Cap38.1: Lysander Roosevelt
Helios me sostiene en sus brazos sin levantarnos de mi cama, siento mi cuerpo sumamente débil y la fiebre lo ataca de la peor manera a pesar de las compresas en mi frente.
Tomo la mano de él para encontrarlas temblorosas a pesar del poco miedo que expresa su voz.
Ya me hizo saber que estamos en la tarde y la hora precisa. Mi desorientación horaria fue parte de los castigos de Lewelyn, aunque no lo parezca, es un factor de ansiedad.
—Helios, necesito que llames al conde, envía a una de las sirvientas. No me queda mucho de vida, lo sé —le respondo sintiendo como mis palabras se limitan por la fuerte tos que le acompaña.
—Un sanador, él debe tener uno —me dice Helios.
—No, mi cuerpo no va a sanar con ello, mi propia alma lo está degenerando y no creo que resista mucho más. Tampoco el pequeño, si Victoria no actúa ya —le respondo.
—¿Su vieja prometida y hermana? ¿Decidió confiar en ella? —Me responde.
—Al final... Creo que sí, es la única solución que pude encontrar para que no muera Levic —le comento.
—¿Nuestro hijo, ese será su nombre? —Me dice él sin soltarme.
Agita una campana para que una sirvienta entre, no tarda más que el tiempo necesario en darle la orden de encontrar al conde Walker.
—Sí, ese fue el que decidió Victoria, ¿te gusta? —Le indico entre susurros.
Él no responde, el silencio invade la habitación hasta que llevo mi mano a su mejilla esperando una reacción por su parte, quizás una más humana.
—Creo que son celos —me dice él.
—¿Celos? —Le cuestiono con suavidad.
—No deseo que mi hijo lleve un nombre elegido por ella, es la única persona que considero que tocó vuestro corazón en algún momento y sé que le ama a usted —me responde con su vieja y monótona voz.
Recuerdo como dijo que no le importaba ser solo un juguete más, por fin dejas de verte como algo así.
—Al final eres capaz de darte tu lugar —le respondo para dejar una ligera sonrisa—: no será ese, pero jamás olvides el nombre de Levic, sin ningún apellido ni linaje.
—¿Por qué? —responde.
—Mentiría si te diese una respuesta, solo nunca olvides el nombre de Levic —contesto para empezar a toser—: no creo que me quede más de un día...
—Lewis, no puedes morir, no, tú nunca fallas —me responde él afianzando su abrazo.
—No considero que fallase... Al menos no si ella lo logra —le respondo.
Perdón, Helios, la última encrucijada para la vida de nuestro pequeño se la confié a Victoria, era la única oportunidad que encontré a través de Lewelyn.
—Pero estás considerando el morir como un punto seguro —me responde él.
—No había una oportunidad de vivir para Lewis Roosevelt, o quizás yo también tomé las elecciones erróneas. Ciertamente de ser así, no me arrepiento de nada, por ninguno de ustedes —le respondo.
Siento como gotas de agua caen en mi mejilla luego de que Helios junte su frente con la mía. No pensé sentirle así, no creí saberle desesperado.
—Helios, yo estoy bien —le respondo.
—¡No lo estás, no lo estás, Lewis! —Me responde y siento como su voz se rompe.
—Solo es el peso de mis errores, yo... —Le respondo para ser interrumpido.
—Te convertiré, lo haré, será una solución, al menos por ahora —me dice dejándome sentir sus dientes en mi cuello.
—Ni se te ocurra, matarás a nuestro hijo, no hagas una idiotez, nunca has sido de precipitarte —le respondo.
—Lo que sea, lo que sea lo haré, daría mi vida por ti si hace falta, cualquier cosa, pero no puedo dejar que mueras —me dice hundiendo su cabeza en mi cuello.
—Salvaste a nuestro bebé de caer en manos de Gen y de mi padre, solo encárgate de que él sea feliz y no se acerque a ellos en toda su vida. Ser un Roosevelt es algo difícil —confieso.
—Lo cuidaré, lo haré con mi vida si eso deseas, Lewis —responde.
El silencio invade la habitación de nuevo, él me carga en sus brazos para besar mi frente
—Perdón, por usarte cuando nos conocíamos, no era capaz de sentir, pero apenas pude valorar todo, se volvió usted demasiado interesante —me responde Helios.
Es de las pocas veces, si no es la primera vez, que choco con un él desesperado. Mi Helios...
—Me salvaste de ser la peor de las atrocidades, aunque fuese una manipulación, tú me dejaste mantener mi humanidad cuando estaba perdiéndola —respondo con calma—: y volviste a mí, a pesar de que te dejé libre dos veces.
—Mi hogar es usted, la persona que amo es usted, todo lo que quiero es a mi Lewis Roosevelt —me responde para sentir como su voz se apaga—: me da igual una vida tranquila, no me sirve de nada si no es contigo, prefiero nuestras tormentas mil veces.
Sus palabras terminan por romper las pocas capas que puse a mi corazón para no quebrarme. Traté de dejar este lugar con la mayor tranquilidad posible, pero no puedo dejarte de lado, yo no quiero perderte.
—Helios... Yo... Creo que te amo —le respondo cubriendo mi rostro con las manos a pesar de que soy incapaz de ver algo.
