Cap1: Primera lección
La misma habitación, donde suelo descansar, se alza alrededor, pero sin los desastres de aquella trágica cita donde todo se derrumbó. Paredes como la noche, portando los cuadros pintados por ese artista callejero, son lo más valioso, a pesar del oro de los adornos que intentan ser el centro de atención, sin lograr su cometido.
¿Qué más importante que esos retratos tan banales de paisajes hechos por él?
Las cortinas no permiten los rayos del Sol, ahora mismo los aborrezco aun siendo humana. Una mujer, como me hizo entender en sus enmarañadas intenciones. No comprendo aún como caí en esa trampa sabiendo que lo era, mas, no me arrepiento.
Los compro al menos un día a la semana bajo el nombre de los Roosevelt, sin esperar que me reconozca, pues todos sus recuerdos fueron borrados. No me quejo, prometí que le devolvería su alma y eso hice, una que no carga con el dolor de haber pasado por el infierno de vivir en esta mansión como un esclavo de los abusos de mi familia, incluso algunos míos.
No pedí mi eternidad; pedí de vuelta su vida, utilizando el pacto con el demonio de mi familia. No necesito ser inmortal para asesinar a esas alimañas, de intentar compartir su naturaleza podría perder mi camino por la tolerancia a sus acciones. No fue difícil devolverle su alma, ya que estaba en las manos de ese ser oscuro al ser tomada por Lyra.
Por mi parte, las almas que tome no estaban mezcladas a ese demonio. Ahora sí, pero el precio es otro muy diferente. En este caso debo deshacerme de los benditos que pisan estas tierras y evitar su entrada otra vez al territorio de Narciso.
Camino por mi habitación mientras el nuevo mayordomo intenta acomodar mi atuendo por mi mal comportamiento. Su forma de hacerlo me irrita, es imperfecta, no como la de Helios. Sin embargo, reconozco que mi motivo puede llegar a ser infantil y solo guardo silencio. Demasiado subjetivo y lo entiendo. Pedí que fuese humano y para que él viviese como un humano sin conciencia de lo sobrenatural, yo, Lewis Roosevelt, no puedo existir en su vida.
Él termina de acomodar todo y se retira, prefiero no hablarle a este nuevo joven de cabellos rubios y facciones suaves en sus ojos verdes. El atuendo negro me recuerda demasiado el pasado, aunque ordené que se le hiciese uno diferente al que llevaba el anterior que ocupaba el cargo. Sus alas están dobladas por debajo de su ropa y cada vez que me mira lo hace con una amplia sonrisa forzada. Debe dolerle el tenerlas así.
Dedico una última mirada al cuadro en mi pared donde veo a Helios observarme como antes, en el asiento que me dibujó, los sentimientos de a poco son más llevaderos. Debo visitar el orfanato para ver a Dolores antes de marchar a la capital. En seis días es la boda de Victoria, mi gemela y amante.
El carruaje con el emblema de la familia, esos narcisos con bordes rojos, nos lleva a Charlotte, a River; el nuevo sirviente hada y a mí. Sus ojos brillantes como esmeraldas solo miran por la ventana sin borrar la sonrisa. Ella, por su parte, mantiene la compostura mientras juega con los pliegues de su falda.
—Me alegra que el joven amo cada día se entregue más a mi fe —comenta Charlotte con una voz más fuerte, sin perder lo dulce de su tono. A veces siento que algo de inocencia sigue habitando en su ser. Ella no tiene idea de porqué lo hago, no tiene idea de lo que hizo aquella mujer en búsqueda de su misión. No puedo evitar que tenga cierto aprecio por Dolores, para ella es como una hermana.
No la puedo juzgar, ella tiene sus motivos, muchos caminos se cruzan y realmente Helios era una criatura sin corazón. Cada acción tiene sus consecuencias y deben ser aceptadas, mas, no pueden evitar pagarse algún día.
—La señorita Dolores es alguien con quien me gusta compartir, ella abre mis los ojos a un mejor camino —le comento sin dejar de observar el escrito en mis manos.
