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29. Indirectas

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Llevaba una semana observando el comportamiento de la manada y sabía cómo y a qué hora hacían los cambios de guardia. Aquel día, después de que Dante y Hugo partiesen, bajé a comer a la sala común. Los gammas se encargaron de distraerme y de darme temas de conversación porque pensaban que estaba ansiosa porque el alfa se había ido, lo que fue de gran ayuda para recabar información pertinente a mi plan de escape.

Gracias a su amabilidad había descubierto dónde iba a estar cada uno de ellos, qué iban a hacer los guerreros y cuándo iba a entrenar los miembros de la manada. La lluvia y la tormenta que castigaban el territorio de las montañas nevadas dificultarían que siguiesen mi rastro, y con un poco de suerte, cuando se diesen cuenta de que me había ido, ya sería demasiado tarde.

—¿África? ¿Qué haces aquí? —me preguntó Ceylán en cuanto me encontré con él en el primer piso de la casa de la manada.

«Mierda».

—Estoy investigando —dije con una dulce sonrisa—. Llueve bastante y me pareció un momento apropiado para descubrir qué secretos esconde esta casa.

—Seguro que encuentras algo que te sorprenda. Te dejo el camino libre, debo volver a la enfermería.

—¿Hay alguien herido? —pregunté con el ceño fruncido.

—Nada por lo que preocuparse —dijo con una cálida sonrisa antes de irse.

El joven cerró la puerta al salir y yo seguí caminando por los pasillos y admirando los cuadros que colgaban de la pared, y cuando sentí que se había alejado lo suficiente como para no poder escucharme, me dirigí a toda prisa al despacho de Dante.

No dejaba de sorprenderme que nadie cerrase las cosas con llave en aquella manada. Todo estaba siempre abierto y al alcance de tu mano, podías coger los libros de la biblioteca sin registro alguno, nunca echaban la cerradura de las casas y las medicinas en la enfermería no estaban protegidas por un candado. ¿Cómo lo hacían?

«Confiando los unos en los otros y no queriendo decepcionar a su alfa».

Solté un suspiro de resignación y no pude evitar sonreír al pensar que Dante el magnífico se iba a encontrar con una gran sorpresa cuando regresase. Su olor me recibió en cuanto crucé el umbral de la puerta y me sentí un poco culpable al ver el agujero que había dejado mi puño en la mesa.

«Eres fuerte aun con el efecto del matalobos, nena».

Sonreí con satisfacción y me apresuré a abrir los cajones del escritorio para buscar las llaves de su coche. El todoterreno era mi billete de salida de aquel lugar, pero para que mi plan tuviese éxito, tendría que encontrar las malditas llaves.

«Siempre puedes ver un tutorial y aprender a hacer un puente».

Me tensé cuando escuché que alguien subía las escaleras, pero luego comprendí que se dirigían al segundo piso. Tuve que suprimir mis ganas de gritar al ver las llaves del coche sobre unos documentos, y me mordí el interior de la mejilla mientras me dirigía a la salida con sigilo.

Sentí que me ponía más ansiosa conforme nos adentrábamos en la noche y esperé a que la oscuridad lo cubriese todo para salir de casa. Los lobos podíamos ver entre las sombras, así que no me iba a proteger de miradas curiosas, pero si le añadíamos el rugido del viento y la fuerza de la lluvia bloqueando nuestros sentidos, tenía que haber alguna oportunidad de éxito.

Me esforcé en ocultar mi rastro lo mejor que pude y caminé con sigilo entre los árboles. Olfateé el ambiente para distinguir dónde se encontraban los lobos que había a mi alrededor, y aunque me costó horrores abrirme paso entre la lluvia y la humedad que inundaban el aire, logré descubrir sus posiciones.

Sonreí con satisfacción al ver que seguía siendo una de las mejores rastreadoras que conocía, con matalobos en sangre incluido, y me dirigí hacia el coche de Dante con cautela. Metí la llave en la cerradura y la giré con una lentitud asombrosa. Traté de no hacer ningún ruido para evitar llamar la atención de los guerrero, y me colé en el vehículo antes de cerrar la puerta con una delicadeza impropia en mí.

Suspiré algo aliviada al ver lo lejos que había llegado y me quité la ropa empapada para vestirme unos vaqueros y un jersey que me había dejado Virginia. El tiempo pareció detenerse mientras esperaba a que llegase la hora del cambio de guardia y mis músculos se tensaron cuando sentí que había alguien caminando en mi dirección.

Negué con la cabeza y me mordí el interior de la mejilla mientras cogía aire para aguantar la respiración y me escondía entre el asiento y los pedales del coche. Un lobo caminó a escasos metros de donde me encontraba y me esforcé por ocultar todavía más mi olor para impedir que detectase mi presencia y que todo se fuese al traste.

