43. Calor
Recordad que hay meta para el próximo cap, más info al final ❤
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Me sentí incómoda conmigo misma sin comprender el motivo y el piano me quemó la piel en un ambiente cargado de sensaciones que escapaban a mi control. Me separé de las teclas y me levanté del banco para alejarme de él, pero Dante llegó y tiró de mí hacia arriba, lo que provocó que su pecho colisionase contra el mío. El alfa deslizó una mano por mi cuello y fruncí el ceño antes de sentir sus labios sobre los míos.
Mi corazón se aceleró cuando me atrajo todavía más hacia él y un cálido revoloteo nació en la parte baja de mi vientre y se extendió por todo mi cuerpo. Su lengua me rozó los labios, y aunque había cientos de ojos observándonos, lo dejé entrar. Dante me besó con una intensidad que no comprendí y las emociones que nos rodeaban se volvieron cálidas y agradables. La brisa de la montaña se cargó de una sensación de alivio que me dejó todavía más confusa y mi respiración se agravó. Mi corazón acusó los efectos del acónito, y cuando estaba a punto de separarme para mitigar el dolor que se despertó en mi interior, Dante se tensó entre mis brazos.
El ambiente cambió y percibí la incertidumbre y el nerviosismo que flotaron en el aire. El alfa se separó de mí y me observó con la mirada desenfocada antes de echar a correr hacia el exterior. Los miembros de la manada desaparecieron tras él y me llevé una mano a la boca mientras me dejaba caer en el banco del piano.
—¿Qué acaba de pasar? —me preguntó Zoe en un susurro.
«Hay un aberrante en el perímetro» —dijo Dante desde donde fuera que se encontrase.
Zoe me observó con temor cuando compartí el mensaje con ella y bajé la tapa del piano para poder apoyar la cabeza en las manos. Cerré los ojos en un intento por controlar lo que estaba sucediendo en mi cuerpo y suspiré.
—No sé qué pasa con el aberrante, pero lo que acaba de ocurrir en esta sala, amiga, ha sido increíblemente sexy. Tengo calor, África, calor, no sé si me entiendes. —La picardía que iluminó sus iris provocó que soltase una carcajada—. ¿Y ahora qué pasa? ¿Qué hacemos?
—Esperar —dije con resignación—. Los rastreadores y los guerreros de la manada darán con él y el alfa y el beta se encargarán de hacer lo que sea necesario. Nos comunicarán lo que ha ocurrido cuando llegue el momento.
—Cada miembro de la manada aporta su granito de arena, ¿no?
—Exacto. Todos tenemos un papel que desempeñar.
—¿Y el dinero de dónde sale?
—Muchos tenemos trabajos normales y cada grupo utiliza diferentes formas para hacer beneficio, pero suelen basarse en negocios e inversiones que reportan ingresos constantes. La mayor parte de las manadas son antiguas y ya tienen un sistema económico establecido.
—¿Y la de Emil es antigua? —preguntó con una intranquilidad que no me pasó desapercibida.
—Siento no poder ir contigo, Zoe... —Mi amiga me sonrió y negó con la cabeza—. Conozco a Emil desde hace tiempo y te puedo asegurar que no tienes nada de lo que preocuparte.
—¿Estás segura? —me preguntó mientras nos dirigíamos al claro.
—Completamente. Emil es un buen líder y siempre se preocupa por hacer lo mejor para su manada. Su territorio en el valle es muy bonito y te van a tratar muy bien. A mí me recibieron con los brazos abiertos y llegué pidiendo concilio, así que a ti, que vas a ser de su propia manada, te van a tener en palmitas. —Zoe me sonrió más tranquila, pero volvió a fruncir el ceño segundos después.
—No pretenderás que me suba en eso —dijo mientras nos acercábamos a un cuatriciclo.
—Eres una mujer lobo y tus heridas se curan en segundos, madura, por favor.
La joven entrecerró los ojos y me miró como si fuese la peor persona del mundo antes de subir al vehículo. El matalobos fluía por mis venas y arrasaba con todo lo que encontraba a su paso, y aunque había descansado durante toda la noche, seguía sintiendo que me dolía hasta caminar.
