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46. Bestia

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Cuando llegamos al claro de la zona norte nos recibió un silencio sepulcral. Ceylán, Zoe y yo nos acercamos a los guerreros de la manada y mis ojos se centraron en la plataforma de madera que se extendía sobre nosotros. Hugo y Dante se movían sobre ella en forma animal. Sus miradas se concentraban en anticipar los movimientos del otro y los ojos de Zoe se iluminaron con una admiración que llenó mi interior de calidez.

Los guerreros los observaban con toda su atención, pues el alfa y el beta intentaban enseñarles algo que poner en práctica cuando se enfrentasen a los aberrantes. El combate duró varios minutos más, y cada vez que alguno era herido, Ceylán negaba con la cabeza porque sería él quien tendría que sanarlos cuando terminasen. Era evidente que ambos eran letales, y aunque el beta era un digno adversario, el alfa ganó la batalla en aquella ocasión. Los guerreros sonrieron y los aclamaron en una muestra de su respeto y admiración. Dante se acercó a Hugo para hundir el hocico en su pelaje y Zoe se tensó junto a mí.

—¿Qué hace? —me preguntó en un susurro.

La joven no necesitó mi respuesta y sus músculos se relajaron al ver que Hugo frotaba la cabeza contra la del alfa. Los lobos desaparecieron tras los árboles para recuperar su forma humana y Virginia comenzó a dar órdenes para que los guerreros empezasen el entrenamiento. El grupo se trasladó a la zona más alejada de la plataforma y Hugo y Dante salieron de entre los árboles vestidos con los pantalones que ocultaban en el bosque. Ceylán abrió el maletín y se preparó para desinfectar sus heridas mientras se dirigían a nosotros.

—Casi te tenía —le dijo Hugo con una sonrisa.

—Quizá para la próxima. La cuestión es seguir intentándolo, e intentándolo, e intentándolo —le respondió Dante antes de volverse hacia mí para dedicarme un guiño que provocó que pusiese los ojos en blanco.

—Veo que ser un lobo no te exime de los concursos para ver quién es más machito —murmuró Zoe. Los rostros se tiñeron de diversión a nuestro alrededor y la carcajada que escapó de mi pecho resonó en el claro.

—¡Así se habla! —exclamó Virginia desde la plataforma.

Mi amiga se sonrojó en cuanto comprendió que había hablado demasiado alto y Dante arqueó una ceja y se acercó a ella con una sonrisa maliciosa. El alfa la cogió en peso y se la llevó hasta la plataforma, lo que provocó que Zoe me mirase como si estuviese caminando hacia la guillotina.

—¡África! —exclamó con tono de súplica.

—Promete que será bueno —le dijo Hugo con una sonrisa que aumentó mi diversión.

—Aprovecha tu lado salvaje, Zoe. Piensa que es ese cliente que se queda en la barra hasta pasada la hora de cierre y no deja que nos vayamos a casa.

—¿Y qué hago? —preguntó nerviosa.

—La entrepierna siempre es una buena opción —le dijo Víctor con una sonrisa perversa.

El rostro de Zoe se tiñó de malicia y Dante se sorprendió al ver la determinación de la joven, lo que provocó que nos echásemos a reír sin disimulo alguno.

—Que bien que estéis aquí —dijo Virginia cuando un grupo de jóvenes llegó al claro—. Zoe se ha ofrecido voluntaria para enseñaros vuestra primera lección.

—¡De eso nada! —protestó ella antes de que Dante la agarrase por los brazos para inmovilizarla.

Los ojos de Zoe se encontraron con los míos y le dediqué un asentimiento de cabeza que ayudó a que se tranquilizase. Virginia continuó hablando para enseñarles qué tenían que hacer si se encontraban con un aberrante y no podían huir, pues aquella sería la primera de sus lecciones, y cuando la gamma dejó de hablar, Dante se movió para atacar a Zoe.

