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17. Silencio

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Un «perdón por haberte hecho enfadar» no era igual a un «perdón por todas las cosas que he hecho que han estado mal, dejaré de tomar decisiones sin contar con tu opinión y de controlar las riendas que determinen el curso de tu vida», pero aun así no estaba mal.

Había que empezar por algún sitio y aquella disculpa era un buen comienzo, o al menos lo parecía. Solo me faltaba convencerlo para que me dejase volver a mi casa en el valle.

«Pan comido» —pensé con resignación.

—¿África, puedo pasar? —preguntó Ceylán llamando a la puerta.

—Claro.

—Oh, no tenías que haber recogido nada —dijo al ver que había ordenado el cuarto—. ¿Quieres que te enseñe tu nueva habitación?

Asentí con la cabeza con una sonrisa, contenta de poder dejar atrás todo lo ocurrido en aquella enfermería y esperando que el malestar provocado por el acónito también se quedase entre aquellas cuatro paredes.

«Suerte, amiga».

No sabía si era porque todavía estaba algo dormida o porque mi mente no estaba funcionando correctamente, pero tardé más tiempo del debido en darme cuenta de que Ceylán me estaba llevando a la casa de la manada.

«¿A dónde me va a llevar si no?» —pensé negando con la cabeza decepcionada conmigo misma.

El joven se volvió hacia mí con una sonrisa en cuanto llegamos a la entrada principal, pero en lugar de atravesarla, empezamos a subir por una de las múltiples escaleras de madera que había en los laterales del edificio.

—Es más rápido entrar por aquí —explicó al ver mi cara de confusión—. Además evitará que te encuentres con ciertos miembros de la manada —añadió con un guiño de ojos que me hizo sonreír.

Ceylán me explicó que cada grupo de escaleras daba a un piso diferente y me dijo que solía haber bastante movimiento porque era el edificio principal para la vida de la manada.

—Por suerte para ti nadie sube al cuarto piso a no ser que tengamos que darle algún recado al alfa, así que estarás bastante tranquila hasta que estés recuperada.

—¿Después ya no? —pregunté con confusión.

—Hombre, habrá que darte algo que hacer —dijo con una sonrisa que correspondí.

Ceylán abrió la puerta del último piso y el olor que acompañaba a Dante constantemente me golpeó con fuerza, activando hasta la última de mis terminaciones nerviosas. Cerré los ojos durante una milésima de segundo en la que deseé con todas mis fuerzas que no estuviese allí, pero mis pensamientos se perdieron en cuanto entré en el edificio y aprecié su interior.

Casi todo lo que veían mis ojos estaba revestido por madera o cristal, desde el suelo y las paredes hasta las ventanas, otorgándole un toque rústico y natural que me hizo sonreír al instante. Mi mirada se perdió en la vista que se extendía más allá de las cristaleras, quedándome hipnotizada por la belleza del paisaje de montaña que nos rodeaba.

El olor del bosque entraba por el balcón que se conectaba con la sala de estar y Ceylán me guio por las estancias hasta que se detuvo ante el que sería mi cuarto. El joven abrió la puerta antes de despedirse para darme algo de intimidad, un gesto que agradecí de corazón.

Lo primero que vi al entrar fue el pequeño montón de ropa que Dante había dejado para mí sobre la cama, sorprendiéndome una vez más con su consideración, y a pesar de que la habitación era muy bonita y luminosa, con las paredes pintadas de blanco y los muebles de madera, fui directa al balcón, donde había un asiento colgante de cáñamo que parecía estar gritando mi nombre.

No sé cuanto tiempo estuve allí sentada admirando el paisaje, pero aquellos minutos de paz me sirvieron para reunir la fuerza que necesitaba para levantarme y empezar a caminar con determinación. No me resultó muy difícil seguir el rastro del alfa en el territorio de la manada, y mentiría si dijese que no me sorprendí al verlo sentado contra un tronco en medio del bosque.

La cabeza de Dante se movió en mi dirección en cuanto percibió mi presencia y la incredulidad se reflejó en sus ojos al verme. Me mordí el interior de la mejilla para no reírme al sentir la confusión que se había apoderado de él, y tuve que esforzarme para no hacer un comentario sobre cómo las aguas seguían el cauce del río sin necesidad de forzarlas ni llevarlas a vivir a quién sabía cuántos kilómetros de su hogar.

Sus ojos siguieron mis movimientos hasta que me senté a su lado, a una distancia prudente, y su ceño se frunció al no comprender lo que estaba ocurriendo. Era casi adorable.

Buenos días, imbécil —dije en lengua de signos.

