XII. Mojo
La taberna favorita de Genja estaba en el Zócalo. Serena entendía por qué. El Zócalo era uno de los centros comerciales más importantes de toda Dazar'Alor, allí siempre había ambiente y todo fluía de forma distinta. Era una especie de microcosmos al que podías ir a refugiarte cuando las cosas no iban bien. Aloxi, Awako, Genja y Serena compartían una mesa y aquello despertaba miradas curiosas. Un tauren, una no muerta, una trol y una niña humana acompañada de un reptil volador no era la escena más cotidiana en la vida de los zandalari. La conversación había fluido bien hasta ese momento. Genja había decidido detenerse, escuchar la música del local y beber su bebida, intentando contener las emociones que se removían en su interior al hablar de Razzli'mar y su pasado.
—¿Cuándo pensáis que Camposanto será atacada?
—No lo sé, Aloxi —se sinceró Awako—. La Insurgencia no se ha puesto de acuerdo con eso, ni siquiera con cómo debemos actuar. Yo creo que es algo inminente y que luchar es inútil. Estamos hablando de la Alianza y la Horda en contra de un grupo de no muertos, numeroso y hábil, sí, pero no lo suficiente como para mantener Camposanto ante un asedio como el que se avecina.
—Algo debe poder hacerse.
—Nadie escucha a los no muertos, Renegados o no. ¿Quién puede asegurarme que Talanji no esté de acuerdo con el ataque a Camposanto?
—Talanji es una buena reina —dijo Serena algo enfadada—, podemos contar con ella.
—Decida lo que decida Talanji, no podrá impedirnos luchar a tu lado por Camposanto. Aloxi y yo estamos contigo.
Awako asintió sin esperanzas de que la valiosa ayuda de sus amigos pudiese ser suficiente para detener la masacre que tendría lugar en Camposanto. Si Talanji había aceptado o no acoger refugiados en Zuldazar era todavía un misterio. No habían vuelto a saber nada desde que Melanie saliese de su casa para presentar aquella propuesta en el Consejo Zanchuli. Apenas había esperanzas de que lo consiguiese, sólo Serena tenía algo de fe, pero el gesto de Melanie era de agradecer, eso seguro. Dejaron unas monedas sobre la mesa y se levantaron. Ya habían acabado las consumiciones, era el momento de partir. Habían pedido a Serena que se quedase en casa, pero no había habido manera de que la niña aceptase aquella petición. Tal'gurub no estaba tan lejos de Dazar'Alor, pero no era el viaje lo que preocupaba a Genja. La ciudad no tenía buen aspecto desde que sus habitantes sufriesen la violencia y la esclavitud, ya no era acogedora, no desde que los zandalari impusieron sobre los gurubashi de Tal'gurub represalias por cosas que no habían hecho. Para ella era una regresión, un viaje más allá de lo geográfico, y no estaba segura de que fuese adecuado para Serena ver aquella parte de ella. De cualquier modo, la niña no había dado su brazo a torcer, estaba más que decidida a acompañar a Genja a Tal'gurub, así que abandonaron Zanchul y salieron de la ciudad por la vía que llevaba hacia el noreste. Las pirámides de Tal'gurub se veían en el horizonte como un espejismo fantasmagórico de una gloria pasada, una exuberancia muerta que se resistía a abandonar el mundo. Genja sentía una fuerte presión en el pecho, pero pronto la sintió también en la mano. Serena la había tomado y se la apretaba con todas las fuerzas de las que disponía, mirándola a los ojos y sonriendo. Genja le devolvió la sonrisa sin soltar su mano.
—Los gurubashi han sido la tribu más poderosa entre los trol de jungla —explicaba Aloxi a Serena para amenizar el viaje—. Su imperio fue antaño uno de los más poderosos, antes de que las tribus trol de jungla dejasen de estar unidas. Desde entonces, las tribus viven enfrentadas entre ellas y los gurubashi siguen cargando con muchos problemas derivados de su pasado imperialista.
—Pero la madre de Genja no era gurubashi.
—Exacto, era una zandalari.
—¿Y entonces por qué castigaron a los gurubashi? Los zandalari no son trols de jungla, ¿no?
—Tienes razón. El Imperio Zandalari fue el primer imperio trol, la madre de todos los imperios y naciones trol. Después de que el Imperio Gurubashi se fragmentase, muchos huyeron. Tal'gurub fue la ciudad que construyeron en tierras zandalari, lo hicieron para tener un espacio propio, sabiendo que entre los zandalari no serían tratados igual.
—Pero la madre de Genja se enamoró de un gurubashi. Tuvieron hijas.
Genja se detuvo y con ella se detuvo todo el grupo. Serena enmudeció, temiendo haber dicho algo ofensivo, pero en lugar de ello recibió un abrazo de la trol. Se habían abrazado anteriormente, pero nunca de aquella forma. Genja se aferraba a ella, la apretaba con fuerza entre sus brazos. Aunque la niña no lo sabía, la trol temblaba porque estaba llorando. No se apartó hasta que pudo controlar las lágrimas y antes de reemprender el viaje, carraspeó para recuperar el control de sus emociones.
—Ojalá todas las criaturas de este mundo fuesen como tú, Serena, pero desgraciadamente abundan más las personas que odian. Mi madre amaba a los gurubashi, pero era una excepción. Ese amor la alejó del resto de zandalari y por eso murió, por no ser como se esperaba que fuese. Todos los trols, sean de la tribu y de la especie que sean, tienen las manos manchadas de sangre. Yo las tengo.
—Tú eres una bruja buena, Genja.
