42. Wild
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Dante posó una taza ante mí y le di las gracias en lengua de signos, pero sus músculos se tensaron y su mirada se desenfocó al cabo de unos segundos. El ambiente cambió y Zoe y yo esperamos a que terminase de hablar con alguien de la manada para saber qué estaba ocurriendo. Sus ojos de color miel se enfocaron en nosotras y su frente se arrugó en cuanto percibió nuestra preocupación.
—Perdón —dijo antes de coger la libreta que había sobre la encimera para escribir un mensaje—. «Han organizado una reunión con toda la manada, nada grave».
«Por el momento» —pensé.
—Vamos a reunirnos con todo el mundo para analizar la situación como manada en conjunto —dije repitiendo las palabras que Dante pronunciaba en mi mente—. Estaremos en el claro que hay en la parte norte del territorio. Si necesitáis cualquier cosa, avisadme.
Zoe y yo asentimos en silencio y la mirada de Dante volvió a desenfocarse.
—Tengo que irme —dijo cuando volvió en sí. El alfa escribió algo en la libreta que solo le enseñó a Zoe, lo que provocó que la joven soltase una carcajada y que él se riese entre dientes.
«Adiós, Reina» —dijo con un guiño seductor antes dirigirse a la salida.
Me mordí el labio para tratar de contener la sonrisa y me encontré con la emocionada expresión de Zoe, que fingió que gritaba como una histérica en cuanto se cerró la puerta.
—Explícame por qué todavía no te has acostado con ese hombre.
—Sabes que aún puede escucharte, ¿no?
—¡Oh, jolín! —exclamó con las mejillas sonrojadas—. Lo siento, Dante, no pretendía ofender.
«Dile que es todo un cumplido y escúchala, es una mujer sabia».
—Dice que se lo toma como un cumplido. —Zoe se rio entre dientes y me observó con malicia.
—Todavía no me acostumbro a eso de la telepatía.
—Es extraño al principio, pero luego se vuelve útil.
—¿Y solo pasa con los lobos de la misma manada? —Asentí con la cabeza—. Pero tú no perteneces a la manada de Dante.
—El vínculo astral también permite la comunicación telepática.
—Pero para eso tendríais que haberos marcado, ¿no?
—Exacto. Dante me mordió y por eso puedo escucharlo, pero como yo no lo marqué a él, mi comunicación está bloqueada. —Zoe asintió y meditó sobre mis palabras durante unos segundos.
—Y volviendo al tema, ¿por qué no te acuestas con él?
—Es complicado, Zoe. Mientras no lo aceptas todavía puedes rechazar el vínculo, pero una vez formalizas la unión, ya no hay vuelta atrás. El lazo es tan fuerte que se podría decir que tu vida está ligada a la de la otra persona hasta el fin de los días.
—Pero Ceylán y los demás me dijeron que encontrar a tu astro es una de las mejores cosas que te pueden pasar en la vida. —Asentí con la cabeza—. ¿Entonces cuál es el problema, Afri?
—Que no puedo. Sé que lo normal es recibir a tu astro con los brazos abiertos, pero no puedo, Zoe. No puedo regalarle mi existencia a alguien que no conozco confiando en el poder místico de la Diosa de la Luna, la naturaleza de nuestra especie o lo que sea que lo origina. ¿Cómo voy a comprometerme a pasar mi vida con una persona a la que no conozco? ¿En base a qué? ¿A que somos compatibles según quién? Tengo que renunciar a mi libertad, Zoe. Es... —solté un suspiro de frustración—. No puedo hacerlo así como así.
—Supongo que al ser una nómada y él un alfa todo es más complicado, pero estoy segura de que acabarás tomando la mejor decisión para ti —dijo mientras me daba un apretón para demostrarme su apoyo.
—¿Cuáles son nuestros planes de hoy?
—Podríamos dar una vuelta por aquí, no he visto mucho más allá de la enfermería y este piso y me muero de la curiosidad.
La emoción que contenía su rostro era contagiosa y terminé de desayunar a toda prisa para salir de casa cuanto antes. Zoe se ponía muy contenta cada vez que aprendía datos sobre los licántropos y continuamos charlando sobre nuestro estilo de vida mientras recogíamos la cocina. Mi mirada se posó en la libreta que había sobre la encimera y sonreí al leer el «no dejes que se coma todo el bizcocho» que había escrito Dante antes de irse.
—No es por meter presión, pero me cae bien —dijo Zoe con voz sincera.
—Me voy a vestir.
Cuando el timbre del horno nos avisó de que el bizcocho estaba listo, abandonamos la casa por las escaleras interiores, ya que Zoe quería ver el resto del edificio. Evitamos el segundo y el tercer piso porque era donde residían el resto de los miembros del Consejo de la manada y echamos un vistazo por las oficinas y los despachos antes de centrarnos en el bajo, que era la zona común dedicada a la vida social de los lobos.
—¡Qué guay! —exclamó mi amiga en cuanto entramos en un espacio inmenso donde había varias mesas de billar, futbolines, una estantería llena de juegos de mesa y varias televisiones con consolas y videojuegos—. ¿Por qué no me dijiste que esto era tan genial?
—Porque no lo había visto —respondí tan sorprendida como ella.
