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Cap3: Marcas internas


Aprieto la nota fuertemente en mis manos para guardarla en mi bolsillo. Me tomo un segundo antes de voltearme hacia mis sirvientes, calmando cualquier emoción en mi interior.

—Nos vamos —contesto para seguir hasta el carruaje, sin hacer más reparo en el bosque. Ya Bralen tiene la misión de recoger los botines y objetos que nos fueron robados.

Me detengo justo ante la puerta abierta del carruaje, donde está seca en el tapiz la sangre de Riven. Ese escarlata me lleva hacia William, hacia sus cabellos, su carta y que se esconde en algún lugar, luchando por sobrevivir. Debe estar en cuerpos de barro, prolongando el tiempo de vida que le pueda quedar.

Reparo en Riven, quien ya se encuentra con la herida sanada, pero inconsciente. Charlotte al subir tropieza con él, cayendo al suelo, y Bralen le ayuda atrapándola entre sus brazos. Yo, por mi parte, cierro la puerta cuando ellos entran para dirigirme al asiento del cochero, tomando esta como mi nueva labor en el recorrido.

Retiro el cadáver de ese lugar y coloco mi saco sobre la sangre seca, terminando por tomar las riendas del carruaje para guiarnos a nuestro destino. No hablo más en el recorrido, solo voy pensando mientras mantengo mi vista en el camino, dejándome llevar por los pensamientos sobre lo ocurrido.

—¿Qué le pasó? —dice Charlotte a Bralen.

Los escucho hablar por la ventanilla abierta a mi espalda, esa que usamos para darle las órdenes al cochero.

—Abrió la puerta —responde el niño refiriéndose a Riven y su estado.

—Al menos parece estar vivo... —Apunta Charlotte con una voz preocupada.

Agarro con fuerzas las bridas, dejando escapar un suspiro mientras levanto la vista al cielo donde se alza la luna llena. Hoy los lobos tienen un descontrol hermoso, pero están lejos de nosotros.

Si solo hubiese pensado mejor todo, William no hubiese perdido tanto y Helios estaría a mi lado. La sangre no es suficiente para hacerles pagar por todo lo que han hecho. A ninguno perdonaré, a nadie que esté apuntado en su diario.

A mi mente viene la imagen de Rudolf, cuando me contó todo lo de Diuna y su real motivo. Yo acabé con lo importante para él, así que tiene el mismo deber que yo sobre ellos a reclamar mi cabeza. Si algún día rueda, eres el único que tiene un motivo que considero válido, por todo lo que te robé. Tu amor e inocencia.

Una risa distorsionada se escapa de mis labios, algo que hace a los de dentro parar sus pláticas.

Cada día más cerca de tu papel —susurra el viento en mi oído, una voz que no olvidé en estos años atrapado en esta realidad—. Mi pequeño villano, para todos vas a ser la cara oculta de esa luna que da escalofríos.

No logro distinguir quién lo dice...

Mi papel, mi destino, mi perdición. Acepté lo que debo hacer, pero no concibo el dejarme morir. De tener un final, todos se irán conmigo.

Llegamos, a duras penas, el día antes de la boda por los inconvenientes del camino. Nuestro recibimiento es cordial y perfecto, nada fuera de lugar o destacable, más allá de la opulencia. Lo primero que noto es lo difícil que se nos hace toparnos con Victoria, a pesar de que la he estado buscando por las áreas comunes que puede visitar nuestra familia sin parecer sospechoso.

Por lo que comentan, está ocupada con los ensayos y detalles de la boda, seguro cuando regrese le invadirá una ola de mal humor.

Mi padre me cita en su habitación para tocar unos asuntos importantes. Realmente es lo más destacable luego de las tres horas de pura etiqueta a las que soy sometido. No puedo decir que todas sean innecesarias, pero algunas pueden ahorrárselas.

La habitación que posee Lewelyn es mucho más amplia que la que tenía la otra vez, ahora adornada en su totalidad de blanco por la presencia de la mano de Lyra. Es normal, han estado residiendo más en la capital que en Narciso y son los padres de la futura reina.

