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XV. Cambio de planes

Lath'Mae tuvo la mala suerte de despertar aquella mañana en brazos de Anaris. Cuando la sirvienta entró sin avisar en sus aposentos, la Regenta creyó que sus encuentros con el joven aprendiz se convertirían en un escándalo, pero por fortuna o por desdicha había sucedido algo más grave. Varios elfos habían aparecido muertos en los alrededores, los rumores de una extraña enfermedad habían sacudido el improvisado campamento que los sin'dorei habían alzado en las ruinas de Rémol y la tensión comenzaba a causar rencillas. Habiéndose vestido, la elfa salió de sus aposentos en la parte alta de lo que podría haber sido una taberna y se reunió con un grupo de elfos y elfas que la aguardaban a las puertas del edificio. Rémol era un lugar fantasmagórico, pero su decadente estado de ruina le otorgaba un aura aún más terrorífica. La Regenta descubrió que algunos habían huido y se habían refugiado en las ruinas del Monasterio Escarlata, preferían estar allí que en Rémol. El largo silencio de Lath'Mae delató su sorpresa ante aquellos acontecimientos, pero no era una molestia para ella que la gente supiese que estaba preocupada. Como reina que se consideraba, su deber era preocuparse por su pueblo. Dio la espalda a quienes se concentraban frente a ella en busca de consuelo y antes de desaparecer nuevamente en el interior del edificio, corroboró que quien tuviese dudas, podía abandonar Rémol. No se giró mientras subía de nuevo a su dormitorio, no quería encontrarse con aquellos y aquellas que tomaron sus palabras con alivio y se dispusieron a regresar a Quel'Thalas. Anaris la esperaba sentado en la cama, con las piernas estiradas y los brazos cruzados, apoyando la espalda en el cabezal del lecho que había compartido con Lath'Mae. La elfa se dejó caer allí y lo abrazó. Fue un tanto extraño para él, ella nunca había mostrado aquella actitud en un contexto que no fuese sexual. Anaris la envolvió en sus brazos con el corazón latiendo muy deprisa y sintió las caricias de la elfa en su espalda desnuda.

—Algo no va bien. Los no muertos no son el problema, algo no está yendo bien.

—¿Estás segura? Tu teoría sobre la estrategia de los no muertos tiene mucho sentido.

—No, Anaris, estaba equivocada. Los no muertos no pueden estar detrás de lo que está ocurriendo aquí. No hay ninguna enfermedad, he visto los cuerpos. Están perfectamente, es como si estuviesen dormidos, pero su corazón ya no late, simplemente se ha detenido.

—Puede que sea algo natural.

—¿Dieciséis elfos muriendo de un paro cardíaco al mismo tiempo? No, Anaris, no es nada natural.

Anaris no dijo nada y se limitó a abrazarla para aliviar el malestar del momento. Él sólo era un aprendiz, Lath'Mae era mucho más sabia en muchas más cosas de las que él pudiese llegar a conocer, pero también era una líder vanidosa y era inaudito verla reconociendo un error. Eso sólo podía significar que él no era un simple aprendiz o amante, él formaba parte de su círculo y ella se sentía lo bastante cómoda como para mostrarse vulnerable con él. Unos gritos interrumpieron el momento de paz que la pareja acababa de crear y Lath'Mae respondió inmediatamente, asomándose a la ventana rota que había en la estancia. Fuera se había desplomado otro elfo, uno de los forestales que lideraba un escuadrón. La propia Lath'Mae fue testigo de cómo todos los integrantes de aquel escuadrón se desvanecían en el suelo segundos después de hacerlo su líder. Salió de la habitación enardecida para comprobar ella misma si simplemente se habían desmayado, pero se decepcionó al comprobar que estaban muertos. Se giró descorazonada y vio las miradas de pánico en los suyos.

