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Cap9: Dos Regalos


Han pasado tres días desde que la carta salió a donde mi padre, por lo que solo debo esperar dos más hasta que lleguen.

Pienso mientras observo el techo de esta casa, maderas en condiciones cuestionables que se me van a quedar grabadas en la cabeza, de tanto que he dedicado a mirarlas estos días de descanso.

Hago un esfuerzo para levantarme ahora que no hay nadie cerca, Helios está afuera pintando, así que aprovecho para estirar las piernas, pero aún me duele la herida del muslo cuando apoyo ese pie.

Me ayudo de un bastón para avanzar, ese que me había regalado Victoria cuando niños. Gracias a este logro llegar a la puerta para observar que hace mi compañero temporal de morada.

Le he hecho cuidarme estos días abusando de su casa, sin embargo, no es que yo posea ahora otra opción.

—Sales mucho a pintar fuera, tanto Sol es malo —le comento mientras observo su pintura.

Solo es el paisaje, el que posee al frente, uno lleno de colores verdes.

—Es incluso peor que usted se atreva a levantarse de la cama con ese agujero en el muslo —responde Helios sin dejar de lado la pintura.

—Estoy mejor, me enfermaré si sigo otro segundo más acostado en esa cama —le respondo levantando la vista al cielo para ver la luz solar y cambiar la mirada por el dolor.

—Me pregunto si cuando piensa en usted también lo hace en masculino —me responde ignorando mis palabras.

—¿Eso qué sentido tiene? —Le digo sin dejar de mirar el cuadro—: mañana ya me iré, Le haré llegar el apoyo tal como prometí. Cualquier problema que haya causado será pagado.

—Sé que así será —responde dejando el pincel sobre una mesa pequeña que mantiene a su lado para colocar las cosas.

Él se voltea hacia mí y se me queda observando fijamente. Logro notar las ojeras bajo sus ojos.

—¿Qué sucede? —Le interrogo.

Sus pupilas pasan por los lugares que mi herida debería estar presente. Sin embargo, estas, al ser tratadas con fuego, solo mantienen las quemaduras.

—Eres hermosa y me atraes —comenta observando las heridas que sobresalen de mis brazos para luego fijarse en las cicatrices de mis piernas.

Abro los ojos más de la cuenta para luego cerrarlos de golpe como si sus palabras fuesen un insulto.

—Que me hayas ayudado no le da derecho a faltarme el respeto de esa manera —le respondo.

—¿Dónde encuentra usted el insulto? —Responde sin dejar de observarme.

—En su broma de cortejo pensando que servirá de algo —le respondo seriamente.

—Fui sincero, la encuentro de esa manera. Puede que lo recibiese más seguido si no usase los atuendos masculinos y dedicase su vestimenta al violeta —me responde llevando su mano al mentón sin dejar de observarme.

Ese color fue el de aquella noche. En vez del dolor, la ira invade mi cuerpo y termino por expresar solo molestia.

—No es un asunto que sea de vuestra incumbencia —respondo dando la vuelta para abandonar su mirada y espacio.

Maldito mujeriego, no puede ser que intente cortejar a alguien que conoce hace una semana y menos con mi actual imagen.

No puedo negarlo, realmente no aprecio la imagen que pueda dar este cuerpo si lo tratase como el de una mujer. Heridas, músculos, todo en extremo dañado...

Al caer la noche comienzo a tener pesadillas de nuevo, debo aprender que es algo que nunca se irá. Tuve la esperanza porque los últimos días no tenía la fuerza ni para ello.

Me levanto de golpe cuando siento que algo toma mi mano con la idea de golpearle, pero no sucede de esa manera.

—¿Qué haces aquí? —Le respondo deteniendo mi ataque.

—Las últimas noches he dormido aquí, pero parece que solo hoy despertó —me dice Helios desde el suelo con la cabeza apoyada en la cama sin mirarme.

Me da curiosidad eso y duele... Recuerdo que le dije que no me mirara mientras dormía.

—No debe tomarse esa molestia —le susurro perdiendo la fuerza en mi palabra al recordar su rostro aquella vez.

¿Por qué ahora lo recuerdo como algo gracioso cuando inicialmente me molestó?, aunque ahora también es triste.

—Estaré aquí, puedes dormir tranquilamente. A demás, ya al amanecer se marchará y no le veré más —me comenta él sin voltearse.

—Puedes mirarme —le digo como si se lo dijese al pasado.

Su rostro se voltea hacia el mío con las ojeras un poco más acentuadas. Puedo ver algunos mechones de su cabello sumamente oscuro caer frente a este.