La trol sonrió, pero no dijo nada más. Siguieron andando y no tardaron mucho en alcanzar las polvorientas escaleras que daban acceso al interior de Tal'gurub. Caminar entre las desoladas calles de la ciudad fue una experiencia dolorosa para todos, aunque como era de esperarse, la más afectada era Genja. Al cruzar una esquina en la que una enredadera había hecho trizas la pared, la trol se detuvo, llevándose la mano a la boca. Allí era. La entrada estaba seriamente afectada, pero seguía conservando su forma original, era tal y como la recordaba. Se alejó en silencio del grupo, caminando lentamente sin apartar la mirada de aquel lugar. Tras entrar, lo observó todo a su alrededor. Las paredes se habían agrietado y todo estaba sucio. No había nada, sólo restos de lo que un día fueron muebles e insectos que huían despavoridos ante la trol que acababa de entrar en su morada. A pesar del trágico aspecto que presentaba, Genja era incapaz de no reconocer su hogar, la casa en la que había nacido y crecido. La trol se permitió llorar hasta que escuchó a Awako entrando en la vivienda, seguida de Aloxi y Serena.
No habían ido a Tal'gurub por una simple excursión. Genja quería entender cómo era posible que Razzli'mar estuviese viva, cómo era posible que hubiese atacado a Awako. Había vuelto a lo que quedaba de su ciudad natal para hallar cualquier cosa que pudiese ayudarla a comprender qué estaba sucediendo. Antes de darse cuenta, el sentimentalismo había muerto y se encontraba registrando cada rincón, buscando cualquier cosa que pudiese llamar su atención. El resultado fue el que esperaban. Nada. Pasaron allí bastante tiempo, más del que Genja habría querido, registrando la casa, la antigua taberna y otros lugares que podrían haber contenido alguna pista. Había pasado demasiado tiempo, era lógico que no hubiese nada importante. Regresaron a la plaza central para descender las escaleras y regresar a Dazar'Alor cuando se cruzó en su camino un raptor de piel verdosa. Estaba mirándolos fijamente, sin moverse, era evidente que los estudiaba como a una presa. Genja cubrió a Serena, dispuesta a atacar al animal si el animal la atacaba. En ese instante, Ma'daka se abalanzó sobre el predador graznando con ira, a pesar de que doblaba su tamaño y de que podía ser una presa perfecta para él. Serena la llamó, pero Ma'daka no cesó en su agresividad. Sabía que el raptor era una amenaza y no titubeaba al defenderse. El raptor se abalanzó sobre ella, pero la joven reptil se apartó. Se escucharon de pronto otros graznidos, más graves y numerosos. Genja miró a Aloxi confundida.
—Pterrordáctilos —adivinó el chamán—. ¡Todo el mundo al suelo!
Los cuatro se agacharon al mismo tiempo, justo cuando un grupo de pterrordáctilos adultos aparecía entre las nubes y descendía con rapidez, llevándose al raptor por delante. Todavía en el suelo, Genja alzó la mirada y observó a los reptiles voladores a lo lejos, arrojando al predador desde las alturas. Miró a su alrededor y se levantó. Todo el mundo estaba bien.
—¿Qué acaba de pasar?
—Diría que esos pterrodáctilos nos han salvado el culo —rio Genja intentando asumirlo—. ¿Por qué harían algo así?
—Quizá creyeron que Ma'daka era una de sus crías —comentó Serena, acariciando a su amiga voladora—. Nos has salvado, pequeña, muchas gracias.
—Genja —dijo Awako preocupada—, mira allí.
Genja giró la cabeza y lo vio a la primera, una luz púrpura intensa que salía por las grietas de un edificio casi derruido. Se acercaron allí, pero la puerta estaba reducida a un montón de piedras, así que Genja fue la única que accedió al interior, trepando por la enredadera y colándose por un ventanal. Dentro todo presentaba el mismo aspecto que el resto de la ciudad, todo estaba hecho un desastre. No obstante, estaba considerablemente más limpio y en un rincón insignificante se encontraba aquella luz. Al principio parecía un resplandor, pero al acercarse pudo identificar aquella sustancia líquida a la primera. Mojo. No tenía ningún sentido que hubiese mojo allí, pero era inconfundible, aunque brillase con aquella intensidad tan impropia del mojo que Genja había visto en ocasiones anteriores. El mojo era una sustancia propia del vudú, la forma de magia tradicional de los trols. Era algo fundamental en su cultura, pero además ella era una bruja, había trabajado antes con mojo y había usado el vudú. Aquello era indudablemente mojo, aunque una forma extraña.
—Genja, ¿todo bien por ahí arriba?
La trol caminó hacia la ventana y se asomó.
—Es mojo.
—¿Desde cuando brilla tanto el mojo?
—No sé qué decirte, Awako, pero esto es mojo.
La no muerta se sacó un pequeño frasco de su bolsa de viaje y se lo lanzó a la trol.
—Recoge unas muestras. Es muy extraño encontrarnos con esto aquí.
Genja asintió. Regresó al interior y se arrodilló para tomar las muestras. Se aseguró de que el frasco estuviese bien tapado y volvió junto al grupo, descendiendo por la enredadera con cuidado de no caerse. Cuando le dio el frasco a Awako, la no muerta no disimuló su miedo. Sí, aquello era mojo, pero no uno cualquiera. Ella ya lo había visto anteriormente, muy lejos de Zuldazar, en las ruinas de lo que antaño fue Ciudad Capital y Entrañas. Era completamente quimérico, pero aquella sustancia era la que utilizaban los cultores del Bardo Oscuro. Awako estaba convencida y por el horror en su cara, nadie dudó de lo que decía. Aquello era mojo contaminado, el que utilizaban las personas que veneraban al Bardo Oscuro. Si su simple existencia ya era inquietante, haberlo encontrado allí, en una isla alejada de los Reinos del Este, suponía una aterradora prueba de que algo importante se gestaba en los abismos del mundo.
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