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Cap5: Soluciones mundanas

Pasan los días y regreso a mi mansión tras la boda de mi hermana. No parece haber algo fuera de lugar respecto a ello, sin embargo, no creo poder retenerla mucho más, más si me cuesta darle una prueba sincera de "amor". No puedo dañarla de igual forma por todo lo que me hizo.

—Basura. —Recuerdo la voz de Victoria en mi habitación cuando niños, tenía solo ocho años. Ella con sus vestidos blancos, observándome con esos ojos con los que mira aun al resto de los humanos. Sonrió con la misma expresión de Lyra al cometer algún acto de abuso con sus sirvientes.

Yo estaba envuelto en las sábanas, con el rostro cubierto y los ojos llenos de lágrimas. Habían más vendas, más de las que uso en mi pecho. Ese día me faltaban las uñas y padre me obligó a asesinar un cachorro que alimenté en las calles al volver de una misión. Recuerdo que me llevó a la mesa de torturas junto al sonido del cello y su canción favorita sonando una y otra vez. Me hizo varios cortes, e incluso con un mazo de hierro golpeo la mano con la que entregué la comida. Estaba débil, demasiado y aceptando cada vez más el estúpido destino.

—Debería darte vergüenza, llevas nuestro apellido y aun así eres débil —me dijo Victoria, ordenando a su sirvienta que caminase hasta mí con un balde metálico en sus manos.

Me senté en la cama, la observé como si fuese mi final. Pude gritar, pero eso no la hubiese detenido, al contrario, hubiese propiciado mayor placer a esa niña criada entre demonios.

El balde fue volteado en mi cabeza, derramando un líquido rojo que servía para mi vergüenza y humillación, una directa a mi alma.

—¿Tómala, disfrútala?, es una pena que te de tanto asco, maldito error —me dijo Victoria, abrazando su propio cuerpo y riendo como si fuese lo más normal del mundo. Levantó la mano hacia su sirvienta, ordenándole que se suicidase con una estaca de madera que previamente preparó—. Cierto, nadie puede saber tu secreto, aunque me quede sin mi nueva niñera.

Ese día no tomó mi sangre, salió de mi habitación como si solo hubiese sido una pesadilla. Pero no lo era, mi cama seguía manchada en escarlata. No lloré, sentí mi alma vacía al punto que me levanté descalzo, sintiendo el frio bajo mis pies y caminando hasta la ventana para abrirla en su totalidad. Me paré en el borde, observando la nieve caer en el exterior y ese blanco piso como la salida de mi infierno. Fue así, lo pensé así, incluso mi mano herida falló y casi caigo, obligándome a aguatarme con todas mis fuerzas del marco. Más que por morir, me asustaba el castigo que me daría Lewelyn si por casualidad sobrevivía.

—Lewis, ya llegamos —me dice Bralen, causando que mi mente vuelva al presente, uno donde debo tratar de mantener bien claros esos recuerdos en mi cabeza. Su amor, su amor da asco, es repugnante y dañino.

Actualmente, estoy trabajando en la economía de la familia y no logro concentrarme. Mañana empiezo en la cacería de Ulises, el monaguillo del padre Julio, ese que puede hablar con los muertos causados por las criaturas sobrenaturales y encontrarlas.

Una muerte que parezca humana, puedo elegir entre algo que se denote como un asesinato o, por otra parte, más sutil.

Dejo de lado los papeles para levantarme dispuesto a dar un recorrido por la ciudad, quizás eso me ayude a entender más su pensamiento y cómo lo haría un ciudadano común. Decido ir solo, es más fácil de esta manera. Aunque primero paso por las propiedades de los antiguos Blackburn, todo está en orden, el escenario montado es perfecto.

El señor Jonathan Ferndale se está ocupando de la posición social como heredero de los inmuebles, aunque realmente todo opera bajo mi nombre. Es solo un método para que no haya algún inconveniente referente a ello.

¿De dónde salió? Bueno, solo es un niño de dieciocho años, justo como yo. Lo tomé del orfanato para esta labor, cambiando su vida de restricciones y miserias por lujos. Claramente, no es de la ciudad, sino de otro pueblo. Todo lo organicé hace dos años, posterior al incidente dicotómico.

—Siempre es un placer tenerlo aquí, padre —comenta el muchacho formalmente, pero con el acento campestre en su voz. Su forma de llamarme es molesta, sobre todo porque no presento ningún aprecio por él. Es como ese perro abandonado, no puedo tener lástima por todos.

—No me llame así, que le adoptara no significa que lo sea. Para usted soy el señor Roosevelt —le corrijo.