—No hay nada peligroso en esta casa. Trata de descansar —me susurra sin dejar de ver mis ojos desde abajo.

Regreso a acostarme abandonando mi postura sentada y me volteo hacia la pared.

—Puedes dormir en la cama también —le digo.

Él no lo duda, pensé que lo haría, se acomoda a mi lado, pero no me dedico a verlo.

—Pensé qué no quería tener cercanía conmigo, dado que piensa que quiero cortejarla —me responde.

Ni siquiera suelta mi mano al acomodarse. Es una tortura.

—No mereces dormir en el suelo, me ayudaste —le respondo mientras cierro los ojos.

Él lleva nuestras manos tomadas al frente mío para abrazarme y me sobresalto. Me giro para reclamarle y me topo con su rostro justo frente al mío sobre la almohada.

Abro mis labios para decirle un sinnúmero de improperios y golpearlo, pero no lo logro.

—¿Me permite hacer solo esto? Le aseguro que no me moveré más —me indica Helios.

No debo permitirme esto, no debo caer en esta situación, es demasiado difícil para mí.

Mis ojos bajan a sus labios recordando cuando eran míos, hace dos años de ello.

—¿Me lo permites? —Responde él ante mi silencio, sobre si accedo a dormir así.

Llevo mi rostro hacia el de él para terminar por besarlo sintiendo como mi corazón acelera sus latidos. No puedo evitar cerrar los ojos un segundo, sin embargo, no es largo, solo los poso sin esperar una respuesta.

Él coloca su mano detrás de mi nuca para continuarlo, evitando que me marche y prolongando el momento.

No logro alejarme, se siente como si droga entrase en mi sistema a través de sus besos, aunque no literalmente.

Me subo sobre él para tener mejor posición y continuar nuestro intercambio. Sus dedos rozan la parte baja de mi camisón superior y siento ahora como se deslizan por mi piel. Es peligroso, ni aquella vez... Lo sentí de esta manera. ¿Cuánto tú me haces sentir con estas pequeñeces?

Mi muslo da latigazos de dolor, pero evito pensar en ellos, mi costumbre a estos son mayor al desconocimiento de las caricias.

Sus besos inexpertos bajan por mi cuello, sus dientes hacen ligeras marcas en este sin llegar a dañarlo y aumenta la presión en la cintura para juntar nuestros cuerpos.

Desliza suave mi camisón hacia arriba, parece esperar que le detenga, pero las dudas no me dejan. Me siento ciego, no lo soporto y no puedo evitarlo.

Justo cuando termina de retirarlo le observo un momento haciendo que levante su rostro hasta el mío. Sus pupilas están dilatadas y se reincorpora en la cama para sentarme de frente a él, dejando nuestras narices juntas y yo sin nada arriba, a excepción de las vendas de mis heridas, sin embargo, no cubren nada.

Apoyo la cabeza en su hombro huyendo de su mirada.

—Detente —le exijo.

—Vuestras heridas cicatrizadas, se ven atractivas —me responde.

—Escúchame —le llamo la atención, levantando la mano hasta su pecho.

—Usted empezó —me hace saber tomando mi cintura.

—Mañana me iré, nada de esto debió pasar —le hago saber para intentar frenarlo.

—Puedo llevarlo a cabo y si considera oportuno, lo recordaré cuando me lo pida, lo olvidaré cuando le convenga —me responde levantando mi mentón obligándome a ver sus ojos.

—Eres un hombre libre, no debes hacer esto —le respondo—: ni acercarte a mí.

—Estoy decidiendo ahora —me comenta sin dudar.

Susurro su nombre, es la única persona que me lleva a actuar fuera de mí. Sus manos me sostienen para acostarme hacia detrás con cuidado para luego retirarse la camisa y posarse sobre mí. Intento hacer fuerza para cambiar de posición, pero las punzadas me detienen al hacerlo.

Su boca baja a mi delantera para besar los alrededores de mis pechos sin llegar a las puntas. Sus palabras y tranquilidad no hacen que intente ocultarlos de él, tampoco puedo resistirme. Parece estarme castigando de alguna forma con ello.

Había olvidado las sensaciones de no llevar a cabo estas situaciones por trabajo o intentar lograr algo. Él se detiene un segundo para verme, desliza su mano por mi muslo sano para retirar mi pantalón de tela y hace presión en la zona.

No puedo evitar deslizar mi cabeza hacia detrás para ver el techo, hago el gesto de cerrar las piernas cuando le siento hacer presión de su zona íntima sobre la mía solo con la separación de nuestras ropas. Por inercia, él sube a mi rostro para volver a besarnos.

