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REALEZA. Parte III.






Un pinchazo al lado de mi costilla, hace que me mueva y suele un chillido. El muchacho se disculpa. Pero eso no me quita el dolor. Han tenido que modificar el vestido en mi cintura, ha disminuido desde que me lo probé, no es demasiado, pero según el muchacho se ve mal, ni siquiera distingo en qué zona es que me queda más grande. Lo sigo viendo igual desde la primera vez que me lo probé. Un pedazo de tela que no me agrada, para nada. 

Jackson parece cómodo, su expresión es serena. Parece demasiado seguro, listo para subir e infiltrarnos en Alteria, seguramente se siente así, porque ya ha ingresado al reino un par de veces, me toma ventaja y a la vez me siento confiada por ir con él. Suelo no confiar en las personas, algunas son malas, crueles y sin sentimientos. Pero, hasta ahora, Jackson parece ser una de las personas en las cuales puedes confiar, aunque sea un poco.

—Listo, guerrera rebelde —expresa el muchacho. Me mira de pies a cabeza. Sus ojos brillan de orgullo. Su trabajo le ha gustado.

Sonrío al recordar el nombre que mencionó mi compañero.

—Los espías están preparados —comenta el otro muchacho. Nos acerca un espejo más grande, se ve nuestro cuerpo.

Mi aliento se corta. Estoy irreconocible. Las partes de mi cuerpo no cubren la tela, están bronceadas. Mi piel ha cambiado de color. Los maquillajes de estos muchachos hacen magia.

—El guardia impostor —susurra el muchacho.

Sus ojos ven a Jackson. Hago lo mismo.

El traje le queda increíble, se adhiere a su delgado cuerpo. Tela negra con detalles rojos, como la cinta que pasa por su cuello. El color que simbolizaba a la reina muerta.

—Larga muerte a la reina —habla mi compañero. Acaricia la cinta.

—Y larga vida a esta rebelión —digo con seguridad.

Mis pensamientos vuelan hacia un futuro donde Orit tenga estabilidad. Donde todos los niños no mueran o sufran por tal solo nacer. O que todos tengan un mejor hogar.

Debo ingresar con la misma actitud de Jackson. Segura de mi misma.

—Los vehículos están esperándolos —menciona Alex, ingresando a la habitación. Queda asombrada al vernos.

Antes de Salir, busco el anillo que la lombriz me regaló. Lo encuentro en la pequeña mesita que el muchacho ocupa para dejar el maquillaje.

—Espera, preciosa.

El muchacho me coloca una pulsera de color roja, azul y amarillo.

Los colores de la reina Roswitha y sus dos hermanos. La princesa Alka, quien debe estar llorando a cada segundo la muerte de su hermana mayor. Y por último, el príncipe fugitivo. Huyó cuando Roswitha asumió como reina.

Después que termina de atarme la pulsera, me pongo el anillo de Orit en mi dedo pulgar. Levanto mi mano derecha.

Estoy por volver, lombriz. No te angusties.

Los soldados se encuentran reunidos alrededor de los vehículos. Estela les da órdenes. Se ve seria, como siempre.

Me resbalo en el piso, mi pie se tuerce. Por suerte no fue demasiado, logro mantener el equilibrio. Maldigo de todas formas, debí haber practicado con ellos.

— ¿Estás bien? —interroga Jackson.

—Sí, solo fue un resbalo —respondo de inmediato.

Estela termina de hablar, cuando nos ve. Su mirada oscura nos analiza de pies a cabeza. Expresa una pizca de sorpresa.

—El trabajo de los muchachos es sorprendente —menciona.

Nos acercamos a ella.

—El sol salió hace tres horas —nos cuenta ella.

¿Tanto demoraron en maquillarnos? Me pregunto interiormente.

—La ceremonia conmemorativa comienza en tres horas. Y quedan treinta minutos de viaje. Envié un equipo táctico, esperaremos que regresen con información relevante —explica Estela, sin titubear —, nos dirán si la ruta que tenemos planeada es segura o si deben tomar otra —camina hacia uno de los vehículos —. Coman otro poco.

Nos entrega una porción de pan, agua y fruta.

—Gracias —habla Jackson.

Estela asiente y vuelve a dirigirse a los soldados.

Le doy un mordisco al pan, no está agrio, de hecho sabe bien. Después me bebo toda el agua de la pequeña botella. Por último comienzo a comerme la manzana. Mi estómago se siente mejor.

