EXTINGUIDORES
Por primera vez en mi vida he ingresado al territorio del clan guerra. El cual se encuentra cruzando el río y alejándose del caudal, varios minutos. Mi presencia es sigilosa. Llevo caminando alrededor de treinta minutos. Hasta ahora solo he visto un par de casas y vehículos robados desde Alteria. No hay rastros de soldados, ni armas. Son increíblemente habilidosos para esconderse. Pude haber venido con Caín, pero Cataldo tenía lo último que decirme. Y no debo fallar en estos momentos. El próximo ataque dependerá de mi éxito con el príncipe, si llego a fracasar, tendremos pérdidas. Es demasiada presión, lo sé. Y a eso me enfrentaré cada día, debo aceptarlo.
Camino unos pasos más, me escondo de los rayos solares. Quisiera no haberme olvidado de la gorra, mis ojos han ido incrementando su ardor. Por suerte me topo con un par de árboles, alivian mi dolor. Cierro mi mirada por un segundo, o parece que fue más, ya que, cuando los abro, me encuentro con Caín. Ni siquiera escuché sus pasos en la tierra.
—Te retrasaste —comenta. Su voz es seria.
—Lo siento. Nunca había cruzado el río, estoy en territorio desconocido y no te veía por ningún lado.
—Está bien, no necesito una excusa. No te lo estaba preguntando.
Caín me demuestra porqué comparte el liderazgo con Estela. Posee un carácter fuerte y demandante. Es una apersona dura y sin emociones. Algo esencial para llegar a ser líder del clan guerra.
—Sígueme, los vehículos se encuentran por acá —dice.
Voy tras sus pasos, manteniendo el ritmo. Nos movemos hacia un pequeño bosque de álamo. Distingo varios vehículos.
—Los que no pertenecen al clan, nunca verán el poder que poseemos. Es mejor así —aclara.
Más soldados aparecen entre los árboles. Entre ellos está Alex.
Verlos aquí me hace recordar la vez que quise unirme a su clan, convertirme en soldado y pelear por la nación cuando el momento llegara. Con el paso de los años, esa ilusión se fue esfumando.
—Alex te acompañará en el vehículo, junto con Evan.
La chica de cabello oscuro se acerca, al igual que el hombre de mirada inexpresiva.
—Cataldo me comentó que ellos fueron contigo cuando secuestraron a Fernanda —añade Caín.
—Sí, iban conmigo en el vehículo.
Miro a Evan y recuerdo su manera de conducir. De forma involuntaria llevo mi mano a mi cicatriz en el límite de mi frente y el inicio del cabello.
—Dandara —me saluda Alex, luego lo hace Evan. Muevo mi cabeza para aceptar y devolver el saludo.
—Les recomiendo partir con cautela —aconseja Caín —. Puede que el príncipe quiera hablar con nosotros, pero eso no quita el hecho de que ha impuesto medidas estrictas y peligrosas para nosotros.
Debo por lo menos hablar con él treinta minutos, es el rango en que los extinguidores se apagarán y procederán a instalar los explosivos. Deberán hacerlo entre diez a quince minutos. Después de ese tiempo, los extinguidores vuelven a encenderse. Ahora el tiempo de inactividad es menos, porque toda la noche se produce un corte masivo en Alteria y esa energía va directo a los extinguidores.
—Los veré al anochecer. Espero que la misión sea un éxito —expresa Caín, su voz es segura en todo momento —. Inevitables.
Hasta el fin de los tiempos.
Después de subir al vehículo, Evan acelera con determinación. Pasamos por el territorio reservado en cuestión de minutos. Espero que no tengamos algún inconveniente en el trayecto, ya que, él es demasiado buen conductor. Puede que la vez pasada haya quedado lastimada, pero eso no quita el hecho de que hayamos tenido una exitosa huida.
Alex va en el asiento del copiloto. La he encontrado dos veces observándome. Supongo que está pensando en el hecho de que ahora tengo mayor autoridad. Recuerdo cuando estábamos en el refugio, donde la escuché hablar con Evan, cuando supe que el camino del liderazgo sería difícil para mí. Y el hecho de que ella no tenga la fe en mí, al igual que su compañero. Y seguramente no son los únicos, debo añadir a Brian. Aun así, nunca me ha importado la opinión de los demás. Solo me interesa hacer bien la misión, Orit cada día debe acercarse más a su libertad.
