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64. Clic


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Cerré los ojos para protegerme de la luz del amanecer y me deshice del abrigo del nórdico. Gemí a medio camino entre la indignación y el placer cuando Dante me acarició el vientre con los dedos, lo que despertó el familiar hormigueo que inundó mi cuerpo de una agradable calidez.

—Dante —pedí con voz infantil.

Su aliento me rozó el cuello y el lobo depositó un beso en mi nuca antes de rodearme la cintura para atraerme hacia él. El calor que desprendía su cuerpo me quemó la piel y deseé poder quedarme allí durante las próximas horas y recuperar parte de la energía que había perdido aquella noche. Dante sonrió y depositó un suave beso en mi hombro antes de separarse para ir a la cocina. Me deshice el moño en el que me había recogido el pelo al salir de la ducha, que todavía estaba húmedo y fresco, antes de observar las montañas que se extendían más allá de la ventana.

—¿Puedes abrir un poco la puerta? —le pregunté cuando regresó.

La brisa de mañana me acarició la piel y Dante me observó en silencio. La sonrisa que me dedicó antes de mirar por la ventana avivó el aleteo de mi vientre y me detuve para admirar su rostro sin que se diese cuenta.

«¿Quieres helado?»

—¿Helado de qué? —pregunté en cuanto olí el aroma que inundó el cuarto.

«Caramelo salado».

—¿Por qué tienes gustos tan extraños? —pregunté mientras arrugaba la nariz.

«Eso mismo me pregunto cuando te veo» —respondió con malicia, lo que provocó que le lanzase un cojín a la cara.

—¡No! —exclamé cuando lo esquivó y saltó sobre la cama.

Dante me inmovilizó las piernas y se acercó para besarme, pero lo golpeé con una de las almohadas. El ahogado sonido de su risa despertó un cosquilleo en mi pecho que me hipnotizó, lo que impidió que le prestase atención a sus movimientos.

—¡Dante! —exclamé cuando puso la tarrina de helado sobre mi muslo. El contraste de sensaciones me erizó la piel de todo el cuerpo y me incorporé para arrebatársela, pero el alfa percibió mis intenciones y la levantó en el aire.

«No deberías cerrarte en banda sin haberlo probado antes».

—Dante, un caramelo no puede ser salado, es una contradicción en sí misma.

«También decías que no te ibas a acercar a mí y has pasado toda la noche gritando mi nombre...»

—Oh, cariño, creo que has vuelto a confundir tus sueños con la realidad. Lo que escuchabas era tu propia voz gimiendo «Reina» una y otra vez.

La mirada de Dante se transformó en un río dorado y me tumbé para evitar que se acercase. La carcajada que brotó de mi pecho resonó en el cuarto mientras la expectación se acumulaba en mi interior. El alfa se mantuvo en la misma posición y hundió la cuchara en el helado antes de llevársela a la boca.

«Te vas a llevar dos por el precio de uno» —dijo antes de abalanzarse sobre mí.

Sus labios colisionaron con los míos con un hambre que me dejó sin aliento y tuve que esforzarme para impedir que su lengua entrase en mi boca. Dante deslizó las manos por mi cuerpo para que gimiese y bajase la guardia, y cuando me mordió el labio inferior, no pude resistirme más. Su lengua exploró la mía con una pasión que derritió el helado en segundos y me reí contra sus labios, pues me sentía tan fundida como aquel caramelo salado.

—No tengo claro si me gusta o me disgusta —dije mientras lo saboreaba.

«Mientras te guste yo tanto como tú me gustas a mí, todo va bien».

Las mariposas que vivían en mi interior empezaron a bailar salsa y mis ojos se transformaron al instante. Dante se detuvo para analizar mi rostro y su mirada se llenó de una adoración que me abrumó.

«Ven» —pidió mientras me cogía de la mano y me ayudaba a salir de la cama.

El alfa me guio al balcón y depositó un tierno beso en mi pelo antes de pedirme que me sentase en la barandilla de madera. Sonreí en cuanto vi su cara de concentración y Dante deslizó las manos entre mi cabello para tratar de acomodarlo.

—¿Qué haces? —le pregunté divertida. El alfa no me contestó y se alejó antes de desbloquear el móvil.

«¿Me enseñas tus ojos de lobo?» —pidió con voz dulce.

Mis iris se transformaron y Dante se movió en busca del mejor ángulo para sacarme la foto. El alfa me dedicó una sonrisa orgullosa y se acercó para mostrarme su obra de arte. Lo primero que percibí fue mi expresión de felicidad y no pude evitar sonreír al verme tan contenta. El amanecer se extendía a mi espalda y reflejaba sus colores en la nieve de las montañas, lo que creaba un contraste perfecto con los demás elementos de la fotografía, pero no fue aquello lo que me llamó la atención.

