Lucas
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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:
εïз) Lucas x lectora.
εïз)No tiene +18.
εïз)¡Espero que les guste mucho!
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"La armonía que destruye al temor".
Dura es la vida de un duque cuando se encuentra en sus inviernos avanzados, pero cruel y jodida es todavía más cuando es tan menor como el rocío de la mañana de un día nublado y espeso en pesimismo. La situación del conde Lucius no era la mejor de todas y sí le preguntaran, seguramente diría que no escogería nacer en tal sitio.
Si tan solo hubiese tenido la oportunidad de escoger si quería nacer o no, en un familia tan importante o no, pero nadie se detuvo ni lo hará por saber algo más de él que no sean las tareas de su puesto.
Nadie se interesaría por su estado, por si había sonreído honestamente alguna vez en el día, tampoco si se encontraba solo a pesar de tener las atenciones debidas, o eso pensó. Lucius se encontró atado de manos, con los labios sellados e incapaz de hablar como quisiera; era el modelo de otros y comenzó a ser aterrador.
Despertó y desarrolló sus tareas con las exigencias que llevaban y pronto, al medio día, encontró en el jardín de la mansión del tío Ruthven un lapso de tiempo para descansar y comportarse como un niño de su edad. A la vista de su soledad y que no podría verla ese día, sus ojos se cegaron por un velo oscuro de desilusión, y poco a poco, lentamente comenzó a cortar flores de todo tipo de colores.
A lo lejos, Jeanne le observó. Pensó que nuevamente Lucas sentía esa necesidad enorme por ser alguien normal, un niño que sale a jugar y su única preocupación sería saber qué comería al llegar a casa. Llevó sus delicadas manos a su vientre y suspiró; al menos ella hacía lo posible por protegerlo y darle el aprecio que merecía.
Se encogió de hombros, perdiendo de vista la acción del castaño cuando frente suyo como una brisa primaveral, una niña de la misma edad que Lucas pasó corriendo y sus cabellos castaños se ondeaban a causa de sus pasos traviesos. Jeanne encontró las espaldas de la única alma que podía levantar el espíritu de su señor; sonrió satisfecha y tomó asiento en un banca cercan, para no perderse de vista la escena del primer y único amor de Lucius.
Mientras tanto, el pequeño comenzó a deslizarse en un espiral de pensamientos negativos. Era cierto, en cualquier momento su vida podría acabar y de no ser por Jeanne, seguramente ya habría muerto; él no quería ser importante, quería estar con su hermano como cualquier otro jovencito y jugar, tal vez discutir, o también hacer travesuras juntos.
Tenía miedo. Se sentía solo aún cuando el mundo entero en altus París estaba a sus pies sólo por debajo de la reina. No era lo mismo, seguramente sus amigos los podía contar con los dedos de una sola mano.
¿Debería llamar a Jeanne como amiga? No sólo eso, el recuerdo de cierta jovencita castaña le vino a la mente para encender sus tiernas y tersas mejillas en un rosa cálido.
¿Era su amiga? ¿Ella era su amiga? Su corazón quería rechazar esa idea a pesar de que su mente lo gritaba por todos lados.
Tomó con brusquedad el tallo de una rosa. Sus pensamientos lo habían abrumado a tal punto que volvió en sí gracias al dolor y la sangre que escurría de su dedo. Maldijo por debajo y cuando se iba a llevar el dedo a la boca alguien más le detuvo.
—Mira lo que hiciste, Luca —escuchó la voz de la castaña. El mencionado elevó la mirada y se sintió atrapado al pensar en ella justo cuando la tenía frente suyo y no se había dado cuenta.
—¡N-No! Yo... —balbuceó al mismo tiempo en que la castaña atrapó su dedo herido y tomó asiento frente a él. Quería evitarlo, pero el vestido que tenía puesto con detalles rosas pastel y azul con toques blancos y un sutil escote le obligó a encontrarla preciosa, haciendo un descarado contarte con lo triste del día.
