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19. Descaro

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Entré en la casa de la manada flanqueada por Dante y Hugo. Me habían preguntado si tenía hambre y había dicho que sí; gran error. Como era natural, los al menos ochenta lobos que había en el comedor se volvieron para saludar al alfa y al beta, sorprendiéndose al verme entre ellos y clavando sus ojos en mí al no esperar mi presencia.

Lo habían hecho a propósito para que todo el mundo me viese y reconociese mi olor, que era el rastro de un lobo que pertenecía a otra manada. La sala, que hasta aquel momento había estado rebosante de vida, se sumió en un silencio sepulcral en el que todas las miradas se concentraron en mí.

—Eh, ¿hola? —dije levantando una ceja sorprendida por su descaro.

Los lobos retomaron sus quehaceres al instante, haciendo que la gigantesca sala en la que nos encontrábamos se volviese a llenar de ruido.

—¿Algún problema? —pregunté al ver que Hugo se me quedaba mirando con estupefacción.

No esperé a que me respondiese y eché a caminar siguiendo el rastro del delicioso olor a comida que inundaba el lugar, sonriendo al escuchar que ambos lobos comenzaban a signar detrás de mí. Si pensaban que me iba a amedrentar por algo como aquello, ya podían esperar sentados.

—¿Qué te pongo, guapa? —me preguntó una adorable señora que se encontraba tras las vitrinas que contenían el menú de aquel día.

No me sorprendió descubrir que aquel lugar era una especie de comedor en el que los lobos hacían vida común para estrechar los lazos de la manada. En mi antiguo territorio se hacía lo mismo, y a pesar de que no era obligatorio, casi todos preferíamos relacionarnos con los demás lobos. Nuestro lado salvaje necesitaba estar en contacto con sus hermanos y hermanas, y lo cierto era que la sensación de formar parte de una manada era algo maravilloso.

La mujer me entregó una bandeja llena de comida y me dirigí a una mesa en la que había varios sitios libres. Por desgracia para mí, Hugo y Dante me siguieron, sentándose uno a mi lado y el otro enfrente de mí. ¿Es que no tenían asuntos de la manada que atender?

Los lobos que había a mi alrededor me sonrieron y yo correspondí sus gestos de bienvenida, sintiéndome bastante aliviada al descubrir que la mayoría eran muy agradables. Participé activamente en la conversación, asegurándome de no dar demasiada información pero dejando clara mi presencia, y a pesar de que no entendía nada de lo que decían cuando hablaban en lengua de signos, no me sentí incómoda en ningún momento.

—Adiós —dijo Dante al poco de terminar de comer, justo después de que sus ojos se desenfocasen al recibir contacto telepático de alguien de la manada.

Me sorprendió ver que Hugo seguía comiendo sin inmutarse y continué ignorando su presencia mientras hablaba con el resto de lobos que había en la mesa. La mayor parte de la manada ya había abandonado el comedor para volver a sus quehaceres, así que me levanté y empecé a recoger lo que había en mi bandeja antes de colocarla en el lugar correspondiente.

—Oh, no, por favor —dijo la adorable mujer que me había servido la comida—. De eso ya nos encargamos nosotros.

—No hace falta, tengo dos manos perfectamente funcionales —le dije con una sonrisa.

—Pero eres la lu-

—Ah, no —dije interrumpiéndola—. Ni lo digas.

Hugo se levantó de la mesa y lo dejó todo sin recoger, al igual que había hecho Dante, provocando que frunciese el ceño ante su comportamiento.

«Malditos salvajes».

—¿Así que sois de esos que no recogen lo que ensucian? —pregunté con voz neutral, haciendo que el beta se detuviese y se volviese en mi dirección. Sus ojos echaban chispas y me vi obligada a morderme el interior de la mejilla para no reírme al ver su expresión furibunda.

—¿Cómo dices?

—Que si te cuesta mucho recoger antes de irte. Ya tienen bastante con hacerte la comida, servírtela y limpiarlo todo tres veces al día; una ayuda no vendría mal.

—Es un pequeño precio a pagar si con eso consigo dejar de escucharte —espetó con veneno mientras cogía la bandeja de la mesa y la colocaba en su sitio.

—¿Ves que fácil? —pregunté con una sonrisa que provocó que sus ojos brillasen con el poderoso naranja de su lobo.

