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8. Sol

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Podía sentir la poderosa mirada del alfa sobre mi rostro a pesar de tener los ojos cerrados. Traté de calmar mis sentidos y apagar mis emociones para no volver a perder el conocimiento por el efecto del acónito, ¿pero cómo esperaban que me serenase en aquella situación?

No tenía ni la menor idea de lo que había ocurrido y por su culpa estaba en aquella estúpida camilla. Podría haber lidiado perfectamente con aquel aberrante, y si no se hubiesen inmiscuido, era posible que la joven todavía siguiese viva.

Todo se había ido al traste desde que habían aparecido aquellos idiotas y por su culpa mi cuerpo y mi mente no funcionaban con normalidad, sin olvidar el pequeño detalle de que, al parecer, ya no estaba en el valle. Apreté los párpados al escuchar que los pitidos que emitía una de las máquinas se aceleraban al igual que lo hacía el ritmo de mi corazón, y solté con lentitud el aire que había en mis pulmones para calmarme.

Cuando logré ignorar todo lo que sentía y alcancé un ritmo cardíaco aceptable, abrí los ojos para encontrarme con la mirada de aquel alfa tan misterioso que no dejaba de observarme en silencio. Suspiré con resignación sabiendo que por el momento no tenía forma de escapar de allí y esperé a que fuese él quien que hiciese la primera pregunta, pero la frustración terminó sacando lo peor de mí y rompí el silencio antes de que él lo hiciese.

—¿Qué quieres de mí? —pregunté con amargura al no comprender por qué me habían llevado a las montañas.

El joven se levantó para acercarse a mí, pero yo me moví inconscientemente para poner la máxima distancia posible entre nosotros, lo que provocó que me observase con dolor en la mirada antes de volver a sentarse en la camilla.

Mis ojos se encontraron con los suyos, sintiendo que me abrumaba el cúmulo de sensaciones que vi en ellos, y mi corazón se saltó un latido al ver que se movía. El alfa se estiró para alcanzar el bloc de papel que había a los pies de la camilla, donde los médicos anotaban los avances de sus pacientes, y se detuvo a escribir algo antes de darle la vuelta para enseñármelo.

«No voy a hacerte daño».

Entrecerré los ojos al leer su mensaje, confundida por la situación en la que me encontraba, y el alfa levantó una mano para pedirme que esperase antes de escribir otro mensaje sobre el papel.

—¿No puedes hablar? —pregunté al sentir que algo hacía clic en mi mente.

El alfa se tensó al escuchar mi pregunta y sus ojos brillaron con una emoción que no logré identificar antes de asentir con la cabeza. Los recuerdos del día que lo había visto en el río hicieron eco en mi memoria y en mi mente se reprodujo el momento en el que se había puesto a gesticular como un loco a través de la ventanilla del coche.

Cerré los ojos y negué con la cabeza al no comprender cómo había podido ser tan estúpida para no darme cuenta y me arrepentí en silencio de no haberme apuntado al curso de lengua de signos que había querido hacer toda la vida.

«No se puede dejarlo todo para el último momento, África» —me regañé mentalmente.

—Perdón —dije en cuanto abrí los ojos. Me sentía fatal por haber sido tan desagradable con él aquel día, pero el alfa se limitó a negar con la cabeza y a encogerse de hombros como si aquel desagradable episodio nunca hubiese ocurrido.

Mis ojos captaron algo que llamó mi atención en la oscuridad de la noche y mi mirada se centró en el cuello del joven, pudiendo ver parte de una cicatriz que no estaba del todo cubierta por la camiseta que vestía.

Fruncí el ceño al comprender que aquella herida que parecía haber sanado hacía mucho tiempo había sido causada por unas garras de lobo. Tendría que haber sido un alfa, ya que no había muchas cosas que pudiesen marcar nuestra piel de aquella manera, y me mordí el interior de la mejilla al sentir que su cuerpo se tensaba bajo mi atenta mirada.