El seco paisaje pasa con velocidad por la ventana, por mi mente voy repasando los detalles del plan. Debo mantener siempre en mente el objetivo. Distraer lo suficiente al príncipe y a sus guardias alrededor, para que los soldados ingresen a colocar los explosivos en los extinguidores. Obviamente quedaran guardias para custodiar el perímetro, pero gracias a la presencia del futuro rey, la mayoría permanecerá cerca de él. Tendremos un espacio libre.
— ¿Todo bien, Dandara? —escucho la pregunta de Alex.
Dejo de mirar por la ventana.
—Sí, ¿por qué?
—Tranquila. Solo te lo preguntaba. Ya sabes esta reunión con el príncipe heredero debe ser preocupante e inesperada.
—Todo sea por nuestra libertad.
—Ya lo sé. Pero, ¿no te pareció raro que Cataldo te enviara a ti?
—No —me apresuro a responder —. Ya conozco al príncipe, trataré de decirle solamente lo que él quiere escuchar.
—Ojalá así sea.
—Lo será, Alex. Descuida.
La chica de cabello oscuro asiente y se concentra en el trayecto. Yo, mantengo mi hostilidad por unos segundos más. Todo comenzó a cambiar desde asumí ser la segunda en sucesión al liderazgo. Un líder debe hacer que las personas lo sigan y crean en él, de lo contrario, solo tendrá deslealtades.
Muevo el anillo en mi dedo. Mis pensamientos van hacia la lombriz, quien ya debe estar enterada de lo sucedido con Liam. Debe haber quedado igual que sorprendida que todos.
— ¿Hay novedades con respecto a los chicos del clan robo, a los que atacó el animal de la montaña? —cuestiono. A ninguno en particular, solo quiero una respuesta. No me interesa de quién venga.
—Bueno, antes de que tú llegaras, la tropa encontró a dos chicos. Ambos estaban muertos —responde Evan —. Todavía quedan ocho más por encontrar, esperemos que sigan vivos.
—Es raro.
— ¿Qué cosa? —me pregunta Alex.
—Por lo general esos animales no atacan. A menos que se sientan amenazados.
Y en todos estos años, solo se han tenido registro de tres ataques, contando el de anoche.
—Los robos conocen esa zona mejor que nadie —continúo —. Saben perfectamente donde por donde no deben pasar.
—Quizá algo o alguien lo asustó anteriormente. Encontraron a los robos y los atacaron —plantea Evan.
¿Y si su alteración fue provocada por los soldados alterianos?
La pregunta llega tan veloz como un relámpago. Para mi parece razonable, ya que, sería beneficioso para algunas personas dentro del castillo. Hacer pasar una acción planeada por un accidente y así liberarse de los cargos.
Ya tengo mi punto de ataque para el príncipe. Quien ya debe estar al tanto de la situación con los animales y los chicos del clan robo. Es mi oportunidad precisa para conseguir distraerlos.
—Llegamos, Dandara —anuncia Alex. Justo en el momento en que Evan se detiene.
Ambos me miran con detenimiento, parecen analizarme. Sus miradas son de apoyo. Esto es por la nación, por nuestro futuro.
Antes de bajar, observo el escenario de afuera. El criadero se ve a la distancia, a unos metros al norte se encuentran nuestros objetivos. Alrededor del vehículo han alrededor de veinte guardias, todos armados. A lo lejos están los vehículos, donde entre ellos permanece el príncipe Archibeld. Su rostro se ve intranquilo, su cabello castaño está despeinado. Asumo que a penas a dormido. Y debe estar pensando que hablará cara a cara con el líder de los caídos. Es otro punto a mi favor. Ya tengo la sorpresa.
Suelto un suspiro. Bajo del vehículo. Los guardias de la familia real se mueven de inmediato, alerta. El príncipe heredero habla, ordenando que mantengan su distancia. Hay tensión en el ambiente. Sus ojos marrones me reconocen de inmediato. Llevo mi cuerpo firme, caminando con seguridad. Me acerco decidida.
Siento las miradas de Evan y Alex desde el interior del vehículo. Ahora mismo deben estar informándoles a los demás de que ya estoy con el príncipe.
—La mujer de cabello blanco —comenta él.
—Así es.
—Creí que vería al líder.
—Lo estás viendo.
Archibeld se relaja. Ya ha pasado el efecto de la sorpresa.
—No eres —asume. Su voz ya no duda —. Si estuviera cara a cara con él, la seguridad sería ilimitada. Prácticamente todos dependen de una persona. Se sacrificarían incluso.