El rostro de Dante se tiñó de estupefacción y el alfa abrió la boca por la sorpresa antes de emitir un débil murmullo, similar a una carcajada, que me sorprendió tanto que tuve que controlar mi expresión para no parecer estúpida. El musical sonido que brotó de su pecho llegó a mí como un regalo inesperado y una parte de mí se preguntó si habría algo más oculto tras el alfa autoritario que había conocido hasta el momento.

Buenos días —signó él con una radiante sonrisa que me dejó más perdida de lo que ya estaba.

—¿Qué es eso? —pregunté al ver que tenía un trozo de madera en la mano.

Dante se acercó para dármelo y mis dedos tocaron los suyos al cogerlo, provocando que sintiese un incómodo hormigueo que me obligó a apartarme de él inmediatamente. Podía sentir la intensidad de su mirada sobre mi rostro, pero mis ojos estaban demasiado ocupados analizando el trozo de madera que sostenía.

Mis dedos se deslizaron por el dibujo que se comenzaba a ver en la madera, sorprendida por que fuese tan habilidoso, y mi mirada voló a sus manos y a las herramientas que había en el suelo. Sentí que por mi rostro se extendía una gran sonrisa al comprender por qué siempre olía a madera y el joven ladeó la cabeza confundido al no entender mi reacción.

—¿Lo tallas tú de principio a fin? —Dante asintió con la cabeza—. Es muy bonito, me gustaría verlo cuando lo hayas terminado.

El alfa asintió de nuevo, sorprendido por mi interés, y se inclinó hacia mí para recuperar la talla. Sus ojos se encontraron con los míos y sentí que había muchas cosas que quería decirme antes de ver que metía la mano en el bolsillo para sacar el móvil.

«¿Cómo te encuentras?» —preguntó con preocupación en la mirada.

—Mejor. Por la noche me desperté algo dolorida, pero ahora parece que me siento bastante bien.

«Me alegro. Ceylán me ha dicho que te ha enseñado tu cuarto».

Sí —signé recordando lo que me había enseñado el día anterior y provocando que me sonriese con una dulzura que despertó un cálido hormigueo en mi pecho—. Tienes una casa muy bonita.

«¿Necesitas algo?»

Mi rostro se tornó serio al leer su pregunta. ¿Que si necesitaba algo? ¿Qué tal respuestas? ¿Dónde estaba? ¿Y por qué no me querían decir cuál era el nombre de su manada? ¿Por qué no habían dejado que me recuperase en el valle y me obligaban a quedarme allí? Y lo más importante, ¿por qué Emil lo estaba ayudando?

¿Cómo habían entrado los aberrantes en el valle? ¿Y por qué habían decidido inyectarme matalobos? Y ya que estábamos, ¿cuánto me habían inyectado? Porque según sus reacciones, era un milagro andante...

No, gracias —signé en el aire. Dante me dedicó una radiante sonrisa al verme y yo me rasqué la nuca algo sorprendida al ver tantas sonrisas juntas.

«Aprendes rápido».

—Solo sé cuatro palabras —dije negando con la cabeza.

«¿Quieres que te enseñe dos más? Te van a ser muy útiles».

Sí —dije con expectación.

Los ojos de Dante brillaron con emoción y le presté mucha atención a los movimientos que hizo con las manos, imitándolos lo mejor que pude.

—¿Así? —pregunté repitiéndolos. El alfa asintió con la cabeza y volvió a signar para que pudiese pulir los movimientos—. ¿Qué significa?

«Valiente gilipollas».

Mis ojos se encontraron con los suyos, reflejando el desconcierto que me había invadido, y solté una inesperada carcajada que resonó en la tranquilidad del bosque. Dante me observó con calidez y no pude evitar dedicarle una sonrisa que consiguió que mi pecho brillase por dentro.

—Gracias —signó con una sinceridad que no esperaba.

La intensidad de su mirada me cautivó y sentí que me abrumaba el agradecimiento que se reflejaba en ella. En aquel momento comprendí que debía significar mucho para él que estuviese haciendo un esfuerzo para aprender a comunicarme en su idioma, y no podía más que imaginar lo complicado que era vivir en un mundo en el que tu voz era silenciada e ignorada porque las personas a tu alrededor no eran capaces de comprenderla.

Holii!

¿Qué tal estáis?

¿Qué os ha parecido este acercamiento?

Asumo que los crushes que ya habían comenzado en anteriores capítulos se han disparado...

¿Y a Ceylán lo queremos o no?

¡Contadme cosas!

¡Nos leemos!

Biquiñoooos ❤

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