Sus labios buscan los míos para besarlos de forma cálida, es un pequeño segundo en el cielo donde todo desaparece. Nunca creí en las historias de amor, en esos sentimientos de colegiala y después de tantas cosas pensé imposible vivirlas. La vida me golpeó duro, pero al menos me dejó conocerte, a ti y quiero que también a nuestro pequeño.
—Cuando llegue el Conde —apunto justo al separarnos—: hagamos una boda de almas, como la de su aquelarre.
—¿Un enlace de almas? —Responde él.
—Sí, cuando nazca nuestro bebé podré pasar mi alma a un cuerpo de arcilla y completemos el ritual —le respondo—: ¿Quieres casarte conmigo, Helios Prigozhin?
—Se supone que él hombre lo pide, estas cosas —responde él colocando un anillo en mi dedo.
Parece que era algo que tenía preparado. Su centro presenta un rubí y el resto parece de plata. No es grande, de hecho, es bastante minimalista y aun así debió ser difícil de conseguir dada su situación, por lo que llevó tiempo ahorrando posiblemente.
—¿Cuándo compraste eso? —Le respondo palpando el anillo con mi otra mano.
—En Barlow, cuando me dijo que seríamos padres. No quería dejar de lado mis responsabilidades —me responde él con toda la seriedad del mundo.
—Eres imposible —le contesto.
—No tiene nada extraño, sería estúpido por mi parte dejarle sola con nuestro bebé. A demás, me hacía ilusión estar juntos, con él, correteando por el jardín mientras usted y yo le veíamos desde la puerta. Tener una familia, una vida sencilla, vi la posibilidad de nuestro sueño cumplido —me responde.
—Quizás si hubiese sido mi sueño, una familia contigo —le digo bajando la cabeza.
Si no hubiese pedido ese deseo para que vivieras no estaría así, pero tampoco me arrepiento, yo quiero y di todo por este momento.
—Lewis, te amo —me repite él.
—Lo sé, no lo he dudado —le comento.
—No quiero vivir una inmortalidad sin ti —responde.
—Lo harás por nuestro hijo, no estarás solo... además yo... —Mis palabras son interrumpidas por los toques en la puerta.
Helios no me suelta, sus manos parecen negarse a apartarse de mí, solo su voz da la orden de entrar a la habitación para que se adentren los pasos en la misma.
Siento sus brazos cálidos a pesar de la fiebre, es un lugar extrañamente cómodo.
—Mi querido Lewis Roosevelt —comenta la voz del conde—: son cinco meses antes de los que me dijiste en aquel mensaje. ¿Qué hace gen en una botella?
—Las cosas se me fueron un poco de las manos. Helios lo capturó —le respondo.
—¿A un hombre sombra? Eso es histórico, algo que rara vez pasa —dice con una risa acompañando la sentencia.
—Ahora es un Vampiro noble —le hago saber.
—Vaya, parece que la vida es retorcida, obtuvo lo que tú tanto deseabas —me indica—: hubieses vivido de pedir el deseo para ti.
—Ya eso da igual, así está bien, es perfecto —le comento.
No pasa casi nada antes que el dolor en mi cuerpo se arrecie de golpe. Puedo sentir como mi vientre empieza a crecer.
—¡Prepara el ritual, ya! —Grita Helios al conde.
Ahora deben preparar las cosas... Para el rito, pero esto duele demasiado, es insoportable. Me retuerzo tratando de aliviarlo y nada lo logra, el feto debe estar creciendo al menos los seis meses que le faltan de golpe. Es difícil que mis órganos lo resistan y mi columna también.
—¡Helios, demonios, esto duele demasiado! ¡Apúrense! —Les grito entre los alaridos que deja salir mi cuerpo.
El sudor baña mi frente y siento que mi consciencia abandona mi cuerpo. Helios me acomoda en la cama para abrir mis piernas y tratar de dirigir la salida del niño. Aprieto con mis manos la superficie tratando de mantenerme consciente y realmente me cuesta.
Los gritos de ambos hombres dándose órdenes se quedan en un bajo tono al lado de los míos. Victoria lo logró, logró completar el pacto de padre...
Siento que pierdo el dominio de mi cuerpo, no logro controlar las piernas, posiblemente su crecimiento acelerado haya fracturado mi columna. A este cuerpo le queda poco. Escucho los latidos apresurados de mi corazón y me duele el pecho.
—¡Hazlo ya, conde! ¡Está muriendo! —Grita el de cabellos negros ahora agitando mis hombros—: Lewis, por favor, no te duermas, mantente despierta, ya nació.
Los llantos de un bebé se sienten en la habitación y a pesar de todo se dibuja una sonrisa en mis labios. Lo logré, naciste, mi pequeño, mi adorado hijo...
—Sus cabellos son negros, es hermoso, un hermoso varón —me dice Helios tomando mi mano.
Nada de mí responde, no logro moverme, quiero cargarlo, tomar a mi bebé y estar junto a ti consciente, pero no puedo. El sonido se hace cada vez más distante, todo se siente tan ajeno...
—¡Por favor... Resiste! ¡Lewis, resiste! —Grita Helios en desesperación y el bebé como si supiese que pasa lo secunda.
—Ya casi termino —responde el conde, pero mis sentidos terminan por apagarse.
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