumentos con los que rebatir mi razonamiento—. Ven, vamos a dar un paseo para poder hablar tranquilamente.

Mis ojos se detuvieron en el rostro de Emil y cerré los puños con fuerza tratando de contener la ira que se había apoderado de mí desde que había descubierto que Dante y yo éramos astros. Nekane hizo un ligero movimiento de cabeza con el que me animó a que fuese con el alfa y suspiré resignada antes de encaminarme en su dirección.

Dante me observó con una intensidad abrumadora pero no hizo nada, cosa que agradecí, porque estaba segura de que como me provocase demasiado iba a acabar saltándole a la yugular.

El aire fresco del pasillo me recibió con los brazos abiertos y solté un suspiro de alivio al dejar de percibir el olor de Dante tan de cerca. El lobo que vivía en mi interior se estremecía de placer al estar en su presencia por culpa del maldito vínculo, y en cuanto había rozado su piel había sentido todo el poder del lazo astral sobre mí.

Solté un suspiro de frustración al saber que aquello significaba que mi vida iba a cambiar drásticamente, ya fuese de una manera u otra, y emití un gruñido al percibir que el viento traía el olor de Dante consigo.

—¡Tengo su ropa puesta! —exclamé indignada al percibir que su aroma se había quedado impregnado en ella.

Emil se rio entre dientes y abrió la puerta de la enfermería para que pudiésemos salir al exterior. El frescor de las montañas me recibió al instante, haciendo que me estremeciese y provocando que sonriese al percibir la calma de la naturaleza que nos rodeaba. Pero la paz duró poco y mi cuerpo se tensó al sentir el efecto que tenía en mi cuerpo la presencia de Dante, que se acercó a nosotros por la espalda.

Me volví con irritación para gritarle si no sabía lo que era la maldita privacidad, pero entonces vi que se detenía lejos de mí y me tendía una manta verde de cuadros. Me sorprendió descubrir que era tan considerado y suprimí las palabras de agradecimiento que estaban a punto de escapar de mi garganta. Mis ojos se encontraron con los suyos, que me observaron con una intensidad que me abrumó y derritió a partes iguales.

«Maldito vínculo astral».

Contaba la leyenda que los vínculos eran escogidos por la Diosa de la Luna en persona, que dedicaba tiempo y esfuerzo a encontrar personas que se complementasen entre sí y que se aportasen el conocimiento y las habilidades que les faltaban a cada uno para facilitar su supervivencia. Los astros eran como el yin y el yang; un sol para cada luna y una luna para cada sol.

Yo lo veía más como un efecto de la vida salvaje, ya que los lobos se apareaban y se mantenían fieles a su pareja hasta el momento de su muerte, lo que los llevaba a escoger un compañero con el que enfrentarse a los peligros del mundo.

Nadie sabía qué era lo que motivaba la existencia de los astros, pero era algo tan arraigado en nuestra cultura que ningún lobo se esforzaba en argumentarlo. Se decía que en cuanto sentías el peso del vínculo no había manera alguna de negar su existencia, y después de sentir cómo mi cuerpo reaccionaba a la presencia de Dante, no podría estar más de acuerdo.

El problema era que los lobos éramos posesivos y controladores por naturaleza y todas las cosas buenas que traía el vínculo, venían acompañadas de otras igual de malas. Era evidente que a la Diosa de la Luna le gustaba el equilibrio, pero lo que a mí me gustaba, por encima de todo, era mi libertad.

Me olvidé de actualizar ayer... tiritiritiri... pero vosotros tampoco me avisasteis 😂😂

¿Qué os ha parecido esta escena?

¿Creéis que podemos confiar en Emil?

¿Y en Dante?

Nos leemooooos!

Biquiños ❤❤


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