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16. Secretos

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Me mordí el interior de la mejilla con frustración al escuchar que gritaban mi nombre y cerré los ojos y suspiré antes de darme la vuelta para ver como Dante y Ceylán me hacían un gesto para que acudiese a su encuentro.

Mis pies se volvieron más pesados mientras caminaba en su dirección. Un alfa, un beta y un gamma, los tres rangos de mayor autoridad dentro de la manada. ¿Qué más se podía pedir?

—¿Sí? —dije cuando llegué a ellos.

Dante signó algo que no entendí y su severa mirada se centró en mi rostro antes de enfocarse en el de Hugo. Mis ojos se encontraron con los del beta durante una milésima de segundo y el joven signó algo en respuesta que no comprendí. Dante me observó con seriedad y repitió los gestos que no había comprendido anteriormente.

—Pregunta qué pasa —dijo Hugo para mi sorpresa.

—¿Qué pasa de qué? —Dante entrecerró los ojos al escuchar mi pregunta y nos señaló a Hugo y a mí con sospecha. Parecía que las noticias volaban en aquella manada.

«Panda de cotillas...»

—Pasa que nos has llamado y aquí estamos. ¿Qué necesitas? —pregunté con voz neutral.

El asombro de Ceylán transformó su expresión durante un breve segundo y sentí la mirada de Hugo clavada en mi rostro con gran intensidad. Mis ojos se detuvieron en los de Dante, que me observaban con desconfianza al sentir que le estaba ocultando algo.

«Sorpresa, los secretos no son tan divertidos cuando estás al otro lado del camino» —pensé al ver su expresión de desconcierto mientras me tapaba la boca para bostezar.

—Si no os importa me voy a dormir, he tenido un día demasiado largo.

Los lobos me observaron con estupefacción, pero Dante asintió con la cabeza para liberarme de aquel momento tan incómodo y yo imité su gesto antes de salir de allí pitando. Estaba tan cansada que me costaba hasta pensar, pero tenía claro que no me iba a entrometer en la relación de Dante y Hugo ni en ninguna otra, para el caso.

Sí, el beta se había comportado como un imbécil, pero también había saltado al río para sacarme cuando creía que estaba en peligro y aquello tenía que contar para algo. Además, si lo que me había dicho Ceylán era cierto, tan solo estaba cumpliendo con su deber como beta tratando de proteger al alfa y a su manada.

Y sí, los astros eran sagrados en cualquier rango, especialmente los de los alfas, independientemente de si el vínculo astral se había oficializado o no, pero todavía no me sentía lo suficientemente intimidada por aquel lobo enclenque como para tener que chivarme al profesor.

Me tumbé en la camilla del cuarto en el que me había despertado hacía lo que parecía toda una vida y me tapé con la manta hasta el cuello. Mis ojos se cerraron poco a poco, agotados por todo lo que habían visto aquel día, y me quedé dormida deseando que cuando me despertase me encontrase de vuelta en casa y todo aquello no hubiese sido más que una pesadilla.

Solté un gemido al notar que algo no iba bien y me incorporé de golpe al sentir que un fuego ardiente cobraba vida en mi interior. Mi pecho se movía a toda velocidad mientras trataba de coger un aire que no parecía llegar a mis pulmones, y me llevé una mano a la garganta con angustia al escuchar mi acelerado pulso resonando en cada centímetro de mi cuerpo.

«Jodido matalobos infernal» —pensé al recordar lo que había ocurrido.

Me volví hacia la mesita que había al lado de la camilla para beber un poco de agua que me ayudase a calmarme, y al hacerlo me quedé petrificada. Ante mis ojos se extendía la figura de Dante, que descansaba tumbado en la otra camilla como había hecho la noche anterior, y no pude evitar sentir que un cálido hormigueo se propagaba por mi interior al verlo.

«No es tan malo tener a alguien que te traiga una manta cuando tienes frío».

Las palabras de Emil hicieron eco en mi mente y me mordí el interior de la mejilla al sentirme bastante agradecida porque Dante me hubiese dejado tranquila la mayor parte del día anterior. Me había dado el espacio que necesitaba, aquello había que concedérselo.

