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54. Nutrientes

Mis disculpas, llevo desde el lunes sin internet y no pude actualizar. Mañana subiré otro capítulo para compensar  

Mi corazón dio un brinco en cuanto me topé con aquellos ojos color miel que me removían por dentro. El ambiente cambió y se llenó de la alegría que nos provocó que Dante estuviese consciente y nos acercamos a la camilla como si fuésemos atraídos por la fuerza de un imán. Los iris del alfa se desenfocaron durante una milésima de segundo y los lobos se rieron entre dientes por lo que les dijo a través del vínculo de la manada.

—Eso, divertíos a costa de la única persona que no puede escucharos —protesté, lo que provocó que sus sonrisas se ensancharan.

Dante me miró con una calidez que habría despertado el aleteo en mi vientre si su aspecto no fuese tan preocupante. Estaba pálido y abatido. Tenía las manos destrozadas, las costillas rotas y el latido de su corazón no lograba estabilizarse. Ceylán se acercó para evaluar el estado de sus heridas, y cuando levantó la sábana que lo cubría y vio que su cuerpo seguía estando en carne viva, abrió los ojos con preocupación. El alfa frunció el ceño y el pitido de la máquina que medía su ritmo cardíaco se aceleró. Sus ojos se centraron en mi rostro y se desenfocaron mientras hablaba con los demás por telepatía.

—Pregúntaselo a ella —le dijo Ceylán irritado. Me esforcé para no reírme, pues era evidente que hablaban de mí, y me entretuve fingiendo que estaba ofendida.

—Le hemos dicho decenas de veces que tiene que meterse en la cama, pero no escucha —protestó Víctor resignado.

—¡Y además se quiere poner a leer! —exclamó Virginia como si aquello me convirtiese en la segunda de Mussolini.

De mis labios escapó una risilla que no pude contener y la incredulidad inundó los rostros de los presentes, lo que me divirtió todavía más. Los ojos de Dante se transformaron por el enfado y su corazón empezó a latir más deprisa.

—Llevas un buen ritmo —le dije con sorna, complacida tras ver que su corazón recuperaba algo de vida.

El gruñido que brotó de su pecho rebotó en las paredes y los presentes bajaron la cabeza en una muestra de respeto por su alfa. Yo alcé una ceja y lo miré con una calma que le molestó en lo más profundo y tuve que esforzarme para mantener el rostro impasible. Si enfadarlo era la clave para que su corazón recuperase la energía y le activase la mente se iba a recuperar en un santiamén, porque Diosa, qué bien se me daba sacarlo de quicio.

—No sé por qué te pones así —dije con voz dulce—. Tú llevas varias horas en la cama y sigues dando pena.

—¡África! —exclamaron varias voces a mí alrededor.

—Creo que tengo hambre... ¿Y tú? —Dante me observó como si quisiese aniquilarme con la mirada—. Me lo voy a tomar como un no, pero yo sigo teniendo hambre, así que me voy a buscar algo de comer. ¿Crees que estás lo suficientemente enfadado como para aguantar despierto hasta que vuelva o debería echarle un poco más de leña al fuego por si acaso?

Dante cerró los ojos y negó con la cabeza, pero su rostro se suavizó y las comisuras de sus labios se movieron hacia arriba. La expresión de Ceylán se transformó para mostrar una gran sonrisa y el doctor me observó con curiosidad desde el otro lado de la sala.

Hugo empezó a caminar a mi lado en cuanto llegué a la puerta y mis ojos se encontraron con los suyos, que me dejaron claro que la única forma de salir de allí sería acompañada por él. No protesté porque sabía que su ayuda me vendría bien y continué avanzando a una velocidad tan lenta que era incluso desesperante, pero el beta no se quejó en ningún momento.

Necesitaba salir de aquella sala durante unos minutos. Cada vez me sentía más cansada y tenía que recuperar la energía que me hacía falta para mantener la fachada de que todo estaba bien ante el alfa. Hugo se volvió para mirarme en cuanto llegamos al exterior y vimos que había un cuatriciclo aparcado en la entrada.

—Sí, por favor —dije con una exageración que suavizó su rostro.

El beta me ayudó a subirme al vehículo y me tuve que morder la lengua para contener el dolor que me invadió en cuanto moví más músculos de los necesarios. Estaba débil y el malestar que sentía no me ayudaba a lidiar con la sensibilidad de mi cuerpo, por eso necesitaba un buen plato de comida y una infusión de hierbas naturales.

Cuando llegamos a la casa de la manada, Hugo me cogió en brazos para que no tuviese que subir las escaleras. El beta estaba muy callado y sumido en sus pensamientos, y ni siquiera percibió el paso del tiempo mientras cocinaba. Deposité un plato de comida ante él y el lobo arrugó la frente con confusión.

