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III. El futuro de los sin'dorei

La ciudad de Quel'Thalas seguía alzándose en el mismo lugar en el que se había alzado durante cientos de años, pero su aura era ahora distinta, porque no había en ella duda o incertidumbre; la gloria y el orgullo de un nuevo comienzo se sentían a través de cada calle, de cada escultura, de cada planta. Lath'Mae, aquella cuyo pueblo llamaba la Esposa del Sol, había conseguido un prometedor sueño para los sin'dorei; y un pueblo con sueños es un pueblo vivo. El nombre de la elfa era tan alabado como un día fue el de su padre, Lor'Themar Theron, con la diferencia de que ella todavía tenía una vasta existencia por delante. A nadie se le escapaba que gran parte de lo que estaba consiguiendo era gracias a su cambio de actitud respecto a la Alianza, especialmente respecto a la reina humana, Tiffeera Wrynn, y también era perfectamente conocido que las grandes personalidades de la Horda estaban disgustadas con ella, pero el anhelo de una vida opulenta como la que auguraba hacía que Lath'Mae fuese una líder aclamada y respetada.

—¿Puedo haceros una pregunta? —preguntó Anaris, cuya desnudez estaba cubierta por las sábanas.

—Anaris, deja de hablarme con tanto respeto, acabamos de tener sexo.

—Disculpa —respondió el joven estudiante—, no me acostumbro a esto. ¿Por qué confías en Tiffeera? Esa humana es demasiado poderosa, podría intentar algo en tu contra, y eres toda la esperanza de los sin'dorei.

Lath'Mae se giró para observarlo, apoyada en la pared, junto a la ventana. Sus ojos azules estaban clavados en él con una seguridad casi aterradora.

—A ver si adivinas en qué has fallado.

—¿En creer que Tiffeera es más poderosa que tú? —respondió él sin ninguna seguridad.

—Claro que no, idiota —respondió la elfa riéndose a carcajadas—, Tiffeera es posiblemente la criatura más poderosa en todo el continente, no tengo nada que hacer contra ella. Tu error ha sido ver en ella a una humana.

Lath'Mae comenzó a vestirse, cubriendo su piel bronceada con aquellos trajes ostentosos que solía vestir. Anaris no entendía en absoluto la reflexión de su líder.

—¿Acaso Tiffeera no es una humana? Es decir, gobierna Ventormenta y es la líder de la Alianza, la Humanidad la aclama como su reina y los pueblos de la Alianza como su guía.

—Por supuesto, y hay que reconocer que no lo está haciendo nada mal. Lo que no debes olvidar es que por sus venas no corre únicamente sangre humana. Y lamento decirte, Anaris, que la sangre de los sin'dorei es implacable. Puede mezclarse, pero jamás diluirse.

La elfa abandonó la estancia sonriendo bajo una mirada de admiración de su joven amante. La falta de un poder entre los elfos de la sangre comenzaba a dejar de ser un problema, pues Lath'mae había conseguido ser aclamada como si fuese la legítima señora de Quel'Thalas, aún sin serlo. La regencia que ejerciese su padre era sin duda una forma de organización temporal, los sin'dorei seguían aferrándose a su glorioso pasado y a la Fuente del Sol, pero ella iba mucho más allá. Era consciente de que el gobierno de su pueblo estaba formado por varias organizaciones, la mayoría de ellas contrarias a su popularidad, pero Lath'Mae tampoco consideraba necesario aliarse con ellas. En el esplendoroso futuro que ella perseguía, esas organizaciones no serían necesarias, ni siquiera los forestales de Halduron Alasol. Los sin'dorei merecían un reino unificado, poderoso y digno de la Fuente del Sol, y ella era la única capacitada para hacer una realidad de esa fantasía.

