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Vanitas

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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:

εïз) Vanitas x lectora. 

εïз)No tiene +18.

εïз)¡Espero que les guste mucho!

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Un único acto de bondad.

La noche cayó con su velo y cubrió la habitación con los colores más aventurados y sangrientos que la imaginación de un humano podía concebir. El silencio fue la madre del sufrimiento de la femina y el calor el padre del cuerpo de aquel usurpador del nombre más temible en el otro París.

De ensagre en sangre ambos cuerpos venían, como el mar lleno de olas fluían con rapidez y excitación; un par de enemigos jurados compartiendo el lecho justificado con un mediocre compañerismo obligado. Era tan solo un momento lo que los separaba de los límites de la cordura para entregarlos al vertiginoso camino de las emociones más ciegas, los ojos de Vanitas resplandecieron en azul y el terror se reflejó en la expresión de la castaña.

—¿Desde cuando eres tan tímida? —preguntó Vanitas con esa expresión traviesa en su rostro.

Estaba a completa merced de la vampiro. Bajo ella en el lecho y con los botones de su ropa libres, la tersa piel de leche lució divinamente tentadora; sus ojos castaños se pintaron de rojo y el pánico la asfixio lo, suficiente como para obligarla a tragar en seco.

Sus cuerpos se estaban llamando y el atractivo del peli azul era suficiente para hacerla perder la razón. Estaba sedienta, y él no dudaría en tomar el papel de la fruta del pecado.

—Acabas de devolverme mi nombre —dijo ella y él asintió riendo por debajo. Sus rulos, castaños caían bellamente dándole a Vanitas una imagen espectacular de su ansiedad y bochorno—. ¡Incluso somos enemigos! ¿Y te entregas a mi de esa forma?

Vanitas suspiró. Un rayo iluminó la habitación y reflejo un haz mortal en los colmillos de la mujer los reflejó como la pintura que clama sangre y muerte expuesta para los curiosos.

—Tienes sed —sentenció Vanitas ladeando la cabeza, de forma que su clavícula resaltó apetitosa. Atrapó a la castaña del rostro con delicadeza; sus manos dentro de sus guantes eran cálidas, totalmente diferente al pensamiento formado por su enemigo—. Y aquel amado que servía como tú fuente murió, ¿no? Por la maldición de Vanitas.

Esas palabras hicieron eco en las paredes emocionales de la castaña. Antes a Vanitas, hubo un hombre, la sombra de aquel a quien ella había entregado su amor y alma enteros; las lágrimas desbordaron y la locura que sintió por la maldición, se apoderó de ella en una ola de sed y hambruna.

Había dado en la herida que jamás cerró en ella, porque donde hay sufrimiento, allí es terreno sagrado.

—Vanitas... —un suspiro de la castaña y movimiento fueron suficientes para cortar de tajo con el momento—. Tus ojos azules...

—¿Te dan miedo? —preguntó él, formó una sonrisa forzada. De todos los vampiros era a ella a quien quería demostrar la verdad de una confianza ciega.

Era imposible, creer en ello le parecía tan imposible como salir a la calle sin miedo a ser atacado por la sombra azul que le seguía a todas partes.

Pero ella, sonrió y lo hizo tan bellamente que las rosas florecieron en aquel momento. Negó con delicadeza y sus labios carnosos formaron sus últimas  palabras antes de sellarlos.

—No, ya no les temo —dijo ella—. Porque hicieron un único acto de bondad para mí existencia, y además, parecen clamar tímidos por ser mordidos. Vanitas, ¿quieres que beba tu sangre?

El peli azul fue tomado por sorpresa. La timidez se transfirió a su expresión, y con bochorno asintió.

La marcha de la castaña fue lenta en un principio, pero al cabo de poco, sus colmillos habían atravesado sin demora la piel virgen de Vanitas. Éste gruñó y liberó un travieso jadeo, ser expuesto de tal forma y como primera vez, superó sus emociones y su corazón se elevó cuando su sangre saboreó la castaña.

—Dulce... —murmuró ella, en un momento que se tomó para lamer y chupar sonoramente. Sus cuerpos se habían calentado en un abrazo.

Vanitas deslizó su diestra hasta la cadera de la femina y la atrajo todavía más a él. Una segunda mordida se hizo presente y el líquido carmín fluyó en ambos cuerpos, conectandolos en una herida mortal, delicada y llena de un simple acto de bondad.


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