2: Ya se pone raro
Todas las fans lloraron al escuchar lo que acababa de decirme su adorado Harry Stails.
—¡Por favor, por favor, por favor...! —rogó el chico.
—¡No, Dios, aléjate!
—¿Dios? —Sonrió de lado—. Oh sí, nena, soy el dios del sexo.
Manuel lo apartó de pronto.
—Aléjate de mi chica si sabes lo que te conviene, nene —amenazó entre dientes.
Me sorprendió, él nunca había sido así de... No sé, ¿amenazante? ¿Neandertal posesivo?
—¿Sabes lo que dices, nene? —renegó el cantante—. ¡Soy el jodido Harry Stails, todas me aman, nene!
—Me importa un carajo quién seas, nene, ella es MÍA.
—¡Yo rompo mesas y doy contra el muro, nene!
—¡Yo soy el más joven de los Roquefeler, y también rompo hasta armarios, nene!
—¡Chicos, ya! —Los separé—. Y ya paren de decirse "nene" el uno al otro, es perturbador.
Manuel rodeó mi cintura con uno de sus brazos y me pegó a él mientras miraba con el ceño fruncido al tal Harry. Este también tenía el ceño fruncido. Dio un paso adelante y sin previo aviso aparecieron los dos guardaespaldas a nuestro lado. Harry los miró de reojo a cada uno.
—Volveré —aseguró. Se puso lentes de sol y retrocedió con lentitud.
Mucha lentitud.
***
Mientras Manuel conducía me dediqué a observarlo. En verdad ahora parecía mentira que fuese él. No era mi chico amable y dulce, o quizá sí, ya no lo sabía, y menos con lo que le había escuchado decir. Empecé a sentirme un poco sola. Cuando me di cuenta, ya estábamos afuera de mi casa, o dizque casa, ya que aún no la reconocía como mi hogar a pesar de ser bonita. Ni a esta ciudad tan distinta y grande, a pesar de que también era bonita.
Una leve caricia me hizo reaccionar.
—Te veré mañana. —Su móvil sonó y contestó—... Claro, nena, tú dime dónde, cuándo y cómo. —Mi boca cayó abierta—. No, debo dejar a mi amiga en una reunión. Bye. —Colgó. Me miró sonriente mientras yo no sabía qué pensar—. Tengo algo para ti.
Tomó su mochila del asiento trasero y sacó una caja. Me la dio. La abrí y me sorprendí. Un gatito... ¿Un gatito?
—¿Cómo... cómo lo has tenido en tu mochila sin que...? —Me miró confundido. Suspiré, debía recordar que en este raro mundo no existía mucha lógica—. Nada. Muchas gracias, me encanta, lo adoro. —Sonrió. Reconocía esa sonrisa—. ¿Puedo preguntarte algo? —Asintió enseguida—. ¿Cómo nos conocimos?
—¿No recuerdas? Te mudaste aquí, yo era el más popular y arrogante de la universidad, y tú tan dulce, antisocial, marginada e inocente que me enterneciste. —Arqueé una ceja—. Tenía que tenerte a mi lado para cuidarte. Sin importar que no me mirabas por ser como era, por ser millonario y por estar rodeado de chicas.
Respiré hondo. Forcé mi sonrisa.
—Claro... —Miré hacia mi casa, luego al gatito en la caja—. Te veo mañana. —Le sonreí una vez más y bajé del auto.
Entré a casa. Le di leche al gato que no sabía qué raza era, por ahora era una blanca bolita peluda. Fui directo a la jaula del loro.
—Quiero mi antigua vida —le dije.
Quedó viéndome por unos segundos.
—No puedo.
—¿Cómo que no? Ese no es mi Manuel, esta no es mi casa, esta no es mi ciudad. Quiero mi antigua vida ahora.
—No te enojes —sollozó sorprendiéndome—. Ha sido tu deseo, no puedo hacer nada. Aunque no lo creas, lo que él te haya contacto es verdadero, eso ha pasado, todo ha sido reescrito.
Sentí como un baldazo de agua helada. Me tapé la cara para cubrir mis lágrimas.
Fue una tarde en la que aquel chico sencillo de sonrisa dulce se me había acercado a preguntarme algo sobre uno de los trabajos que habían dejado. Nos hicimos amigos, me mandaba mensajes todos los días. Compartíamos gustos similares.
