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Cap8: Delirios o un demonio


Cuando vuelvo a abrir los ojos estoy en una cama, acostado mientras alguien pone compresas en mi frente para bajar la fiebre. A mi lado, Charlotte también descansa abrazándome por la cintura.

Miro el techo sin reconocer donde estoy hasta que una voz llama mi atención.

—Siga durmiendo, su cuerpo aún no se recupera de la fiebre. —Escucho decir a un hombre.

El agua cae en mis ojos, por lo que debo cerrarlos forzosamente.

—¿Qué hago aquí? —Respondo tratando de reincorporándome.

Sin embargo, la mano del "enfermero" me devuelve a la cama empujándome por el pecho.

—La joven le trajo, iba diciendo "por favor, ayude a mi amo, eres a quien único puedo recorrer y sé que hará algo". Curioso, porque ni me debería conocer —comenta la voz mientras deja escapar una leve risa—. No soy médico.

—Ella "debería" estar desvariando —respondo antes de sentir una punzada en mi pierna que me hace soltar un quejido.

—Este tipo de heridas no las consigue un ciudadano común, joven Lewis Roosevelt —responde Helios limpiando con un pañuelo seco el agua de mis ojos, dejándome verlo.

—Un enemigo de la familia, solo me tomó en un mal momento —alego empezando a ver todo nublado.

—Duerme, que me des explicaciones es inútil. Aunque no dudaré en entregarle si alguien viene buscándote a mi puerta —me responde Helios.

El cansancio me gana otra vez. Al menos lo que buscaba lo conseguí...

Solo debo hablar con Charlotte y esperar unos quince días a que Ulises muera pacíficamente por causas "naturales" gracias al tratamiento tóxico del médico, en el mejor de los casos la necrosis será lenta tras su fallo sistémico bajo el tratamiento con ricina, mejor así a por el hombre rata...

También quité las sospechas de la iglesia de mis hombros, no es lo mismo esta situación que una furtiva y preventiva bala en mi cabeza desde la distancia...

Abro los ojos de golpe y miro a mi cuidador.

—Busca una hoja o algo, necesito escribir, tengo que hacerle llegar una carta a mi padre —le explico tratando de sonar lo más serio posible, aunque lo cierto es que no soy capaz de levantarme de la cama.

—Podría escribirla para usted, no creo que esté usted ahora capacitado para sostener una pluma y mover su mano —me responde él buscando en una gaveta los materiales pertinentes.

—Escribe lo que diré: para Lewelyn Roosevelt. La situación ha salido tal como necesitábamos, pero preciso el apoyo de madre o los negocios no serán perfectos. No habrá salida de información, nuestros adversarios en los asuntos económicos no se encuentran con disponibilidad para hacer llegar información al extranjero, me encargué de eso. En cuanto al asunto que solicitaste, es comparable al nivel que usted posee —le expongo mientras él escribe sin cuestionar, aunque lee el contenido levantando una ceja.

Debo hablar en clave para evitar que sospeche. Aunque realmente el que se ha ocupado de evitar la salida de cartas desde ayer es Bralen, se encuentra falsificado la letra del padre Julio para la iglesia. Los reportes deben estar cambiados.

—¿Es todo? —Cuestiona Helios.

—Sí, me harías un gran favor entregándosela a... —Me quedo en blanco un segundo.

No puedo dejar que vaya a la mansión.

—¿La llevo hasta vuestra residencia o el correo postal? —Me interroga.

—No, dásela a mi sirvienta cuando despierte, ella sabrá llegar a casa para enviar nuestro propio mensajero —respondo tajante—: no me rebajaré a usar el servicio público.

Más bien es por la importancia de la información.

—Si así lo desea, le haré entrega cuando despierte —me hace saber antes de cambiar de tema—: sus heridas tardarán unos días en recuperarse.

—No será de vuestra incumbencia, hoy mismo marcharé a mi mansión para ser atendido —respondo.

—Ciertamente, un noble debe poseer los mejores servicios médicos —me comenta él levantándose de la silla—: aunque me resulta curioso su afán por acercarse a mi propiedad, siempre terminando en la inconsciencia.

Debo tener cuidado de levantar sus sospechas, Charlotte no debió traerme a este sitio. Su actuar puede traer consecuencias severas.