Tras firmarse los Pactos de Lordaeron, la situación de los elfos nobles se había visto comprometida. Las tensiones habían resurgido entre casi todos los pueblos que conformaban la Horda, pero Quel'Thalas se había ganado el rechazo de la mayoría de ellos por desvincularse de aquella situación y acercarse a Ventormenta. Incluso los tauren criticaban el oportunismo de Lath'Mae, pero nada de eso molestaba a la elfa. Ella era consciente de todo lo que tenía en contra, pero estaba decidida a llevar a cabo su misión. Por eso, aquella mañana corriente, la guerrera se había comprometido a visitar a la reina Tiffeera, y aunque no lo había anunciado oficialmente, era un acontecimiento tan excéntrico que todos los habitantes de Quel'Thalas sabían ya lo que sucedería en pocas horas. Era la primera vez que una personalidad entre los elfos nobles visitaba Ventormenta para reunirse a solas con la reina y la conmoción que suponía esto era máxima, tanto en quienes confiaban en el proyecto de Lath'Mae como en quienes renegaban de ella.

—¡Esperad! —la llamó Anaris antes de que se subiera sobre su halcón, Neleril.

—¿Adónde vas tan deprisa? —se reía ella observando al joven elfo con incredulidad—. Ya te dije que no puedes acompañarme.

—Quería pediros que tengáis cuidado. Regresad sana y salva.

Lath'Mae parpadeó perpleja. Dio dos pasos hasta él y colocó su mano sobre uno de sus hombros. A pesar de tener un cuerpo de adulto, Anaris seguía siendo demasiado joven para entenderla.

—No tienes que temer, sé cuidar de mí misma. Mejor cuida de ti hasta que yo vuelva.

Anaris asintió viendo como la poderosa guerrera subía a lomos de Neleril y emprendía el viaje hacia el sur, rumbo a Ventormenta. Lath'Mae no pensaba llevar ningún séquito con ella, si dejaba que la acompañasen algunos guardias era por las constantes peticiones de Halduron Alasol y el resto de personajes que habían seguido a su padre. Lor'Themar Theron estaba muerto, no obstante, y Lath'Mae no había hecho más que ganar popularidad e independencia, y comenzaba a estar cansada de tener que escuchar a personas como Halduron, personas que habían estado al lado de su padre en el pasado y que habían conseguido cosas muy positivas para Quel'Thalas, sin ninguna duda, pero que no estaban a la altura de lo que ella pretendía hacer.

Los hipogrifos esperaban más allá del Bosque Canción Eterna, en la Aldea Brisa Pura. Era el lugar indicado, los humanos no acababan de ver con buenos ojos los cambios que Lath'Mae estaba llevando a cabo y miraban con recelo a la aclamada elfa, así que no habrían pisado Lunargenta por nada del mundo. Ir con Neleril a Ventormenta tampoco era una opción viable, así que se emprendería el vuelo desde Aldea Brisa Pura hasta Villadorada, desde donde partiría a Ventormenta acompañada por algunos embajadores. No tenía demasiadas ganas de codearse con humanos, le parecían demasiado insulsos, pero ella era una elfa comprometida con sus propias ambiciones, y no puede decirse que Lath'Mae no fuese ambiciosa.

Al diel shala —se despidieron los guardias que la acompañaban al alcanzar Aldea Brisa Pura.

Lath'Mae miró perpleja a los centinelas que la observaban, montando todavía sobre sus halcones zancudos. Dejándola marchar sola a Ventormenta manifestaban su lealtad hacia ella, su fe en el proyecto que la hija del antiguo Regente de Quel'Thalas tenía en mente para su pueblo.

Shorel'aran —se despidió ella formalmente.

La elfa besó la emplumada cabeza de Neleril y le entregó las riendas a uno de los guardias. No podía llevarla con ella a Ventormenta, a diferencia de Quel'Medivh, la bella cría de dracohalcón rojo que había adoptado. Juntas se acercaron a los hipogrifos y no esperaron mucho más para montar y emprender un largo viaje hasta la capital de la Alianza, donde Lath'Mae esperaba ser recibida con tensión. Nada más lejos de la realidad, pues la reina Tiffeera había organizado un banquete en honor de su invitada, y asistirían no únicamente familias notables de la ciudad, sino de otras villas del reino y personalidades de otras naciones de la Alianza. El encuentro entre la líder de la Humanidad y la descendiente del líder de los sin'dorei era un acontecimiento histórico que la reina quería homenajear. A pesar de que había llegado cansada del viaje, Lath'Mae se mostró altiva, orgullosa e inalcanzable, como venía siendo habitual. A lo largo del trayecto desde Villadorada hasta las puertas de Ventormenta, la hija de Lor'Themar Theron había disfrutado de los cuchicheos y las miradas indiscretas de la plebe humana. Eso ayudó sin duda a disimular su cansancio. Las habladurías corrieron pronto por las calles de la ciudad a medida que la elfa se abría paso hacia el palacio, un castillo monumental dotado de elegantes nobles y flores para recibirla. A las puertas, detenida con suma elegancia sobre las escaleras, aguardaba una tranquila reina Tiffeera, con un hermoso vestido y una larga trenza colgando sobre la parte izquierda de su pecho.

