63. Éxtasis
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En cuanto abrí los ojos deseé poder volver a cerrarlos de nuevo. La luz del atardecer se reflejaba en la nieve que cubría la cima de las montañas y refunfuñé cuando fui consciente de lo poco que había dormido. Después de compartir un momento íntimo con la manada mientras cantaba algunas canciones, el Consejo, mis antiguos hermanos —que ya no eran antiguos porque resultaba que seguíamos perteneciendo a la misma manada— y yo nos reunimos para tratar de arrojar un poco más de luz sobre la situación.
Pasamos toda la noche y gran parte de la mañana compartiendo información para comprender qué buscaban los aberrantes, pero en lo único en lo que coincidíamos era en que la venganza motivaba cada uno de sus movimientos. Creíamos que habían estado inactivos durante años para recuperar fuerzas y aumentar sus posibilidades de recuperar el control sobre la Manada de las Montañas Nevadas.
Los miembros de mi manada eran refugiados en más de una veintena de lugares repartidos por todo el país, y aunque Matías tenía una gran fe en que nos ayudarían, yo no lo tenía tan claro. Lucinda decía que cualquier lobo con dos dedos de frente se uniría a la lucha contra los hombres de Marcus, pero primero tendrían que escucharnos, algo que resultaría difícil si teníamos en cuenta que éramos la misma manada que había llevado a cabo todos aquellos actos deplorables.
Pero a pesar de las adversidades, la maquinaria de la revolución se puso en marcha.
Determinamos que lo mejor sería que Margarita y los demás volviesen para hablar en persona con Río, su alfa de acogida en la Manada del Manantial. Estaba segura de que no tendría problema en reunirse conmigo, pues siempre habíamos sido aliados, pero había que respetar las leyes de las manadas y lo mejor era que su beta tratase el tema con él antes de que yo reapareciese en la sociedad licántropa, así que los lobos habían partido antes de comer.
Mi mente no daba abasto con todo lo que había ocurrido en los últimos días y cerré los ojos tratando de calmarme. Necesitaba a Dante. No había hablado con él a solas desde el ataque de los aberrantes y sentía que habían transcurrido años desde aquello. Necesitaba conocer su opinión sobre lo ocurrido. Quería contarle lo que pasaba por mi mente y saber qué se escondía en aquella cabecita suya, y en cuanto tuve aquel pensamiento, me quedé fría. Se me erizó la piel y me mordí el interior de la mejilla, pues en lo más profundo de mi ser sabía que aquello no tenía nada que ver con el vínculo astral. Era yo, que quería saber su opinión, que sentía la necesidad de compartir mis preocupaciones con él y que lo echaba de menos.
«Joder, África».
Estaba perdida, y cuando me levanté y descubrí que Dante no estaba en casa, me vestí con lo primero que encontré y salí en su busca. No me molesté en seguir su rastro y me dirigí a la pequeña cabaña que se escondía en el bosque. El sonido de un hacha me recibió en cuanto me deslicé entre los árboles y lo vi a lo lejos, con el ceño fruncido y el rostro cargado de ira, liberando la frustración con cada golpe con el que atravesaba los troncos que caían a su alrededor.
El lobo estaba tan concentrado en sus pensamientos que ni siquiera percibió mi presencia, y a juzgar por la montaña de leña que había junto a él, llevaba allí un buen rato. Su corazón bombeaba sangre a toda velocidad, y aunque la temperatura había descendido varios grados, vestía una camisa de cuadros rojos y negros que llevaba desabrochada. Una brisa envió mi olor en su dirección, y cuando sus ojos se encontraron con los míos, frunció todavía más el ceño y lanzó el hacha al suelo con rabia.
—¿Estás enfadado conmigo?
—Claro que no, Reina —dijo mientras se acercaba y me miraba con una intensidad que me confundió.
—¿Entonces qué te pasa?
Dante comenzó a signar para responderme, pero suspiró y decidió envolverme en un abrazo. El olor a madera que impregnaba su ropa me calmó los sentidos y me relajó los músculos, y apoyé la cabeza en su pecho mientras dejaba que sus manos me acariciasen la espalda. Una ráfaga de viento nos sorprendió con su frescor y no pude contener el estremecimiento que me sacudió todo el cuerpo.
—Todavía no te has acostumbrado al clima de la montaña, ¿eh? —dijo con una sonrisa antes de pegar su cuerpo al mío y guiarme al interior de la cabaña.