¿Cómo vencer a alguien indestructible, alguien bendecido por Dios para que nada pueda rajar su carne o envenenar su cuerpo?
He probado envenenarla, pero no es diferente a ingerir agua para ella. Los intentos fallaron y de a poco me gané su aprecio. Por esto cambié de planes. Puedo dejar a Dolores para el segundo plato y primero hacer que ella se encargue de Lyra. Todo sería mucho más sencillo así.
Las ideas bailan en mi cabeza mientras cierro la biblia en mis manos, abierta en el pasaje de Sansón. El nuevo sirviente no agrega nada sobre tal objeto en manos de alguien como yo, solo nos observa curioso de nuestro viaje. Debo decir que lo compré, no pensaba tomar uno asignado por mis padres, prefiero alguien lejos de su control para mis labores.
—Puedes hablar, River —le permito.
—No, prefiero no hacerlo —responde él mirando la biblia en mis manos para regresar su atención al paisaje mientras borra su sonrisa. Extraño, lo sé, tan extraño como necesario.
El orfanato no ha cambiado mucho en estos dos años, quizás algunos detalles en cuanto al mantenimiento de la cerca para evitar la salida de los niños por el jardín. El lugar sigue pareciendo una casa grande, llena de artículos religiosos sin llegar a ser parte del terreno sagrado.
Somos recibidos con alegría por los huérfanos. Ellos adoran a Charlotte, ya que se deja llevar a su nivel en los juegos y demás, terminando por apartarla de mi lado en el recorrido.
Yo, por mi parte, atiendo los asuntos financieros primero en nombre de mi madre. Ella ha dejado de lado esta labor y todo tema con la iglesia, referente a mi familia, ha recaído en mí. Ya todos están en la capital, solo yo me quedé un poco más para cerrar los cabos sueltos. Al fin y al cabo, estaremos una semana fuera.
Me reúno con la madre superiora en su oficina para acordar los asuntos económicos. Todo va perfecto hasta que ella en su preocupación decide indagar en mis intenciones para con Dolores. No puedo responder con la verdad, sería un innecesario problema. La mentira es al final otra cara de la verdad si todos llegan a creer en ella, con la condición extra de jamás ser descubierta.
—Nada impuro, madre —le hago saber, sin perder la formalidad ni mostrarme impresionado por ese asunto tan descarado por su parte—. Dolores solo es amable con los pequeños y me preocupa la seguridad del lugar, he desarrollado un apego importante hacia el objetivo de este recinto.
—Sea usted sincero, ¿no presenta una mala intención hacia ella? He conocido montón de jovencitos cegados por la pureza de una dama y luego la dejan en la miseria. Ella es un gran tesoro para la iglesia y este sitio. Espero que solo mantengan vuestra relación como algo de negocios —expone ella seriamente y sus ojos son amenazadores desde la pasividad. Está sobrepasando los límites, en otra situación esto le pudo haber costado demasiado. Ofender a un noble así es peligroso.
—Me alegra saber que se preocupa por ella, pero no debe hacerlo. Mis intenciones no rozan ni en lo más mínimo lo indebido. Solo es una mujer que admiro —le respondo formalmente para levantarme de mi asiento. No tengo nada más que entablar con esta anciana que se sobrepasa de sus funciones al expresarlas descuidadamente.
Decido salir al jardín donde los pequeños a buscar a mi compañera, pero ella aún se encuentra con los demás niños sin poder huir y sin desear hacerlo. Me encuentro satisfecha con el proyecto de la cerca limitante que se construyó con el presupuesto entregado, dado que con ello disminuyeron las pérdidas de los pequeños.
El Sol se vuelve abrazador y molesto en mis ojos, ya acostumbrados a trabajos nocturnos. Incluso puedo decir que me resulta incómodo en la piel. El verde no me hiere, se siente puro. Me han hecho demasiado mal los que protegen esta morada y no puedo dejar de reconocer que es hermosa y pura.
Por otra parte, me quedo observándola y realmente creo que Charlotte sería más feliz si solo la dejase aquí. No puedo engañarme pensando que no deseo de alguna forma su felicidad, sin atreverme a dejarle ir aún, la necesito.
