PACIENCIA
ARCHIBELD
Sostener la corona con perlas rojas y ocho puntas, se ha convertido cada vez más difícil. La constante insistencia de Darius me ha hecho enloquecer. El caos dentro del castillo ha explotado y mi concejero cree que una excelente idea para calmarlo es que les demuestre a los ciudadanos que mi día de coronación se acerca.
Acaricio las puntas afiladas que simbolizan las imponentes torres que nos protegían, hasta que dos personas lograron burlar la seguridad y secuestrar a Fernanda. Bajo hasta las perlas preciosas, representan la sangre de mis ancestros. Luego, la dejo en manos de mi tía Alka. Dejo escapar aire por mis labios y camino hacia la entrada del salón del trono. Practicaré por tercera vez en el día el momento de mi coronación ante todos. Obviamente la corona que sostiene mi tía es una réplica. La original espera detrás de una repisa hasta que sea usada por mí, resguardaba en la que era la habitación de la reina, mi madre.
Pongo mis hombros rectos cuando Darius da la señal. Cuento uno a uno los pasos, en total son veinte. Veinte pasos que algún día me unirán a la corona y seré el nuevo rey. Y cada vez que avanzo, imagino que estoy retrocediendo. Cobarde. Esa es la visión que posee Armida de mí. Y me aterra que me defina hasta mi muerte. La familia real no conoce la palabra cobardía y yo no quiero ser quien la integre. Aunque, me aterra ser rey, pero es por miedo a convertirme en lo que mis antepasados fueron y olvidaron la sangrienta historia que mancha nuestras manos. Como prometí ante todos el día de la ceremonia; intentaré remendar el daño que provocó el primer Constantino: Clemente. El responsable de crear a los caídos. A aquellos que buscan venganza y obviamente evitar que sigamos reinando.
Darius enloquecerá cuando le informe que tengo pensado cambiar la historia. Pero tengo la leve certeza que él ya conoce mis verdaderas intenciones.
—Del fuego y del aire, nacemos —dice el consejero, subo el primer escalón hacia el trono —. Del agua, proviene nuestra sangre. De la tierra, son nuestros ancestros — tomo aire por la nariz, lo expulso por la boca —. Que cada rey antes de ti, guíe tu nuevo camino. Que tu sangre sea fuerte y tu corazón firme. Que los días de tu reinado sean gloriosos y que perduren hasta el infinito. Por la sangre, por Alteria.
Por la sangre, por Alteria.
Me inclino hasta que mi rodilla derecha toca el piso. Mis hombros siguen rectos y firmes. Mis ojos siguen la corona que cada vez se acerca a mi cabeza. El corazón amenaza con detenerse, siempre es la misma situación. En todas las prácticas siento lo mismo, nervios y preocupación, ambas igual de fuertes. Cuando los ojos marrones de mi consejero se cruzan con los míos, los cierro. Después todo el peso de la corona se apodera de mi cabeza y cuerpo. Y cuando abro mis párpados con lentitud, me encuentro con mi hermana, aún trae la ropa de seda que tenía esta mañana cuando visité su habitación. Es una clara señal que ni siquiera ha dormido. Su rostro se contagió de una mirada desesperada y calculadora. No la culpo. Me hubiese encantando ayudar más con la búsqueda, pero ella me insistió que mi presencia solo estorbaría, porque ella es la experta, yo, solo seré rey. Aun así no oculta la decepción al analizarme, sigue creyendo que el secuestro de Fernanda ha dejado de importarme. Si ella supiera lo equivocada que está y que su futura esposa recorre mi cabeza e incluso aparece en mis sueños. Yo también estoy sufriendo de insomnio. Pero al igual que ella, lo ignoro y trato de concentrarme en la corona.
—Arriba, alteza —ordena Darius.
Me levanto y mi cuerpo gira hacia donde estarán los ciudadanos.
—No hace falta que repitas esa última parte, Darius. Solo dilo cuando estén todos presentes —señalo. Me quito la corona.
Él la toma con delicadeza y se la entrega a mi tía Alka.
— ¿Alguna novedad sobre Fernanda? —interrogo enseguida. Mi hermana ladea su labio en una mueca. Me preparo para lo que viene.
—Creí que no lo preguntarías, hermano. O en realidad pensé que ya habías olvidado que una de las personas más importantes en tu vida y la mía, ha desaparecido.
—Armida, por favor.
—No, he pasado siete noches donde apenas he dormido una o dos horas por día, buscando el sitio exacto de los caídos y tú te apareciste una vez por la oficina. No hay excusas, Archibeld.
—Entonces ponte en mi lugar —digo. No quiero seguir discutiendo, pero hablaré —. Millones de personas en Alteria esperan por mí. La responsabilidad de que ellos estén a salvo está en mis manos. Debo dar nuevas órdenes a los soldados, todos los días. Porque Calíope desapareció. Ambos combatimos contra nuestros propios demonios, Armida. Y te lo dije, deja de luchar contra la lluvia.
Buscar el lugar donde viven con exactitud, es verdaderamente caminar bajo la noche sin una luz de apoyo. Y ella lo sabe perfectamente.
—La desesperación se está consumiendo, hermana. No arrastres a los demás contigo.
Ella suelta una risa que me produce un escalofrío.
—No esperaba otras palabras de ti. Porque después de todo, tú nunca te has enamorado y jamás entenderás lo que se siente que te arrebaten al amor de tu vida de tu lado —expresa, veo un leve destello de dolor en sus ojos, se extingue tan rápido como apareció —. Y por cierto, un guardia trajo esto.
Me entrega un sobre de color marrón. Gustav.
No pierdo segundos. Seguramente aquí viene una información relevante. Lo leeré en voz alta, para que Armida, Darius y la tía Alka escuchen.
