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52. Colmillos

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Mi mirada iba de un lado a otro en un intento por comprender los estímulos que me rodeaban. La ira generó un incendio en mi pecho que arrasó con todo lo que encontró entre las llamas. Me esforcé por aumentar la velocidad para deslizarme entre los árboles y colisionar contra los dos aberrantes que había a lo lejos, que estaban tan entretenidos atacando el cuerpo de Dante que ni siquiera se percataron de mi presencia.

No pude controlar el gemido que escapó de mi pecho en cuanto choqué contra ellos y un latigazo de dolor me sacudió con violencia. La embestida logró apartarlos del alfa y aproveché la oportunidad para hundir los dientes en uno de ellos y arrancarle parte de la carne del lomo con los colmillos. Su aullido resonó en la inmensidad y una loba me empujó con rabia. Salí disparada por la colisión y me golpeé contra el tronco de un árbol. El dolor se extendió por mi cuerpo en cuestión de segundos y mis gemidos parecieron divertir a los otros dos aberrantes, que avanzaron hacia Dante para terminar lo que habían empezado.

El alfa yacía en el suelo y su cuerpo animal estaba cubierto de sangre. Su carne mostraba marcas de arañazos y mordiscos infligidos con tal inquina que habían llegado incluso al hueso. La vegetación se tiñó de escarlata y su respiración se debilitó tanto que el movimiento de su pecho se volvió casi imperceptible. Por el rabillo del ojo vi que había dos lobos muertos a escasos metros de distancia y la furia que se despertó en mi interior no ayudó a aclarar mis pensamientos. ¿Es que nadie les había dicho que cinco contra uno no era una lucha justa?

Hice acopio de toda mi fuerza de voluntad para levantarme, lo que no pasó desapercibido para la aberrante que avanzaba en mi dirección. La crueldad que bañaba su expresión se intensificó mientras me daba unos segundos para recuperarme antes de volver a atacarme. La loba disfrutó de tenerme acorralada como a una gacela indefensa y de mi pecho brotó un ligero gruñido que le mostró mis colmillos. Su diversión aumentó, y cuando me iba a mover para esquivar su ataque, uno de los lobos hundió los dientes en el pecho de Dante y me distraje.

Las garras de la aberrante me atravesaron la piel, pero el dolor que me invadió no fue nada comparado con la furia que incendió mis venas. La rabia me dotó de la fuerza que necesitaba para hundir los dientes en su cuello y arrancarle la carne de cuajo. El sabor a metal me revolvió el estómago y su cálida sangre se deslizó por mi pelaje y abandonó su cuerpo para fluir libre por el suelo del bosque. Los gemidos de la loba llamaron la atención de los otros aberrantes, que me observaron con un odio feroz.

Uno de los lobos se abalanzó sobre el cuello de Dante y eché a correr con la furia motivando cada latido de mi corazón. Le clavé las garras en el lomo para apartarlo del alfa y mis colmillos se encontraron con la parte baja de su columna vertebral. El aberrante gimió y se revolvió para librarse de mi agarre y su compañero aprovechó la oportunidad para atacarme. Me clavó la mandíbula en la pata y atravesó mi carne con los dientes antes de tirar de mí hacia el lado opuesto.

El lobo gruñó sobre mis gemidos cuando comprendió que el dolor que me causaba no era suficiente para doblegarme y se abalanzó sobre mí. Me desgarró la carne del lomo y me mordió en la parte superior del cuello. Sus garras se abrieron paso entre mi cuerpo y le prendieron fuego, y el latigazo de dolor que me sacudió provocó que emitiese un aullido desesperado que nació en mis entrañas.

Un gruñido me sobresaltó y mi pecho vibró involuntariamente. Sentí las pulsaciones en cada centímetro del cuerpo y mis músculos se resintieron por la fuerza que hacía. Mis dientes dejaron de aplicar tanta presión sobre el lomo del aberrante que tenía preso entre las garras, y la sangre abandonó mi cuerpo demasiado rápido.

La debilidad impidió que luchase para intentar zafarme del lobo que hundía los colmillos en mi cuello. El frescor de la brisa alivió mi sofocada respiración y las esquinas de mi visión comenzaron a oscurecerse. El cuerpo de Dante descansaba inmóvil junto a nosotros y sentí la calidez de su sangre en las patas. Escuché otro gruñido antes de ser liberada de la presión del aberrante que me tenía atrapada. Su boca y sus garras dejaron de sostenerme y me caí al suelo antes de que todo se sumiese en una profunda oscuridad.

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Un pitido se apoderó de mi pensamiento y provocó que el latigazo que me sacudió la mente se volviese todavía más doloroso. Me moví para deshacerme de la bruma que me invadía y gemí en cuanto el dolor se propagó por cada centímetro de mi cuerpo. Me levanté con los ojos inundados en lágrimas de angustia y me apoyé contra la pared tras sucumbir a la sensación de vértigo que se despertó en mi interior.

La imagen que me recibió en el espejo del baño me dejó con la boca abierta, aunque el dolor que sentía en cada centímetro del cuerpo debería haberme servido como aviso. Mi piel había perdido el color y tenía un aspecto débil y enfermo. Me quité la camiseta para descubrir qué se escondía bajo la tela y me mordí el interior de la mejilla en un intento por suprimir los gemidos de dolor que amenazaron con escapar de mi boca.