Dolores se encuentra con mi mirada, dejando en sus labios una amplia sonrisa. Su boca en ese estado parece un veneno letal para el corazón de los mortales, pero solo veo su rostro de aquella noche, donde con alegría se atrevió a arrebatarme todo, sin contemplaciones.
La joven hermana seacerca hacia mí con premura, sin dejar pasar un minuto de mí llegada. Saco lapequeña biblia de mi bolsillo, esa que venía leyendo en el carruaje y que presentauna portada en rojo con una dedicatoria a la joven por parte de lo que pareceser el actual padre de la iglesia de la ciudad.
Intento devolverla a sus manos, pero se niega. No quiere tenerla de vuelta e insiste en que ahora me pertenece y cuidará mi camino para que Dios me acompañe. No parece tener un fuerte apego a lo material, algo que es entendible pensando en su religión.
—La aceptaré entonces, hermana —le hago saber sin resistirme más, aunque realmente ya tengo lo que deseo de este libro, un interesante secreto en sus páginas más desgastadas y arrugadas.
No por creer en un Dios o no, eso me es irrelevante, mi problema es que el que rige este mundo es Gabriel y no pienso orarle a él. He llegado a pensar que quizás esa figura sea él, desgraciadamente, no puedo afirmarlo. Debería ver como funcionan otras creencias y establecer patrones, cosa para la que no tengo tiempo ahora mismo, quizás otro desgraciado acune tal información en sus manos.
—Espero que su viaje a la capital sea próspero y la boda de su hermana concurra justo como desean —me argumenta ella alegre por el regalo que me ha otorgado.
—Lo hará, Victoria merece ser feliz con el hombre que ama —le respondo y consigo de mi maletín un libro—. Es para usted, es uno de mis favoritos.
La portada es escarlata, igual que el que ella me prestó, como un símbolo a la igualdad para mí en cuanto a sus páginas. No me importan que las otras escrituras sean sagradas, también son historias con enseñanzas. Las letras son doradas y al tacto presentan un relieve. Fue un libro que me dio mi padre de joven, curiosamente, también lo leía en mi otra vida.
—"Crimen y Castigo", nunca lo he leído. Aunque no suelo tener acceso a muchos libros, fuera de los que usted me propicia —responde sin dejar de ver la portada.
—Crimen y Castigo, escrito por el autor ruso Fiódor Dostoyevski en 1866, le gustará. Aunque, en su dorso dice otro autor —le argumento.
—Lo leeré antes de que vuela, viniendo de usted, seguro debe ser de mi agrado —me dice aferrándolo a su pecho. No me pregunta sobre el tema del escritor, parece anonadada en el hecho de que le regalé algo.
—Los anteriores cumplieron su cometido, pero creo que este será el último que le regalaré. La madre superiora llamó mi atención por la cercanía a usted, y no quiero causarle un contratiempo —respondo con suavidad, colocando mis dedos sobre la mano que ella porta sobre la portada, causando un momentáneo rubor en sus mejillas.
—Pero... yo no tengo una mala intención. Debo pedirle perdón, ay, no quiero ser un problema —dice nerviosa, sin saber qué hacer y sin atreverse a apartar mi tacto—: perdón, señor Lewis.
No puedo evitar mirar sus ojos, apartando la atención del pecado que roza su alma. ES hermoso, debo decir que tiene un gusto dulce algo como esto.
—Lo respetaré por usted, yo adoro vuestra compañía, hermana Dolores —digo y veo a Charlotte acercarse a mí, forzándome a apartarme a una distancia decente para la sociedad—, me purifica.
Palabras que ella quiere escuchar, que alguien que procede de una familia como la mia es capaz de limpiar su alma. No lo creo así, mi voluntad no es tan fuerte para llegar el punto de ofrecer la otra mejilla. Debilidad, la asocio a mis decisiones, pero tampoco creo que alguien débil llegase hasta donde estoy.