—Las desapariciones han mermado. Todos habitan manteniendo un perfil bajo, pero no creo que sea por mucho tiempo. A medida que aumentan las capturas también lo hace la información en circulación —le comento a mi padre.

—Es peligroso atacarlos, Lyra regresó ayer de la misión que le encargué. Julio Vegas, es un experto exorcista y posee un ataúd especial sellado —comenta Lewelyn.

—¿Qué clase de ataúd? —Indago.

—Uno maldito, ¿has escuchado la historia de Ciudad Dorada? —responde él con su usual calma e invitándome a sentar junto a una mesa de cristal con dos asientos. En ella ya se encuentran servidas dos tazas de té.

Jamás se había mencionado algo de esa ciudad en la obra, cada vez hay más escenarios y piezas. A veces creo que esto no es solo el mundo de un libro.

—Hace cien años se abrió ese ataúd en dicha ciudad y todos los ciudadanos perecieron en el plazo de un mes, sus cuerpos se encontraban descompuestos y con pedazos faltantes por la descomposición agresiva. Luego, la ciudad volvió a ser habitable, pero esto la aniquiló —responde mi padre entregándome los documentos con la letra de Lyra, parece ser un viejo informe de ella—. Ese objeto, el causante de esto, está en manos del padre Julio.

Procedo a leer lo entregado, notando gran detalle en sus párrafos e incluso algunas partes borradas. En estas se alcanza a leer el nombre de mi padre y algunos corazones. ¿De qué año es esto? No me imagino una Lyra tan cautivada e infantil. Aunque últimamente no toma amantes según mis datos.

—Eso sería un problema, pero entonces hay que averiguar de ello antes de atacarlo. Dolores Gómez se mantiene cazando en el bosque, la tribu de lobos se ha tenido que desplazar varias veces y las bajas han sido reducidas, les propondré su acogimiento encubierto en la ciudad —le hago saber.

—¿Y el bendecido con poderes similares a la nigromancia? —plantea mi padre.

—Ulises del Valle se mantiene sacando información de los cadáveres que asesinan las criaturas de la ciudad para encontrarlos. Aun así, las bajas se han reducido y se están desplazando a zonas seguras para que no sean utilizados los humanos muertos como fuente de información —respondo.

La verdad la situación de la iglesia es crítica, no podemos atacar directamente porque ser hostil significa ponernos en el ojo del huracán y mandarán refuerzos. Desgraciadamente, son buenos haciendo su trabajo y han mermado las criaturas sobrenaturales en la ciudad. No van con prisas y eso es lo más preocupante, que es más improbable que den un paso en falso.

—Lewis, averigua que es ese ataúd, que carga y cómo funciona. Si hacemos eso tendremos más libertad de movimiento —me plantea Lewelyn, dirigiéndose a su puerta y quitando el seguro.

—¿Puedo sugerir algo? —respondo.

—Sí —apunta él.

—Demos el primer golpe, cuando nos amenacen con el objeto nos harán saber qué hace. Y en caso de no ser así, nos dejarían pasar el uso del ataúd como una advertencia la primera vez. Pero debemos escoger bien la víctima —le respondo.

—¿Cómo sugieres hacerlo? —responde él sin siquiera mirarme.

Se cierra a mi idea, su cuerpo lo dice.

—El nigromante, es crucial eliminarlo. Si nos deshacemos de él, el identificar las criaturas será limitado. Puedo afirmar que esa iglesia sabe que los Roosevelt somos vampiros —le contesto.

Él hace silencio hasta que sus labios se arquean positivamente tras darse la vuelta hacia mí. Micro detalles en su actuar, Lewelyn no está expenso de ellos y los deja muchas veces al descubierto. Lo curioso, es que él mismo me los enseñó.

—Te diste cuenta —responde Lewelyn.

—Por eso madre y usted evitan volver a nuestras tierras y solo me mantienen a mí allí. Porque cualquier medida tomada hacia nosotros ante un humano sería vano —respondo.