Lo que el alfa no sabía era que habíamos practicado movimientos de defensa personal en los ratos libres que teníamos en el bar. Dante se adelantó para golpearla, pero la joven lo esquivó y se preparó para darle un rodillazo en la entrepierna. El lobo percibió sus intenciones y se protegió la zona con las manos para detener el golpe, algo que logró hacer sin mucho esfuerzo, pero aquella pequeña muestra fue suficiente para que estallásemos en gritos y carcajadas.

Zoe se sonrojó y Dante se rio entre dientes y negó con la cabeza antes de felicitarla. Virginia puso fin a nuestra diversión y el grupo de jóvenes se reagrupó para practicar los movimientos indicados. La gamma invitó a Zoe a quedarse, así que Ceylán y yo nos despedimos y regresamos al centro del claro en el cuatriciclo.

Tras ayudar al doctor con la investigación sobre el acónito durante varias horas, me dirigí de vuelta a casa, pues mi mente necesitaba un descanso. A pesar de que ya me encontraba mejor, no podía negar que seguía estando débil y deshidratada, y me obligué a beber agua y preparar una comida nutritiva antes de quedarme dormida en el sofá.

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Cuando me desperté descubrí a Zoe sentada junto a mí, inmersa en un libro sobre plantas medicinales que curaban a nuestra especie.

—¿Qué tal estás? —me preguntó con una sonrisa.

—Mejor, gracias. ¿Qué tal ha ido el entrenamiento?

—¡Genial! —exclamó emocionada—. Es muy divertido. Siento que hay una parte de mí que está hecha para esto y tengo ganas de seguir practicando.

—Quizá te conviertas en una de las mejores guerreras de la Manada del Valle.

—¿Tú crees? —preguntó con un brillo de esperanza en los ojos—. Víctor se ha ofrecido a ayudarme con el ataque esta tarde, así que supongo que averiguaremos si tengo madera de guerrera o no.

—No me hace falta esperar a esta noche para saberlo, y trae eso y coge un papel y un boli. Voy a compartir contigo mis secretos mejor guardados sobre plantas que no salen en los libros.

Zoe le prestó mucha atención a todo lo que le conté sobre hierbas y ungüentos. Le expliqué cómo se trataban y qué hacía cada una de ellas, cuáles servían para el dolor, cuáles aumentaban el sentido del olfato, la rapidez, el descanso y todo lo demás. De vez en cuando dejaba de tomar anotaciones y me hacía preguntas, y cuando llegó la media tarde, Víctor vino a buscarla para llevársela a practicar sus dotes de lucha. Me sentía muy agradecida con todos por tratarla tan bien, y a pesar de que sabía que lo mejor para ella era refugiarse con Emil, no podía evitar sentirme algo triste por que se fuera.

Continué con mi aprendizaje sobre la lengua de signos mientras me tomaba un café, y antes de que me diese cuenta, ya había comenzado a anochecer. Maldije en voz baja y encendí el ordenador a toda prisa, pues no me quedaba mucho tiempo de soledad. Pegué un brinco en cuanto escuché el sonido de la puerta y cerré la tapa del ordenador de inmediato, lo que provocó que en el rostro de Dante se dibujase una sonrisa maliciosa que amenazó con acelerar el latido de mi corazón.

—Hola —dijo con expresión burlona mientras se acercaba a mí.

¿Cómo te ha ido el día? —El brillo de sus ojos se oscureció durante unas milésimas de segundo y no necesité del vínculo para saber que lo invadía la preocupación, aunque se me hizo extraño no sentir el eco de sus emociones en un lugar recóndito de mi mente.

«Me interesa más lo que estabas haciendo... Sabes que me tienes aquí para lo que necesites, ¿no?» —dijo con una mirada pícara que me hizo reír.