—Lo siento, aún me acostumbro a esto —responde tratando de corregir su postura y con una amplia sonrisa—. ¿Puedo preguntar por la señorita Charlotte?

Su mirada se torna nerviosa. Sus manos callosas las guarda en sus bolsillos y mira mi nariz en vez de ojos. Eso hace cuando algo le desestabiliza.

Su físico es regordete, en un inicio estaba en los huesos, pero parece que acceder a la comida en demasía le ha hecho subir más de la cuenta. Sin embargo, no es un extremo, está bien para alguien de poder. Por otra parte, su cabello está cortado por lo bajo y unos ojos grandes que todo lo observan con curiosidad adornan su rostro. Sus colores son como el otoño, castaños. Su tono de piel me revela que no nació en estas tierras, ya que es moreno, es de Barlow.

—Estudiando, no puedo permitirle que quede como inculta —le respondo.

—Puede decirle que le tengo dulces, los preparé pensando que ella venía —comenta desilusionado y agachando la mirada.

Son los métodos de un sucio secuestrador, ¿dulces? No puede tener otra mejor idea para atraer a mi niña a sus brazos, asqueroso, nadie va a tocarla. Bastante tengo con alejarla de la mente sucia de Bralen, aunque ese sería de los primeros que la cuidaría, parece su abuelo degenerado.

—Jonathan, le advierto, no admitiré conductas inapropiadas hacia Charlotte —le apunto.

—No, no me malinterprete. Solo que es una bella y buena dama —comenta él para llevar su mano al cabello y acomodarlo. Estas se vuelven brillantes por el sudor que brota de sus poros.

—Regresaré en una semana para comprobar la administración de la mansión —respondo evitando el tema vigente, no es de mi actual interés prolongar esto.

—Estará todo en perfecto estado, no tiene que preocuparse de nada —me comenta John.

Sus ojos se vuelven los de una serpiente por un momento, pero agita la cabeza para ocultarlo. Todavía no controla completamente la sangre de bestias que tiene en su sistema, siendo el hijo de un humano y una naga. Aunque nunca conoció a su madre y tuvo que ocultarlo por el miedo a ser purificado por su religión, ya que solo los profetas de su tierra presentan la bendición de su dios, el de la arena del desierto. A causa de esto, asesinó de pequeño a aquellos que llegaron a conocer su secreto, devorando su cuerpo.

—Lo siento, aún se descontrola un poco —me comenta el joven.

—Recuerda ocultarlo bien, si alguien te descubre no quedará más remedio que desecharte. —Le hago saber, evitando que consuma alguien más, no acepto fallos por errores propios. No busco una perfección física, pero sí que mis sirvientes no sean un estorbe más que una buena pieza.

—No volverá a pasar, lo mantendré controlado, padre —responde antes de corregir—, señor Roosevelt.

—Lo tomaré como un seguro —digo para darme la vuelta, dispuesto a dejar la antiguamente conocida residencia Blackburn.

Camino por las calles de la ciudad observando la sanidad del sitio. Como las personas ignoran buena parte de su higiene y las diferentes posibilidades para mi cometido. ES una de las causas más frecuentes de muertes para las personas de esta época, según su similitud con mi viejo mundo.

Una niña choca conmigo mientras vende flores y se asusta al verme, comienza a disculparse de forma rápida, llena de nervios y con miedo a ser castigada por tocar a un noble. Han existido casos así, incluso se puede cortar la parte del cuerpo que tuvo el contacto. Aunque en Narciso, no ha sucedido algún caso recientemente.

Simplemente la ignoro y sigo de largo, los barrios para las personas de mediana calidad de vida no son desagradables dentro de lo posible. Tampoco son comparables con las propiedades de los nobles, pero no se pueden quejar, al menos llevan una vida honrada.

Luego encuentro una gitana bailando junto a un músico que toca algo en una caja. Ella mueve las caderas al ritmo de la música y los transeúntes se dejan reposar ante la función. Realmente logra captar mi atención varios segundos, pero decido abandonar el sitio para seguir mi camino. No parecen de aquí, tienen las mismas facciones aguileñas de Dolores y los miembros de la iglesia, deben ser extranjeros. Lo que hacen ahora mismo podría considerarse exótico en estas tierras, es un buen negocio, uno que permite carterear mientras los observan por el cúmulo. Algo de lo que se ocupa un niño sumamente parecido a la mujer, pero no es mi problema, los asuntos humanos no son de mi vigía.

Paso junto al parque donde Helios y yo nos despedimos bajo el cometa. Luego de dos años, por fin conseguí que dejara de doler y entendí que la vida está muy lejos de ser justa, aunque nunca me dio indicios de lo contrario.