— ¿Conoces su historia? —Interroga mi compañero, mientras se come el pan —, me refiero a Estela.

Ladeo mi cabeza. Pienso unos segundos. Me parece llamativo que él no la conozca.

—Solo sé lo que todos —respondo.

Jackson hace una seña con sus manos. Supongo que la quiere escuchar.

—Bueno, Estela tiene un origen similar al tuyo y mío. Quizá se diferencia en que ella sí fue criada por sus padres, en el clan reservado —inicio. Un sabor agrio se forma en mi boca al soltar la palabra padres —, desde la niñez demostró habilidades únicas para liderar y luchar en la guerra. Su madre notó de lo que podría ser capaz, así que, decidió presentársela al líder anterior a Cataldo. Sus habilidades destacaron sobre los demás niños y fue integrada al clan guerra —cuento lo que más sé —. Sus padres fallecieron cuatro años después en un incendio, provocado por Alteria, las llamas acabaron con demasiadas casas del clan reservado, incluso gran parte del bosque se destruyó.

—Recuerdo haber visto unos árboles destruidos. En unas de mis tantas exploraciones. El desastre se extiende por kilómetros —agrega mi compañero.

—Con el paso de los años. Estela se fue creando —interviene Alex, justo cuando yo iba a continuar —, se volvió una mujer ruda, fría, consumida en el deseo de vengar a sus padres. Algunos dicen que la muerte de sus padres fue un milagro —expresa con fascinación —. Creen que la llevó a convertirse en la líder que es. Temida por los príncipes, innombrada por los alterianos. Todos conocen su existencia y saben que si algo le llegara a suceder a Cataldo. Ella tomaría el liderazgo de los caídos, obviamente si a ti también te sucede algo.

Sus ojos oscuros demuestran seriedad. Me quedo pensando en sus últimas palabras. No quito la mirada de ella.

— ¿A mí, por qué? —interrogo.

—Porque tú eres la segunda en la sucesión.

¿Segunda? Creí que era Mayida. Ella es la que más tiempo ha estado con Cataldo, conoce las normas, los pasos a seguir. Esto es absurdo. No recuerdo que él me lo haya mencionado. Puede que todos asuman que yo soy la que debe asumir el liderazgo, solo porque Cataldo me dejó a su lado cuando me encontró.

—No creo que yo sea la sucesora —asumo segura —. Eso no sucederá.

—Quizá sí —menciona Jackson —, esa sería la razón por la cual Brian te odia tanto.

Niego por su teoría hacia el representante del clan susurro. Porque eso también es absurdo e ilógico.

—Alex —Estela nos interrumpe. Su voz es seria.

La chica de cabello oscuro se aleja de nosotros, con una pequeña mirada de arrepentimiento. ¿De qué se arrepiente? Puedo sospechar que es por lo que me ha dicho, porque Estela se ve enojada.

— ¿Cómo te sientes? —pregunta Jackson.

— ¿Con respecto a qué?

—La misión —aclara.

Termino de comerme el trozo de pan que me quedaba.

—Bueno, los nervios siguen presente, pero quiero convencerme que no están ahí. Hay cosas más importantes en juego. Ahora lo entiendo —respondo, quiero sonar segura — ¿Y tú?

Él ladea sus labios. Suelta un suspiro.

—Solo quiero que esto termine —confiesa.

—Creí que ir al reino no te causaba mayor miedo. Incluso transmites confianza.

—Supongo que eso es algo increíble. Pero todos, en el fondo, sentimos miedo. Por más pequeño que sea, siempre estará en nuestros corazones.

Me detengo en su mirada. Creo ver más profundo. Veo ese terror, se refleja en los míos. Recuerdo las palabras de Cataldo. "¿me creerías si te dijera que también tengo miedo a fracasar?".

Un ruido proveniente desde la zona de acceso, provoca una corriente por mi espalda. Una brisa mueve mi cabello trenzado. El vehículo que envió Estela, se estaciona de manera veloz.

—Espero que traigas buenas noticias, Evan —habla la mujer rubia, después que los soldados descendieran.

—Me complace decirle que las rutas están libres —dice el hombre de cabello negro. Respira para continuar —, solo encontramos un par de blindados del reino, los cuales se dirigían a proteger los muros del reino. Lo demás, vacío.

Boto aire por la nariz. Ni siquiera me había percatado que no respiraba con normalidad. Mis hombros se relajan.

