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59. Suficiencia

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Cuando logré subir la última escalera de la casa de la manada solté un respiro de alivio. Estaba agotada. Había pasado horas trabajando con Ceylán para extraer las propiedades de la euforbia y medir qué cantidad necesitábamos y cuál era la forma más efectiva de tomarla, pero para terminar de averiguarlo tendríamos que esperar por los resultados de las pruebas.

Saqué el móvil para ver qué hora era mientras abría la puerta de casa. Zoe y yo habíamos quedado en hablar a la hora de comer, ya que aquella noche sería la ceremonia de su incorporación a la Manada del Valle. Me sentía culpable por no poder estar presente, pero mi amiga se encargó de recordarme que lo más importante era que Dante y yo nos recuperásemos y que la manada estuviese a salvo de los aberrantes.

Diosa, cómo la echaba de menos.

—¡África! —exclamó Catalina en cuanto nos encontramos en el pasillo. La madre de Dante cargaba con decenas de bártulos y me miró avergonzada.

—Perdona que nos hayamos apropiado de tu casa —me dijo Javier con una sonrisa de disculpa.

—Lo siento, África, de verdad que no pretendíamos molestar. Es que me he enredado y al final...

—No molestáis en lo más mínimo, esta es vuestra casa —dije mientras cogía los platos con los que cargaba Catalina para ayudarla.

Los padres de Dante me sonrieron con calidez y tomé los cubiertos que había en la encimera y me dirigí al salón para terminar de poner la mesa. Ellos se entretuvieron tratando de decidir qué plato servir primero y no pude evitar reírme mientras los escuchaba discutir en la cocina.

—Hola —susurré cuando sentí unas cálidas manos en la cintura.

Me volví para encontrarme con el rostro de Dante, y antes de que pudiese preguntarle qué tal estaba, sentí sus labios sobre los míos. El alfa deslizó las manos por mi cuerpo para atraerme hacia él y su pecho me recibió con un calor que se reflejó en mi vientre. El latido de mi corazón se aceleró y el fuego que vivía en mis venas se propagó con el revoloteo que nació en mi interior. Mi teléfono empezó a sonar y Dante emitió un sonido de protesta que me hizo reír. Zoe me miró con malicia en cuanto respondí a la videollamada y vio que tenía los labios hinchados.

—¿Cómo lo llevamos? —le pregunté mientras me deslizaba en la cocina para coger un vaso de agua fría.

—Estoy nerviosa...

—No tienes por qué estarlo, Zoe, la ceremonia de bienvenida es algo muy bonito.

—Ya lo sé, pero no puedo evitarlo. Da igual, ¡tengo que contarte algo muy importante! —exclamó mientras me enseñaba la marca que indicaba que había completado el vínculo astral con Rubén—. Dios, Afri, no tengo palabras. Te lo digo en serio, esto es maravilloso.

—Me alegra verte tan feliz —dije incapaz de contener la sonrisa.

—¿Me puedes explicar por qué no aceptas el vínculo de una vez? Dante es un tío genial, dulce y considerado, que cuida a todo el mundo y se preocupa por ti, ¡y además está cachondísimo! —exclamó con vehemencia—. ¿Se puede saber en qué estás pensando?

Necesité unos segundos para comprender el cambio que se había producido en la conversación y en mi rostro se dibujó una sonrisa tan grande que sentí que me dolían los músculos.

—¿Algo más que quieras compartir con nosotros? —le pregunté mientras giraba el móvil para que en la pantalla apareciesen Dante y sus padres, que se encontraban detrás de mí.

El rostro de Zoe se volvió de color carmín y los tres la saludaron con cariño, en especial Dante, que se mostraba tan cercano con mi amiga que me daban ganas de abrazarlo. Al final participamos todos en la llamada, incluso Rubén, y tras compartir un momento divertido juntos, nos despedimos para ir a comer. Los platos que habían preparado Javier y Catalina estaban deliciosos y el tiempo se esfumó mientras me contaban cómo había sido su vida y anécdotas graciosas de Dante, lo que permitió que los conociese mejor.

Después de una larga y agradable sobremesa, los padres de Dante se marcharon para que el alfa pudiese descansar un poco. Ya se encontraba mejor, pero necesitaba recuperar la energía, aunque él parecía tener otros planes. Sus labios se encontraron con los míos con un hambre que provocó que gimiese por la sorpresa. Dante emitió un suave gruñido mientras deslizaba las manos por el interior de mi camiseta y me sentaba en la encimera. Sus dedos me acariciaron la piel y la corriente que recorrió mi cuerpo cuando me atrajo hacia él me aceleró el pulso.

La excitación que se acumuló en mi vientre me calentó por dentro y Dante se despegó de mis labios para dejar pequeños mordiscos en mi mandíbula hasta llegar al cuello. Sus besos me acariciaron con ternura y su lengua me recorrió la piel con sensualidad. Dante lamió el punto exacto en el que me iba a marcar y mi cuerpo se tensó de inmediato. La sangre se me congeló en las venas y mis músculos se volvieron rígidos bajo sus manos.