Hugo gruñó por lo bajo y se dio media vuelta, dejando a los presentes anonadados por el intercambio, y la mujer que tenía enfrente me observó como si acabase de ver un fantasma.

—Es cuestión de tocar los huevos y a mí se me da muy bien —dije guiñándole un ojo antes de irme.

Respiré aliviada en cuanto abandoné de la casa de la manada. Mi malestar había empeorado y no podía seguir ignorándolo por más tiempo. Además, hacía un día estupendo para recorrer los bosques, lo que no mejoraba mi mal humor, así que decidí dirigirme a la biblioteca para entretenerme con algunos libros en lugar de abandonarme a la depresión.

Me acerqué a Diana para preguntarle si podía llevarme alguno conmigo y la mujer me explicó cómo funcionaba todo con una sonrisa. Cuando me entregó los cuatro ejemplares que había escogido, volví a la casa de la manada, utilizando las escaleras exteriores que me había enseñado Ceylán para no tener que toparme con nadie.

Estaba agotada y sentía que el dolor de cabeza que se había apoderado de mí aumentaba conforme pasaban los segundos. Poner un pie delante del otro era un verdadero suplicio y lo único que quería hacer era acostarme y dormir durante todo el día, pero sabía que aquel comportamiento no haría más que dificultar mi recuperación.

Tenía que ser fuerte y luchar contra el acónito, porque de lo contrario, no lograría expulsarlo nunca de mi sistema. Así que, armándome de valor y cogiendo una botella de agua de dos litros, me dirigí al balcón que había en mi cuarto y me senté en la silla colgante.

Pasé el resto de la tarde analizando los movimientos que veía desde el piso más alto de la casa de la manada. Sabía que a cada lado del edificio había dos torres vigía y me esforcé en recordar cuántos guerreros formaban parte de los grupos que recorrían las fronteras del territorio, así como cuándo hacían el cambio de guardia, ya que aquella información era muy relevante para mi plan de escape.

Mientras tanto, continué aprendiendo nuevos signos con los que comunicarme. El día anterior había trabajado con las formas de cortesía y me había aprendido el abecedario, y a pesar de que todavía me confundía con algunas palabras, mi avance era evidente.

Aquella tarde me dediqué a estudiar los verbos de mayor uso de la primera conjugación y volví a maravillarme con el funcionamiento de la lengua de signos. El orden de las palabras dentro de la oración no tenía nada que ver con el que utilizaba el lenguaje oral, lo que hacía que todo fuese más confuso y mucho más interesante.

Los verbos no se conjugaban y no se utilizaban las palabras ser y estar. Los mensajes se comunicaban utilizando muchas menos palabras que en la oralidad, pero se terminaba diciendo lo mismo, y si en algún momento necesitabas darle más énfasis al mensaje, podías echar mano de la expresión facial y corporal.

El sol se había escondido tras las montañas hacía bastante rato y estaba agotada. El anochecer no tardaría en llegar y me alegraba saber que había logrado superar un día más en medio de aquel borrón de malestar y confusión que se había apoderado de mi vida.

No podía dejar de pensar en lo complicada que se había vuelto la situación al ser incapaz de comunicarme con Dante con fluidez y al estar enferma por culpa del matalobos, y estaba segura de que si pudiese sacar aquellos dos elementos de la ecuación, las cosas serían muy distintas.

«Y yo ya me habría escapado y estaría en mi casa comiendo helado y siendo feliz».

Mis hombros se tensaron en cuanto escuché movimiento en el interior del edificio y no sé qué me poseyó para moverme a toda prisa y esconder los libros tras una maceta que había en el balcón.

¿Qué narices me pasaba?

Dante llamó a la puerta de mi habitación y yo respondí con voz neutral diciéndole que podía pasar. Su olor llegó a mí en cuanto puso un pie en el cuarto y mi astro se acercó al balcón a toda prisa, pero el efecto que provocó en mi cuerpo su presencia quedó reducido a un segundo plano en cuanto vi el pánico que se había apoderado de su rostro.

—¿Qué pasa? —pregunté poniéndome en pie y acercándome mientras él sacaba el móvil del bolsillo.

«Mis padres vienen a cenar».

Hola, hola! Otro viernes por aquí!

Contadme cosas si queréis que suba otro cap!! ❤

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