—Siendo sincero, mi principal interés en usted es para promover vuestro arte —digo tragando en seco tras una punzada sobre la herida del hombro.

—Lo tomaré en cuenta, vuestro apoyo no me vendría mal para crecer —me responde él mientras trae un bol lleno de sopa con trozos de carne—: y para completar me debe el favor de salvarle la vida.

Cínico interesado, no cambia...

Cierro los ojos para descansar tras el cansancio, pero me sorprende tomándome por la espalda y torso para en enderezarme en la cama apoyándome sobre almohadas duras. Lo siguiente que siento es como una cuchara metálica se posa en mi boca con un sabor peculiar.

—Compré la carne esta mañana con el dinero de vuestra sirvienta, así que no me deberá algo por esto, si ello le preocupa —me comenta Helios hasta que cedo y abro la boca.

Comer, necesito comer carne, necesito reponerme. Con esta carta vendrá mi madre y será un problema este lugar. Al menos evité el inconveniente a largo plazo del nigromante con rabia, también el cercado está hecho, no faltan más piezas fuera del ataúd...

Mi cuerpo se llena de un insoportable mareo y siento como me deslizó hacia el lado haciendo que se detenga sobre el rozamiento de la superficie. Concibo la mano de Helios posarse en mi frente de nuevo.

—Parece que la fiebre volvió —me hace saber, soltando el plato para colocar una compresa.

Si él no hubiese estado aquí, ciertamente es probable que hubiese muerto. Odio admitirlo, pero debo tener más cuidado.

Luego siento su mano fría descansar en mi cuello sobre las marcas de mordidas dejadas en la zona, no pregunta, pero tampoco deja de verlas.

—Leí una vez que la fiebre se podía bajar de forma rápida tras la excitación —me comenta Helios haciendo que abra los ojos a la par que acepte la cucharada nueva.

—Cuando me recupere vas a pagar estas afrentas a mi persona —susurro perdiendo la fuerza.

Siento como Charlotte me abraza por el tronco usando mi muslo de almohada, está completamente dormida.

—Nunca había tratado con alguien considerado noble, perdóneme, señor Roosevelt —me hace saber él, pero ya no consigo hablar.

Mi cuerpo tirita del frío, la temperatura ambiental me parece un infierno helado mientras mi cuerpo mantiene una elevada en comparación.

Me intento dormir, pero él no me deja, no para de alimentarme y hasta que termino no permite que descanse de nuevo. No puedo dejarme perder tantas horas productivas, ahora mismo debería interrogar a Charlotte sobre el ataúd a la par que revisar los informes de salida de información por parte de la iglesia... Debo hacer tantas cosas...

Mis pensamientos son cortados por la inconsciencia en la que cae mi débil cuerpo.

Siento un ruido sordo a mi alrededor, uno bastante fuerte y mis ojos duelen tras observar una pantalla de ordenador fijamente.

—¡Daniela, despierta! Ya es hora de salida, ¿vienes con nosotros? —Me responde una mujer...

Ella, creo que es mi compañera de trabajo, sí, la recuerdo.

—Está bien, hoy iré con ustedes. Ya terminé de contabilizar el cierre de mes —respondo estirándome en la silla.

Todos en la oficina empiezan a recoger las cosas, hoy cerramos un contrato bastante importante con una empresa que requiere que llevemos su economía. Llevo unos tres años en esta entidad, dedicada a prestar asistencia en el control económico-financiero a otras.

Tomo mis cosas y avanzo con ellos, la verdad nunca he sido buena tratando con los demás, siento que si les dejo, buscarían lo peor de mí para usarlo, pero no por ello me cierro, trato de ser lo más social que pueda y hacer los contactos necesarios.

Reviso mi celular y me encuentro un mensaje de Gabriel: "Amor, te extraño, ya saqué los pasajes para nuestro viaje luego de la boda, te encantará el lugar".

Él realmente es perfecto, pienso mientras dibujo una sonrisa en mi rostro y la mujer de antes me apresura para subir al elevador. Debo confesar que me asustan, a veces pienso que caerán de un momento a otro...

—¿Es de tu novio? Suertuda, casarte con ese monumento. ¿Ya fijaron fecha? —Me cuestiona ella...