Arrugué la frente en cuanto vi las marcas de mordiscos que brillaban con un intenso color escarlata sobre mi tez pálida. Los tonos violetas que me teñían la piel me decían que los hematomas habían comenzado a sanar y las marcas de las garras de los aberrantes perdían nitidez con cada latido. Fue entonces cuando comprendí que lo que hacía que me sintiese tan cansada era el esfuerzo que había hecho mi cuerpo para luchar en contra de la muerte.

Tenía la espalda cubierta por gasas que no lograban impedir que la sangre brotase de mis heridas y el pie izquierdo me dolía como si lo hubiesen golpeado con un mazo de hierro y roto en mil pedazos. Cuando me agaché me volví a marear y me agarré al lavamanos para levantar la tela del pantalón y ver que tenía una herida en carne viva en el tobillo. Los recuerdos cobraron vida de golpe y mi mente se quedó en blanco y dejó espacio para un único pensamiento:

«Dante».

Me dirigí a la puerta lo más rápido que pude. Mi cojera era evidente y cada vez que me movía sentía que cientos de agujas se me clavaban por todo el cuerpo. Las lágrimas que me anegaban los ojos se desvanecieron en cuanto me acostumbré al dolor y avancé por los pasillos en busca del tenue olor a madera salvaje que logré percibir entre los medicamentos y la sangre.

Estaba demasiado débil. Lo sentía en cada poro de mi piel, en la rigidez de mis movimientos y en la lentitud que se apoderó de mi mente. Necesité de toda mi fuerza de voluntad para llegar al pasillo que conectaba los cuartos de la enfermería con las salas especializadas, y mis pensamientos se apagaron en cuanto atravesé el umbral de la puerta y posé la mirada en la camilla en la que descansaba el cuerpo inmóvil de Dante.

Me vi obligada a apoyarme contra la pared para comprender el terrible estado en el que se encontraba y se me formó un nudo en la garganta que se apretó conforme me acerqué a él. El olor a sangre y acónito me inundó las fosas nasales y mi cuerpo se sacudió con un estremecimiento. El color de la vida había abandonado su piel y mi preocupación aumentó cuando vi las múltiples máquinas que descansaban a su alrededor. El pitido que marcaba la debilidad de su corazón me golpeó con una fuerza que no esperaba y desató un huracán de sentimientos que me conmocionó durante unos segundos.

Deslicé los dedos por su mejilla y la baja temperatura de su cuerpo provocó que se me erizase la piel de la nuca. Me volví hacia las máquinas para adivinar cuál era su propósito y me tensé tras escuchar que uno de los pitidos se aceleraba. Me giré para ver qué había provocado aquel cambio y me topé con unos ojos color miel que me observaban con una intensidad abrumadora.

—Hola —susurré mientras le acariciaba la frente con delicadeza.

Dante cerró los ojos en cuanto sintió mis dedos sobre su piel y su reacción avivó la angustia que se apoderó de mi interior al verlo en aquella camilla. Su mirada me analizó con cautela y sus iris se transformaron en un río de ira en cuanto reparó en los mordiscos que había en mi cuello.

—Estoy bien —dije con voz suave, lo que provocó que el latido de su corazón se acelerase todavía más—. No hagas eso.

Dante emitió un sonido que me partió el corazón y lo miré desorientada e incapaz de comprender lo que estaba haciendo. Mis ojos se encontraron con los suyos y el dolor que vi en ellos me apretó el nudo que se me había formado en la garganta.

—¿Qué pasa?

Su frente se arrugó y de su pecho brotó un gruñido que acompañó con un gemido de dolor que me llegó a las entrañas. Su rostro se torció con pesar y no fue hasta que sentí la ausencia de un eco en mi interior que comprendí lo que había sucedido.

—El vínculo se ha desvanecido del todo —dije en un susurro.

Dante trató de asentir con la cabeza, lo que provocó que se tensase por el dolor. Me mordí el interior de la mejilla para contener el gemido que se formó en mi interior cuando reparé en sus manos rotas. La desesperación que se reflejó en su mirada me acuchilló el pecho y amenazó con llenarme los ojos de lágrimas.

«Eres mi astro y siento que eres mi hogar, África. No poder expresarme contigo me dolió más de lo que esperaba».

El recuerdo de sus palabras resonó en mi mente con una claridad que me abrumó e ignoré el nudo de angustia que me dificultaba la respiración para acercarme a él y facilitarle el acceso a mi cuello. Cerré los ojos y esperé a que llegase el dolor, pero los segundos pasaron y nada ocurrió. Me separé para poder mirarlo a los ojos y el sufrimiento que se reflejó en su rostro me sacudió con una fuerza devastadora. Fruncí el ceño al no entender por qué no me mordía y el pitido que marcaba el ritmo de su corazón multiplicó su velocidad.

—Quiero poder escucharte, Dante.

Sus iris se transformaron en dos orbes de energía en cuanto escuchó la súplica en mi voz y el alfa negó con la cabeza antes de emitir un gemido que me encogió. Su mirada reflejó culpa y vergüenza tras recordar la primera vez que me había mordido y acuné su rostro entre las manos para aliviarlo.

—Está bien —dije con voz suave mientras le acariciaba las mejillas—. Descansa —susurré antes de depositar un beso en su frente.

La atmósfera cambió y me separé de él para descubrir que había cerrado los párpados. El latido de su corazón se volvió tan débil que tuve que esforzarme por escucharlo y fue en aquel momento, en medio del huracán emocional que me arrasaba por dentro, cuando comprendí que no quería morderme por miedo a que sintiese el dolor de su pérdida en cuanto exhalase su último suspiro.

El drama es real, amiguis.

🏁 120 👀, 49 ✍ y 47 🌟

Pronto más.

Un besiñooooo!❤


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