Sin vicios, sin pasados oscuros, sin complicaciones. Amante de la naturaleza y el silencio, de la música instrumental junto a un buen libro. Ese que me había limpiado la nariz cuando me enfermé, que se amanecía ayudándome con trabajos, que no era chico "de una sola noche", que me había cargado al estilo princesa a pesar de tener un par de kilos de más y decirme que no era así. Ese era Manuel.
Aspiré por la nariz sin preocuparme por no sonar femenina.
—¿Hay una forma de revertirlo? —murmuré con la voz terriblemente quebrada.
—Como toda cosa buena, no dura para siempre. Pero no sé si podrás aguantar un año hasta tu próximo deseo de cumpleaños. O si no ver si de pronto desaparece.
Jadeé y aguanté los sollozos, sin mucho éxito. Nunca me había sentido tan sola. Mi madre no estaba, viajó como dijo que lo haría.
—Me daré una ducha.
—¿Por qué? No tienes algo serio en qué pensar, no es necesario que te bañes, además, ya te bañaste en la mañana... Pensándolo bien, sí, en los clichés se bañan varias veces y desperdician agua solo para despejarse. —Quedó mirando mi cara de ironía y ofensa. Se encogió de hombros—. ¿Qué? Yo no hice esa regla.
Negué y solo opté por ir y lavarme la cara. Iba a darle la contra al cliché. Dormiría y esperaría a que esto fuese un sueño. Salí del baño secándome la cara.
—Qué hay. —Pegué un brinco y un grito por esa voz que no conocía. Lo vi, era el vecino desde su ventana—. Perdón, te asusté.
Negué y quedé un poco distraída con su torso desnudo.
—T-tú tranquilo, estoy bien. —Fui dispuesta a cerrar las persianas.
Otro problema. ¿Cómo funcionaban esas porquerías? Tiré de la cuerdita, y en vez de caer, se subió más. Resoplé, tiré con suavidad y se bajó solo un lado, quedando torcida, y aún abierta. Gruñí.
—Dale un solo tirón hacia abajo a la cuerda y va a caer —empezó a instruirme el vecino. Lo hice y nada, se volvió a subir por completo y ahí quedó—. Aguarda, voy para allá.
—Oh, no, no, no, no. Gracias, descuida.
—¡Hola! —Se asomó Manuel por mi ventana y chillé.
Retrocedí mientras él entraba. Le hizo señales amenazadoras al vecino y cerró la persiana. Giró y yo estaba pasmada.
—Muy bien, ¿me parece o esta noche alguien estaba sola? —ronroneó. Sus ojos grises quemaban.
—Ahb... Adbda —balbuceé como estúpida.
Avanzó hacia mí. ¿Qué planeaba? Debía distraerlo de lo que fuera, ya que me daba mala espina.
—¿Así que eres de los Roquefeler, eh? —cuestioné un poco temblorosa—. ¿No es ese uno de los grupos o familia más poderosa del planeta?
—Pues sí —respondió orgulloso sin detenerse.
Terminé acorralada contra la pared. Maldita pared, tenía que estar ahí.
—Imagino que te han enseñado todo.
—Claro. Violín, piano, guitarra, flauta, arpa, bajo, ukelele —empezó a contar con sus dedos—, flauta de la muerte de los mayas. También deportes, postas, natación, basketball, vóley, cricket, baseball, tenis, ponle la cola al burro —fruncí el ceño—, striptease. ¿Te hago un baile?
—Ah, asumo que también sabes idiomas —cambié de tema con urgencia.
—Sí, siete idiomas.
Quedé con la boca abierta.
—Tienes veintiún años. ¿A qué hora has tenido tanto tiempo para estudiar tanto?
Alzó el dedo índice dispuesto a responder, pero al segundo frunció el ceño. Se rascó la nuca con extrañeza.
—No sé. Pero ya qué, te haré un baile.
—No... —En eso se levantó una humareda y grité asustada. Luces de colores empezaron a parpadear y sonaba una canción semiroquera.
—¡Llegó por quien llorabas, nena! —Entró Harry de un salto, rompiendo mi persiana.