Con sus dientes atrapa mi labio inferior con la intención de morderlo entre la danza de nuestras respiraciones. Termina por retirar lo que queda de mi atuendo y el suyo, dejando solo nuestros cuerpos unidos.

—No quiero lastimarte —me responde y no entiendo.

—¿A qué te refieres? —Le susurro tratando de hablar claro entre los suspiros de cada vez que siento su tacto en el centro de mis muslos.

—A entrar en vuestro cuerpo —me responde de la misma forma.

—Créeme, no va a doler. —Le hago saber tomando su mano para llevarla a mi centro y mirar sus ojos—: Puedes hacerlo, dudo que sangre, pero no he estado en este punto con nadie.

Al fin de cuentas, todos los entrenamientos que llevaban fuerza debieron haberlo roto hace años, quizás desde niño.

Coloca su intimidad en mi entrada para hacerlo de forma lenta, aun así le cuesta un poco, pero complementa las sensaciones con besos y mi presión en su espalda aumenta.

No puedo evitar que se escapen los sonidos de placer ante esto, la satisfacción es demasiado grande. En un inicio fue algo incómodo, pero ya no hay inconvenientes. Solo deseo que dure eternamente, no solo la situación, sino el poder atener su piel tan cerca de la mía.

El tiempo pasa y quedamos sobre la cama cubiertos solo por una sábana, no más que ello. Me pregunto si realmente debí, aunque no logré huir de su cercanía.

Él toma nuestras manos entrelazadas y la coloca en su pecho, haciéndome sentir lo acelerado de sus latidos. No creo que sea un romántico, aunque tampoco quiero pensar que hará esto con la próxima mujer que aparezca en su camino. Al final, no recuerda nada de lo que vivimos y aunque lo hiciera, no estaría obligado a... quererme.

—Hay cosas de usted que me provocan —me responde.

—Por fin lo puedes tener... —Se escapan las palabras de mi boca, me refiero a un corazón vivo.

Eliminar todo lo bendito de Ciudad Narciso para que ese corazón vuelva a latir, mi oportunidad de ser un Roosevelt, todo porque tengas por fin lo que deseabas y si me quedo lo arruinaré.

—Vamos a dormir, no pienses demasiado —me responde él robando un beso de mis labios al verme ida y pensativa.

Ahora debe pensar que aceptaría esto de cualquiera.

—Realmente no creo que una dama como usted se deje llevar fácilmente, debe ser porque salvé su vida —me dice como si supiese qué pensé—. A demás, le creo.

Me acuesto esta vez de frente a él y me decido a abrazarlo para apoyar la cabeza en su pecho. Cierro los ojos y me dedico a escuchar los latidos de su corazón. Seguro me ve ahora mismo como alguien sumamente raro, pero ese sonido...

Sus manos me abrazan de vuelta y la calma llega como si del viento se tratase a mi cuerpo. Lo único que me desconcierta es que sus manos a veces hacen presión en mi espalda y deja escapar los pensamientos por sobre la piel.

—Ni se te ocurra —le susurro.

—Es inevitable, pero no se preocupe —me responde él sin moverse—: di mi palabra, aunque mi deseo sea otro.

—Tienes pésimo sentido del gusto —le respondo sin dejar de escuchar su corazón, quiero poder sentirlo más.

—Descansa, Lewis —me responde acariciando mi cabello.

Luego de escucharle, no tardo en dormirme plácidamente, aunque realmente quisiera no hacerlo hasta marcharme.

¿Si no muero, podría regresar contigo o tendría simplemente que salir del libro? Debo sobrevivir... sin ello ni siquiera existirá una oportunidad.

Termino por marcharme sin invertir tiempo en despedirme de él, sería más un problema que algo beneficioso, no tiene caso.

Al final opto por utilizar el día para poner al corriente todos los asuntos de la mansión y aun así, no alcanzan las horas. Tengo demasiado trabajo acumulado.

Charlotte me pasa por fin el informe sobre lo que vio del ataúd y lo único que puede decirme que lo sintió fue el sufrimiento agudo de "alguien". Lo que pudo distinguir sobre que decía fue que su cuerpo estaba lleno de putrefacción y "por favor, mátame".

Podría suponer que hay alguien dentro, pero, ¿qué hace?, o, ¿cómo lo hace? Son preguntas que no tengo la capacidad ahora mismo de responder. Solo sé que debo esperar a que arribe Lyra a la mansión para por fin continuar mi plan.

Será difícil convivir con ella, tomaré la palabra de padre sobre su redención. Aunque realmente, no lo creo.

De pronto alguien toca mi puerta para hacer entrega de un correo denotado de urgente. Uno de los sirvientes habituales se dispone a hacer su entrega, pero no logra llegar a mí.