—Tiene razón, por ello vuestra hermana debe llegar al poder, estamos en una carrera contra reloj —manifiesta él.

Poder, el poder no se basa en enfrentarse cara a cara, sino en cómo juegas tus cartas. Los Roosevelt no podemos dejar que se sepa nuestra naturaleza porque si no estaríamos condenados a usar el terror para reinar un páramo. Cualquier medida inteligente sería descartada y solo quedaría la fuerza bruta sin sentido.

¿Padre?, él podría aniquilar una ciudad, es el ser más peligroso que he conocido. Sin embargo, también el más inteligente y eso lo hace de temer.

—Eliminaré a Ulises sin que se piense que fue hecho por una criatura sobrenatural —contesto tranquilamente.

—Bien, si eres capaz de hacerlo, hazlo. No me has defraudado hasta ahora y no espero que lo hagas —responde él para salir juntos de la habitación, dejándome caminar a su lado.

¿Por qué me pongo la soga al cuello? Porque necesito mermar la idea de peligro sobre la iglesia en la mente de padre o jamás dejará volver a su amada esposa a la ciudad. Necesito mostrarles que todo está bien. Para ello, debo asesinar a Ulises, la mano derecha de Julio, y averiguar todo sobre esa caja misteriosa de la cual me acabo de enterar.

Llega la noche sin saber nada de Victoria ni Oliver, ambos están ocupados con los asuntos de su boda. No concibo que ella se permita sentir algo por él, he trabajado en esto últimamente y desde mi infancia.

Me despido de mis sirvientes ya con los atuendos de dormir, un camisón blanco y lleno de bordados en dorado. Dejo la agenda sobre la mesa, esa agenda con tantas emociones y salgo al balcón a tomar aire. Si desvío mi mirada hacia la derecha me toparía con el balcón de Victoria. Sin embargo, concentro mi atención en el cielo hasta que siento el sonido de unos pies descalzos caer sobre el borde de mi balcón, como si un manto blanco descendiese hasta posarse.

Es como un ave, ni siquiera parece pesar más que una pluma. Corre hacia mí como si se abalanzase para descansar sus manos cálidas en mi mejilla, besando mis labios como si fuese la última gota de agua del mundo. Los cabellos blancos cortos rozan mi mejilla y sus ojos rojos se cierran ante la sensación del beso.

Mis manos apresan su cintura uniendo nuestros cuerpos, para luego mirar buscar su mirada. Estos se abren lentamente y llevo mi mano hacia su cabello dejando suaves caricias. Hago reparo en sus atuendos de dormir y rostro, portador de una leve sonrisa por mi presencia.

—Eres un imbécil, cinco estúpidos meses sin venir —me regaña Victoria, usando las manos en mi rostro para levantar mi barbilla y rozar mi nariz como una niña pequeña.

—Últimamente estoy haciendo todo el trabajo del ducado Roosevelt, Victoria —le cuestiono tomando su cabeza para acercarla a mi cuello dándole el permiso de tomar lo que más desea de mi cuerpo.

—No quiero excusas, si quiero verte, debes venir. Seré tu reina pronto, así que mis deseos son la ley, Lewis —me impone con un tono que parece juguetón besa la zona que va a morder antes de decidirse a clavar sus dientes de forma suave, una que ha adoptado desde nuestra discusión hace años, empezando la succión.

En este proceso no hablo, solo la dejo ser hasta que está saciada sin siquiera apartarse de mí.

—Escuché muchos rumores de ti, Victoria —le susurro una vez termina, limpiando con el pulgar sus manchados labios, dejando otro beso en estos. La tomo por la mano para llevarla a la habitación, estar en el balcón no es lo más inteligente si queremos ocultar este pecado de relación.

—No debe haber ningún comentario negativo, he estado trabajando impecablemente en los actos benéficos y sociales de mi futuro puesto. Incluso he tomado clases para administrar determinados bienes —me responde con orgullo y esperando mi alago—. Lo sé, estás impresionado.

Su voz se escapa apresurada de sus labios, sus manos tiemblan ligeramente. ¿Tanto te emociona verme? Eres como un libro abierto cuando se trata de mí, ni siquiera veo hostilidad en ti cuando estamos solos, a diferencia de como tratas a otras personas.

