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BOMBA DE TIEMPO


ARCHIBELD


Guiar una nación que no conoce su historia, es para mí, absurdo. Me niego aceptar que deba borrar el pasado o fingir que no sucedió. Por esa razón, me odian en el consejo. Y muchos de los que fueron leales a mi madre, no lo serán conmigo. Aun así, lo respeto. Desde que nací, otras personas tenían planeado mi destino. No puedo luchar contra la sangre de mis ancestros.

—Archibeld, prometiste comportarte.

Tengo más de treinta años y debo obedecer órdenes de mi hermana menor.

—Basta, Armida. Deberías agradecer que asistiera.

La relación con mi madre no concluyó en buenos términos. La quería sin duda, era una mujer admirable, pero nuestros constantes desacuerdos siempre terminaban en discusiones y generalmente las provocaban; los caídos. Personas las cuales todos aquí parecen ignorar u olvidarse de su existencia.

Después de que terminó la ceremonia, quería estar solo. Claramente Armida y su prometida no lo entendieron.

—Archibeld, el cuerpo de Roswitha espera tu orden, para su procesión al lago —comenta Fernanda, de inmediato.

Y no saben lo agobiado que me siento. Miles de emociones se apoderan de mi mente, no lucho con ellas. Supongo que el dolor de perder a mi mamá, siempre estará conmigo.

—Como deseo que Calíope esté aquí —susurro.

Ella si sabe comprenderme. Cuando me enteré que había desaparecido, no podía creerlo. Mi hermana es una guerrera invencible, ágil y ruda. No por nada dirigía y supervisaba el ejército en la zona norte, donde tenemos nuestra base.

—También yo —añade mi hermana menor —. Pero hasta que ella aparezca, debemos enfrentar la situación solos. Sabes que Gustav no debe volver hasta que no tenga la información que requerimos.

—La información que tú requieres —corrijo.

Camino por la habitación. Fernanda me detiene y me atrae a sus brazos. Ella es otra de las razones por la cual no he perdido la cabeza. Y también hace que Armida siga con los pies en la tierra. Además de proveerle seguridad al momento de crear sus estrategias militares. Obviamente esas solo tienen como objetivo eliminar a los caídos.

Tengo el presentimiento que la situación con ellos es una bomba de tiempo. Y es más probable que a nosotros se nos agote primero, ahora que hemos perdido a nuestra reina.

—No reprimas las emociones, Archibeld. Siéntelas, procésalas y supéralas —dice Fernanda, después se aleja —.Solo así serás un gran rey.

Camina hacia mi hermana y le besa su mejilla.

—Volveré al banquete. Los ciudadanos deben saber que estamos con ellos y compartimos su dolor.

Limpio una lágrima que cae por mi ojo izquierdo. He botado tantas que no entiendo cómo me siguen quedando. Desde que me enteré de la muerte de mi madre, solo he sido llanto incontrolable.

—Archibeld, por ahora nos tenemos el uno al otro. Debemos aceptarlo —declara Armida, el dolor se refleja en sus ojos.

Eso no me es suficiente. Siento que nuestra familia se desmorona a pedazos, lo que antes fuimos ya no existe. Y mi hermana lo sabe. Intenta reconfortarme con palabras cálidas, pero en el fondo, está de igual manera aterrada.

Creo que nuestra madre no nos enseñó a estar sin ella.

—Basta, Armida. No te engañes.

—No lo hago. Entiende, Archibeld. El reino nos tiene a nosotros dos. Debemos darle seguridad.

—Pero no funcionará si no la tenemos nosotros mismos. Seremos un desastre. Creí que Fernanda te había enseñado a aprender a ser humanos y que cometer errores es parte de nosotros.

—No podemos cometer errores, Archibeld. La vida de personas estará en tus manos.

— ¿Y ya no lo estaba antes?

Mi hermana suspira. Busco un asiento en la habitación. Necesito dejar de pensar.

—Ser rey, es algo que nunca quise ser. ¿Sabes lo que se siente prepararte para una cosa que ni siquiera anhelas?

Ella no responde, porque no sabe qué decir.