Tiffeera Wrynn era una mujer de belleza sin igual, pero también temible. No solía vérsela con vestidos, de hecho jamás se deshacía de su armadura de paladina. Tiffeera era la hija de Anduin Wrynn y eso podía percibirse con sólo mirarla. No sólo tenía su físico, también había heredado de él su devoción por la Luz y su deseo de mantener el empeño en finalizar los conflictos con la Horda de una manera diplomática, consiguiendo algo que él jamás pudo conseguir en vida. Los Pactos de Lordaeron habían promulgado la hegemonía de la Alianza por encima de la Horda y la posibilidad de un futuro de paz, y el nombre de la reina de Ventormenta se había visto pronunciado en todas las lenguas de Azeroth. Tiffeera había conseguido dar con el pacto definitivo para poner fin a las hostilidades, había cumplido el sueño que el rey Anduin persiguió en vida hasta el momento de su muerte. Sin embargo, no todo era herencia de su padre. Tiffeera había heredado de su madre sangre élfica, una belleza sepulcral y una capacidad de supervivencia inmensurable, pero por encima de todo, Valeera Sanguinar había cedido a su hija el sueño de devolver la gloria a Quel'Thalas, el gran hogar de su pueblo. A pesar de todo lo que Tiffeera Wrynn había conseguido, su motivación personal por entrometerse en los asuntos de los sin'dorei había provocado cierto escepticismo hacia ella, especialmente entre los principales detractores de los elfos de la sangre.

Bal'a dash, malanore —saludó la reina en thalassiano cuando la Esposa del Sol la alcanzó en lo alto de la escalinata—, es un enorme placer para mí recibirte aquí en este día, Lath'Mae, Regenta de Quel'Thalas.

Shorel'aran. Muchas gracias, reina Tiffeera, vuestra cortesía es sobrecogedora.

Tiffeera sonrió amablemente y se giró para caminar con tranquilidad junto a la recién llegada. El banquete las aguardaba, el olor a comida y el murmullo de mil conversaciones pronto rodearon a Lath'Mae, que no pudo ocultar su perplejidad ante la grandeza de aquella celebración. Tiffeera, que estaba sentada junto a ella, contempló a Quel'Medivh con dulzura.

—¡Qué hermosa criatura os acompaña!

—Quel'Medivh es una amante de los banquetes de la corte. No me habría perdonado jamás si la hubiese dejado en Quel'Thalas.

—Has hecho bien trayéndola, no suelo ver muchos dracohalcones por aquí. Son criaturas maravillosas. ¿Está todo a tu gusto, Lath'Mae?

—Sí, no esperaba ser acogida con tanto fervor.

—Es lo mínimo que podía ofrecerse a la Esposa del Sol. Tus ideas han cruzado rápido Lordaeron, han llegado hasta aquí antes que tú misma.

—¿Y puedo preguntar qué opinas sobre ello?

Selama ashal'anore.

Lath'Mae dejó los cubiertos sobre la mesa, mirando incrédula a la reina. Tiffeera seguía jugueteando con Quel'Medivh, pero era consciente del impacto que había tenido su extrema sinceridad en la elfa. Antes de llegar, Lath'Mae había reflexionado mucho sobre qué pensaría Tiffera acerca de sus ideas de neutralizar Quel'Thalas, alejándolo de la Horda, para asegurarse un poder estable para su pueblo. Había contemplado la probabilidad de que fuese partidaria de sus ideas, pero no hasta tal punto. La reina Tiffeera había dicho selama ashal'anore, lo había dicho en thalassiano y con una contundencia importante. Exigía justicia para su gente, exigía justicia para los sin'dorei.

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