—Oh, cállate un poco —respondí mientras se sentaba a mi lado en el sofá—. Pensé que eras Zoe, por eso me asusté. Su abuela le regaló un colgante antes de morir y cuando se transformó por primera vez lo perdió. Sé que le tenía mucho cariño y estaba buscando uno que darle como regalo de bienvenida, pero no encuentro ninguno que me guste —expliqué algo apenada.

Dante deslizó la mirada por las pestañas que tenía abiertas en el buscador antes de acercarse a mí para besarme con una ternura que me desarmó por dentro.

¿Bajamos a cenar?

Asentí y dejé que me cogiese de la mano y me guiase escaleras abajo. Estaba hambrienta y sonreí en cuanto percibí el delicioso olor que inundaba el comedor. Dante se detuvo a hablar con uno de sus deltas y yo le dediqué una sonrisa al desconocido y me dirigí al mostrador, donde Susana me recibió con amabilidad.

Cuando tuve una bandeja repleta de comida me dirigí a la mesa que ocupaban Zoe y los gammas. La joven tenía un golpe en la mejilla y estaba hecha un trapo, y a pesar de todo, exhibía una sonrisa radiante.

—¿Cómo ha ido el entrenamiento? —les pregunté antes de sentarme.

—Tu amiga tiene mucha ira contenida —dijo Víctor mientras señalaba la pequeña marca que tenía en la frente, lo que provocó que Zoe se sonrojase.

—No te sientas mal, se merece ese y muchos golpes más —le dijo Virginia con complicidad. Los lobos asintieron cuando Dante llegó a la mesa y se sentó junto a mi amiga.

—Veo que has tenido un buen día, Víctor —le dijo con burla.

—¿Se puede saber qué problema tenéis conmigo? —Se defendió el gamma con falsa ofensa.

—Oye, ¿y a ti qué te pasa? —le preguntó Hugo a Dante—. ¿No estás como muy sonriente?

—Oh, ¿os habéis acostado por fin? —preguntó Virginia con asombro—. Menos mal, porque la tensión sexual se estaba volviendo demasiado incluso para mí.

—Cuatro veces. No tengo palabras, Virginia, alcancé el nirvana.

«¡África!» —exclamó Dante en mi mente.

Los lobos que había sentados a la mesa se quedaron atónitos y un silencio ensordecedor se extendió por el comedor. Sentí las miradas de los presentes sobre mí y me volví para confirmar que todo el mundo estaba pendiente de nuestra conversación.

—A ver, estaba intentando ser modesta, pero vuestro alfa es una bestia y en realidad han sido seis.

Ceylán no pudo contenerse y escupió el agua que estaba bebiendo. El rostro de Virginia se transformó por el asombro y las gotas de agua se deslizaron por su piel. La profunda carcajada que brotó de mi pecho resonó en la calma que se había apoderado del comedor y las risas de los demás no tardaron en unirse a las mías. Zoe se esforzó por disimular, pero nadie logró aguantar la risa, ni siquiera la propia Virginia. Ceylán se llevó las manos a la cabeza abochornado y me apresuré a darle mi servilleta para que se secase mientras se me llenaban los ojos de lágrimas.

—Yo alucino —dijo la gamma con resignación.

—Es mejor que no me preguntes si no quieres que dé una respuesta —dije en un intento por recuperar la compostura.

—Es mejor que no le preguntes nada en general, porque al parecer no es capaz de mantener una conversación seria sin reírse o sin decir algo inapropiado —puntualizó Dante.

—Tengo que decir, con el conocimiento que he adquirido desde que la conozco, que lo que dices es completamente cierto —confirmó Zoe mientras se llevaba una mano al corazón con gesto solemne.

Las risas de los demás se agravaron y fruncí el ceño en cuanto sentí que algo no iba bien. Mis músculos se tensaron y arrugué la nariz al instante. Me volví hacia las ventanas, y cuando no logré percibir nada en el bosque, cerré los ojos para concentrarme en el rastro que había llegado a mí y que tan sólo podía significar una cosa: aberrante.

Espero que os guste ❤

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