— ¿Qué veías cada vez que me mirabas, Armida? ¿Un hermano mayor valiente?

—Yo solo veía lo quería ver —comenta. Se posiciona a mi lado —. Supongo que deseaba ser tú, cada vez que nuestra madre alababa tu destreza o amabilidad. Tal vez quería que ella se preocupara más por mí. Y comencé a crear esa barrera entre tú y yo. Nunca fuimos cercanos, porque te envidiaba, hermano.

—Pues nunca quise ser el elegido para ser rey.

Armida expresa una mueca, molesta. Por unos instantes veo el rostro de nuestra madre en ella.

—Lamentablemente lo eres. Y deberás asumirlo. Tarde o temprano, Alteria estará bajo tu responsabilidad. Acéptalo.

Como si sus palabras fueran suficientes para opacar la desesperación que siento cada vez que me imagino usando la corona Constantino. Es una carga que evité por treinta y siete años, pensé que serían más. Que ingenuo soy.

—Darius en cualquier momento ingresará por esa puerta, con la fecha exacta para tu coronación.

—La pospondré lo que más pueda —intervengo —. Al menos algo bueno obtendré al tener mayor autoridad, nadie me dirá que hacer.

Un suspiro abandona su cuerpo. La miro. Supongo que nunca nos llevaremos bien. Ella es una mujer fuerte, con ideales seguros, inteligente y con confianza en sí misma. Yo solo soy su hermano mayor, al que le aterra ser rey. Confieso que hasta el último instante, pensé que madre le dejaría Alteria a Calíope. La verdadera reina de nosotros cuatro, pero al desaparecer; toda esa esperanza se extinguió tan rápido como apareció.

—Saldremos hacia la multitud, mostrarás tu mejor cara y adaptarás una posición segura —ordena Armida, por el tono de su voz, supongo que no tengo otra opción —. Tu pueblo te necesita, así que, por una vez en tu vida pon las necesidades de ellos sobre las tuyas.

Como si ya antes no lo hacía.

No lo digo. Mis energías ya son pocas, para que seguir discutiendo con ella. Ya que, ve mi actitud, decide abandonar la habitación. Aunque antes de que salga, alguien toca la puerta. Es un guardia, del perímetro. Vigila los límites del castillo. Creo que está asignado a la torre tres.

—Lamento interrumpirlos, altezas. Pero creo que deben saber una información relacionada con la señorita Fernanda.

— ¿Qué sucede? ¿Tuvo un incidente con los invitados?

El guardia negó antes las preguntas de mi hermana.

—En realidad, más o menos. La vi con una chica de cabello blanco. La muchacha no sentía bien y su prometida le hacía compañía.

¿Chica de cabello blanco? Rápidamente se me hizo familiar a la característica que poseía la ciudadana que me encontré en el salón de los retratos.

— ¿En qué parte estaban? —pregunto con calma.

—En el pasillo del parque.

Ambos recibimos la información. Y Armida se adelanta. El guardia me entrega un papel, más bien una carta.

—Su hermano la vino a dejar hace unos minutos. Venía a entregársela y me topé con la señorita Fernanda.

—Bien, gracias.

El soldado hace una reverencia y se aleja.

Abro con desesperación la carta.

¿Cuántos meses han pasado, Archibeld?

Extraño tus saludos y tus reprensiones cada vez que le preguntaba a mamá quien era su favorito. No entiendo por qué lo hacía si en el fondo, siempre serías tú.

No sabes cómo deseo estar con ustedes, pero desde la desaparición de Calíope no he hecho más que recorrer cada pare de este lugar. Estoy a gusto, pero nada se compara con la calidez de mi habitación. Sacrificar mi comodidad por buscar a mi hermana, no me importa. Todos sabemos que sin ella se acaba la familia. Más ahora que nuestra madre murió.

Lamento si esta carta te llega después de la ceremonia, porque la información que contiene puede salvar la vida de Fernanda. Hace poco, me infiltré con los más cercanos a su líder. Con su hija adoptiva, creo. De hecho ella estará hoy allá. Junto a otro chico. Sus nombres son Dandara y Jackson. La reconocerás por su característica cabello blanco y ojos azules, aquí es única. Posee el gen maldito. El chico tiene el cabello oscuro y ojos verdes, serios y misteriosos. Probablemente esté usando un traje de guardia.