Zoe y yo invertimos el resto de la mañana en recorrer el territorio de la manada. Caminamos por el bosque, mojamos los pies en el río, investigamos las cimas de las montañas en busca de halcones, cabras montesas y animales salvajes y hablamos de todo lo que implicaba ser una licántropa.
Cuando volvimos al claro a la hora de comer estaba agotada, pero feliz. El humor de la manada parecía haber mejorado, y a pesar de que la tensión seguía presente, el ambiente también se había relajado. Varios rostros se volvieron para saludarnos cuando entramos en el comedor y los gammas nos invitaron a sentarnos en su mesa.
—¿Alguna novedad? —les pregunté.
—Todavía no lo han encontrado.
—Entonces ya no van a dar con él —dije mientras negaba con la cabeza. Los rostros de los lobos se volvieron en mi dirección y me miraron como si hubiese afirmado que la luna era cuadrada—. ¿No os parece que sois demasiado dramáticos en esta manada?
—Pues tú no lo eres lo suficiente —respondió Víctor con los ojos entrecerrados.
—Totalmente de acuerdo, amigo —le dijo Zoe mientras levantaba el vaso para brindar en mi contra.
—Solo digo que después de tantas horas, la probabilidad de que den con él es nula.
—África, deja de hablar, no lo estás arreglando —dijo Virginia enfurruñada, lo que provocó que mi amiga se riese entre dientes.
—Bueno, pues cambio de tema. Zoe y yo hemos estado hablando, y si tienes tiempo y no te importa, estaría bien que le explicases alguna que otra cosa sobre cómo defender-
—¡Cuándo quieras! —exclamó Virginia antes de dirigirse a Zoe con un alegre brillo en la mirada. Mis ojos se encontraron con los de Víctor y Ceylán, que negaron divertidos mientras las jóvenes se sumían en una conversación paralela.
—Esta tarde quería ayudarla con la transformación y darle algunos consejos —les dije—. ¿Cuál creéis que es el mejor sitio para hacerlo? No quiero que deje sorda a media manada.
—Los pisos de la casa de la manada están aislados entre sí —me explicó Ceylán.
—Solo tienes que asegurarte de que las ventanas y las puertas están cerradas y el sonido no se propagará —añadió Víctor.
«Habrá que comprobarlo, ¿no?»
Me volví de inmediato, lo que llamó la atención de mis acompañantes. Dante, que caminaba en nuestra dirección con Hugo a su lado, me dedicó una sonrisa maliciosa. Fui incapaz de contenerme y me reí entre dientes, lo que provocó que sus ojos brillasen durante una milésima de segundo.
—No quiero ni saberlo —dijo Virginia con una expresión de disgusto que dibujó sonrisas en nuestros rostros.
Los gammas hicieron un gesto con el que mostraron su respeto por el beta y el alfa de la manada, que se sentaron a la mesa y se unieron a la conversación como si nada hubiese ocurrido. Zoe hizo decenas de preguntas sobre los temas que guiaron la conversación y ellos aplacaron sus dudas y le explicaron todo lo que quería saber.
«Estás bien?» —me preguntó Dante al verme tan callada.
—Estoy cansada —dije para resumir la agonía que me consumía por dentro.
Hugo fue el primero en levantarse, ya que tenía varios asuntos que atender, y los lobos se quedaron en silencio y lo observaron mientras recogía los cubiertos y se llevaba la bandeja.
—¿Qué pasa? —preguntó en cuanto vio los ceños fruncidos de sus amigos.
—¿Qué haces? —le preguntó Dante con confusión.
—Recoger. Mira a tu alrededor, todo el mundo lo hace. —Hugo trató de contener su diversión cuando el alfa comprobó que lo que decía era cierto—. Ya tienen bastante con hacerte la comida, servírtela y limpiarlo todo tres veces al día, una ayuda no les viene mal —añadió Hugo parafraseando lo que le había dicho y haciendo que los gammas se riesen entre dientes.
Dante nos miró con una incredulidad que me obligó a morderme el interior de la mejilla para no soltar una carcajada. Sus ojos se encontraron con los míos en busca de respuestas y negué con la cabeza para disimular mi diversión.