—Excelente —Estela relaja su expresión —. Preparemos el vehículo, revisemos cada parte de él. Quiero que esos chicos lleguen sí o sí a Alteria. Saldremos en quince.

Todos se mueven con velocidad. Revisan la parte de abajo del que será nuestro transporte. Lo hacen detenidamente, analizando cualquier detalle para no pasar algo por alto. Otros inspeccionan el interior. Lo hacen con una rapidez que me sorprende.

Con Jackson nos acercamos varios minutos después.

—La inspección mostró que no hay fallas a la vista. El vehículos es seguro y el estanque de combustible está repleto —explica Evan.

Los nervios que tanto he estado tratando de ocultar, aparecen.

—Perfecto, es hora —Estela asiente por las indicaciones del soldado —. Inevitables —dice hacia los soldados que se quedarán aquí, hasta nuestro regreso.

Hasta el final de los tiempos.

Responden todos.

Así de rápido como llegamos aquí, subimos a la superficie. Los rayos solares impactan de inmediato con mi rostro. Mis ojos duelen. Pongo mi brazo sobre ellos, para darles sombra.

— ¿Quieres cambiar? —cuestiona mi compañero.

Asiento y me muevo hacia donde él estaba. Quedo en el lado derecho. Siento un relajo cuando la luz ha dejado de darme en la cara.

—Gracias —le agradezco a mi compañero. Él asiente en señal de aceptación.

El vehículo ha seguido la velocidad de manera constante. El paisaje a nuestro alrededor pasa rápido. Solo distingo un prado seco. Y un par de animales salvajes. La rapidez es tanta que mi vista comienza a ver doble, mi estómago amenaza con devolver el agua, el pan y la manzana. Esta sensación no me agrada. Intento opacar las ganas de vomitar, respirando. Inhalo aire por la nariz y lo suelto por la boca. Repito este ejercicio hasta que las náuseas disminuyen.

— ¿Todo bien, blanca? —interroga Estela desde el asiento del copiloto.

—Sí —mi voz es un murmuro —. Sí, estoy bien.

— ¿Segura?

Ahora soy sincera. Niego. Estela le ordena a Evan que se detenga.

La ventana a mi lado se abre. El aire entra en mis pulmones.

—No dejes que tus nervios controlen tu cuerpo —comenta Jackson —, solo respira.

Y lo he estado haciendo desde antes que el vehículo se detuviera. Quiero quitar mi concentración de las increíbles ganas que tengo de expulsar la comida. Muevo mis manos sobre mis piernas. Miro el anillo de Orit.

Recuerda por qué estás aquí. Piensa en lo que estás a punto de hacer. Debes ser fuerte. Orit confía en ti. Jackson confía en ti. ¿Por qué tú no puedes hacerlo?

Ya basta. Pongo la vista en el techo. Inhalo y exhalo.

—Sigue —menciono, después de minutos.

El vehículo vuelve acelerar. La velocidad se convierte en la misma que anteriormente. Y poco después mi estómago se tranquiliza. Intento respirar con normalidad.

—Bienvenidos al reino de Alteria —Estela presenta la ciudad que se ve a unos kilómetros.

Es increíble como las casas se han abierto el paso por sobre la naturaleza. A penas hay árboles en ella. Las casas están sobre tierra firme. También hay edificios, enormes. Más en el centro, está el castillo Constantino, rodeado por sus ocho torres, armadas de pie a cabeza. Nos adentramos en un camino más suave. Creo que la cuidad nos da la bienvenida, las praderas secas se desvanecen. Son reemplazadas por casas.

Evan reduce la velocidad.

— ¿No sospecharán al ver este vehículo? —pregunto con un toque de miedo.

—Tranquila, blanca —responde Estela, muy calmada —. Estos son robados desde la central eólica. Pensarán que somos soldados del reino.

Asiento.

Nos movemos con lentitud.

—Los ciudadanos parecen tener bloqueada la calles del centro —añade Evan. Esquiva a varias personas.

Veo esos vehículos que encontramos en el trayecto. Se mueven por direcciones cortas. Ahora que queda un poco de día, distingo que tan grandes son.

— ¿Cómo se destruye algo así? —cuestiono sin despegar mis ojos del blindado.

—Creo que deberíamos dejárselo a la suerte —responde Evan —. En todos estos años, no hemos podido derrotarlo. Si lográramos entrar en él, tal vez, encontraríamos la forma. Pero hasta ahora, ha sido imposible.

Eso me preocupa. Ni preguntaré sobre los extinguidores.