Zoe recorrió la sala antes de dirigirse a la siguiente, y en cuanto crucé el umbral de la puerta, sentí que me encontraba en una de las cafeterías del valle. La estancia estaba repleta de mesas de madera de distintos tamaños y colores, sillas y sofás de diversos estilos y barras pegadas a las ventanas acompañadas por taburetes. En la esquina más alejada descubrí varias máquinas de café, neveras sobre el suelo y vitrinas que contenían pasteles y otras delicias que me hicieron la boca agua.
—¡Este sitio es la caña! —exclamó Zoe antes de encaminarse hacia el siguiente cuarto.
La joven se detuvo en la entrada y sus ojos se iluminaron. Aquel espacio era diferente al resto y mis músculos reaccionaron como si reconociesen un hogar olvidado. Las paredes exteriores habían sido sustituidas por cristaleras que daban al bosque y parecía que estábamos en medio de la naturaleza. Había butacas y sofás por todas partes, y las lámparas de pie que se repartían por la estancia la dotaban de una calidez mágica. Las alfombras provenían de distintos lugares del mundo y en todas las esquinas se erigían pequeñas estanterías repletas de libros de colores. El lugar era precioso, pero lo que más me llamó la atención fue el piano que había en la parte más alejada de la sala, recluido y ajeno al resto del mobiliario.
—Afri —dijo Zoe en un susurro mientras trataba de asimilar la magnificencia de aquel lugar.
La brisa de la montaña se coló por la puerta de cristal que había en uno de los laterales, hechizándome y empujándome hacia el piano como si fuese un pedazo de hierro atraído por un imán. Deslicé los dedos por la tapa negra y me permití admirar la belleza de su acabado mientras imaginaba qué melodías habrían brotado de su corazón de madera y cuerda.
—Cántame algo —me pidió Zoe.
—No sé...
—Venga, Afri —suplicó con voz infantil—. Ahora ya no te voy a escuchar cantar los viernes en el Aurora y todo será peor cuando me vaya a la manada de Emil.
—La carrera de manipulación la sacaste con honores, ¿no? —pregunté con los ojos entrecerrados.
Zoe dio unas palmadas y se sentó en el sofá más cercano mientras levantaba la tapa para dejar las teclas al descubierto. No fui consciente de lo mucho que echaba de menos la música hasta aquel momento. Con todo lo ocurrido en las últimas semanas mi vida se había puesto en espera, y sonreí al recordar todos los buenos momentos que había vivido gracias a los acordes que me aceleraban el corazón.
—La verdad es que ahora te entiendo mucho mejor que antes —me dijo Zoe con voz suave—. La vida de una loba nómada encaja a la perfección con la profesión de música.
—Y camarera —dije con una sonrisa.
Nuestros ojos se encontraron, y en cuanto vi el brillo que se había apoderado de su iris, descubrí que ser una mujer lobo significaba más para ella de lo que podría parecer a simple vista. Zoe siempre se había sentido desconectada de la realidad y vagaba de un lado a otro en busca de un hogar que le habían arrebatado hacía décadas. La joven no parecía ser capaz de encontrar su sitio en el mundo, y en cuanto comprendí que por fin lo había logrado, supe qué canción le iba a cantar.
Deslicé los dedos por las teclas y mis caricias provocaron que las primeras notas resonasen en la tranquilidad que nos rodeaba. Mi corazón latió con vigor y la sonrisa que se dibujó en mi rostro se iluminó con la felicidad que brilló en mi pecho. El poder de la música se entrelazó con el viento, recorrió el bosque y nutrió la tierra; y cerré los ojos antes de dejarme llevar por la magia.
To your major I'm minor
Breaking every single chord you play
I'm sweet wine but you want whiskey
And I just wish I could be strong enough
Am I wild enough, wild enough for you?
Am I wild enough, wild enough for you?
Mi corazón se adaptó al ritmo de la música y vibró con la emoción y la energía de cada acorde. Me olvidé de los cambios que había sufrido mi vida en las últimas semanas, del acónito que fluía por mis venas, de las manadas y los aberrantes, de las lunas y las estrellas. Me olvidé de mi entorno, del suelo que pisaban mis pies y del aroma del bosque que me rodeaba; en aquel momento tan solo existíamos el piano y yo. El hormigueo que se despertó en mi pecho se extendió por todo mi cuerpo como si fuese el elixir de la vida y la música me lamió las heridas y me llenó de paz.
Cuando terminó la canción y volví a la realidad, percibí que algo no iba bien. Abrí los ojos para descubrir la mirada de Dante clavada en mi rostro, y tras él se encontraban la mayor parte de los miembros de la manada. Sus miradas me atravesaron el alma y el alfa abrió la puerta y se encaminó en mi dirección con el rostro grave. La brisa de la montaña me golpeó con las intensas emociones que cargaban el ambiente y se me formó un nudo en la garganta. Abrí la boca para disculparme porque sabía que había hecho algo mal, pero mis palabras fueron silenciadas antes de tener la oportunidad de alcanzar la libertad.
Hola, gente bella!
La semana que viene retomamos la dinámica de actualización habitual, dos veces por semana.
Creo que voy a volver a hacer como con El refugio de la niebla y a poner una meta que cumplir para animar esto un poco, al menos durante un tiempo.
Actualizaré lunes y jueves si se alcanza el objetivo. Si no, esperaré a que lo hayamos conseguido.
Espero que os esté gustando lo que estáis leyendo!
Un besiñooo ❤
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