Avanza sus pasos son lentos. Seguros.
— ¿Cuál es tu nombre?
Ahora si inicia la conversación.
—Dandara.
—Bien, Dandara. Te ves muy joven.
—Es porque lo soy. Tengo diecinueve años.
—Demasiado joven —corrige —. Veo que la vida no te ha tratado bien.
Mira con detenimiento las marcas que quedan en mi rostro, producto de las quemaduras que llevo acumulando. En el castillo las ocultaban el maquillaje.
—A nadie de la nación caída ha tratado bien la vida —digo.
—Pero contigo ha sido peor.
—Lo dices por el gen maldito.
Sus ojos no expresan nada más que seguridad.
—Supongo que Fernanda te lo comentó cuando la raptaron —continúa. Creo haber visto una leve expresión fugaz. La mujer le preocupa.
—Sí. También me comentó de la profecía —respondo —. Una mujer de cabello blanco destruiría Alteria —repito las palabras dichas por la mujer de cabello rubio.
—Yo quiero evitar que eso suceda —interviene. No entiendo por qué los alterianos son tan supersticiosos. Creen ciegamente en sus profecías.
—Son solo palabras, príncipe.
—Las palabras son peligrosas, señorita. Dividen civilizaciones que en el pasado fueron una sola.
Me siento en leve desventaja al escuchar. Él conoce a la perfección la historia anterior a nosotros.
—Debemos buscar la forma de volver a unirnos —añade.
Llega el momento de seguir su juego.
— ¿Quieres seguir hablando de paz, cómo lo hizo tu diplomático?
—Quiero hablar de un acuerdo.
Me impresiona la determinación en su voz. Es una persona obstinada, decidida.
— ¿Qué propones? —inquiero, con calma.
—Un trato. Al menos por un tiempo —responde —, quiero que ambas naciones sean beneficiadas.
—Un heredero al trono hablando de beneficios mutuos. Eso no se ve todos los días —intervengo.
—Ve esto como una oportunidad de no volver a repetir los errores de nuestros ancestros.
Debo morderme la lengua para no decir cosas de las cuales me arrepentiré. Pero es imposible no pensar en el pasado. De cómo su gente envió a la nuestra directo a la maldición, sin prosperar y sobreviviendo en la miseria.
—Debemos abandonar nuestras diferencias y pensar por el bien de todos —continúa —. Evitemos una posible guerra.
Camino hacia un lado, vuelvo a mirar a los guardias y luego mi mirada va hacia él.
—Quieres evitar la guerra, pero tus guardias están listos para atacarme —añado. Le enseño de lo que hablo. Todos sus soldados sostienen con fuerza sus armas.
—Solo es prevención. Es un ambiente hostil.
—Igual que asustar a los animales de la cordillera.
— ¿Qué? —cuestiona, confundido.
—Anoche varios de nuestra nación fueron atacados por un animal, cerca de tu mina.
—No te comprendo.
Mi vista va hacia sus guardias. Sonrío de lado cuando veo la expresión que deseaba encontrar. Culpa.
—Deberías preguntárselo a ellos.
El príncipe heredero dirige su mirada a uno en especial. El que no puede ocultar incomodidad.
— ¿Quieren comentarme a qué se refiere?
—Bueno, señor. Anoche mientras patrullábamos nos topamos con una manada de pumas. También vimos a varios chicos que avanzaban hacia la mina. Entonces, decidimos asustar a los animales y ellos escaparon hacia dónde estaban las otras personas.
Lo sabía. Ellos los enviaron.
—Supongo que creyeron que la culpa se la llevarían los animales —deduzco.
—Ellos mataron a cientos de nosotros, señor —sigue el guardia —. No merecen el trato que usted le está dando.
El calor comienza a subir cuando los demás guardias levantan sus armas en mi dirección y el vehículo. De inmediato los demás soldados del clan guerra salen de su escondite. El príncipe Archibeld me analiza.
—Es un ambiente hostil —digo, usando sus palabras.
—Quiero que todos se calmen —ordena él. Sus guardias no parecen obedecer —. Escuchen, bajen las armas, ahora.
En cuanto los guardias lo obedecen, los nuestros hacen lo mismo.
—No fuiste sincera conmigo.
—Tú tampoco, príncipe.
Él suspira. Parece pensar lo próximo que dirá.
Solo debo distraerlo por unos minutos más.