Nos detenemos.

— ¿Qué sucede? —interroga Jackson.

—Las calles están repletas. Esperaremos unos minutos más, cuando el sol se pierda. Todos estarán cerca del castillo. Nos moveremos con facilidad —responde Estela.

Un poco de aire abandona mis pulmones. Solo quiero llegar a ese castillo y sacar a Fernanda de ahí. Miro de lado hacia donde se encuentra el sol. Deben quedar una hora o menos para que se pierda por los enormes edificios. Comienzo a impacientarme.

Decido mirar hacia el lado. Jackson sigue con la misma expresión desde que salimos.

— ¿Cómo lo haces? —pregunto. Él parece desentendido —, para estar así, tan no sé, ¿sereno?

—Escondo mis emociones. Algo que tú no haces, Dandara —responde mientras deja caer su cabeza sobre el respaldo del asiento.

Nunca he logrado que mis emociones pases a segundo plano. Siempre me dominan, ya sea, ira, dolor, venganza o desconfianza. Ellas son primero y no hay nada que pueda hacer para opacarlas.

Trato de imitar la posición de mi compañero. Quiero cerrar mis ojos, lo necesito. Deseo pensar que estoy en mi torre. Mirando las estrellas. Necesito que esto pase rápido. Así que decido conversar con Jackson.

— ¿Qué más contienen tus libros?

Él me mira, no parece sorprendido.

—Historia. He tratado de recolectar información por cinco años. Y no ha sido demasiada —tengo la sensación de que su voz está decepcionada —. Como ya te había mencionado, no he encontrado rastros de que existan más personas que nosotros. He recorrido cada lugar al que se me ha hecho posible viajar y solo encuentro ruinas y cosas antiguas que no sirven.

— ¿Estás obsesionado con encontrar a alguien más?

—No es eso, solo quiero saber por qué estamos así. Dos sociedades divididas por la venganza, una viviendo en la riqueza y abundancia. Y la otra en una maldición que solo provoca miseria.

— ¿Crees que alguien externo te puede dar una razón? —interrogo. Él asiente —. Bueno quizá la respuesta está en acabar con Alteria. Destruir a la familia real y tener acceso a la biblioteca.

A esa donde tantas veces se ha mencionado que se encuentra la solución para acabar con nuestra maldición.

—Silencio —interrumpe Estela.

La miro. Jackson hace lo mismo.

El vehículo comienza a moverse, despacio.

—Los guardias del reino han salido a vigilar —añade Evan.

Se abre espacio en la multitud.

—Debes llevarnos a la tercera torre, ahora.

El soldado asiente ante las órdenes de su representante. Avanza lentamente. Son momentos tensos. Creo haber aguantado la respiración por unos instantes. Mis nervios están a tope. Por suerte, en todo el trayecto, Evan no se detiene.

—Es hora —comenta Estela.

La torre está una distancia prudente. El vehículo se detiene. El símbolo alterianos destaca en la construcción. El ave de la libertad y fuerza, rodeada por un circulo seguro.

—Bajen. Los estaremos esperando allá. Por donde entrarán. Una vez que traigas a Fernanda, la sacaremos dormida —explica Estela, son sus últimas palabras antes de que abandonemos el vehículo —. Hasta que la vida nos vuelva encontrar.

—Hasta que la vida nos vuelva a encontrar —me despido. Jackson hace lo mismo.

En cuanto descendemos, mi compañero adopta la postura de los guardias reales. Yo espero no volver a resbalar con estos zapatos. Nos mezclamos entre las personas. Camino segura. Noto que todos aquí ingresarán al reino, llevan prendas oscuras y elegantes. Son invitados a la ceremonia.

—Dandara.

Sus caras demuestran tristeza. Algunos lloran desconsoladamente, ¿cómo pueden sufrir tanto por una persona que probablemente ni siquiera los conocía? Creo que son ignorantes. La reina no está aquí para ver como botan lágrimas sin sentido.

Mi brazo izquierdo es tirado con una fuerza ligera.

—Te estaba hablando —susurra Jackson.

Nos alejamos de la multitud principal.

—Lo lamento, me distraje —excuso. Me suelta.

Caminamos hacia la tercera torre.

—Ya lo noté.

La torre es gigantesca. Parece blindada. Distingo puestos de vigilancia. De hecho esperamos para infiltrarnos más cerca. Los guardias se mueven por ella. Así que, cuando desaparecieron de nuestro campo de visión, entramos. Mis manos chocan con la helada construcción.