—Joven amo, ya hice entrega de los regalos a los pequeños —dice Charlotte, risueña y se llega a mi lado, yo en mi papel, la ayudo.
Ante dolores he sido la persona más amable, devota y considerada con la caridad. ¿Cómo derrotas a alguien indestructible? Aún no lo sé, pero definitivamente no es en un enfrentamiento frontal. Lazos, los necesito.
—Entonces hemos terminado por hoy en el orfanato, podemos marcharnos —le comento y me despido de mi enemiga con una sonrisa. Llego con mi petulancia, pero caballerosidad, a besar el dorso de su mano para concluir mirando sus brillantes ojos azules llenos de confusión.
—Los esperaré cuando regresen, siempre es agradable tenerles por acá —responde Dolores, tratando de recuperar la fuerza de sus palabras.
Los niños corren hasta nosotros, pidiendo que nos quedemos. Es imposible, no pertenecemos a este sitio tan sagrado, no hay cabida para nosotros en un cielo tan brillante y feliz.
Cuando me dispongo a abandonar el orfanato, observo de vuelta y veo a la joven admirando el libro con una sonrisa en su rostro. Luego sacude la cabeza y responde los comentarios de los niños. Es entendible que la madre superiora se preocupe por ella, al final, posee todo el sentido del mundo, no creo que la deje vivir mucho más de lograr el objetivo que tengo para ella.
Nada más llegar, todos los preparativos están listos. Otro de los carruajes de la familia se encuentra preparado, incluso ya Bralen se encuentra dentro de su ataúd en el suelo interior de transporte. Ya debe estar acostumbrado, pero no deja de quejarse por los golpes que recibe en el trayecto, algo que tomo como un ligero juego para castigar su petulancia.
Al comenzar a caer la noche, dejo salir al anciano tras haberlo castigado lo suficiente. No tarda en protestar, pero al momento rebusca en su cama un libro erótico que cubre con un falso forro de medicina. Charlotte le pide que comparta la historia con ella, pero el pequeño, en lugar de narrarle lo que lee, cambia completamente entre quejidos a un cuento infantil que debe inventar según avanza la trama. Divino castigo para ese pervertido que pretendía llenarse de esas cosas en mi presencia.
Al final ello nos permite pasar una hora del viaje sin preocuparnos por el aburrimiento, es así, hasta que el carruaje se detiene sin previo aviso y ordeno al vampiro en cuerpo de niño resguardarse en el falso asiento ante la posible invasión del Sol. Aunque es tenue, no significa que no le haga daño.
La pequeña ventanilla del cochero se abre y un anciano nos hace saber el problema. Hay un árbol caído en el medio del camino. Típico de asaltantes, bloquear la vía para hacer detenerse a los vehículos. Método muy usado en estos tiempos.
El acto no se hace esperar, la puerta se abre de forma estruendosa, dejándonos ver a un hombre apuntándonos con un arma de fuego.
—¡Quédense quietos si quieren conservar sus traseros! —anuncia un calvo con la cara marcada desde la boca al ojo derecho por una cicatriz.
—Joven amo, ¿qué sucede? —cuestiona Charlotte al escuchar la advertencia.
—Asaltantes —digo levantando las manos y pidiéndole al resto que haga lo mismo.
Podrían defenderse, pero ninguno es más rápido que una bala, excepto Bralen, y está en la caja. Hacer algo precipitado es arriesgarse a que alguno salga herido o morir.
—Eso, quédense quietos y no hagan nada. Sus pertenencias ahora son nuestras —expone el malandro mientras escupe la carroza donde vamos y sus ojos recorren a Charlotte.
Afuera siento los pasos de los demás mientras se montan en los otros dos carruajes con los regalos para la boda. Sería una ofensa llegar con las manos vacías.
—¡Bien hecho! —expone el hombre y le habla a Charlotte—. ¡Tú, baja, vienes conmigo!
—¿Qué? No puedo... yo... no... —expone Charlotte sin entender mucho.
Poso mi mano en la suya y esto la calma, por lo que baja con él sin ofrecer resistencia. Cosa que no le molesta al alopécico.
