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34. Genes

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El sonido de cientos de cristales cayendo al suelo llegó a mis oídos a través de la calma de la noche y los cuatro lobos que había enfrente se prepararon para atacar. Entrecerré los ojos ante su reacción desproporcionada, pero todo quedó reducido a un segundo plano cuando escuché los sollozos de Zoe que provenían del interior de la cabaña.

Me apresuré para llegar a ella cuanto antes y la encontré sentada en el suelo del baño, rodeada por los restos del espejo que había roto y con fragmentos de cristal clavados en un puño ensangrentado.

—Lo siento, Afri...

—No te preocupes, es solo un espejo —dije mientras la ayudaba a sentarse en el borde de la bañera.

Zoe me observó con los ojos llenos de lágrimas y le dediqué una sonrisa tranquilizadora antes de examinar su puño. La joven gimió cuando le quité uno de los cristales que tenía clavados en la piel y dejé que mis uñas se convirtiesen en garras para poder extraerlos mejor, lo que provocó que la joven me mirase desconcertada.

—Ser una mujer lobo tiene muchas ventajas —dije mientras sacaba el último trozo de cristal de sus nudillos—. He aquí una de ellas —añadí antes de limpiar la sangre que bañaba su piel.

La joven gimió en cuanto vio que los cortes y arañazos habían desaparecido y me observó con un estupor que no tenía precio.

—Vamos, he preparado la cena.

Zoe emitió un gruñido hambriento cuando percibió el olor a comida y tuve que morderme un labio para no reírme. La joven llenó dos tazas de café mientras yo cogía los platos, y nos sentamos a la mesa sintiéndonos mejor tras lo ocurrido.

—¿Cuánto tiempo te costó aprender a controlar tus impulsos? —me preguntó antes de engullir una salchicha.

—Para mí fue diferente. Yo soy un lobo de sangre porque mis padres eran hombres lobo y nací siendo mitad humana y mitad animal.

—¿Y yo que soy?

—Un lobo de colmillo. Las personas que reciben el gen a través de un mordisco tienen que aprender a controlarlo poco a poco. Al principio es más difícil porque recibes demasiados estímulos a los que no estás acostumbrada, pero en un par de días te sentirás mucho mejor.

—Mis ojos... —dijo después de un rato—. Mis ojos se ponen rojos cuando pierdo el control. ¿Eso significa que soy igual al monstruo que me mordió?

—Claro que no, Zoe.

—Pero los vuestros no son como los míos.

—Depende del rango de cada lobo. Nuestra especie se organiza en manadas y el líder de cada una de ellas es el alfa. Su poder se muestra en sus ojos dorados. Su segundo, el beta, tiene los ojos anaranjados. Los gammas los tienen del color de la tierra y los deltas del de la arena. Los lobos nómadas, que pertenecen a una manada pero prefieren vivir en soledad, tienen los ojos azules.

—¿Y quién tiene los ojos rojos?

—Los aberrantes, todos los lobos que no pertenecen a una manada, generalmente porque han sido expulsados por romper las normas o cometer algún crimen. Tú no has hecho nada, pero como quien te ha mordido era un aberrante, tienes su mismo rango. En cuanto empieces a formar parte de una manada tus ojos dejarán de tener color, y si en algún momento pasas a ocupar una posición de cierta autoridad, se transformarán para adaptarse a ella.

—Pero los tuyos son-

—Sí. —La interrumpí.

—¿Por qué?

—Cierra los ojos. —La joven hizo lo que le pedí—. ¿Qué escuchas?

—El viento entre los árboles. El sonido del río a lo lejos. El aceite enfriándose en la sartén.

—¿Y qué más?

—El latido de mi corazón, el tuyo... Oh, comprendo —dijo cuando percibió la presencia de los cuatro lobos que había en el porche trasero.