—Necesito que pienses bien tu punto de vista, Dandara —habla —, ¿crees que no sé qué ahora mismo están colocando explosivos en los extinguidores?
Por unos leves segundos, un escalofrío navega por mi espalda.
—Aún es tiempo de retractarse.
Me giro hacia Alex y Evan. No logro entender cómo el príncipe está enterado de nuestro plan. No puedo creer que el espía haya sido tan veloz.
—No lo hare —respondo, definitivamente —. Tu nación nos condenó a una vida miserable.
—Piénsalo bien —advierte. Su mirada no deja de demostrar preocupación.
—Ya lo hice. Mucho antes de verte aquí. Quizá eso también te lo dijo el espía. Tu hermano. A quién encontraremos y te prometo que él morirá, luego vendrá tu hermana Calíope y por último Fernanda.
—No lo hagas. No lleves a tu nación a ese futuro que yo no podré evitar. No asesinen a Fernanda. Ella y mis dos hermanos son el motivo por el cual ustedes aún siguen vivos —su voz se desespera —. Por favor, piénsalo.
—No hay nada más que pensar, príncipe. Nuestra rebelión nació cuando tu madre falleció. Nuestra esperanza no se extinguirá. Seremos inevitables.
—Estás cometiendo un error.
—Igual que tú al venir aquí.
Me alejo en dirección al vehículo.
—Más personas morirán.
Eso ya lo sé, alteza.
Subo al vehículo y los demás miembros del clan guerra se alejan.
—Los explosivos....
Alex no alcanza a continuar, producto de una explosión que llega a mover los vehículos. Viene desde los extinguidores.
Sin decir nada, Evan conduce a la zona.
— ¿No se supone que los extinguidores tenían treinta minutos de inactividad?
—Sí —me responde Alex.
Su rostro está afectado por la situación.
Evan se mueve con rapidez. A nuestras espaldas vienen los demás soldados. En el trayecto, otra explosión hace retumbar el vehículo. Y luego, Evan frena bruscamente.
Mis ojos ven como los soldados del clan guerra son asesinados uno por uno. Todos se encuentran en la zona de alcance de los extinguidores.
—Dijiste que los explosivos estaban en posición —comento.
—Sí, así es —dice Alex.
—Eso quiere decir que podemos derribarlos. Debo encontrar el control —susurro.
Tanto Evan como Alex se sorprenden al verme bajar. Me insisten varias veces en que regrese al vehículo. Pero, mis oídos no hacen más que escuchar los incesantes disparos de los extinguidores.
Cuando entro en su rango de disparo, los soldados atacan en su dirección, eso provoca que el arma dirija todo lo que tiene de arsenal para derribarlos, aunque a veces siento como balas pasan fugaces por mi lado. He tomado una decisión completamente arriesgada. Y no me importa. Llega un momento en el que debo tirarme al suelo. El extinguidor ve movimiento de un vehículo y lanza un misil, el cual impacta con su objetivo y lo derriba. Me muevo con lentitud, arrastrándome en la tierra. Llego donde se encuentran los cuerpos, busco en cada uno el control de detonación. Los disparos siguen sin parar. El extinguidor está cumpliendo su función. Veo a Evan y Alex en la línea de fuego, hasta ahora sin ningún disparo, cuidando mi posición.
—No podremos resistir por más tiempo, Dandara —grita la chica de cabello oscuro.
Eso incrementa mi rapidez y desesperación por encontrar el control. Gateo de un cuerpo a otro, hasta que por fin lo veo. Con velocidad me acerco y tomo el aparato. Justo antes de apretar el botón, una explosión lanza mi cuerpo por el aire, impacto el suelo con mucha fuerza, incluso escucho mi espalda crujir.
El zumbido en mis oídos y la visión borrosa, me impide descubrir la situación actual. Pero, aún siento el control en mi mano. A pesar de mis sentidos alterados, logro apretarlo.
El extinguidor se destruye en pedazos, los disparos cesan. Vuelvo a ver con claridad. Evan corre a mi dirección. Toma mi cuerpo con destreza, no parece afectarle mi peso.
—Dandara, ¿me escuchas? —es la voz de Alex.
—Sí —arrastro la voz.
Me duele la espalda y la cabeza.
—Hay que llevarla a la tienda médica —dice Evan.
Eso es lo último que oigo. Después de que me suben al vehículo, la oscuridad se apodera de mis ojos.
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