—¿Qué tipo de reina quieres ser? —le respondo cerrando la salida al balcón detrás de nosotros sin observarla e ignorando su deseo de reconocimiento.

Ella avanza por la habitación, haciendo reparo en las pequeñas cosas personales que dejé en el lugar. Ya mis maletas están acomodadas y solo queda en el escritorio los libros con los que he estado trabajando. Uno de estos es la Biblia.

—Eso no tiene importancia, seré lo que vaya entendiendo en el camino. Lewis, no soy buena planeando algo a largo plazo. Pero últimamente vi algo curioso —comenta ella sentándose en mi cama de frente a mí.

Sus pies no llegan al suelo, los mueve suavemente rozándolo con la punta de los dedos. Sus uñas se encuentran pintadas de negro, un color que ama portar. Algo que hace para que la diferencien de Lyra, en algún punto serán imposibles de distinguir si no hace reparo en las diferencias.

—¿Qué viste? —le cuestiono caminando hacia ella, evitando usar su tono más infantil.

—Compra mis palabras —me responde levantando la mirada hacia mis ojos e inclinando su cuerpo hacia detrás con las manos sobre el colchón a modo de apoyo.

—Mi hermosa Victoria —le comento tomando su cuello con una mano y haciendo presión en este un segundo antes de aflojar y darle un suave beso en la mejilla. Es suficiente para incentivarla a continuar, a fin de cuentas, quiere que esté orgulloso de ella. No deja de ser mucho menor que yo mentalmente, pero podría mejorar.

—Cuando ayudo a alguien y sabe que fui yo, me alaban más que cuando temen. Es mucho más divertido —responde Victoria.

Lo podría interpretar como algo positivo, pero si lo pienso bien, lo hace para llenar su ego y necesidad de atención. No es necesariamente algo bueno.

—No cambias —le respondo deslizando los dedos detrás de su nuca para besarle de nuevo antes de bajar a su cuello en un rastro de mordidas y besos suaves.

Ella no parece entender mi respuesta.

—Oye... Lewis —me susurra deteniéndome un momento y entrelazando nuestros dedos—. No te vuelvas a ir tanto tiempo. No es que te extrañe... es solo que...

—Me extrañas, solo dilo. Aun así, me es imposible quedarme aquí. Tampoco puedo hacer seguido estas reuniones, si vuestro futuro esposo se entera, no solo yo, nuestra familia entera sería borrada del mapa —le comento mirando sus ojos.

Cambia la mirada un momento huyendo de mí. Su cabeza debe tener demasiadas ideas ahora mismo que ni siquiera yo podría leer. Me separo de ella y busco una botella de whisky en mi equipaje. Subo a la cama para sentarme en el centro y llevarla junto a mí.

—¿Eres consciente que soy incapaz de alcoholizarme? —me responde ella como si yo no lo supiese. Termino por adquirir un ajo de mi bolsillo y se lo coloco en la mano, cerrando sus dedos alrededor de este.

—Tendrás al menos un poco del efecto —le respondo bajando el primer trago para entregarle la botella. Este es fuerte y arde en su paso por mi garganta, delicioso, aunque no se puede abusar.

—Nunca he bebido —me contesta antes de pegar sus labios a la botella y hacer un gesto de desagrado.

—Siempre hay una primera vez —le contesto, observando con detalle esa expresión—. Siempre que te arrepientas, puedes soltar lo que llevas en la otra mano y mejorarás. Nada te va a pasar conmigo aquí.

—Pero tú no puedes disminuir tu cantidad —me rebate.

—Tienes esa ventaja, claramente —le respondo.

Ella sin dudarlo más, traga una cantidad considerable para entregarme la botella. No debió ser así, debí explicarle mejor. Yo lo pego a mis labios y deslizo aire por mi garganta sin realmente tomar el contenido de la botella. Este proceso se repite hasta que Victoria la suelta para colocarla en el suelo aún abierta y con solo dos líneas faltantes.