—Son hermosas, te lo aseguro. El otro día le compré una —comenta una joven que pasa por mi lado—. Está allí, vamos.

Ambas chicas se apresuran, escucho el sonido de sus zapatos por el pavimento haciendo que me voltee hacia la dirección en la que marchan.

Solo puedo ver la parte trasera de un cuadro grande de espaldas aquí sobre el caballete. Decido acercarme desde el costado para ver quién pinta y lo que hace. Admito que pienso que pueda ser él, pero aun así da igual, no creo que me recuerde aunque me vea en la multitud.

Llegando a su retaguardia y entre unas diez personas más me quedo observo su cabello negro hasta los hombros y con un corte perfecto. Presenta un pantalón oscuro acompañado de una camisa blanca de mangas largas remangada y que le queda con un talle en la cintura y más abierto en el pecho. Se le observa como la representación de la libertad. Sus brazos ahora se ven más trabajados que antes, parece que por las nuevas labores domésticas que lleva a cabo sin el uso de su fuerza sobrenatural.

Su mirada está perdida en el paisaje que dibuja. Puedo ver el costado de su mejilla, está manchada de naranja, un color cálido. Mis ojos por fin lo abandonan y se posan en el cuadro...

Solo al ver esa imagen, un miedo me invade. Está dibujando una joven de cabellos blancos sentada en un banco, pero no cualquiera, sino el de aquella noche. La mujer albina no posee rostro y se encuentra sola en ese lugar oscuro portando el mismo vestido de aquella vez, uno violeta. Como sello, en el cielo del retrato cruza un... cometa.

ntra sola en ese lugar oscuro portando el mismo vestido de aquella vez, uno violeta.

—No puede ser —susurro sintiendo que mi mundo se derrumba en esperanza y un ataque a mis sentidos que vuelven las voces a mi alrededor lejanas.

El pintor de cabellos negros simplemente deja la pintura de lado para colocarla en el suelo al ver que los clientes empiezan a arremolinarse. Se decide a dar la vuelta hacia el público y me volteo, no es momento de que me vea. Trato de avanzar lo más rápido que puedo antes de que vea mis blancos cabellos.

¿No se supone que no me recuerda, que no recuerda nada que tenga que ver con lo sobrenatural? No dibujes... ese momento...

Me adentro entre los callejones para cerrar los ojos y calmarme un segundo sintiendo como mi respiración se acelera como hacía mucho tiempo no pasaba. En cambio, mi rostro no expresa la menor de las emociones, aprendí a ocultarlas, solo se desordena mi interior.

Me acerco a la niña de las flores que anda por el área y le entrego dos monedas de oro. Con una le compro su ramo del día y con la otra le ordeno que consiga para mí ese cuadro.

No puedo decir que ver a Helios aquí sea una casualidad, suele venir a la plaza a pintar y vender sus obras. Yo, como cada vez que lo visito, ordeno a alguien que compre una de estas haciéndomela llegar.

La pequeña regresa con la pintura para mí, al callejón que la dejé ir y junto a esta me entrega una nota.

"Gracias por comprar todos los jueves una de mis pinturas, espero que aprecie esta, es importante para mí, más de lo que podría usted imaginar"

Se me olvidó que es perspicaz, le subestimé.

En la madrugada me desplazo con Riven por los callejones oscuros de la ciudad hasta los barrios de los desprotegidos y pobres. Muchos mueren de hambre y otras enfermedades acá, pero no es mi deber atenderlos, aunque parece que a nadie ya les importan. Es parte de la naturaleza humana, el egoísmo con los demás. Sin embargo, a muchos no se les puede juzgar, no tienen tiempo ni para mantener su propia vida como para atreverse a mirar al desdichado de al lado.

Una mujer con la ropa desgarrada sale del burdel, como huyendo de algo que la aterró allí. Es nueva, no recuerdo haber visto su rostro antes. Sin embargo, le ignoro para entrar al callejón.

—¿Van a buscar al doctor? —Comenta otra, tras observar mis ropas caras y agarrar a la otra del brazo para que no se aleje del lugar—. Si es así, está aquí adentro.

Ella, aunque parezca que no, la está protegiendo. Se cometen más pecados sin consentimiento en los alrededores del local que dentro. Las almas, sin dinero como para permitirse una noche, esperan a las jóvenes que salgan de las puertas del burdel para violarlas en los callejones. La vida de las mujeres de esta zona no tiene nada de fácil ni agradable.

—¿En cuál habitación está? —le cuestiono.