Miré a Dante en busca de respuestas, pero él se limitó a apoyar los brazos en mis piernas y depositar un tierno beso en mi sien. Fruncí el ceño mientras aumentaba el tamaño de la imagen para apreciar mis ojos, que brillaban con el color plateado que simbolizaba que era la segunda alfa de la manada por unión astral. Pero en la parte inferior de mis iris también había un fragmento azul que representaba mi naturaleza nómada y un fragmento dorado que hacía referencia a mi rango como alfa de mi propia manada. El desconcierto me tiñó el rostro y volví a mirar a Dante, que me dedicó una sonrisa que consiguió despejar la bruma que se apoderó de mi mente.

Zoe iba a alucinar.

—No entiendo nada —dije en un susurro.

¿Por qué te separaste cuando te iba a marcar?

—Tenía miedo de que los miembros de mi manada se convirtiesen en aberrantes si me mordías tú primero —dije a modo de disculpa.

Lo normal era que fuese el alfa quien marcase a su astro primero para permitirle la entrada al vínculo que compartía con toda la manada, pero cuando descubrí que mis hermanos y hermanas seguían unidos a mí, supe que tenía que hacer algo para protegerlos.

—Eso pensé —dijo antes de acariciarme la mejilla—. Puedo sentirlos, ¿sabes?

—¿De verdad?

«Los siento, pero de manera diferente a mis hermanos. Es como si estuviese unido a ellos a través de ti, pero todavía no formasen parte de la manada».

—¿Todavía? —pregunté con una sonrisa.

—Estoy seguro de que su vínculo se completará en la ceremonia de aceptación. —Mi pulso se aceleró y apoyé la cabeza en su pecho, abrumada por las emociones que me provocó saber que iba a aceptar a todos mis hermanos en su manada.

«Nuestra manada».

«¡Dante, un poquito de privacidad!» —exclamé indignada.

«No tengo la culpa de que proyectes tus pensamientos en mi mente».

«Hace muchos tiempo que no tengo que preocuparme por bloquearlos» —dije mientras trataba de restaurar mis barreras mentales. Dante se rio y deslizó los brazos alrededor de mi cintura para abrazarme mientras observábamos el paisaje que se extendía ante nosotros.

—Todos los niños que viven con Celia e Iván en la misma casa... —dije en cuanto divisé el edificio a lo lejos.

«Son los hijos de las víctimas de Marcus y sus aberrantes».

El dolor que tiñó su voz se reflejó en mi pecho y cerré los ojos tras confirmar una verdad que llevaba semanas sospechando. Dante me acarició el brazo y depositó un cálido beso en mi cabello para mitigar las emociones que nos invadieron.

—Tengo hambre —dije de repente.

El joven me liberó de su agarre para que nos vistiésemos antes de bajar al comedor. En cuanto nos sentamos en la mesa, los miembros del Consejo nos miraron con una malicia que me hizo reír.

—Buenos días, alfa —me dijo Víctor con una sonrisa ladina.

—¿Habéis pasado buena noche? —preguntó Hugo con voz traviesa.

—¿Estáis seguros de que queréis tener esta conversación de nuevo? —dije mientras imitaba su expresión.

—¡No! —exclamaron Virginia y Ceylán al unísono.

—¿Cuándo vamos a celebrar la ceremonia en honor a nuestra nueva alfa?

—Es una buena pregunta —dijo Dante con el rostro grave.

—Ahora mismo tenemos cosas más importantes en las que pensar —dije para aliviar su preocupación.

—Ya hemos mejorado el acanto con distintas dosis de la hormona —nos explicó Ceylán—. Deberíamos empezar a hacer pruebas para ver cómo reacciona en nuestros organismos.

—Empezaremos hoy.

—Cuanto antes mejor —coincidió Virginia.

—Sea lo que sea lo que planean los aberrantes, tenemos que estar preparados.

—Lo que no acabo de entender es por qué se acercan tanto y tan a menudo a nuestro territorio —dijo Víctor con el ceño fruncido.

—Ni por qué han permitido que encontrásemos los cadáveres —añadió Ceylán—. No habríamos dado con la manera de mejorar el acanto sin ellos.

—Cualquiera diría que están jugando en su propia contra —dijo Hugo con la voz seria—. Pierden el tiempo enviando a sus soldados a nuestro territorio y además dejan indicios para que podamos rastrear su actividad.

«Es como si nos estuviesen distrayendo».

Mi cuerpo se congeló y cerré los ojos en cuanto sentí que algo hacía clic en mi mente.

AYAYAYAYAYYYYYYYYY

Espero que os haya gustado!! ❤

🏁 : 160 👀, 67🌟 y 90✍

Un biquiñoooo <3

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