Ten cuidado, hermano. Ambos van con una sola misión: secuestrar a Fernanda.

En cuanto termino de leer la carta, corro. Debo llegar al pasillo del parque, la prometida de mi hermana peligra. Y no permitiré que una de mis anclas sea raptada. Sin ella, estamos perdidos. Deseo que no sea tarde.

Me abro paso y ordeno a varios guardias acompañarme. ¿Cómo puede ser posible que estuviera cara a cara con esa chica? ¿Pensaría en asesinarme? Quizá perdonó mi vida en parte de una estrategia.

Cuando me acerco al parque, escucho el grito de un guardia. Está ordenándole a alguien que se detenga.

—La sacaron por la torre —escucho a mi hermana.

Me detengo en su mirada. Luce más oscura.

—No la perderemos —anuncio de inmediato.

Reúno a los mejores soldados. Todos listos para escuchar y obedecer.

—Todas las patrullas comenzarán a buscar desde el castillo hasta la salida de la ciudad —explica Armida. No demuestra lo desesperada que está —, se moverán en grupo de cinco vehículos y una vez que encuentren a los sospechosos, se enviarán refuerzos a la zona. Deberán ser comprensivos y darán golpes de advertencias. Si Fernanda está con ellos, tienen que procurar no dañarla. Por la información del guardia vigía, sabemos que están en un vehículo modelo 12, de los que custodian la central eólica. Deténganlos antes de que abandonen el reino. Si eso no sucede, tendremos que utilizar blindados. ¿Entendieron?

Todos los soldados responden con fuerza: Sí alteza.

Solo es un plan de seguimiento y rescate. Pero viniendo de ella, podría salir perfecto.

Ella se comienza alejar. La sigo.

—Armida.

—No hables, Archibeld. Ve a calmar al pueblo. Yo me ocupo de salvar a Fernanda.

No quiero que cometa la locura de salir del castillo.

—Gustav me envió una carta —menciono. Mi hermana se detiene.

— ¿Cómo?

—El guardia me la entregó en la habitación.

— ¿Qué decía?

Contengo las palabras por unos segundos.

—Me escribió que dos personas de la nación caída vendrían por Fernanda.

Su rostro se descompone. Puede que no sea una de sus personas favoritas para hacerlo, pero la abrazo. Debe estar pensando lo mismo. ¿Por qué nuestro hermano menor no la trajo antes? Quizá la respuesta, no la sabremos nunca. Porque hasta que a situación no se estabilice, Gustav no volverá.

Armida se separa. Limpia una lágrima de preocupación.

—Deben volver con Fernanda —dice, triste y angustiada —. Sin ella, no puedo. Y tú tampoco.

Sus palabras hacen eco en mi mente. Hemos perdido a nuestro padre y madre. Mi primera roca está desaparecida. Gustav permanece con el enemigo.

Veo a Darius por el pasillo. Su presencia me descompone aún más. Supongo que los preparativos para la procesión al lago, están listos.

—Alteza, el carruaje espera. Los ciudadanos también.

Justo lo que pensaba. Es hora de llevar a mamá a su descanso eterno.

—Yo no podré acompañarlos —añade mi hermana.

El consejero real asiente. Ya debe estar al tanto de la situación, siempre va un paso adelante.

—Espero que mamá lo entienda.

—Lo hará, en donde sea que esté —aclaro. Si algo poseía Roswitha, era comprensión.

Armida decide dirigirse a la oficina de controles, donde tendrá mejor vista de los vehículos enviados, con los rastreadores que poseen, verá la ubicación exacta de los soldados. Y seguramente, Fernanda volverá. Quiero creerlo.

Los ciudadanos nos esperan en la entrada principal. Ocupan un gran rango a la redonda. El carruaje de color negro está en el centro.

—Alteza, la corona y el anillo, se encuentran en el ataúd. Usted sabe lo que debe hacer una vez que lleguemos al lago.