Un trueno resonó en la inmensidad del bosque y la lluvia se intensificó, lo que provocó que el lobo se fuese corriendo y que yo pudiese respirar algo más tranquila. Cuando llegó a mí el rastro de varios lobos y sentí que el grupo de vigías se preparaba para hacer el cambio de guardia, me senté en el asiento del conductor y encendí el motor del coche, cuyo rugido se intensificó al acelerar para salir de allí a toda velocidad.

Encendí las luces cuando me acerqué a la frontera del territorio para cegar a los guardias y sentí que el ambiente se llenaba de confusión a mi alrededor. Me agaché entre los asientos para que no reconociesen mi figura y aceleré para dejarlos atrás cuanto antes. Casi podía escuchar la pregunta que les estaban haciendo a los gammas de la manada por telepatía:

«¿Quién está conduciendo el coche del alfa?»

Tuve que esforzarme por contener la carcajada que se formó en mi pecho al ver que cada vez estaba más cerca de ser libre, y me concentré en seguir el camino que se había formado entre los árboles para evitar sorpresas. Mi rostro se torció cuando salí de la montaña y reconocí la carretera en la que me encontraba. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida?

Las historias del valle contaban que en las cumbres de las montañas habitaba otra manada a la que no le gustaba salir de su territorio. Había asumido que aquello no eran más que cuentos de brujas, pero en aquel momento sentí que mi propia estupidez venía a darme una bofetada.

¿Cómo era posible que hubiese estado a menos de media hora del valle y no me hubiese dado cuenta?

Negué con la cabeza irritada y recorrí las carreteras de la zona mientras mi mente no dejaba de darle vueltas a lo ocurrido. Ya entendía por qué Emil y Dante eran tan cercanos, seguro que habían establecido un acuerdo entre sus manadas hacía años.

Sonreí cuando recorrí el camino de tierra que daba a mi cabaña y sentí que mi corazón daba un brinco al ver el Discovery aparcado en la entrada.

«Ojalá pudiese llevarte conmigo, amigo».

Lo primero que hice al entrar en casa, además de admirar la paz de mi hogar y disfrutar las sensaciones que provocaba en mí, fue rellenar los comederos que había en los árboles del patio de atrás. Me preparé un café mientras me deshacía de la comida que se había estropeado en mi ausencia y vacié la nevera para llevarme conmigo los alimentos perecederos.

Poco después me dirigí a mi habitación. Sabía que no tendría mucho tiempo hasta que los lobos de la manada de Dante diesen con mi rastro, así que cogí una gran mochila y la llené con toda la ropa que pude meter dentro. Cogí mi ordenador y unas cuantas cosas más, me bebí el café, lo recogí todo y me dirigí de vuelta al coche.

Conduje hasta el pueblo del valle a toda velocidad. Tenía que aprovechar muy bien el tiempo si quería que mi plan funcionase, y respiré aliviada cuando llegué al Aurora y aparqué el coche justo delante de la puerta.

—¡Oh, África! —exclamó Rosa en cuanto me vio entrar.

Varios de nuestros clientes habituales se volvieron hacia mí con cálidas sonrisas dibujadas en sus rostros. Rosa y Caballero, los dueños del local, me envolvieron en un abrazo que me reconfortó más de lo que esperaba, y Marcial, el jefe de policía y un lobo de la manada de Emil, me dedicó una radiante sonrisa y arqueó una ceja incrédula, pues sabía que mi presencia allí no estaba aprobada por el alfa.

—Oh, pero mira lo que te han hecho —dijo Rosa mientras señalaba el mordisco de mi cuello.

—Todavía no me puedo creer que te haya atacado un lobo —dijo Caballero antes de guiarme hacia la barra para que pudiese sentarme.

—Nunca sabes qué esperar de esas salvajes criaturas —dijo Marcial con un brillo travieso en la mirada, lo que provocó que le diese un golpe en el hombro y que me riese por su insinuación.

—¿Cómo te encuentras? ¿No deberías estar en el hospital? —me preguntó Caballero con preocupación.

—Eso, ¿no deberías estar en el hospital? —repitió Marcial con un tono cargado de indirectas.

—Me he escapado brevemente.

—Ay, África, siempre haciendo de las tuyas —dijo Rosa con cariño.

—Quería veros antes de irme —respondí con la voz cargada de tristeza.

Que sepáis que me encantaron todos vuestros comentarios en el último cap. Me reí mucho <3

Bueno, bueno...

¿Creíais que Afri iba a lograr escapar?

¿Qué pensáis que va a ocurrir ahora?

¿Consideráis que ha obrado bien?

¿Cómo reaccionará Dante?

Nos leemos, reinas. Espero que os esté gustando.

Biquiños!<3


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