36. Agonía
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Tenía la boca llena de sangre por lo mucho que había sufrido mi cuerpo con aquella transformación, ya que además del acónito que me acababan de inyectar los aberrantes, todavía tenía restos del anterior encuentro en mi organismo.
Primero atacaban a los humanos del valle, acabando con la vida de una joven inocente porque se encontraba en el lugar y en el momento equivocados. Después me inyectaban quién sabía cuántas dosis de matalobos que me dejaban inconsciente durante días, lo que permitió que los alfas se viesen con el poder de decidir que lo mejor para mí era vivir recluida en la montaña.
Luego mordían a mi amiga y hacían que se transformase en una mujer lobo y que vagase sola por el bosque, asustada, hambrienta y sola, y como les parecía poco, ¿¡tenían el atrevimiento de volver a inyectarme más matalobos!?
Una furia cegadora se abrió paso en mi interior, pero no me importó. Los tres lobos se acercaron a nosotros y uno de ellos recuperó su forma humana. El aberrante se acercó Hugo con expresión sanguinaria, y en aquel momento me deshice de todo mi autocontrol y me dejé guiar por mis instintos más salvajes.
El hombre se acercó al lobo del beta y cogió el maletín que cargaba uno de los aberrantes en la boca, que desapareció de mi campo de visión tras entregárselo. El humano lo abrió para dejar a la vista varios viales con acónito y otras sustancias que no pude reconocer, y cuando se agachó para coger una jeringuilla con la intención de clavarla en el pecho de Hugo, sentí que en mi interior se desataba un infierno que me consumió por dentro.
«Me has pillado en un mal día, valiente desgraciado».
Le dediqué toda mi fuerza de voluntad a abrirme paso entre la bruma y el insoportable dolor que me anulaba. Utilicé la furia como combustible y conseguí saltar para interponerme entre el hombre y el lobo de Hugo.
El aberrante me observó con una confusión que no tuvo tiempo de llegar a sus ojos, porque mis colmillos se clavaron en su cuello humano antes de arrancar parte de la carne que recubría su tráquea. La sangre comenzó a brotar de su cuerpo como si se tratase de un manantial sin fin, y escupí los restos de tejido que había en mi boca para deshacerme de su nauseabundo sabor.
Necesité de unas milésimas de segundo para estabilizarme sobre mis patas y acostumbrarme al dolor y a la sensación de mareo que se habían apoderado de mí.
«Respira hondo, concéntrate y asegura tu supervivencia».
Mis ojos se enfocaron en mi entorno y corrí para abalanzarme sobre el lobo que estaba atacando a Dante-. Colisioné contra su cuerpo con violencia y gruñí por la mezcla de ira y dolor que estalló en mi pecho.
El animal se deshizo de mi agarre con habilidad y se lanzó hacia mí. Su ataque me tiró al suelo y el lobo me mordió cerca del omóplato. Sus dientes se clavaron en mi carne con una crueldad que me cegó durante unos segundos, y laso oleadas de dolor que se extendieron por todo mi cuerpo provocaron que me sacudiese con desesperación.
Pero si algo había aprendido a lo largo de los años era a soportar el dolor. El otro lobo se dirigió a nosotros para hundir sus dientes en mi cuello, así que me incliné hacia Dante, lo que provocó que los dientes del aberrante desgarrasen todavía más mi carne.
A pesar de que mi visión se volvió borrosa, logré atrapar con la boca el dardo cargado de acónito que descansaba en el pecho del alfa. Tiré de él con todas mis fuerzas y lo sujeté con precisión para no tocar la aguja de la que goteaba el veneno. El tercer aberrante se acercó a mí a toda velocidad y su sanguinaria mirada se encontró con la mía durante un breve instante.
El animal saltó, preparado para hundir sus garras en mi cuerpo, pero me giré hacia él con un movimiento con el que logré sorprenderlo. El aturdimiento tiñó su mirada cuando clavé la parte inferior del dardo en su pata trasera, y como sabía que tan solo contaba con unos segundos de margen, me moví sobre mí misma.
Los dientes de su compañero se clavaron en mi carne y mi aullido de dolor resonó en el bosque. Sus ojos se abrieron por la sorpresa cuando sintió que mis garras se hundían en su pecho y dejaban un surco en sus músculos. El lobo me soltó para gemir desesperado y aproveché la situación para saltar sobre él y hundir los dientes en su pecho. El brillo de sus ojos se apagó en cuanto alcancé su corazón y lo atravesé con los colmillos, mientras en lo único en lo que podía pensar era en el recuerdo de la joven inocente que había muerto en el valle.