—¿En qué piensas tanto? —reprendió ella a la par que con lentitud se llevó el dedo del conde a los labios. Lamio desde la base del dedo hasta la punta, siguiendo el rastro del dulzor de la sangre—. ¡Delicioso!
Ni bien dio por terminada la acción que le traería la muerte si algún funcionario importante los hubiese visto, Luca se llevó su mano al pecho. De lejos Jeanne se encontró turbada en una emoción errónea, no dejó de pensar en cierto hombre molesto. Quería beber la sangre de Vanitas.
—¡Tonta, no hagas eso! —inquirió Lucius frunciendo su entrecejo—. Si te encuentran podrían...
—¿Matarme? Pero no soy portadora de la maldición —defendió ella con simpleza. A Luca por un momento le pareció encontrarle cierto parentesco a aquel hombre que comenzó a odiar desde que visitaron el otro París—. Además, necesitabas ayuda y tu sangre siempre me pareció deliciosa.
Inmediatamente Luca cubrió los labios de la castaña con su dedo herido. Fue solo un reflejo, quería que guardara silencio y ella volvió a lamerlo.
—Sabe a cereza —murmuró ella cuando Luca alejó su dedo asustado. Estaba tan rojo del rostro que lo único que hizo fue observar a Jeanne pidiendo ayuda en silencio, ella simplemente le respondió con una sonrisa—. ¿Qué pasa? ¿Te enojaste?
Luca negó. Tomó aire y encontrándose más relajado, mantuvo miradas con la castaña.
—¿No tienes miedo a salir lastimada por estar conmigo? —preguntó Lucius directamente.
La castaña se tomó unos segundo para meditar su respuesta. Fueron los suficientes para que Luca terminara lo que había comenzado con la flores que antes arrancó.
Ella negó y el miedo que una vez sintió Luca se disipó.
—No, no tengo miedo —sentenció ella y al encontrar la incredulidad en el rostro de Luca, decidió explicarse mejor—. Porque sabes, el miedo es tan pequeño que mi emoción por verte todos los días lo entierra. Me gusta verte sonreír, escuchar tus risas y vivir a tu lado, y si por eso debo temer me parece justo pero imposible de alejarme.
Tales palabras llegaron al corazón del joven vampiro. Sus ojos se encendieron en un rojo esplendoroso y sus mejillas se calentaron. Bajó la mirada, estaba seguro de cuáles eran sus sentimientos que por tanto intentó ocultar.
—¿Y a la maldición le tienes miedo? —preguntó con tono aplomado y ella volvió a negar—. Entonces...
—¿Entonces? —preguntó ella colocando sus manos sobre su regazo.
—Entonces, ¿Por qué de pronto el miedo que tenía se fue cuando llegaste? —preguntó llevándose las manos al pecho—. ¿Por qué sigues estando a mi lado sin miedo a morir?
La castaña imitó sus acciones. Por primera vez sintió que no podía ocultar más sus emociones y la armonía que utilizó para desdibujar su temor, la encontró en la corona de flores que Lucius tejió. La tomó y sin previo permiso la colocó en la cabeza del castaño.
—Porque hay algo en tu corazón semejante a lo que hay en el mío cuando apareces en mis sueños y tu figura se refleja en mis ojos, Luca —explicó ella y Luca lo entendió.
Al mismo instante la castaña lo tomó por las mejillas y se unió a él en un choque de frentes donde encontraron cálidas sus respiraciones. Entonces sus ojos se encendieron y reflejaron lo que había en sus pechos.
—No importa cómo, tu miedo no puede vencer lo que sientes —le dijo ella—. Si te encuentras solo en el mundo, solo toma mi mano. Un mundo para dos no suena mal, ¿verdad?
Luca afirmó con su cabeza. Las lágrimas le desbordaron y conectó al fin sus temores y gustos con la existencia de la castaña. Un día tan cruel y despiadado se había convertido en un tobogán de emociones en la merced de sus manos y palabras.
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