5. Sorpresas
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Moví la cabeza en cuanto me desperté, activando un profundo dolor que no sabía que hibernaba en mi interior. El latido de mi corazón se aceleró en cuanto abrí los ojos y me di cuenta de que estaba en un lugar que no conocía y mis sentidos se pusieron en alerta al instante.
El agudo bip de una máquina resonaba en la estancia, midiendo mi ritmo cardíaco y delatando que me había despertado, y no pasaron muchos segundos hasta que escuché que alguien comenzaba a caminar en dirección al lugar en el que me encontraba.
Me mordí el labio al sentir que el dolor que me invadía aumentaba con el mínimo movimiento y flexioné las piernas para poder sentarme, teniendo que apoyarme contra el cabecero de la camilla en la que me había despertado al notar como una sensación de mareo lo volvía todo borroso a mi alrededor.
Mis ojos se deslizaron por la estancia para tratar de averiguar qué era lo que había ocurrido y dónde estaba, y los recuerdos del aberrante con el que me había topado la noche anterior inundaron mi mente de golpe, abrumándome con su intensidad. Me sentía como si hubiese presionado el botón de encendido de una televisión que tenía el volumen muy alto en medio de la madrugada, y me llevé una mano a la frente para mitigar los pinchazos que sentía en las sienes.
Al mover el brazo me di cuenta de que tenía una vía puesta en la mano y mi mirada siguió el tubo que la conectaba hasta llegar a dos bolsas de medicamentos líquidos. Fruncí el ceño al descubrir que había varios envases vacíos detrás de ellas, y me volví en busca de un reloj o una ventana que me permitiesen averiguar qué hora era.
La especie de enfermería en la que me encontraba estaba iluminada por los tubos de luz fluorescente que había en el techo, otorgándole a la estancia un aspecto frío y poco acogedor. En el cuarto había otra camilla vacía, dos mesas a cada lado, una vitrina con medicamentos y viales y varias máquinas médicas que se habían agrupado al fondo de la estancia.
Mi mirada se enfocó en la puerta cuando vi que se abría para dejar pasar a alguien y mi nariz se arrugó al reconocer un olor a madera salvaje que había percibido anteriormente. Mis ojos se posaron en la figura del hombre que entró en el cuarto, inundando la estancia con aquel aroma, y mi corazón dio un brinco en cuanto lo reconocí.
Me levanté de golpe, soltando un gemido al sentir que el dolor se extendía por mis músculos, y me moví para alejarme de él a toda prisa.
—¡Tú! —exclamé al sentir que mi mente recobraba la claridad que había perdido.
El hombre que me había acosado en el río levantó las manos en señal de rendición y se detuvo inmediatamente, provocando que frunciese el ceño al no entender de dónde había salido ni qué era lo que quería de mí. Sus manos se movieron para indicarme que me calmase, pero la máquina que medía los latidos de mi corazón comenzó a pitar descontroladamente en cuanto empezó a caminar en mi dirección.
—¿Qué le hiciste a aquella pobre chica, valiente desgraciado? —pregunté sintiendo que la ira se desataba en mi interior.
Sabiendo que las máquinas no harían más que dificultar mi huida, me deshice de los cables que había conectados a mis dedos y despegué el esparadrapo que se aseguraba de que la vía se mantuviese en su sitio, observándola con reparo antes de tirar de la aguja con todas mis fuerzas.
Gemí al sentir que me invadía un dolor punzante, pero el sonido se perdió en cuanto llegó a mí el gruñido que brotó del pecho del desconocido, que me observaba con atención a escasos metros de distancia.
Sus poderosos iris se encendieron de repente, brillando con el color del oro fundido y enfocándose en mi rostro. Ladeé la cabeza inconscientemente al sentir que me perdía en su mirada y la confusión se apropió de mi mente al no comprender por qué había un alfa que no era Emil enfrente de mí.
«Si es un alfa no ha podido ser él quién atacó a la joven en el callejón».
Fue entonces cuando recordé que cuando estaba entre los brazos del viajero, había escuchado un gruñido lejano que no provenía del aberrante. El recuerdo del sonido que hacía eco en mi memoria era muy similar al gruñido que acababa de brotar del pecho del alfa, y sentí como el calor se apoderaba de mi cuerpo automáticamente.
—¡¡Maldito pervertido!! —grité mientras le tiraba una botella de cristal que había sobre la mesa y que logró esquivar sin mucho esfuerzo, haciendo que estallase en mil pedazos al chocar contra el suelo.
Del pecho del alfa brotó otro gruñido que me sobresaltó y mis ojos se encontraron con los suyos, que habían recuperado su color miel natural, permitiendo que viese en ellos un brillo de dolor que me dejó todavía más confundida. Mi instinto de supervivencia apelaba a mis emociones más básicas, instándome a salir de allí cuanto antes para descubrir qué era lo que había ocurrido, pero debajo de la inseguridad y el malestar había algo más, algo que no lograba comprender.
Me tensé al escuchar que alguien se dirigía hacia nosotros a toda prisa y me acerqué a la vitrina en la que había medicinas y herramientas médicas para coger algo con lo que poder defenderme.
El alfa aprovechó la ocasión para atacarme y se acercó a mí a toda prisa. De su pecho brotó un gruñido de frustración al ver que cogía un afilado bisturí y lo movía hacia él, y cuando comprendió mis intenciones, levantó las manos en señal de rendición. Si pensaba que me iba a tragar su cara de niño bueno, estaba muy equivocado.
Algo se removió en mi interior cuando sus ojos se encontraron con los míos y sentí que la profunda confusión que me invadía no hacía más que agravarse. ¿Por qué había otro alfa en el valle? La manada solo podía tener uno, y al ser consciente de aquel pensamiento, todo encajó en mi mente.
—¿Has retado a Emil? —pregunté sintiendo como el veneno teñía cada una de mis palabras.
Solo había dos maneras de convertirse en el alfa de una manada. La primera era seguir la línea de sangre, aceptando el cargo cuando se retirase tu predecesor, mientras que la segunda consistía en retar al alfa de la manada en un combate, siendo el vencedor el que ocuparía el puesto de mayor rango entre los lobos.
Mi mente estaba tratando de decirme algo, pero sentía que no podía pensar con claridad. Algo estaba mal en mi cuerpo y no lograba identificar de qué se trataba. Me concentré en la debilidad que se había apoderado de mis músculos y en aquel ardor tan familiar que quemaba mi pecho, y en cuanto mis ojos se posaron en las bolsas de líquido que habían estado introduciendo en mis venas y percibí un débil olor a matalobos en el ambiente, todo tuvo sentido.
—Dante, tenemos un problema —dijo un hombre mientras entraba en el cuarto a toda velocidad.
—Oh, genial, otro más que se une a la fiesta —dije con un sarcasmo con el que traté de disimular mi nerviosismo.
El lobo que acababa de entrar en la enfermería me observó con confusión, como si le hubiese sorprendido que mi cuerpo saliese victorioso de la lucha contra el veneno que corría por mis venas.
«Soy toda una caja de sorpresas, trozo de mierda».
La ira se removió en mi interior al sentirme acorralada por aquellos desgraciados y se me erizó la piel de la nuca al ver que comenzaban a caminar en mi dirección.
Mis ojos se posaron en la ventana que había tras ellos y mi esperanza se convirtió en decepción al reparar en los barrotes que impedirían que escapase por ella, lo que significaba que la única salida posible era la puerta que no lograría alcanzar antes de que el alfa que no dejaba de observarme me aplacara con su poderoso ataque.
Aquí os dejo el cap de hoy, espero que os guste. ¡Y hacedle caso al banner!
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