—Está tratando a una de nosotras. Se dio una pelea bastante fea con unas botellas y la hirieron en la cara —contesta la muchacha recostándose a la pared para dar un sorbo de una botella de vodka que trae en su mano y ofrecérsela a su compañera para calmar sus nervios. En las piernas descubiertas de la dañada corren hilos rojos de sangre, los cuales trata de ocultar la otra colocándose delante.

—Dile que le esperamos en su residencia —le comunico, sin ningún deseo de entrar a ese antro.

—Dígaselo usted —responde ella avanzando hacia mí con un contoneo sugerente en sus caderas y zafando los botones de su vestido en la parte superior. Se acerca a mi oído para buscar una mayor intimidad antes de pronunciar su ofensa—. Entre y de un vistazo. A lo mejor algo le convence y se atreve a entrar, siempre da vueltas por el sitio para ver a ese doctor. También tenemos hombres que pueden satisfacer sus gustos más retorcidos.

Sus dedos se posan en mi hombro como si simulase una caminata por sobre este. Ella mira mis cabellos rubios falsos y luego va a mis ojos para seguir a mis labios. Desde su posición puedo ver su escote y el olor a alcohol.

—No tengo interés en esos juegos ahora mismo —le planteo con calma, tomando sus hombros y apartándola gentilmente de mí.

—Eres casi tan guapo como el hijo de los Roosevelt, tu piel es demasiado hermosa como para ser un hombre —expone la mujer ahora rodeándome con los brazos sobre los hombros.

Tomo sus muñecas para tratar de apartarla de mí con cuidado. Fuera de querer o no, debo mantener en secreto ciertas cosas. Su insistencia en no querer apartarse me obligándola recurrir a un trato brusco, apretando con fuerza su muñeca, otra vez, al punto que comienza a quejarse y pedir que la suelte.

—Será otro día —dejo en su mano una moneda de cobre tras sonreír y ver la marca de mi brusquedad—, dígale a Philips que le espero en su residencia, no tengo interés en estas flores marchitas.

Sentencio para apartarme de ella. Riven por su parte, mira a la dama de compañía anonadado, haciendo que su reacción a nuestra partida sea tardía. Él posa la mano en el picaporte del consultorio para abrirlo, pero siente pequeños chillidos en el interior. Esto me llama bastante la atención por lo que le ordeno abrirla suavemente.

Ya en la oscuridad del lugar podemos observan a una mujer recostada en un sillón, mientras mece a un bebé sin saber bien qué hacer. Una vez nos detecta, se levanta de golpe nerviosa y apuntándonos con lo que parece ser un biberón casero de tela y metal. No había visto algo como eso, sobre todo porque su pecho está descubierto y con las marcas en un pezón de la succión, teniendo en cuenta el biberón, inefectiva del bebé en el área por la falta de leche.

—¿Quiénes son ustedes? ¡Váyanse, váyanse! —Ordena mezclando sus gritos con el llanto del bebé.

—Somos clientes del doctor Philips. ¿Tú quién eres? —le cuestiona Riven.

—¿No vienen a cazarnos? ¿No son de la iglesia? —responde la mujer.

—No, no lo somos. ¿Asumo que eres una criatura sobrenatural? —le comento sin perded la calma y manteniendo la mirada en su rostro.

—Sí... —dice ella sin bajar la guardia—. ¿No vienen a cazarnos, no?

—¿Por qué te escondes aquí? —le pregunta Riven mientras ignoramos su pregunta.

—La caza es cada vez peor. Quemaron mi hogar y al padre de mi hijo lo desaparecieron —responde ella y los bigotes de rata se hacen cada vez más evidentes según se nos adapta la vista a la oscuridad—. Mi hermano nos está dando asilo...

—No debiste venir a esta casa, fue estúpida vuestra decisión. Debió abandonar la ciudad y no mezclar el nombre de su hermano en esto —le respondo sin ningún tipo de calidez en mi voz.

—Ellos no sabrán que vine aquí —responde ella.

—Falacias, claro que lo sabrán. Ya te tienen marcada y solo te dejaron correr. ¿Crees que realmente se les escaparía una mujer embarazada? —le comento cruzando los brazos.

—No digas eso, no quiero poner en peligro a Philips —responde ella meciendo al niño, el cual sigue llorando de forma estridente—, pero debo proteger a mi bebé. No quiero que lo quemen.

—La quema por fuego es la salvación final. Antes realizarán con vuestros cuerpos procedimientos más dolorosos dirigidos al estudio —respondo esperando una respuesta de mayor alarma en ella. Sin embargo, recibo la mirada acusatoria de Riven, en desacuerdo por mis palabras. Quiero sacar sus ojos por atreverse a algo como eso.