—Ven, es por aquí.

Jackson acomoda el arma, la deja pegada a su cuerpo. No entiendo el porqué, hasta que estoy más cerca. El pasadizo para ingresar es angosto. Está muy escondido, apenas es visible al estar de cera. Tomo la tela del vestido y la atraigo más al cuerpo. Me deslizo entre dos paredes separadas por el mínimo de distancia. Estoy segura que si hubiésemos movidos por la entrada principal, cientos de guardias estarían esperando nuestra invitación.

—Estamos adentro —anuncia Jackson —, rápido. Los guardias deben estar cerca.

No puedo creer que estemos en el castillo Constantino. Miro hacia atrás y la torre con el muro se aleja de mi campo de visión. Solo es ocupada por esta enorme fortaleza. Atravesamos un campo, con rosas blancas. Creo que es una especie de parque, hay bancas. Y estatuas.

Mis zapatos resuenan al pisar el piso del castillo. Tiene diseños sofisticados y preciosos. Hay pilares enormes que sostienen el techo, el cual tiene figuras en cada sitio. Estamos en el pasillo ocho.

Quise memorizar los pasillos con números, ya que, así se me hacía más fácil. En total son treinta. Y cada uno lleva a direcciones distintas, ninguno se junta con el otro.

—Nos separaremos aquí —añade Jackson —. Te veré en el salón principal.

Asiento. Mi compañero se adelanta. De hecho espero que su figura se pierda. Ahora respiro y camino paso a paso. Sé que este pasillo va directo hacia las oficinas donde la familia real tiene su sala de consejos. Y además estoy a dos pasillos dónde se encuentran los retratos de todos los reyes y reinas que asumieron.

Veo por una ventana que el sol ya se está perdiendo. Llegará el momento en que la misión llega a su punto máximo. Me sorprende mirar como abundan los muebles y los adornos. Me quedo analizando una especie de jarrón, de color dorado. Tiene detalles específicos, como raíces que nacen del agua y dan como resultado hermosas flores rojas.

Cuando paso por el pasillo de los retratos, dejo que la pequeña curiosidad que tengo, gane. Sé que Jackson me mencionó que debíamos juntarnos en el salón. Pero quiero ver quiénes fueron los responsables de nuestra maldición.

A los minutos después de ingresar, oigo una conversación. Decido esconderme a escuchar. Me posiciono atrás de una pared.

—No sé si pueda despedirme —confiesa una voz masculina. Tiene un tono ronco y suena triste —. No seré nada sin ella.

—Alteza, su madre confiaba en usted —dice otra voz masculina, más calmada.

—Me lo has dicho desde que ella murió. Ojala todos en el consejo pensaran como tú, Darius —escucho como respira con dificultad. Está llorando —. No soy Roswitha, nunca daré esa seguridad con solo hablar. Además no puedo gobernar, sabiendo lo que hicimos hace siglos.

¿A qué se refiere? ¿Hablará de nosotros?

—Alteza, la historia manchada se tiene que olvidar. Incluso puede ordenar quemar la biblioteca.

—No. Eso jamás.

Un silencio aparece.

—De acuerdo, Alteza —la voz más tranquila, ahora se oye más impaciente —. Solo no olvide que ellos existen. Y ahora deberá procurar que el reino permanezca a salvo.

Me asomo levemente. Un hombre está haciendo una reverencia, mientras que el otro mantiene su cabeza en alto. Desde aquí lo distingo. Es el hombre del dibujo de Jackson.

—La ceremonia está por comenzar, debería ir al gran salón —anuncia el hombre que hacía la reverencia.

Me escondo para que no me vea. Pasa muy rápido, no nota mi presencia. Suelto un pequeño suspiro de alivio.

Vuelvo a salir de mi escondite. Ya no tengo dudas. Me percato que su cabello es castaño, con leves ondas. Sus ojos son oscuros. Trae una vestimenta de color negro. Con una cinta roja en el cuello. Está mirando el retrato de su madre.

Sé que Estela dijo que nos olvidáramos del príncipe. Pero ahora que está tan cerca y sin seguridad, es imposible ocultar mi impulso. Salgo del escondite.

Sus ojos oscuros caen en mi rostro.

Estoy cara a cara con el príncipe Archibeld, futuro rey de Alteria. Y me encantaría haber escondido algo filoso en el vestido, lo habría apuñalado directamente en el corazón. 

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