Nos vio a los dos y la música y las luces se apagaron.
—¡Oye, oye, oye! —lo retó Manuel—. ¡¿Tú quién rayos te crees para venir a la habitación de mi chica, ah, nene?!
—¡Ya te dije, soy el jodido Harry Stails y hago lo que me pega la gana! ¡Si quiero venir en jet, vengo en jet, nene!
—Si te crees lo máximo con tu jet, ¡te reto a una carrera de jets, nene!
—¡Por mí está perfectamente perfecto, nene!
Los empujé.
—¡Nenes, para empezar, ninguno debió venir, ahora déjenme dormir!
Salieron discutiendo por la ventana y corrieron una vez que tocaron suelo. Para mi sorpresa y extrañeza, un jet se elevó desde el estacionamiento de la casa de la derecha, y otro desde la izquierda. Partieron veloces y se perdieron de vista.
Quedé a cuadros.
—¿Sabes? —dijo Hoshi—. Parece que estamos en el género comedia romántica.
—¡Ay, no me digas! —exclamé con sarcasmo.
—Ay, sí te digo.
Entrecerré los ojos y se asustó un poco.
—Dormiré... Más te vale que no pasen cosas raras mientras tanto.
***
"De pie, dormilones, son las siete de la mañana, hay cosas que hacer. Y hoy en las noticias. Harry Stails parece haber llegado tarde a su hotel, en estado evidente de ebriedad, y con el famoso Manuel Roquefeler.
¿Fue una noche de rumba? Ya lo creo que sí"
Abrí los ojos renegando. La pesadilla no había terminado.
—¡Cruak, buen día! —saludó Hoshi.
Mi respuesta fue una especie de gruñido con bufido.
***
Cepillé mi cabello, lo até en una cola alta, pero decidí que estaba mejor suelto, así que lo solté y cayó en ondas como cascada...
¿Qué rayos estaba diciendo?
Me enredé los pelos como loca y quedé así. Sentí la vista de alguien como por arte de magia y volteé, ahí estaba el vecino. Recién notaba sus ojos verdes. Mi persiana había sido rota y lo había olvidado. Chillé y me cubrí, pues, como nunca, estaba en ropa interior. El tipo mostró una espléndida sonrisa.
Uf... quema.
Espera, ¡no!
—¡No veas! —amenacé.
Me dio la espalda mientras reía de forma suave. Espalda perfecta. ¿Era que acaso este sujeto nunca traía puesta una camiseta? Empecé a vestirme de prisa.
—Aún no sé tu nombre —canturreó.
—No te interesa, tampoco sé el tuyo, y puedo vivir con ello.
—Dime Adam.
—Te felicito. —Terminé de abrochar mi pantalón.
—No me dirás el tuyo, ¿verdad?
—¿Qué comes que adivinas? —me burlé de él.
Cuando bajé me dispuse a tomar desayuno. Miré a mi alrededor, la casa solitaria. Comí como descocida, ya que sabía que de algún modo no iba a engordar.
—Oh... Um... ¡Dios, sí! ¡Oh, sí! ¡Ah! —Me detuve de golpe y miré a mis costados. Los panqueques estaban buenos, pero no era para tanto.
—Alguien tiene hambre también —reclamó Hoshi.
—¡Verdad, el gato!
—¡Me refería a mí!
Me puse a buscarlo sin hacerle caso. Recorrí la casa y terminé nuevamente en la sala comedor. Verla vacía y silenciosa me hacía recordar a la casa de la abuela. Aquellas tardes en las que íbamos a visitarla, le gustaba preparar galletas y contar sus anécdotas. Mi madre decía...
¡Espera! ¡¿A quién carajos le importa la historia de la abuela?! ¡Al grano!
Casa vacía, loro mágico loco, gato perdido.
—¿Gato? —pregunté mientras lo buscaba debajo del sofá—. Gatito, gatitooo.
—No está —murmuró Hoshi mientras metía la cabeza dentro de un recipiente de galletas.
—Debo darle de comer.
—Ay, no es necesario. Aparecerá cuando estés triste y necesites que vaya y se acurruque por tus piernas o algo así. De ahí, puedes olvidar que existe, no se morirá.
Me puse de pie de un salto, sorprendida.
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