—Tiene razón —dije mientras me levantaba y cogía mi bandeja—. Una ayuda nunca viene mal, Dante.
El alfa frunció el ceño y Hugo y yo nos miramos y empezamos a caminar hacia el mostrador. Las carcajadas de los gammas llegaron a nosotros en cuanto nos alejamos y tuve que esforzarme para no unirme a ellas y dejarnos en evidencia.
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El resto de la tarde fue un borrón. Zoe y yo nos encerramos en casa para practicar su transformación, y a pesar de que le costó sangre, sudor y lágrimas, logró comenzar el cambio por si misma. Sus gritos rebotaban en las pareces con tanta potencia que me parecía imposible que no se escuchasen en el exterior y mi dolor de cabeza no tardó en llegar. Me sentía fatal por no poder transformarme con ella y acompañarla en mi forma animal, pero el acónito que tenía en sangre hacía que fuese imposible, así que me limité a susurrarle palabras de aliento y esperar a que su dolor se apagase.
—¿Cuál es tú secreto? —me preguntó cuando recuperó la consciencia tras el esfuerzo que le supuso volver a convertirse en humana.
—¿Qué secreto?
—Te transformas en segundos —dijo con la voz cansada—. Desde que estoy aquí he visto a más lobos transformarse, pero tú eres incluso más rápida que el alfa. ¿Cómo lo haces?
—Mucha práctica —respondí mientras apartaba un mechón de pelo de su sudorosa frente—. Cuando te ves obligada a luchar, en esos segundos puede esconderse la victoria. Tienes que transformarte varias veces al día, aunque sea seguidas, para que tu mente aprenda a procesar el dolor y tu cuerpo se habitúe al cambio.
Zoe asintió y se apoyó contra el sofá. La joven le dedicó unos minutos a retomar el aliento antes de volver a transformarse, e hizo lo mismo tres veces más hasta que determinamos que ya era hora de parar. Mi amiga se quedó dormida en segundos, agotada por el dolor y el trauma del cambio, y yo le dediqué mi tiempo a aprender lengua de signos y a retorcerme por el malestar del acónito y el dolor de ovarios.
«El mejor día de nuestras vidas».
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Cuando sentí que alguien tiraba del libro que sostenía, comprendí que yo también me había quedado dormida. Abrí los ojos para encontrarme con la tierna mirada de Dante, que me estaba tapando con una manta.
—¿Qué haces? —le pregunté antes de bostezar. El alfa me miró y se rio entre dientes. Escuché que Zoe estaba en la ducha y mi astro se sentó en el reposabrazos del sofá y me observó en silencio—. ¿Qué pasa?
—¿Cómo te encuentras?
—Bien. ¿Y tú? ¿Qué ha pasado con el intruso?
—No lo hemos encontrado —dijo con pesar.
Posé la mano sobre la suya para darle un apretón y Dante me dedicó una sonrisa que me aceleró el pulso. Escondí la cabeza entre los cojines, pues no quería tener que lidiar con el fuego del acónito, y el alfa me dejó sola. Escuché que se entretenía en la cocina y me permití dejar la mente en blanco y disfrutar de la paz del momento, pero no me pude resistir al aroma a chocolate que inundó la estancia.
Dante puso sobre la mesa tres tazas y una jarra con batido de chocolate, un cuenco con fruta y el bizcocho que él y Zoe habían horneado aquella mañana.
«¿Qué más se puede pedir?» —me dijo con un guiño de ojos que me derritió por dentro.
«Eso digo yo, ¿qué más se puede pedir?»
Hola, gente bella!
Actualizaré todos los lunes y jueves siempre que se haya cumplido la meta que pondré en cada capítulo. Si no se cumple, esperaré a que lo haga.
Empezaré a contestar vuestros comentarios pronto. A ver si juntxs le devolvemos la vidilla a este mundo salvaje 🐺
Meta para el capítulo 44: 85 👀, 30✍ y 35 🌟
Empezamos bajito para ver cómo va esto.
Muchas gracias a todas las personas que apoyáis la novela. Espero que la estéis disfrutando.
Un besiño!! ❤❤
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