La carta presenta un sello bastante curioso, ya que es una cruz como los rosarios. Así que es muy fácil suponer quién la envió.

—Espera, rómpela y léela —le ordeno frenando sus pasos a una distancia razonable.

El joven sirviente la abre sin dudarlo y comienza a leer su contenido.

"He notado que le gusta leer mi correspondencia y adulterarla, joven rata de Roosevelt. Para mi sorpresa, sobrevivió de aquel altercado, lo felicito, mas espero que le guste mi regalo. Vi que presentó un gran interés en mi pequeño juguete encadenado. Yo como buena persona que soy, quiero compartirlo con usted, con todo mi cariño."

Firma: Está a punto de pasar algo en lo que prefiero no ver implicado mi nombre.

—Eso debe ser de ese cura —le respondo—: ¿qué hay en la carta?

El sirviente abre el sobre para enseñarme desde sus tres metros un pedazo de carne y no es cualquiera, es un dedo meñique.

Lo peor sucede cuando la piel con que la sostiene comienza a tomar tonos morados y a correrse, como si acelerara su proceso de descomposición a niveles sorprendentes.

—¿Qué sucede? —Pregunta el sirviente sin la capacidad de sentir miedo.

—Mantente en esa distancia, no te acerques, pégate a la puerta —le ordeno haciendo que él obedezca—: suelta eso en el suelo.

Orden que lleva a cabo, sin embargo, su cuerpo no detiene el proceso de descomposición hasta ser completado de forma absoluta en tres minutos contados por mí mismo. Puedo ver los gusanos revolcarse en la putrefacción. Trata de mover su cuerpo, pero le es imposible, todo termina cuando su corazón también es devorado por los gusanos al cabo de los cuatro minutos.

El dedo se mezcla con su carne, así que debo evitarla a toda costa, no sé el radio necesario para que no me afecte.

—Maldito cura —escupo mis palabras mientras salgo por el pasadizo secreto de mi despacho para cerrarlo en cuarentena.

¿Gradual? ¿Expansivo? ¿Cómo demonios funciona?

Mientras camino por los pasillos secretos y llenos de telarañas, siento una risa en el aire.

—Qué curioso, me resultará entretenido ver cómo le haces resistencia a una de mis maldiciones —susurra el viento sin dejar ver de donde viene, es la voz del demonio con el que soñé en aquel cine.

—¿Maldición, a qué te refieres? —Le respondo avanzando lo más rápido que puedo hasta salir a mi habitación.

—Justo eso, una maldición. Yo, que tú, desalojaría la mansión lo antes posible, degrada todo lo que esté cerca de su carne —dice el demonio para estallar en risas de nuevo—: ese cura es listo, mucho, Daniela.

—Me las va a pagar —le respondo para salir a dar la orden de desalojo.

Sin embargo, por ser de día, muchos se refugian en el ala más lejana hasta la hora indicada.

Actualmente, me encuentro con Charlotte en la entrada, siendo los dos únicos que resistimos la luz solar en la casa.

—Es peligroso, joven amo —me dice ella temblando ante el aura que desprende esa simple porción de cuerpo—: es mucho más intensa su aura que cuando está sellado en el ataúd.

—Debemos sacarla de la casa y encontrar una forma de que detenga su alcance... Puede que sea solo para un área en específico o aumente gradualmente. No podemos arriesgarnos —le respondo a Charlotte.

—¿Pero que hacemos? —Me pregunta ella.

—Si él fue capaz de enviar esa carta, o lo hizo Dolores, que es indestructible o hay alguna forma de tener contacto con esa... "cosa" sin morir —le respondo para ser interrumpido por el sonido de un carruaje llegando.

No puedo evitar reconocerlo, ese color blanco y ostentosidad, es el de Lyra. Pero faltaba aún un día para su llegada. Prefiero pensar que fue prevención de mi padre a su mera desconfianza en mí.

Ella baja del carromato portando un hermoso vestido de la más elevada calidad, llevando en alto sus colores. Su cabello va suelto y libre, es lo único que nunca doma en su totalidad. Su sonrisa encantadora acompaña su rostro y también los movimientos milimétricamente pensados con aura natural.

—Lewis Roosevelt, explícame, ¿por qué hay un aura sobrenatural de ese calibre adueñándose de mi morada? —me dice ella con una sonrisa asesina.

Solo haré una pregunta, ¿cuáles creen que son los dos regalos?

Voten si les gustó, les leo en comentarios.

XD no me maten por el capítulo tan largo (todo es culpa de Valkyria xD)

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