Dante encendió las pequeñas luces amarillas que iluminaron la estancia. Sonreí al ver que estaba trabajando en una talla de una mujer emergiendo del agua y mi corazón se saltó un latido. Iba a preguntarle, pero el alfa me sentó sobre la mesa y me distrajo.
—Te gusta mucho que esté en esta posición.
—Hay otras posiciones que me interesan más —dijo con una mirada lasciva que envió una descarga eléctrica por todo mi cuerpo.
Dante se dio la vuelta y me tuve que morder el interior de la mejilla para controlar el hormigueo que se apoderó de mi interior. Deslicé los ojos por su espalda mientras caminaba hasta la mesa que había al otro lado de la estancia y alcanzaba un termo. El lobo regresó y me tendió una taza de café caliente. Me reí entre dientes, pues la imagen de su torso al descubierto era suficiente para hacer que ardiese hasta el último centímetro de mi piel.
—¿De qué te ríes?
—Ya no tengo frío —dije con voz grave mientras le daba un sorbo al café sin romper el contacto visual.
Los ojos de Dante se transformaron por el deseo y el lobo atrapó la taza y la apoyó sobre la madera antes de que sus labios colisionasen con los míos. El gemido de sorpresa que brotó de mi boca permitió que nuestras lenguas se encontrasen y deslicé las manos entre su cabello para pegarlo más a mí. Los dedos de Dante se colaron bajo mi jersey y separaron la tela para abrirse camino hacia mis pezones. El jadeo que escapó de mis labios se perdió contra su piel y el suave gruñido que emitió provocó que se agravase la humedad que se escondía bajo mi ropa.
—No —dije mientras me separaba de él con una brusquedad que lo dejó atónito.
—¿No? —preguntó dolido y confundido a partes iguales.
—He venido aquí a hablar contigo. —La expresión de Dante se transformó y el alfa dio un paso atrás y me dedicó una sonrisa ladina.
—Hablemos —dijo con malicia.
Mi pulso se agravó cuando reparé en sus labios enrojecidos y en su cabello despeinado. Sentí la electricidad que vibraba entre nosotros y que me instaba a saborear cada centímetro de su piel y suspiré.
—Oh, joder —susurré antes de apoyar las manos en sus hombros para atraerlo hacia mí.
Dante se rio y esquivó mis labios para depositar un pequeño mordisco en la línea de mi mandíbula. Deslicé las manos por su pecho y me deshice de su camisa, que cayó al suelo con un golpe sordo y permitió que le acariciase la espalda con las yemas de los dedos. Dante gruñó contra mi cuello antes de pasar la lengua por mi piel y mi boca se encontró con el lóbulo de su oreja.
El lobo besó el lugar de mi cuello en el que se mostraría la marca que completaría el vínculo y se me erizó la piel de todo el cuerpo. El deseo se extendió por mis venas y sentí que el jersey me ahogaba. Dante comprendió lo que pasaba por mi mente y llevó las manos a mi cintura para deshacerse de la ropa que nos separaba. Levanté los brazos para facilitarle el trabajo, pero el jersey de lana se quedó atascado en mi cuello y el alfa golpeó la taza de café cuando intentó liberarme.
—¡Dante! —exclamé divertida.
El lobo me levantó y me pegó contra su pecho para evitar que me mojase. Traté de liberarme del jersey que impedía que viese mi entorno, pero tenía las manos atrapadas entre la tela y solté una carcajada ante lo absurdo de la situación. Dante se rio y su pecho vibró contra el mío antes de posar una mano en mi espalda desnuda para depositarme sobre la suavidad de la alfombra.
Nuestros ojos se encontraron en cuanto se deshizo del jersey. El alfa recorrió mi piel con los dedos y consiguió que jadease por el roce de su cuerpo contra el mío. Mis pezones se endurecieron y en la parte baja de mi vientre se formó un nudo de excitación que me aceleró el pulso. Dante se posicionó entre mis piernas y permitió que sintiese su erección contra mi cuerpo, provocándome.
El lobo depositó besos ascendentes por mi abdomen y mis pechos hasta llegar a mi rostro, y el gruñido que brotó de mi garganta provocó que mis ojos se transformasen sin que pudiese hacer nada por evitarlo. Dante me respondió con el mismo comportamiento y sus manos se movieron hasta encontrar el botón de mis pantalones.
Se me erizó la piel por la expectación y el pecho de Dante vibró con un jadeo que me obligó a devorar sus labios. Arqueé la espalda cuando su boca se apoderó de uno de mis pechos y el lobo lamió y me mordió el pezón mientras sus dedos rozaban el lugar en el que se acumulaba mi excitación.
