3. Viajero
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Mi mirada se perdió en aquellos ojos que me observaban cautelosos mientras me acercaba con lentitud, tratando de obtener la máxima información posible antes de llegar a la altura de aquel hombre que analizaba con suma atención cada uno de mis movimientos.
Era evidente que él también había captado mi olor, pero su expresión seguía siendo muy pacífica. Su corto cabello rubio brillaba bajo las luces del local y sus ojos verdes me observaron con un brillo pícaro que hizo que mi interior se removiese con expectación.
Bajo la camisa de cuadros rojos y negros que vestía se podía apreciar su complexión fuerte y musculosa, y el joven apoyó los codos en la mesa para descansar la barbilla en sus manos, provocando que le dedicase una sonrisa inconscientemente.
—Hola, viajero —dije en cuanto llegué a él. Sus ojos brillaron al escuchar mis palabras y su rostro se transformó en una sonrisa de medio lado.
«Sexy».
—Ojalá todos los bosques fuesen igual de azules.
—Y todas las noches tan pacíficas —dije con una sonrisa antes de sentarme frente a él, provocándolo con mi atrevimiento y haciendo que sus ojos, que hasta aquel momento habían sido verdes, se transformasen para mostrar un brillante tono azul durante unas milésimas de segundo.
«Doblemente sexy».
—¿Has abandonado la vida nómada por el trabajo de tus sueños? —preguntó con sorna señalando mi delantal.
—A veces hay que ganar algo de dinero —respondí encogiéndome de hombros—. ¿Qué te trae por el valle?
—Estoy de paso.
—Eso dije yo antes de empezar a buscar una casa en la que instalarme.
—A veces solo necesitas un pequeño incentivo para decidir alargar tu estadía —dijo con un tono seductor que provocó que mi pecho vibrase de placer.
Sus ojos se centraron en los míos y volvieron a brillar con un poderoso tono azul durante un instante, algo prácticamente imperceptible para los humanos, pero muy útil para nosotros, ya que permitía que averiguásemos el rango al que pertenecía cada lobo.
El azul se correspondía con los nómadas, que éramos todos aquellos hombres y mujeres lobo que, sin abandonar totalmente la manada a la que pertenecíamos, decidíamos tomar caminos separados y vivir yendo de un lado para otro, dejándonos guiar por el viento y por nuestras ganas de aislarnos o de socializar según cada momento.
Los nómadas éramos lo que tradicionalmente se conocía como lobos solitarios. Preferíamos vivir alejados de nuestra manada y de los núcleos poblados, sintiéndonos más cómodos en la naturaleza salvaje y en compañía de nosotros mismos que rodeados de gente y llevando aquellas vidas rutinarias que resultaban tan poco apetecibles para nosotros.
Lo que nos diferenciaba de los aberrantes, que se podían identificar por el rojo de sus ojos y por la violencia que se percibía en su rastro, era que nosotros no habíamos sido expulsados de nuestra manada. No habíamos roto las normas ni atentado contra nuestros hermanos y hermanas, sino que, simplemente, preferíamos trazar nuestro propio camino.
Aquel diálogo sobre los bosques azules había sido utilizado por la sociedad nómada desde hacía décadas, permitiendo que nos identificásemos con mayor facilidad para evitar que hubiese malentendidos entre lobos de diferentes manadas.
—¿Estoy a tiempo de pedir algo de cenar? —preguntó rompiendo el hilo de mis pensamientos.
—Por supuesto. ¿Qué te pongo?
—Bastante.
Mis ojos se encontraron con los suyos y tuve que esforzarme para evitar que mis iris mostrasen el brillo sobrenatural que me delataría entre los humanos.
«Muy, muy sexy».
—Pero por ahora me conformo con una cerveza y el plato número tres, por favor.
—Marchando —respondí con un guiño antes de volver a la barra.
Entré en la cocina para darle el pedido a Rosa y me entretuve pensando en que hacía bastante que no me encontraba con un viajero por el valle.