—¿No te vas a presentar en la boda para decir: "yo me opongo"? —me susurra ella con la mirada ahora apagada y con la sinceridad en sus labios.

—Oliver acabaría con nuestra familia —le respondo sin dudarlo mucho, a fin de cuentas, podría pasar.

Su cabeza niega y abraza la almohada como un bebé, sus ojos se ocultan por su cerquillo y su voz sigue saliendo débil. Aprieta fuertemente el ajo en sus manos y siento que las palabras a duras penas le salen.

—Oliver sabe... él sabe que te amo, Lewis. Oliver es mi amigo y quiere que sea feliz —me dice ella y veo como gotas manchan la almohada, cayendo sin remedio y mojando sus pálidas mejillas.

—Victoria, tú a... —voy a hablar, pero soy interrumpido.

—He cambiado, en serio, créeme. Soy así, acéptame así. Mira, no tomé tanta sangre y detuve la herida de tu cuello, incluso trato de ser más gentil —me responde levantando la cabeza para verme, sus ojos poseen el rojo sin control y las pupilas dilatadas. Los colmillos salen levemente de su labio inferior como si a penas pudiese mantener su fachada humana—. No he vuelto a matar, me quieren en la ciudad y estoy haciendo todo bien. Eso creo, me pediste pruebas hace un año y te las di... ¿No? ¿Me has dejado de odiar?

¿Eso quería decir? ¿No es una conspiración? No puedo creer que le haya contado a Oliver.

—No debiste decirle a Oliver —le regaño.

Si lo desea sería un completo problema.

—¡Olvídate de Oliver y piensa en mí! Lewis, lo sabes, me cuesta decir lo que realmente creo, no me juzgues de esa forma, por favor —susurra mirando el ajo en sus manos, que mantiene a penas el efecto, preparada para lanzarlo, pero la detengo cerrando sus dedos.

Dejo escapar un suspiro para abrazarla contra mi pecho un momento en silencio. Pienso en sus palabras una y otra vez. Cierto, ella es el personaje principal de esta obra y debe acabar conmigo, incluso me hizo demasiado daño de niños. No puedo dejarme llevar por estas palabras, no debo, Victoria.

—Lo estás haciendo mejor que antes, al menos. No tomes alcohol con más nadie, ni te atrevas —le respondo.

—¿Mi amor sigue siendo retorcido? —susurra ella—. ¿Te sigue dando asco? ¿Lo odias?

Sí, le dije eso hace tiempo en una habitación de este mismo castillo. Que esa forma de amor no tenía nada que ver conmigo, que me daba asco.

—Soy incapaz de amar, Victoria —le confieso recordando los sucesos de esa noche que se supone, serian mi regalo de cumpleaños aquí—. Eso es algo que jamás estará en mi vida.

Debería mentirle y decirle que la amo, esa simple palabra podría hacer que todo el final fuese perfecto, pero no puedo. Debería ser capaz de engañarte.

—Quédate conmigo, si alguien más te toca, Lewis, te juro que lo voy a matar de la forma más horrible posible. Eres solo mío... Mía... Como quieras decirte, ya me da igual. No puedo imaginarme con nadie más —responde dejando caer de sus manos el ajo.

Ella es alguien que estará bien mientras no le lleve la contraria. Mientras solo le preste atención a su persona. Pero, ¿qué pasaría si yo decidiese mostrarle afecto a alguien más?

A esa persona...

No, ya no puedo. Es irracional pensar en Helios.

Siempre me ha llevado por ese camino, el de saber que algo no tiene sentido y aun así desearlo. Odio el dolor que siento, odio que todo lo que sienta solo sea dolor y no pueda vivir en paz sin sepultar todo.

Me dejo caer sobre la cama con ella en mis brazos y rozando su cabello con mi nariz.

—Quiero pasar la noche contigo —le respondo en un susurro—. Puedes marcharte antes del amanecer.