—No me comente esas cosas... No quiero pensarlas. Mi hermano vendrá en un momento, pueden esperarlo tranquilamente —me expone ella.

—Para mi desgracia, ahora prefiero encontrarlo en el burdel a esta casa. Si me permite un consejo, márchense de aquí —le expongo a la mujer para abandonar el recinto.

De vuelta en la oscuridad de los callejones, Riven se atreve a cuestionarme, dejando salir aquello que guardó por el poco respeto que le queda a mi posición como su amo.

—¿Realmente, como noble usted, piensa entrar al burdel? —Exterioriza con cierto asco en su voz.

—¿Tienes algún problema con eso? —le comento, comenzando a caminar y dispuesto a ir a ese antro.

—No, no, es lo normal —indica de una forma que resulta molesto.

Decido ignorarlo por la necesidad de inmediatez en mi encuentro con el doctor rata, así que me hago paso entre las paredes coloridas, la música exótica y las mujeres de vida alegre.

Muchas escenas desagradables se alzan en este escenario, pero realmente estoy curado de espanto. Las caricias, los gestos de obscenidad y el exceso de piel mostrada no representan nada nuevo.

Por suerte, el médico viene saliendo de una de las habitaciones cargando su maletín. Veo como le agradecen las mujeres de su alrededor y él avanza luego de varios minutos de gloria para toparse conmigo en el medio del pasillo.

—Joven Roosevelt, qué curioso verlo dentro de mi segunda casa —expone el hombre rata, moviendo la nariz y, con esta, parte de sus cortados bigotes que están saliendo de nuevo.

—Hablaría con usted en su casa, pero prefiero invitarle a una copa aquí. Últimamente este sitio es más seguro —le respondo redirigiendo mi mirada a una de las mesas vacías.

—No tengo un problema, pero no veo necesaria su decisión —responde a acomodando el sombrero que cubre sus orejas delatoras.

Nos dirigimos a uno de los espacios disponibles dejando marchar a Riven. Aún no confío en él como para dejarle saber mis planes, tampoco lo encuentro capacitado para nada.

El olor a opio se encuentra completamente expandido por el lugar, como si fuese el aroma central, junto a los perfumes baratos de las prostitutas. No hay pudor, uno de los hombres se encuentra masturbando a una de las damas que está sentada a su lado con las piernas abiertas y derrama alcohol sobre sus pechos.

—¿Qué desea saber? —responde el doctor mientras pide una botella para la mesa.

Yo por mi parte le ordeno todo el queso de la casa, le será pagado sin problemas. La dependienta no entiende mi decisión, pero aun así acepta y mi informante demuestra una gran alegría al punto que su cola trasera se llega a notar por el borde lateral del pantalón. En cuanto es servido lo empieza a devorar como si no hubiese un mañana.

—¿Has matado alguna vez a alguien con tus ratas? —le cuestiono.

—No he dejado que ellos toquen a nadie, que no sea más que un cadáver. Espero que no me castigue por algo así —me comenta él, dejando caer el pedazo de queso de su boca y mirándome como si hubiese hecho algo malo.

—No, al contrario, vengo a pedirte que enfermes a alguien. Necesito que esa persona muera, doctor Philips —le indico con toda la calma y formalidad que me caracteriza.

Mi compañero se empieza a reír y me mira sobándose la panza. Se limpia la boca con un pañuelo para luego con ese mismo retirar el sudor de su frente.

—¿De quién estamos hablando? —indaga el doctor.

—Primeramente, de Ulises, el monaguillo del nuevo padre. Para un segundo plano, a todos los que consigas llevarte para su compañía en la sepultura de esa iglesia —le respondo sirviendo un poco de la bebida disponible en la mesa para mi persona.

—Eso es una locura, meterse actualmente con la iglesia, es una locura —me responde él volviendo a sudar.

—Confía en mí, la haré dejar de lado Ciudad Narciso de una vez por todas. Se van a arrepentir de cada criatura que eliminaron simplemente por no haber nacido humano —le indico.

—¿Cómo lo hago? —expone él con cierto recelo y haciendo referencia a lo más normal. Pero es un médico, seguro conoce más a fondo a sus pequeños súbditos, más si se trata de enfermedades—. ¿A mordidas?

Me acomodo en mi puesto, subo las manos a la mesa para entrelazar mis dedos y apoyar mi mentón observándole con una ligera sonrisa de victoria.

—Philips, ¿ha escuchado hablar de la leptospirosis?

Espero que hayan disfrutado el capítulo.

Un pequeño acercamiento con el pasado... ¿Por qué creen que Helios pintó ese cuadro?

Los veo en el próximo, voten su les gustó. Los quiero, familia.

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