Riven me mira esperando que haga algo, pero luego mira a otro lado tras rechistar. Debe tener una muy mala opinión de mi persona.
—Todos iguales... —susurra el hombre hada, confirmándome mi idea.
—Riven, ese tipo de comentarios pueden llevarte a perder tu lengua. Mantenla dónde no da el Sol, dentro de vuestra boca y cerrada —expongo para abrir la ventanilla del cochero.
Este se encuentra degollado, al punto que su cabeza solo la sostiene un delgado hilo de carne. La sangre gotea de la parte superior de la ventanilla como un rio, llegando a manchar todos los alrededores, incluso el lado exterior de la ventanilla.
—Riven, sepárate de las paredes —digo para ver como una espada atraviesa el sitio justo en el que yo estaba, esto advierte a mi compañero y obedece.
Evitan gastar balas, son bastante caras y somos un dúo "fácil de eliminar". Debió ser su idea.
—La niña debe estar en peligro afuera —dice Riven tratando de abrir la puerta, pero está obstruida.
Otra espada entra por esta y le roza el hombro a mi compañero. La desesperación empieza a apoderarse de él con el brote de la sangre. Reviso si tiene algún tipo de efecto en él fuera de la estupidez que le guía.
—Charlotte estará bien. Tienes dos opciones, los matamos o dialogamos, podríamos llegar a una negociación o acuerdo —planteo en voz baja mientras esquivo una de las espadas que entran, pero esta me hiere el lateral del brazo en pequeña medida.
—No voy a dejar que le pase algo a esa niña, usted es un maldito egoísta —plantea mi nuevo sirviente, forzando la puerta para salir, pero justo cuando este va a abrirla, su vientre es atravesado por el metal de una espada.
No le da mucho tiempo a reaccionar, el arma es retirada y cae al suelo, dejando un charco rojo enorme que mancha el tapiz. No lo puedo creer, le dije que estuviese tranquilo.
Saco mi arma, una plateada y con detalles a relieves que encargué hace años, y disparo en la zona que está el hueco dejado por la espada en la puerta. Por este puedo ver la piel humana y justo ahí impacta la bala. Se escuchan los ruidos afuera ante este acto. Parecen asustados por nuestro ataque inesperado.
Por otro de los agujeros hago lo mismo para darle a otro en la pierna. Realmente no me puedo quejar de mi puntería, llevo desde que llegó aquel encargo practicándola.
Los bandidos hacen silencio un momento así que me agacho, acto seguido impacta una bala contra el carruaje pero no entra. Era de esperarse, no tienen la potencia suficiente aún en esta época si no sale por algún agujero.
—Riven, ellos van a dejarnos ahora, no valemos la pena. Deja de tiritar y sana tus heridas. He escuchado que las hadas de la naturaleza pueden hacerlo —respondo sentándome a su lado en el suelo, aunque realmente es grave su asunto—. Tienes que hablar con los árboles para que nos digan dónde están.
—Eres... un demonio... —susurra el moribundo para escupir sangre.
Mi calma, mi tranquilidad y rápido actuar en estas situaciones ya se me ha hecho natural, Soy un Roosevelt después de todo, aunque los odie.
—Primera lección, si actúas precipitadamente estás muerto —le respondo mientras noto una luz dorada en su abdomen.
Dudo que él pueda sanar eso en un día, no podré moverlo de aquí hasta que esté mejor o morirá en el proceso. Puedo ver su columna vertebral en la rajadura de la carne.
Bralen comienza a patear el lateral de la caja en la que está desde dentro para captar mi atención.
—¡Siento la sangre de Charlotte, no me es difícil rastrearla si el hada muere, pero necesito cobertura de la luz! —dice el niño albino desde dentro de los asientos.
Un pequeño resguardo para emergencias.
—El tiempo es oro, Bralen. Dejé una capa negra en el falso fondo del asiento donde estás, debemos ir ya —le contesto percibiendo la luz solar afuera, casi anochece—. Vamos sin Riven.
Personalmente, no creo que el rubio sobreviva y tampoco me importa.
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