«Si no te hubiese arrancado de tu hogar, no necesitarías espacio ninguno».

Touché.

¿Qué hacía allí de todas formas? No necesitaba vigilarme en persona, podía sentir la presencia de los cuatro lobos que guardaban la enfermería, así como la de las decenas de personas que patrullaban la frontera del territorio de la manada constantemente.

«Está preocupado» —dijo la traidora voz de mi cabeza.

Solté un bufido con exasperación al no comprender lo que sentía y vertí un poco de agua en el vaso antes de beber. Su baja temperatura ayudó a que se apagase aquel poderoso ardor que había invadido mi cuerpo por el efecto del acónito, una sensación con la que estaba muy familiarizada, y suspiré con resignación sabiendo que lo peor todavía estaba por llegar.

Mi cuerpo había luchado contra la toxina para lograr mantenerme con vida a pesar de su presencia en mi torrente sanguíneo, pero ahora tenía que eliminarlo de mi organismo y el proceso no era para nada sencillo. Apoyé la cabeza contra la pared y miré por la ventana para descubrir que todavía era de noche, aliviada por poder dormir un poco más.

Me volví a tumbar en la camilla y me deshice del abrigo de las mantas antes de posicionarme de lado para poder estudiar el rostro de Dante con atención. Sentía la fuerza del vínculo astral en mi interior, provocando que mi parte más salvaje quisiese correr a sus brazos, y negué con frustración antes de cerrar los ojos.

Dejé que el aire saliese de mis pulmones lentamente y sentí que la oscuridad me envolvía poco después. Cuando me volví a despertar, Dante ya no estaba. En su lugar había un pequeño montón de ropa limpia y una nota.

—Buenos días —dijo Ceylán con una sonrisa mientras entraba en el cuarto—. Te traigo el desayuno.

—Eres un regalo, Ceylán, muchas gracias.

El joven movió el panel de la mesa para ponerlo delante de mí y apoyó sobre él la bandeja que sostenía entre las manos. Se me hizo la boca agua al ver todo lo que había traído, pero fui directa a por el zumo de naranja que había en una pequeña jarra.

—Deshidratación, ¿eh? —dijo con gesto pensativo.

—Antes del dolor de cabeza, la debilidad y el agotamiento —dije con una sonrisa al ver que el doctor se sorprendía al escuchar mis palabras.

—¿Por qué sabes mucho más de lo que aparentas?

—Porque tengo una vida muy interesante que desconocéis. —El joven se rio entre dientes al escuchar mi comentario y asintió con la cabeza en acuerdo—. Oye, Ceylán, no te lo tomes a mal, pero ahora que ya estoy mejor, ¿podría dormir en otro sitio?

—Por supuesto, te lo iba a proponer hoy mismo.

Sonreí complacida al saber que iba a habitar otro lugar que no fuesen aquellas cuatro paredes y el doctor se fue tras decirme dónde podía ducharme y cambiarme. Disfruté del desayuno en paz, sintiendo las suaves caricias del aire de la montaña sobre mi piel y escuchando el sonido que provocaban los pájaros y que, si cerraba los ojos, hacía que me sintiese como en casa.

El agua de la ducha alivió parte del malestar que sentía y me sorprendí al ver que salía del baño con una sonrisa dibujada en mi rostro. La ropa que me había dejado Dante olía a él y ya no sabía si aquello me molestaba o me gustaba, porque lo cierto era que aquel olor a madera salvaje me resultaba muy atrayente.

La camiseta de franela me cubría hasta la mitad de los muslos y la mayor parte de la tela de los pantalones de chándal se amontonaba en mis tobillos, pero la comodidad que me proporcionaron aquellas prendas parecía de otro mundo.

Suspiré antes de coger la nota que había encontrado sobre la ropa y la desdoblé al ser incapaz de contener más mi curiosidad:

«Perdón por haberte hecho enfadar».

Hola, florecillas!!

Ya me he puesto al día con los comentarios!! La verdad es que os echaba de menitos ❤ Pero ya estoy ubicada en la vida y vengo para quedarme.

¿Cómo nos sentimos con respecto a esa nota que ha recibido Afri?...

Biquiños, gente bella! Nos leemos! ❤

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