No logro ver bien su rostro, está borroso ahora que lo pienso.

—Sí, nos cansaremos el primero de junio de este año, ya solo quedan dos meses —planteo llena de emoción mientras siento como mis mejillas se sienten calientes.

Lo amo, Gabriel es tan perfecto.

El elevador se detiene y las personas se desaparecen a mi alrededor, las luces comienzan a parpadear. El nervio y miedo ante lo extraño de la situación me hacen empezar a golpear la puerta y pedir ayuda, pero el objeto metálico comienza a descender a toda velocidad haciéndome caer al suelo de espaldas.

Cuando regreso en mí, de la nada estoy en una mesa sentada, observando el anillo en mi mano como si siempre hubiese sido esta la real escena.

—Estoy emocionado, Dani. Ya solo queda un mes para nuestro preciado día —me trae a la realidad la voz de Gabriel.

—Sí, yo... No puedo estar más emocionada por qué llegue —le respondo volviendo la vista a su rostro con una sonrisa.

¿Qué fue aquello?... Dios... Debo estar perdiendo la cabeza.

—Sabes, me alegra que le esté yendo tan bien a tu empresa. Gracias a ello ha mejorado nuestra calidad de vida, pero siempre haces las cosas tan bien. Te prometo que este próximo libro nos dará algo de dinero... No me gusta que pagues tú todo —me dice él tomando mi mano, su rostro se ve desilusionado mientras plasma una sonrisa apenada.

—No me importa, no tengo problemas económicos. Soy feliz viendo que persigues tu sueño, además, poco conocido o no, yo adoro tus escritos. Me gusta lo retorcido de ellos —planteo entre risas entrelazando mis dedos con los suyos.

No debo compartir con él lo que he estado haciendo, una doble contabilidad después de todo es un preocupante delito. Pero está bien, así podremos financiar nuestro apartamento y boda. Luego dejaré de hacerlo...

—Por cierto, Dani, te tengo un regalo, bueno, más bien es... —Me dice él buscando algo en su bolso.

Yo cruzo los dedos como niña pequeña y le miro expectante.

—Dime que es uno nuevo, dime que ya lo tienes —le respondo con toda la emoción del mundo.

Llevamos seis años de pareja, desde la universidad estamos juntos y siempre le ha gustado esto, mi emoción hacia él, junto a los libros...

—Sí, se llama "El Secreto de La Victoria", serás la primera en leerlo, espero que te guste —me dice mientras hace llegar el borrador a mis manos.

No puedo controlarlas, estas empiezan a temblar sin motivo y a volverse negras como si una masa de petróleo subiese por estas, mi desconcierto es tal que dejo caer los papeles.

—¿Lewis, qué haces? —Me dice una voz femenina desde el asiento donde estaba Gabriel.

—Perdona, jovencita, sabes donde se fue... —Respondo pensando que lo de las manos fue solo un desvarío.

—Al menos el original no murió tan pronto como tú —me dice la adolescente de cabello blanco y corto mientras apoya su mentón en la palma de su mano.

—Yo no morí... —Le respondo.

—Lo harás, tu cuerpo está al límite. Siempre llevando todo al límite. ¿Te estás tratando de suicidar inconscientemente? Todo lo que haces últimamente no toma en cuenta tu vida —me dice dejándome ver unos ojos rojos—. Por ejemplo, cuando decidiste morir congelado, o poner en tu boca acónito, dejarte capturar por la iglesia, pensar que podrías correr más que una loba o siquiera atreverte a desobedecer a padre dejando vivir a ese brujo. ¿Estás buscando morir?

Me levanto de la mesa de golpe cuando junto a ese escarlata unos colmillos crecen en su boca. Avanzo hasta la salida buscando a Gabriel, pero tras cruzar la puerta del restaurante llego a una sala de cine.

—Lewis —me llama un ser extraño con cuernos en la frente y una piel grisácea.

—¿Quién eres? —Le digo.

—Ya me conoces, aunque debo decir que esperaba que lo hicieras mejor —me dice él, indicando con su mano que tome asiento.

Inicialmente, lo dudo, pero accedo para terminar a su lado.