Mi pulso se resintió cuando sus manos me rozaron la piel de los muslos y mi espalda chocó contra la alfombra en cuanto se deslizó en mi ropa interior. El lobo me acarició con una lentitud tortuosa y gemí cuando sentí su boca en la parte baja de mi vientre. Su lengua descendió con una sensualidad que amenazó con volverme loca y me removí en busca de aire.
—Dante —supliqué.
El río dorado de sus ojos me observó con un deseo que multiplicó el aleteo que se apoderó de mí. El lobo emitió un gemido que me obligó a incorporarme para morderle el labio inferior, y sus dedos se apretaron contra mis muslos y me atrajeron hacia él con un hambre que me quemó por dentro. Le acaricié el pecho y me entretuve en su cuello mientras me abría camino entre sus pantalones. Dante se movió para deshacerse del último pedazo de tela que nos separaba y acunó mi rostro entre las manos para besarme con una ternura que me desarmó. En aquel momento fui consciente de lo mucho que lo necesitaba. Quería su cuerpo, quería su mente y quería el vínculo. Necesitaba oírlo, sentirlo y saborearlo.
Dante se separó para abrir un cajón del que sacó un paquete que tiró al suelo. Los condones se esparcieron por la alfombra y provocaron un sonido musical que me hizo reír.
—¿Qué es esto, el picadero? —pregunté con incredulidad. Dante me miró con un hambre que apretó el nudo de deseo que sentía en el vientre y sujetó el envoltorio con los dientes para poder signar.
—Nunca lo ha sido, pero me parece una idea maravillosa.
La carcajada que escapó de mis labios dibujó una sonrisa en su rostro y su mirada se cargó de una intensidad que me abrumó. La atmósfera cambió y Dante se acercó para besarme con una emoción que me dejó sin palabras. Sus labios dejaron un rastro de besos y mordiscos hasta llegar a mi cuello y me apreté contra él para sentirlo más cerca. El lobo rozó con los dientes aquella zona tan sensible de mi cuerpo, lo que provocó que se me erizase la piel y que mis terminaciones nerviosas gritasen de placer.
Dante se movió para sujetarme, y cuando comprendí que iba a marcarme, me aparté de él. Su cuerpo se congeló, pero el dolor que tiñó su rostro desapareció en cuanto mis labios se apoderaron de los suyos. Me pegué a él y apoyé una mano en su hombro para tener un punto al que agarrarme. Lamí la zona de su cuello en la que lo iba a marcar y su cuerpo vibró con un escalofrío de placer. Mis dientes le rozaron la piel y la confusión que lo invadió fue sustituida por un gruñido gutural en cuanto hundí los colmillos en su cuello.
El vínculo cobró vida en mi interior y Dante se separó y me tumbó en el suelo. Sus ojos se detuvieron para apreciar cada centímetro de mi piel antes de depositar pequeños besos en mi clavícula. El lobo me separó los muslos para colocarse entre mis piernas y su pecho rozó el mío antes de lamer el punto más sensible de mi cuello. Gemí expectante y Dante gruñó al sentir todo lo que ardía bajo mi piel a través del vínculo. Sus dientes me rozaron el pulso para pedirme permiso y mis latidos se aceleraron.
—Dante —susurré.
El alfa gimió y hundió los dientes en mi cuello. El dolor no fue nada comparado con el placer que me sacudió al sentir que se deslizaba dentro de mí. Sus labios devoraron los míos y gemí en su boca, incapaz de lidiar con todo lo que sentía en aquel momento. Los movimientos de su cadera aumentaron el ritmo y mi cuerpo explotó en cuanto experimenté el deseo que lo invadía a través del vínculo.
Mis manos se movieron sobre su espalda y le clavé las uñas en los hombros. Cada vez estábamos más cerca de alcanzar el clímax y Dante lamió la marca que nos unía. El placer se retorció en mi interior y mis ojos se transformaron y brillaron con el poder de mi parte animal. Nuestros cuerpos se movieron en el uno contra el otro, como si estuviesen sincronizados con la propia naturaleza, y una ligera capa de sudor se formó sobre nuestra piel.
«Reina» —susurró antes de que mi cuerpo estallase en un delicioso éxtasis que resonó entre los árboles.
Ya, dejad de quejaros 😂😂
Espero que os haya gustado.
Mil gracias por leer!! ❤
🏁 : 155 👀, 63🌟 y 85✍
Un biquiñoooo
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