A lo largo de la jornada sucedió más veces, algunos y algunas sin'dorei se desplomaban sin vida en el suelo y sus cuerpos eran trasladados a la zona noreste del asentamiento, donde se encontraba el antiguo cementerio que los humanos habían utilizado en tiempos pretéritos. Habían caído más de los que cabría esperar y la ayudada de la Alianza no llegaba. Dado que este fenómeno no se producía más allá de Rémol según confirmaron quienes se habían retirado allí, muchos y muchas quisieron abandonar el pueblo. Lath'Mae, aturdida, se había encerrado en su recámara sin saber qué hacer en aquella situación, algo impactante para Anaris y para ella misma, pues nunca se había bloqueado ante ninguna situación. El atardecer llegó en el momento en que una tromba de elfos y elfas se alejaban del pueblo por el camino meridional que luego los conduciría hacia el noreste, hacia lo que quedaba del Monasterio Escarlata. Los ánimos de la Esposa del Sol habían decaído considerablemente y bajo consejo de Anaris se había decidido a descansar para no sobrecargar su mente, pero no pudo hacerlo. Un nuevo grito la hizo saltar de la cama y asomarse a la ventana nuevamente. Un insufrible olor a azufre invadió rápidamente la estancia y los ojos de Lath'Mae contemplaron con impotencia como el suelo se agrietaba, derrumbando algunas construcciones envejecidas en el proceso. Las grietas emitían un extraño brillo verdoso. Anaris y ella descendieron las escaleras hasta las puertas de la casa resquebrajada y se toparon con una enorme brecha en el suelo, lo suficientemente ancha como para que ambos cayesen a su interior. Dentro había un repugnante líquido de color verde, el origen de aquella luminiscencia y de aquel hedor a azufre. Las maderas de la construcción crujieron y comenzaron a caerse algunas tablas de madera de las paredes. Saltaron al otro lado de la grieta justo en el momento en que el edificio se desmoronaba completamente sobre ellos.

El pueblo estaba rodeado por grietas en el suelo y aquel líquido que corroía incluso la piedra. Lath'Mae no tenía duda de que aquello había sido el origen de la destrucción del Monasterio Escarlata. Habían comprobado la letal naturaleza de aquella sustancia verde al ver caer a algunos de sus amigos en las grietas, corroyéndose sus cuerpos desde la piel hasta los huesos. Los gritos de dolor podían escucharse a kilómetros, pero los sin'dorei no se habían preparado para una situación así y desconocían cómo ayudar a los caídos, así como la forma de salir de allí. Lath'Mae y Anaris se encontraban junto a la mayoría de los suyos en una zona céntrica del pueblo, allí donde todavía se erguía con orgullo la majestuosa estatua de la Dama Oscura a la que los Renegados habían venerado tanto en un pasado no muy lejano.

—¡Manteneos unidos!

Todos obedecieron a Lath'Mae, no por respeto sino porque la alternativa era caer en un foso insalvable repleto de aquella extraña sustancia. El suelo temblaba a medida que las aberturas en el suelo crecían, parecía que en cualquier momento se desvanecería bajo sus pies y serían engullidos por las profundidades. Entonces se escuchó un grito, uno cuya voz Lath'Mae no supo identificar pero que sin duda heló la sangre en sus venas. Sus ojos se encontraron con un grupo más allá de unas casas, encabezado por una orca con rastas castañas. No la conocía pero sabía quién era, no sólo por la autoridad en su voz, algo en ella era revelador. Sheka venía seguida por una serie de personajes entre los que no había ningún conocido, pero que eran de lo más pintorescos. Había algunos orcos, pero había allí también una maga no muerta y un par de trols. ¿Por qué estaban allí en aquel momento? Lath'Mae se puso alerta, probablemente la Horda estaba detrás de todo aquello y buscaba venganza por la traición de lo sin'dorei.

—Os lanzaremos unas maderas —dijo Sheka al otro lado—. No resistirán mucho tiempo, pero sí lo suficiente para que crucéis a este lado. Tenemos que salir de aquí cuanto antes.

—¿Qué haces aquí, Jefa de Guerra? Eso eres, ¿no?

—Sí, Lath'Mae. Qué bien que me hayas reconocido, yo también te reconozco a ti. Sé todo lo que has hecho, pero no hemos venido por ello. La Horda no deja en la estacada a los suyos.