—Ese guapo no te quita ojo —dijo Zoe a mi espalda, provocando que sonriese con satisfacción.
—Lo sé —respondí mirándola con una picardía que la hizo reír.
—Parece que vamos a terminar bien la semana, amiga.
—Dependerá de lo bien que juegue sus cartas —dije sabiendo que podía escucharme desde la distancia.
—¡Un tres listo para salir! —exclamó Rosa poco después.
Zoe me dedicó una sonrisa traviesa cuando me dirigí a la mesa del nómada y tuve que esforzarme por contener la excitación que sentía, viéndome obligada a ocultar mi olor para evitar que pudiese percibirla. El nómada me recibió analizándome de arriba abajo y se mantuvo en silencio mientras depositaba su plato de comida sobre la mesa.
—¿A qué hora sales? —preguntó con voz seductora tras olisquearme, haciendo que mi naturaleza salvaje se removiese en mi interior.
—En un rato.
Los ojos del nómada volvieron a cambiar de color, mostrándome al lobo que llevaba dentro y provocando que mi sonrisa se ensanchase automáticamente.
—Qué aproveche —dije guiñándole un ojo antes de volver a la barra.
—África, de mayor quiero ser como tú —dijo Zoe desde la puerta de la cocina, provocando que soltase una carcajada a la que se unió Marcial.
—Di que sí, muchacha, que vida solo hay una —añadió el hombre con una sonrisa.
—No estarás preparándote para irte sin contarme esa anécdota que me prometiste, ¿no, Marcial? —El policía se rio entre dientes.
—Creo que esta noche ya vas a estar bastante entretenida —dijo dejándome con la boca abierta antes de despedirse y abandonar el local.
La carcajada de Zoe llamó mi atención y aproveché la ocasión para golpearla con el trapo que tenía sobre el hombro, con lo que conseguí que se riese todavía más alto. Negué con la cabeza mientras empezaba a colocar los vasos que acababan de salir del lavavajillas y ella se entretuvo reponiendo las bebidas que faltaban en las neveras.
—Muchas gracias —dijo una voz detrás de mí después de un rato, obligándome a darme la vuelta para encontrarme con unos seductores ojos verdes.
El nómada había traído hasta la barra todo lo que había sobre su mesa y le sonreí agradecida al coger el plato de sus manos.
—Gracias a ti —respondí mientras reubicaba todo lo que había traído—. ¿Quieres la cuenta?
Él asintió con la cabeza antes de tenderme un billete y me volví hacia la máquina registradora para cobrarle, no sin antes reparar en la divertida mirada que me dedicó Zoe desde una esquina. Me mordí el labio para evitar reírme y me apresuré a darle el cambio al lobo, rozando la palma de su mano y provocando que me dedicase una salvaje sonrisa que removió mi interior automáticamente.
El nómada nos dio las gracias muy educadamente y se dirigió hacia la salida, pero justo antes de abrir la puerta se detuvo, se volvió hacia mí y me hizo una pequeña seña con la cabeza antes de salir a la calle.
—Jo-der —dijo Zoe detrás de mí, provocando que me volviese hacia ella—. Mañana ya me explicarás cómo lo haces.
—¿No te importa?
—África, ¿tengo cara de querer evitar que disfrutes de ese bombón?
Mi amiga me dedicó una traviesa mirada que consiguió que me riese entre dientes y negué con la cabeza mientras me desataba el delantal y lo dejaba sobre la barra. La joven me empujó para asegurarse de que me largaba tras el misterioso nómada y sentí como me recibía el fresco aire de la noche al salir del local.
Mi nariz se movió mientras olfateaba el ambiente tratando de encontrar al viajero que parecía haberse desintegrado en el aire, y la sonrisa que se había dibujado en mi rostro desapareció en cuanto sentí que me agarraban y tiraban de mí con violencia hacia la oscuridad del callejón.
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