El alfa se tensó y se separó para mirarme en busca de respuestas. El nudo que se me formó en la garganta cuando vi el dolor que se reflejó en sus ojos impidió que pronunciase palabra y el lobo se separó todavía más. Sus iris se desenfocaron y su gélida mirada se centró en la mía durante unos segundos.

—Dante...

Ceylán nos necesita en la enfermería —dijo con el rostro imperturbable.

Su actitud pasó de ser tierna y cariñosa a fría e indiferente y me mordí el interior de la mejilla mientras me apresuraba a seguirlo sin decir palabra.

«Buena forma de joderla, África».

Cuando entramos en la sala de investigación, el Consejo de la manada ya estaba presente. Los gammas y Hugo le dedicaron una mirada de confusión a Dante, que se había cerrado en banda y tenía el rostro serio, el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—Mi equipo ha terminado de crear la fórmula para mejorar el acónito —dijo el doctor—. La hemos probado y parece que funciona, pero no lo sabremos seguro hasta que le añadamos la adrenalina. África y yo hemos estado trabajando con la eufor...

Ceylán se quedó petrificado y el ambiente cambió a nuestro alrededor. Los ojos de los presentes se desenfocaron y la ira se apoderó de sus rostros al instante.

—¿Qué pasa? —pregunté desorientada.

—Hay un intruso en nuestro territorio.

Los lobos se movieron a toda velocidad y me encontré corriendo tras ellos para llegar al exterior lo antes posible. Escuchamos un aullido que resonó en la inmensidad y nos volvimos en todas las direcciones para identificar el lugar del que provenía el peligro por el que habían dado la alarma. Mis ojos se encontraron con los de Dante y esperé a que me comunicase lo que le habían dicho a través del vínculo de la manada, pero el alfa no tuvo la oportunidad, porque a escasos metros de nosotros, atravesando la colina a toda velocidad, apareció un gran lobo que avanzaba en nuestra dirección seguido por los diez guerreros que trataban de detenerlo.

Mis acompañantes gruñeron ante la amenaza y dudaron entre si transformarse o no debido al peligro de la situación. Dante se movió para comenzar el cambio y puse una mano en su pecho para detenerlo. No podía apartar la mirada del lobo marrón que corría en mi dirección y la sonrisa que se apoderó de mi rostro confundió a mis acompañantes. Sabía que me estaban haciendo preguntas, pero no logré procesar ninguna porque en lo único en lo que podía pensar era en lo mucho que había esperado a que llegase aquel momento.

Virginia, Ceylán y Víctor terminaron de transformarse un segundo antes de que el lobo llegase a nuestra altura. Dante y Hugo se pusieron en posición de ataque y se situaron ante mí, lo que impidió que viese al intruso. El ambiente se tiñó de desconcierto, y cuando escuchamos el sonido de una transformación, Hugo se volvió para mirar a Dante, asombrado por que el lobo marrón se atreviese a recuperar su forma humana. Los guerreros lo rodearon y los tres gammas formaron una línea para protegernos en caso de ataque. El pelaje del lobo desapareció y dio paso a un hombre de cabello largo y ojos azules que se arrodilló ante nosotros en una muestra de respeto.

—Alfa —dijo con voz profunda.

—Si lo que querías era mostrarle tu respeto al alfa, ¡deberías haber empezado por no entrar en su territorio sin permiso! —exclamó Hugo con furia.

—No pretendo ofender —dijo el hombre—, pero no me estaba refiriendo a él.

La sonrisa de suficiencia que se dibujó en mi rostro aumentó en cuanto vi la estupefacción que bañó las expresiones de los presentes. Los lobos siguieron la la mirada del intruso hasta posarse en mi rostro y me tuve que esforzar para no soltar una carcajada. Me acerqué a él y disfruté de un rastro que creía olvidado. El joven se levantó y me envolvió entre sus brazos, lo que provocó que emitiese un suspiro de alivio que chocó contra la piel de su cuello.

El gruñido de Dante resonó en la inmensidad y cuando me reencontré con aquella mirada azul y vi la satisfacción que iluminó su rostro, no pude evitar sonreír. Los lobos que nos rodeaban se tensaron y emitieron varios gruñidos que en otra situación habrían servido para alertarme del peligro, pero en aquel momento nada me importaba más que el joven que se encontraba ante mí.

—África —digo Hugo con una voz tan cargada de ira que provocó que Matías le gruñese para defenderme.

Mi corazón dio un vuelco de la alegría en cuanto procesé lo que estaba ocurriendo y el lobo me tomó de la mano para darme un apretón. Me volví hacia el Consejo de la Manada de las Montañas Nevadas y fui recibida por miradas de ira, confusión y sospecha. Los ojos de Dante se transformaron y no necesité más que ver su rostro para comprender qué sentía en aquel momento.

—Creo que ha llegado la hora de deciros que la Manada de las Montañas Nevadas mató a mi familia —dije antes de escuchar varios aullidos que resonaron en la lejanía.

¡Boom!

Espero que os haya gustado!

Mil gracias por comentar ❤

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