Mi mirada se trasladó a su plato vacío, por lo que le di la mitad de la comida que había en el mío. La joven me miró algo avergonzada y me dio las gracias con una sonrisa. Me sentí aliviada al ver que se encontraba mejor y que se iba recuperando de la conmoción que suponía descubrir que eras una mujer lobo. Terminamos de comer en silencio, sumidas en nuestros pensamientos, y al cabo de un rato me puse en pie y le hice una seña para que me siguiese a la parte trasera de la cabaña.

Los rostros de los lobos se torcieron por la sorpresa en cuanto vieron a Zoe, que empezaba a tener buen aspecto. La joven era preciosa, con un largo cabello rubio y dos orbes azules que destacaban la dulzura de su rostro, y no podía esperar a verla en forma animal para descubrir cuál era el color de su pelaje sin que la suciedad y la mugre lo ocultasen.

—Estos son Emil y Nekane, el alfa y la beta de la Manada del Valle, y Dante y Hugo, el alfa y el beta de la Manada de las Montañas Nevadas. —La joven asintió con la cabeza.

—Perdona por lo ocurrido —le dijo Emil mientras le tendía la mano—. Pensábamos que eras una amenaza.

—No pasa nada —dijo ella con una entereza que me hizo sentirme orgullosa.

—Hemos estado hablando y creemos que lo mejor es que Zoe se vaya con Emil y Nekane al territorio del valle.

—No voy a ir a ningún sitio en el que no esté África —sentenció la joven. Del pecho de Hugo brotó un gruñido automático al sentir la insubordinación de Zoe y la joven se acercó a mí inconscientemente.

—No está abierto al debate.

—Por supuesto que sí —respondí con la voz serena. Hugo me gruñó y Zoe lo correspondió con un sonido igual de potente para defenderme.

Los ojos de la joven se abrieron por la sorpresa, al igual que los de todos los demás, y tuve que morderme el interior de la mejilla para no soltar una carcajada.

—Zoe, ¿puedes esperar dentro y encender la radio? —Mi amiga entrecerró los ojos, pero desapareció sin decir nada más. La música llegó a mis oídos poco después.

—Acaba de transformarse, como comprenderéis no voy a dejarla sola con dos lobos insensibles.

—¿A quién llamas insensible? —preguntó Nekane con una ceja levantada.

«La situación de nuestra manada es complicada, África» —dijo Dante con seriedad.

—Me es indiferente.

—Ya está decidido, se viene con nosotros —sentenció Emil con autoridad.

—No.

—¡Pero será posible! —exclamó Hugo airado.

—Si ella se va a la Manada del Valle, yo también.

«Me parece que no» —dijo Dante con un ligero gruñido.

—¿Podéis dejar de mirar por vuestros culos por una vez en la vida? —pregunté indignada—. ¿Qué haríais si uno de vosotros fuese un lobo de colmillo recién transformado?

El silencio que se apoderó de la conversación me sirvió como respuesta, pero podía sentir que no iban a aceptar que Zoe se viniese a la manada de Dante ni que yo me quedase en la Manada del Valle.

«Malditos lobos estúpidos».

Mis ojos se encontraron con los de mi astro, que me observó con una intensidad que me quemó, y solté un suspiro resignado mientras me mentalizaba de lo que iba a decir a continuación.

—Si dejas que Zoe se quede, iré con vosotros.

«¿Qué te hace pensar que no vas a venir conmigo de todas maneras?» —preguntó arqueando una ceja.

—Si dejas que Zoe se quede, iré con vosotros y no volveré a escapar, al menos por el momento.

Mi comentario provocó que los demás se riesen entre dientes y Dante me observó con una seriedad abrumadora. No me acobardé y dejé que percibiese en mis ojos que no tenía otra opción.

«Dos días».

—Siete.

«Tres».

—Cinco.

«Tres».

—Cinco.

Los ojos de Dante se encontraron con los míos y el alfa soltó un suspiro de resignación.

«Cinco días, pero después se unirá a la Manada del Valle».

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