En la pantalla del cine aparece un hombre de cabellos blancos y largos acostado en una cama mientras otro lo sacude por los hombros, pero al no conseguirlo va a por cubos de agua que usa para bajar la temperatura de su cuerpo aparentemente febril. A su lado, una niña está llorando y rezando.

—¿Qué es esto? —Le cuestiono.

—Tu muerte, estás a nada de una muerte cerebral por las altas temperaturas de tu cuerpo. Si se prolonga por varios minutos más, puede que salgas con daños irreversibles —responde él sin dejar de ver la pantalla.

—Yo estoy aquí, ese no soy yo —observo la escena con incredulidad.

El hombre de cabello negro grita desesperado al inconsciente que reaccione, puedo ver como las manos le tiemblan desde aquí. Parece alguien a quien quieren mucho, ese albino.

—No, tú estás aquí —dice él y la imagen cambia a una cama de hospital donde me encuentro entubada.

—No, deja estas bromas... —Le digo levantándome de golpe.

Las enfermeras gritan que se alejen del cuerpo tras empezar un pitido continuo en las máquinas que miden mis constantes vitales y realizan las descargas eléctricas en mi pecho para reanimarme.

Siento los golpes fuertes en el mío como si fuese capaz de sentir lo que la yo de la pantalla y caigo al suelo por los espasmos.

El hombre con cuernos se para a mi lado para hacer una simple pregunta.

—¿Quieres morir o seguir tratando de sobrevivir? —Me hace saber.

Cada descarga me hace doblar mi cuerpo por el dolor y sensación. Pero luego todo para, solo siento frío, mucho frío. Los recuerdos vuelven a mí y no concibo dolor, solo una enorme rabia, una que me consume bajo el pretexto de... ¡¿Por qué yo?!

—Yo no quiero morir —digo a duras penas mientras concibo los ligeros choques de mis dientes entre ellos.

—No lo parece, Lewis Roosevelt —responde el demonio con una sonrisa—. Te diré un secreto, si no rompes tu maldición ni siquiera serás más problemático que una cuchara para esas personas que debes asesinar.

—No voy a morir, no es justo —Respondo tratando de levantarme mientras me apoyo de los muebles.

—Entonces —me responde él tomando mi mentón para que le vea a los ojos—: reclama tu lugar como un verdadero Roosevelt, reclama las ilusiones que distorsionan la realidad, esas que le pertenecían por derecho a este cuerpo.

—No puedo, no tengo el alma de Lewis Roosevelt, el contrato de los Roosevelt no aplica a mí —le respondo sonando lo más fuerte que puedo.

—Has uno nuevo, con tu propia alma, búscame, pequeña —me dice él soltando mi mentón haciendo que caiga como si de un vacío se tratase el suelo bajo mis pies.

Siento que son varios metros, por lo menos diez, hasta que regreso a mi realidad siendo cargada por Helios. Estoy desvestida, solo en ropa interior, mientras mi cuerpo está cubierto de pañuelos fríos.

—¡Despertó! —Menciona el supuesto desconocido, pero no puede evitar dejar ver un rostro de alivio tras un suspiro dejando salir cierta desesperación.

—No voy a morir, yo soy Lewis Roosevelt, cálmese —respondo haciendo mi mayor esfuerzo por reincorporarme y sonar como un no enfermo—: pero necesito que me cuides por una semana, si me dejas solo ahora... Creo que moriré.

Hago un poco de fuerza en la mano de Helios y cierro los ojos. Descubrió mi sexo, pero no puedo quejarme, pude perder la vida de otra manera.

No sé si lo que vi sea real o no, pero algo es cierto, no puedo dejarme ganar por el orgullo o querer demostrar algo. Realmente puedo morir si no sobrevivo a este libro. Debo encontrar una forma de que mi vida no esté en constante riesgo cada vez que alguien se lo propone.

Debo encontrar el nombre del demonio que me trajo a este mundo e invocarlo si quiero ser un real adversario.

En éste capítulo sólo haré dos preguntas...

¿Cuál creen que sea el nombre del demonio que llevó a Lewis a ese mundo? Y ¿Quieren que ella en algún punto recupere sus poderes por derecho? 🙃🙂

❤️Los quiero familia, como siempre, voten si les gustó 🌹

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