—Perdón —repetí al darme cuenta de que me había quedado mirando como una maleducada—. Lo siento, no pretendía...

Solté un suspiro de resignación al no ser capaz de encontrar las palabras que buscaba y mis ojos se encontraron con los del alfa, que se deshizo de la tensión que se había apoderado de sus músculos y negó con la cabeza una vez más.

«Llevas dos días inconsciente».

—¿Dos días? —pregunté con incredulidad al leer las palabras que había escrito en el papel.

El alfa asintió con la cabeza y volví a apoyarme en la pared al sentir que me dolía la cabeza solo de pensarlo. Tenía que avisar a Rosa y a Zoe de lo que me había ocurrido, seguro que todo el mundo estaba preocupado al haber desaparecido sin avisar.

«Zoe».

Sentí que un agudo pinchazo se me clavaba en la sien al recordar que ella también había estado allí aquella noche, y el pitido de la máquina se aceleró en cuanto contemplé los posibles escenarios que se sucedieron en mi mente.

—¿Murió alguien más? —pregunté con miedo a conocer la respuesta a mi pregunta.

El alfa empezó a decirme algo en lengua de signos, pero se detuvo al ver mi confusa expresión y recordar que no lo entendía, por lo que juntó las palmas de las manos para pedirme disculpas antes de negar con la cabeza.

—¿No murió nadie más?

El alfa movió la cabeza de nuevo para confirmarlo y sentí que un gran alivio inundaba mi cuerpo al momento. El latido de mi corazón se calmó inmediatamente y el odioso pitido que resonaba en la estancia dejó de ser tan molesto. Mi mirada se encontró con la del alfa, que parecía tener algo que decir, y cuando vio que entrecerraba los ojos con sospecha, se apresuró a escribir algo en el bloc.

No pude evitar sonreír al ver cómo escribía y su rostro se transformó por la curiosidad cuando levantó la vista y vio que lo estaba mirando como una boba.

—¿Eres zurdo? —pregunté para evitar tener que explicarle que las cosas y las personas que se salían de la norma me hacían feliz.

Él asintió con la cabeza y las comisuras de sus labios se movieron hacia arriba sin llegar a sonreír. Su mano se movió en un gesto para mí desconocido mientras asentía de nuevo.

—¿Sí? —pregunté imitando el gesto que estaba haciendo. El alfa asintió complacido antes de señalarme para preguntarme si yo también lo era.

—No —dije negando con la cabeza.

Él me observó con atención, como si estuviese dudando, e hizo el gesto con la mano que significaba «no», levantando las comisuras de los labios al ver que lo imitaba.

—No —repetí haciendo el gesto que me había enseñado y sintiéndome satisfecha conmigo misma. La lengua de signos siempre me había resultado muy interesante y me había pasado media vida queriendo aprenderla.

«Me llamo Dante».

—Yo soy África —dije al leer sus palabras.

El alfa ladeó la cabeza en un gesto que me hizo sonreír y me tendió la mano, provocando que arquease una ceja al verlo pero acercándome a él para estrecharla. Cuando mis dedos rozaron su piel sentí que un intenso hormigueo se apoderaba de mi cuerpo y me levanté inconscientemente para deshacerme de las múltiples sensaciones que me habían invadido de golpe.

Mis ojos se encontraron con los suyos, que brillaron en la oscuridad de la enfermería al sentir el contacto de mi piel. El latido de mi corazón se aceleró al percibir la calidez que inundó mi pecho, mientras que en mi mente solo había cabida para una palabra: sol.

—¡¡Serás cabrón!! —exclamé enfurecida al descubrir la pieza del puzle que me faltaba.

Bueno, bueno, bueno... Más informacióóóóóón...

¿Cómo van esas teorías?

Espero que os haya gustado ❤

Ya estamos cerca de las mil lecturas y estoy muy contenta con el apoyo que le estáis dando a esta novela. ¡Mil gracias! 

Biquiñoooos ❤

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