Cierro los ojos, abrazado su cuerpo con fuerza, hacía años no sentía el calor humano así. Victoria corresponde mi abrazo en silencio. ¿Por cuánto tiempo podré mantener esto? No lo sé, pero no comprendo por qué demonios no lo he hecho ya. No es tan difícil acostarme con ella para satisfacerla, aunque no tengo lo que un hombre, podría. Podría hacerlo y la tendría completamente segura de que quiero algo real.

—Romperé mi maldición, cuando lo haga te tomaré, Victoria —le comento como un mantra, su mantra—. ¿Puedes esperarme?

—Al fin aceptaste —expresa ella con cierta alegría en la voz—. De todas formas, no me interesa esperar a que seas un hombre, Lewis...

Se levanta de mi abrazo para quedar sobre mí en la cama, apoyando sus manos a los lados de mi rostro sobre la almohada y dejando ver una sonrisa como las que ponía de pequeña antes de molestarme.

—¿Qué haces? —indago, tomando su cintura con suavidad.

—Cierra los ojos —comenta ella bajando a mis labios para besarlos con intensidad y lastimándome con los colmillos, dejando entre nuestras bocas mi sangre, aumentando el deseo de su alma.

—Victoria... —susurro intentando apartarla, pero no se detiene, solo me deja un segundo para respirar y vuelve a dejarme sin la posibilidad de hablar por su beso. Lleva una de las manos a mi cintura con la suficiente fuerza como para levantarme en forma de arco y juntar nuestros abdómenes.

—Te amo —dice como un susurro, como si solo desease que lo escuche yo—. No tengo que ocultártelo, Lewis.

Es solo algo carnal, puedo completarlo y tener completamente su alma. Si fuese cualquier otra persona, podría hacerlo. Podría llevar esto hasta el final y simplemente hacer que caiga en la telaraña por completo.

Su rodilla sube lentamente hasta quedar entre mis muslos y sonríe, disfrutando tener el control de la situación por primera vez en muchos años. Si no me decido, le dejaré demasiado terreno.

—Duérmete —le ordeno mirándola fijamente, controlando mi expresión y sintiendo como se activa el nervio de mi ojo por la situación—. Eres un desastre.

Ella deja caer la cabeza en mi pecho y me libera, cubriendo nuestros cuerpos por las sábanas y abrazándome, llegando a besar la zona por sobre la ropa. De a poco se va deteniendo, dejando algo de paz en mí.

—Debe ser incómodo —comenta, saliendo de debajo de la tela y sentándose sobre mis piernas. Ya yo había cerrado mis ojos para tratar de descansar, pero parece que no tiene aún la intención de parar—. Nadie va a entrar, quien entre y vea algo le elimino por tu bien, Lewis.

—¿A qué te refieres? —comento un poco cansado de la situación.

—Tus vendas —me dice ella.

—No las puedo quitar, podría entrar alguien o una urgencia —le contesto.

Ella se queda en silencio, observándome. No dice palabras, de a poco va volviendo la cordura a su mente y eliminando los efectos de la bebida que le hice ingerir y mentí en cuanto a que haría lo mismo. Sintiendo su calma, me volteo dejando mi espalda al descubierto y cerrando los ojos. Sus manos van a la cinta, ya sin esa euforia que la poseyó, y termina por zafar las vendas para recostarse en mi espalda, haciéndolo menos ajustado.

—¿Mejor? —pregunta ocultando su cabeza, con la voz apagada.

—Tch —me quejo de su nueva debilidad y me volteo para abrazarla. Su rostro está completamente sonrojado y evita mirarme. Sus manos ahora no quieren tocarme, como si nada de lo que pasó antes pudiese ser obra de la misma persona. Se muestra mucho más vulnerable.

—Si no... quieres... dilo —susurra huyendo de mis ojos.

Poso mis labios sobre los suyos de una forma suave, sin esa fuerza de antes. Aun así, ella no me responde, continúo el tacto hacia su mejilla y luego bajo a su cuello. Dejo el sentir de mi boca en esas zonas.

—No, Lewis, no lo hagas si no te nace —me dice levantando mi cara para darse la vuelta, no parece hostil su tono, más bien dolido.