Hermano, los días se vuelven eternos aquí. Creo que tanto extrañar a mamá lo hace aún más miserable. Me atormenta el hecho de no haber asistido a su funeral. Estar en la nación caída me condenó a no verlos. Y siendo honesto, los extraño, incluso las reprensiones de Armida.
Quisiera tenerte buenas noticas, pero mi información es reducida y me he alejado del círculo cercano de los más importantes. Pero, no te asustes, tengo un plan y estoy seguro que funcionará. Bueno, hoy por la tarde se anunció que Fernanda está con vida, secuestrada. La tienen en alguna zona y es probable que Calíope también se encuentre con ella. Al menos eso quiero creer.
Sabemos que es muy arriesgado que te diga la dirección exacta de donde se encuentra el territorio, te lo menciono porque es muy seguro que nuestra hermana ya esté planeando entrar aquí y revisar casa por casa donde se encuentra Fernanda. Dile que sea paciente y que solo debemos actuar cuando yo tenga la ubicación de Calíope y Fernanda. Debemos aprovechar que ellos no sospechan que hay un espía alteriano.
Espero que la próxima carta que recibas, sea donde te cuento los planes de los caídos. Con cariño, Gustav.
Las palabras son abrumadoras, el silencio lo demuestra. Quizá sea por el hecho de que recibimos casi nada de información nueva o porque Armida escuchó lo que yo tanto intentaba decirle.
—No me importa lo que diga en esa carta. La buscaré de todas maneras —comenta de repente.
—Armida.
—No, tía. No descansaré.
—Es que no lo entiendes —levanto mi voz —. Si encuentras el lugar y atacas. Ellos la asesinarán y le harán lo mismo a Calíope. No tendrán piedad, hermana. Y lo sabes —la hago entrar en razón —, debemos esperar a que Gustav nos envíe otra carta. Ser pacientes. Y resolver las diferencias.
—Me dices a mí que lo entienda. Pero tú tampoco comprendes que ellos nunca negociarán. Se han estado robando recursos de la central eólica. Ayer por la noche lo volvieron hacer. No sabemos cuál será su siguiente paso. Debemos actuar primero.
—Estoy de acuerdo con ella, alteza. El enemigo no espera una oferta de paz. Ellos atacarán —añade Darius.
—Esta vez haremos las cosas diferentes —hablo tan fuerte que se escucha un eco en el salón —. No cometeré los errores de Clemente.
Por unos instantes pienso que me han comprendido. Eso dura poco.
—Piensa lo que quieras. Yo seguiré buscando.
En qué momento perdí el respeto de mi hermana. O probablemente nunca lo tuve. Que lastima darme cuenta demasiado tarde, porque ya empiezo a creer que no lograré pasar de su hermano a su rey, a quién deberá obedecer y respetar.
—Intentaré hablar con ella y hacerla entrar en razón.
Como siempre, tía Alka intenta todo por nuestro bienestar. No sé si me convenza de que logrará que Armida entre en razón. Es como intentar apagar un incendio con más combustible.
—Tía, no lo hagas. Si alguien aquí podía hacerlo, era Fernanda.
Mi tía no cambia su expresión decidida. ¿Quién de las mujeres en esta familia es la más terca?
—Alteza, el general desea hablar con usted. Lo espera en su oficina —un guardia nos interrumpe.
Asiento. Darius guarda la corona y mi tía desaparece por el mismo camino que tomó Armida. Guardo la carta de mi hermano, la cual dejaré más tarde en mi habitación, junto a las demás.
Mientras camino hacia la oficina, me replanteo el hecho de lo delicado que es esta situación con los caídos. Desde niño, estaba al tanto de lo que Clemente hizo. Y nunca he entendido su punto de vista. Nuestra especie se extinguía y él solo veía o más bien pensaba que Nuevo Mundo se estaba convirtiendo en una dictadura por parte de sus líderes. Quizá el nunca vio que si no se tomaban medidas extremas, nadie sobreviviría a las catástrofes que se provocaron.
—Alteza —saluda Alan, su reverencia es perfecta y educada. La acepto con mi cabeza —. Agradezco su aceptación inmediata a verme.
—Por supuesto. Si querías hablar conmigo, es por un asunto de suma importancia.
—Lo es, señor.
— ¿Qué sucede?, ¿se necesitan más soldados en los límites de la ciudad?
—No es eso. Supongo que ya está al tanto de que la central eólica sufrió robos ayer por la noche.
Muevo mi cabeza para hacerle entender que sí lo sé.
—Bueno, hoy en la mañana recibí un reporte de que vieron a seis personas sospechosas cerca de los extinguidores.
— ¿Los siguieron?
—Sí. Pero los perdimos. De alguna forma supieron que nosotros los seguíamos y se ocultaron con gran facilidad.
— ¿Cuánto ha pasado desde ese acontecimiento?
—Una a dos horas, máximo —responde Alan. Me agrada el hecho de que su voz siga tranquila —. Envié un grupo de diez soldados más. Están buscando en un rango de dos kilómetros desde el punto en el que los perdieron.
Una o dos horas. Ya deben estar lejos. Y si los soldados no han encontrado rastro, es porque esas personas en otra cosa para poder atravesar ese sitio. Estoy seguro que usaron los árboles.
—No tiene sentido que sigan buscando en la zona. Necesito que reúnas el equipo de rastreo y le digas a Sandra que se movilice con ellos.
— ¿Hacia dónde alteza?
—Aquí, en el reino. Es probable que se encuentren aquí, deben buscarlos en cada casa y edificio de la ciudad si es necesario —señalo, con seriedad —. Debemos darnos prisa, porque quizá los caídos ya están caminando entre nosotros. Y por favor, misión ultra secreta.
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