Miro de reojo a Darius. Me ha repetido miles de veces lo que tengo que hacer. Y no olvidos sus palabras cuando me encontraba mirando el retrato de mi madre. Él quiere acabar con la historia. Yo quiero cambiarlas. Que interesante es el futuro, tendremos maravillosas discusiones con respecto a mis antepasados y su obstinada actitud para lograr el poder, utilizando métodos pocos convencionales, como el genocidio en masa.

Uno de los guardias, coloca la capa de tela color rojo en mis hombros. En ella se encuentra la insignia de corona de Roswitha y el símbolo de Alteria. La golondrina, parece emplear un vuelo libre. El verdadero recuerdo de la lealtad hacia el pueblo.

Descendió los escalones, paso a paso. Creo que llego al punto de contarlos.

Me subo con la mirada de todos sobre mí. El carruaje avanza con lentitud. Los ciudadanos se amontonan alrededor. Todos lloran a su reina. Mi corazón está destruido por la muerte de mamá. La mujer invencible, capaz de doblegar con su imagen y poder. Deseo ser digno de esta corona.

El lago no está a larga distancia. Miro el ataúd, me quedo estancado en mis pensamientos. Es como si toda mi niñez a su lado, haya pasado por mis ojos. Siempre recuerdo lo ocupada que estaba, todos los días. Y aun así, buscaba tiempo, para estar con nosotros.

— ¿Todo bien, alteza?

La voz de Darius me hace parpadear. Ocupa el asiento de adelante. Mirándome, como siempre.

Ahora nada está bien.

Obviamente me guardo las palabras y muevo mi cabeza, asintiendo.

Y no sé si pueda decir más palabras de ella frente a todos, porque deseo mantener la intimidad de mi familia en secreto, así como se hizo con Gustav. De cual ni siquiera hay retratos y jamás existirán. Al menos uno de los cuatros tendrá una vida normal, lejos de los ojos juzgadores. Pero claro, la preocupación de que esté tan lejos, siempre está. No me pude negar a su decisión de infiltrarse con la nación caída. Creo que vi la oportunidad de que algún día podré llevar una tregua y vivir en paz. No fuimos justos con ellos, merecen un trato mejor.

Los cuatros caballos negros que tiran el carruaje, se detienen. Un guardia me abre la puerta, bajo. Una brisa tibia me da la bienvenida y agita mi capa. El aire viene a despedir a la reina.

Sacan el ataúd de mamá, con delicadeza. El llanto ataca como una lluvia fría de invierno. Mi corazón se retuerce.

Camino atrás de ella. ¿Quién pensaría que solo yo le daría el último despido a la reina? Pensaba que mis hermanas y mi hermano menor estarían conmigo. Todos soportando el dolor.

Darius se mueve hacia el ataúd. Es mi turno. Un guardia quita la corona, cae en mis manos. Me inclino, hago una reverencia y la beso.

Por la sangre, por Alteria.

Murmuro el juramento a mi pueblo.

Una vez que retomo la postura, Darius me entrega el anillo de mis antepasados. Adornado por una pera roja en el centro, el color de la reina y ahora pasa a ser el color del futuro rey.

Mi tía Alka llega a mi lado. No la había visto desde la ceremonia en el castillo. Me abraza. Y ya no quiero seguir llorando, pero no evito las lágrimas. Me vuelvo pequeño cuando ella está a mi lado.

Después de reponerme, caminamos hacia el lago. El ataúd es depositado en una balsa. La llevará hacia la isla, donde finalmente descansará.

—Larga dicha y descanso a la reina —comento. Un ligero suspiro abandona mis labios.

Siento la mano de Alka acariciar mi hombro.

Me entregan una antorcha encendida. Otra brisa cálida toca mi rostro.

—Del fuego y el aire, nacemos —hablo, en voz alta. La balsa se prende con lentitud. El viaje final de Roswitha comienza —Del agua, proviene nuestra sangre —continúo —. De la tierra, son nuestros ancestros.

La balsa llega a la isla. Ya arde con desenfreno.

Finalmente, mamá está en paz. 

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