Me moví con gran dificultad, aturdida por el dolor y el veneno que fluía por mi sangre. Me flaquearon las patas, y cuando comprendí que el tercer aberrante estaba completamente inmóvil por el efecto del acónito, me dejé caer. Mi cuerpo colisionó contra el suelo y fui incapaz de mantener los ojos abiertos durante más tiempo.
«África, levántate» —me ordenó la voz de mi cabeza.
Pero mi cuerpo ignoró las instrucciones que le envió mi mente, perdido en el mar de dolor, angustia y debilidad que me invadía. El fuego recorrió mis venas con tal intensidad que sentí la necesidad de arrancármelas a mordiscos y mi corazón se agotó en un intento por lidiar con el veneno que había en mi organismo.
Mi respiración se volvió un gemido ahogado que envió un escalofrío por mi cuerpo que me sacudió con violencia. Si quería recuperar el control tenía que calmarme. Me concentré en el latido de mi corazón e imaginé que se reducía su ritmo y que conseguía mitigar parte del dolor.
Mi pecho se removió con angustia, pues sabía que en algún lugar del bosque había más aberrantes acechando, y también que los restos de acónito que había en el dardo de Dante no durarían para siempre. Mi adversario se levantaría de un momento a otro y volvería a atacarme, y para acabar con él antes de que lo hiciese él conmigo, tenía que poder moverme.
Una ráfaga de viento permitió que llegase a mí el olor de Zoe y maldije mentalmente al percibir la conmoción que se había apoderado de ella. Abrí los ojos y me encontré con la forma animal de Dante, que se encontraba inconsciente en el suelo. A su alrededor se había formado un charco con la sangre que brotaba de sus heridas y sentí que el fuego que me quemaba la piel se avivaba por el miedo y la frustración.
Me moví para ver si Hugo seguía con vida y al hacerlo observé que su cuerpo, también inmóvil, estaba cubierto de sangre. Un gruñido brotó de mi pecho cuando me clavé los dientes en la parte superior de la pata, lo que generó una nueva oleada de dolor que despejó mi mente durante unos segundos.
Utilicé la poca energía que me quedaba para concentrarme en provocar la transformación, pero el veneno que había en mi sangre impedía que recuperase mi forma humana. Deseé poder comunicarme con Zoe para decirle que me inyectase el vial con arenaria que había en la caja plateada del maletero del Discovery y solté un gemido desesperado.
«¡África, concéntrate!» —me grité a mí misma.
Emití un aullido agónico en cuanto noté que mis huesos comenzaban a fracturarse con una lentitud que casi provocó que perdiese el conocimiento.
«Respira hondo, concéntrate y asegura tu supervivencia» —repetí una y otra vez.
Un grito que brotó de mi garganta humana llegó a mis orejas de lobo, y mis garras desaparecieron cuando del final de mi pata nació mi mano izquierda. De mis ojos comenzaron a brotar lágrimas de puro sufrimiento y grité hasta que me dañé las cuerdas vocales y mis pulmones se quedaron sin aire.
Mi cuerpo humano colisionó contra las hojas y ramas que había en el suelo y solté un suspiro de agotamiento mientras las lágrimas bañaban mis mejillas. La piel de mi nuca se erizó al percibir que una segunda ola de aberrantes venía en nuestra dirección, y me puse en pie con la poca fuerza de voluntad que me quedaba.
Mis ojos se posaron en el aberrante que me observaba desde el suelo y me moví todo lo rápido que pude para llegar al maletín que había junto a Hugo. Cogí cuatro jeringuillas de acónito antes de arrodillarme y clavarlas en su pecho, lo que provocó que gimiese con angustia.
—Zoe, ayúdame —pedí con una voz rasgada que no parecía mía. La joven reaccionó de inmediato, como si hubiese salido de un trance, y se movió dentro del coche antes de correr en mi dirección.
—¡África! —exclamó con absoluto horror.
—Ayúdame a cargarlo.
Zoe abrió la puerta del asiento trasero del Discovery y regresó para ayudarme a levantar el cuerpo animal de Hugo. Las lágrimas me nublaron la visión cuando agarré al beta por las patas y empezamos a caminar en dirección al coche. Zoe se subió al asiento para facilitar la tarea y abrió la otra puerta para que pudiésemos hacer lo mismo con el cuerpo de Dante. Pero el lobo del alfa era más pesado y tardamos el doble en llegar al coche, lo que permitió que los aberrantes acortasen una gran distancia.
Cuando vi su malherido y ensangrentado cuerpo sentí que algo se rompía en mi interior, y tuve que esforzarme para no ceder a la oscuridad que amenazaba mi mente. Zoe hizo toda la fuerza y tiró de él para tumbarlo sobre el asiento, y sus ojos inundados en pánico se encontraron con los míos cuando escuchamos los aullidos de los aberrantes a escasos metros de distancia.
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