—No tienes que comértelo si no tienes hambre.

—Gracias —me dijo con una sinceridad que me sorprendió.

Le dediqué toda mi atención a la comida que me ayudaría a mejorar el estado en el que me encontraba. Empecé con pequeños bocados que lograron que mi cuerpo recuperase la actividad, y al cabo de unos minutos, tuve que controlarme para no devorarlo todo en el mismo instante.

—Tienes mejor aspecto —me dijo Hugo con el ceño fruncido—. ¿Cómo es posible?

—No hay nada mejor para sanar a un licántropo que hierbas y nutrientes, Huguito.

—Gracias, Afriquita —dijo sorprendiéndome de nuevo, aquella vez por la cercanía de su sonrisa, que desapareció para dar paso a un semblante serio y preocupado—. Gracias de verdad. De no ser por ti, Dante no habría sobrevivido.

—Si no llega a ser por vosotros, ninguno lo habría hecho —dije mientras posaba una mano en su brazo para reconfortarlo.

—Cuando estabas en el río... Siento... Siento todo lo que te dije, me comporté como un imbécil.

—No pasa nada, Hugo.

—Sí que pasa —dijo con una ira que me sorprendió.

El dolor que vi en sus iris probó que su rabia no iba dirigida a mí y me entretuve pensando en cómo había reaccionado la manada al estado de Dante. Era evidente que todos los licántropos se preocupaban por su alfa, pero el comportamiento de aquellos lobos demostraba que Dante era mucho más que un simple líder para ellos.

—Es difícil —dijo después de unos segundos—. Dante me contó que te explicó cómo se quedó sin voz. —Asentí con la cabeza—. También me dijo que nunca se lo preguntaste.

—Todos tenemos secretos y cosas de las que no nos gusta hablar. Supuse que cuando quisiera contármelo, lo haría. ¿Por qué nunca me has preguntado por mis ojos?

—Porque Dante me lo prohibió —respondió haciendo un puchero que me hizo reír—. Se preocupa por ti, ¿sabes? No quería darte más motivos para que lo pasases mal, así que nos pidió que no sacásemos el tema por el momento.

—Es un hombre sabio.

—¿Por qué no le contaste lo que pasó en el río?

—No soy idiota, Hugo. Sé lo importante que es vuestra relación y no voy a meterme en medio.

El beta me observó con la mirada propia de alguien que intenta tomar una decisión difícil y me levanté para darle espacio. Cogí la caja plateada que tenía sobre la nevera y saqué del armario el agua floral que había preparado hacía una semana. Rebusqué entre las pequeñas bolsas de tela en las que guardaba diferentes tipos de hierbas hasta que encontré las que necesitaba y eché unas pocas en el mortero para aplastarlas y extraer todas su propiedades.

El beta se acercó cuando terminó de recoger la mesa y me observó mientras añadía un poco del agua floral a un cuenco y lo ponía a hervir. Hugo frunció el ceño en cuanto vio que le echaba varias hojas y flores secas al agua y no pude evitar esbozar una sonrisa.

—África... ¿por qué ya no estoy cansado?

—Un mago nunca revela sus trucos —le dije con una sonrisa pícara.

—¿Te contó por qué lo retó? —me preguntó de repente, lo que provocó que se me formase un nudo en la garganta. No quería pensar en Marcus, pero el cambio en el humor del beta lo convirtió en una tarea imposible.

—Me dijo que teníais un plan, pero que aquella noche se volvió loco y empezó a atacar a los miembros de vuestra manada.

—El Consejo nos ordenó que nos ocultásemos. Nos pidieron que no nos cruzásemos en su camino para evitar que hubiese algún conflicto, pero yo no les hice caso.

—¿Por qué no?

—Tenía a mis padres —dijo con los ojos llenos de lágrimas—. No sé qué le pasó aquella noche, pero perdió el control. Estaba cegado por la ira y empezó a matar a nuestros hermanos y hermanas. Mis padres eran deltas e intentaron sacar a todo el mundo de allí, pero Marcus los atrapó, les ordenó a sus acólitos que los sujetasen y les arrancó la cabeza de cuajo.

Me llevé una mano a la boca y gemí horrorizada. Se me erizó la piel y mi pecho se removió con el sufrimiento que cargaba la voz del joven y el dolor que me traían los recuerdos.

—La ira me cegó y me transformé de un salto. Fui a por Marcus, pero no era más que un chaval y no tenía nada que hacer contra él. Antes de que llegase a su altura, Dante empezó a gritar como un loco para llamar la atención de todo el mundo y lo retó. Lo hizo por mí, ¿entiendes? Es mi culpa, África, es todo mi culpa.

Gracias por leer!❤

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