Lath'Mae miró dubitativa cómo dejaban caer una larga tabla de maderas mal juntadas y descubrió que no tenía alternativa. No acababa de creerse que Sheka viniese a ayudar, no después de sus planes y de sus pactos con la Alianza, pero la alternativa era permitir que los suyos muriesen, incluida ella misma. Sin que diese la orden de cruzar, algunos sin'dorei ya lo habían hecho y se encontraban al otro lado, animando y ayudando al resto. Lath'Mae y Anaris fueron los últimos en hacerlo y justo cuando estaban al otro lado, las maderas se partieron y la elfa cayó al vacío. Anaris gritó desconsolado al no verla, pero Sheka fue más rápida y se abalanzó hacia la gruta luminiscente. Estirando con fuerza logró que la elfa saliese de allí y no soltó su brazo hasta verla en el suelo, jadeando por el esfuerzo. De no haber sido por la orca, Lath'Mae habría muerto agónicamente en aquel foso. Anaris se arrodilló junto a ella, apartándole el mechón de cabello que ocultaba su rostro. Estaba enrojecido y ardía, no había salido ilesa de aquel incidente, pero estaba sana y salva y con eso era más que suficiente. Se giró para mirar a Sheka todavía arrodillado junto a la elfa y le dio las gracias.

—No me des las gracias a mí, dáselas a Awako —dijo señalando a la no muerta—. Ella ha abierto el portal hasta aquí, ella nos ha explicado qué está sucediendo. De no ser por Awako, nunca habríamos llegado.

Anaris miró a la maga y asintió como agradecimiento, sintiéndose culpable ante aquella ironía del destino. Una de las criaturas a las que habían venido a exterminar había acabado salvándoles la vida.

—Deberíamos regresar —dijo Awako—, el terreno es inestable.

—Seguidnos, trataremos la herida de Lath'Mae en nuestro refugio.

—¿La Horda sigue teniendo un refugio en los Claros de Tirisfal? —preguntó la Esposa del Sol desconcertada.

—Sí, Lath'Mae. Camposanto es nuestro refugio aquí.

La elfa se quedó paralizada observando fijamente a la orca, que sonreía con algo de malicia. Camposanto, la nueva capital de los no muertos, era el centro operativo de la Horda en aquel lugar ahora que Entrañas ya no existía. No era un asentamiento no muerto cualquiera, tal y como habían creído desde el principio.

—Muchas cosas de las que creías ser conocedora no son más que espejismos —habló la maga no muerta—. No te preocupes, nadie juzga a los sin'dorei en Camposanto.

—Algunos de los míos me esperan en el Monasterio Escarlata, no puedo irme.

—Hace ya horas que están en Camposanto, no hay ningún lugar en estas tierras que sea seguro.

—Lath'Mae —dijo Anaris mirándola con severidad—, se acabó. Vayamos a Camposanto, deja que te vean la herida de la cara y descubramos de una vez qué está pasando aquí.

La elfa se mordió la lengua. Quería contestar, quería demostrar que ella era la líder y que ella era la única que dictaba las órdenes, pero en aquella ocasión se dio cuenta de que no estaba actuando como era de esperar. Anaris tenía razón, todo se había alterado de pronto, nada era como ellos pensaban. Quisiera o no, seguir a Sheka y al resto era la única opción que tenía, pues tampoco estaba en condiciones de enfrentarse a ellos si la obligaban a marcharse. Se levantó del suelo y echó a caminar con lentitud, con una mano cubriendo la herida en su rostro. Sheka miró a Awako y asintió, dándole la señal para que abriese el portal hacia Camposanto. Cruzaron uno a uno hasta que sólo quedaron Sheka, Lath'Mae y Awako. La orca miró a la elfa con severidad.

—No juzgaremos tus actos próximamente, hay asuntos más importantes que atender, pero no pienses que olvidamos qué estáis haciendo aquí los sin'dorei. El futuro se ha vuelto mucho más incierto de lo que esperabas, elfa, y tendrás que aceptar las consecuencias de tus actos.

Lath'Mae no contestó. Cruzó el portal cubriéndose la herida, que en realidad no le dolía. La única herida que le dolía en aquel momento era la que Sheka había producido en su orgullo.

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