¿Qué demonios te pasa?

Me levanto de la cama, para acostarme delante de ella, haciendo que me mire. Sus ojos están húmedos y los oculta con su cerquillo. Es una niña pequeña cuando está conmigo. Muerde sus propios labios, unos manchados por la sangre que se causa en penitencia.

—Mi amor... es asqueroso... ¿No? —me dice limpiándose la boca con las mangas de su ropa, para luego pasar a los ojos.

—No me da asco, calma —le contesto, evitando regañarla más de lo que podría ahora mismo. No soporto las debilidades, pero no es normal que esté así, debe ser cerca del límite que puede soportar de mi distancia—. Suave...

Zafo el lazo de su bata, para luego abrir de a poco los botones, sin ella interferir, pero huyendo de mi mirada. Dejo de a poco su busto al descubierto, uno que ha crecido desde aquella vez que se coló en mi habitación cuando más jóvenes. Comienzo a besar entre estos, dejando el paso de mi lengua en el centro antes de rozar su aureola derecha con el pulgar. No tarda en reaccionar a mi estímulo, llegando a ponerse erecto. Con mi boca paso al otro, mordiéndolo con suavidad y humedeciéndolo con mi lengua.

Victoria se cubre el rostro ante esto, evitando que pueda ver sus expresiones, pero quito sus manos. Las llevo por las muñecas sobre su cabeza en la cama, logrando ver el poema que es su mirada escarlata.

—Tonta —le susurro, aunque en realidad me lo digo a mi misma—. Victoria Roosevelt, eres mía. Si alguien te toca, lo voy a torturar hasta que ruegue que le asesine.

Ella no me responde, no es capaz de hacerlo mientras introduzco dos dedos en su interior y recorro su centro con mi lengua. Sus muslos, ahora tienen mi marca, bellas marcas rosadas.

No estaba en mis planes, o más bien evitaba este momento, pero no me desagrada, más bien, disfruto sus expresiones y como dejo las marcas de mis dientes en su cuerpo al punto de brotar la sangre y ella desearlas. Parte del estúpido sistema de amor de nuestra familia, uno que tampoco comparto, pero me provoca causarle.

Victoria, yo a ti debo asesinarte, antes de que tú tomes mi cabeza cuando conozcas de mi pecado hacia ese hombre que salvé y ya no me recuerda. Esto es solo un paso más de mis planes.

Sus manos piden que me detenga, aguantando y adentrando sus dedos en mi cabello, lo hace luego de contraer sus muslos en espasmos y dejar un fuerte gemido en la habitación que anuncian su gran deseo por haber llegado este día.

—Lewis... —dice ocultando su rostro, algo a lo que yo respondo subiendo hasta ella y quitando las manos que me quitan visión—. ¡Qué vergüenza!

—Deja la tontería —le respondo besando su frente, retractándome de este acto al momento, sin entender por qué lo hice.

—No, no es eso, se supone que también lo disfrutes... —dice abalanzándose sobre mí, levantando mi camisón y dejando al descubierto mi ropa interior. Introduce una de sus manos en esta y llega a mí, causando que la agarre por la muñeca sin lograr detenerla—. También estas...

—Soy humano, no de piedra —le comento, molesto por el hecho de que también deseo que continúe, liberando lo que la detiene, dejando que prosiga en su curiosidad. Su primera vez, al final me la entregó...

¿Por qué me siento mal con eso? Se supone que te odie y no me importe habértela arrebatado...

La aparto y aprisiono en mis brazos, evitando que continúe, por mucho que me suplica, no le dejo. Solo quiero que duerma, yo dormir, y entender por qué aunque lo disfruté y me excitó, no me siento satisfecho con la situación.

—Me quieres... —susurra ella en mi oído.

Se supone que te odio.

¿Qué piensan del capítulo?

Sobre todo... ¿Creen realmente que si se hace una buena acción esperando algo a cambio, realmente se cuenta como "una buena persona"?

Espero que hayan disfrutado el capítulo y descubierto el porqué del título :3

Voten si les gustó, nos vemos pronto UwU

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