02. Un trato con el pirata
— Esto es un poco incómodo ¿No cree? — una sonrisa nerviosa detuvo sus palabras — Lamento haber ensuciado la cama, pero ¿Podría usted ayudarme? Mi cuerpo quema.
Silencio, eso fue lo que obtuvo Jungkook.
El ambiente se sentía como punzadas filosas y carraspeó abrumado en señal de rechazo. Esperó en su sitio con la esperanza de conseguir una respuesta, el fracaso lo golpeó igual que un balde de agua fría ¿Qué debía hacer?
Sin poder controlarse más, se rindió ante las peticiones desesperadas de su cuerpo y juntó sus manos, jugueteando un rato con ellas. Usó como excusa las heridas corporales para distraerse, en específico la zona de su abdomen, evitando así los ojos de aquel colorado que lo miraba petrificado. Lentamente, rompió el contacto de las manos y trazó un suave camino con el dedo índice por todos sus cortes, delineando como si fuese uno de los dibujos que tanto se esforzaba por perfeccionar. Una técnica extraña a los ojos de cualquier extraño, pero muy efectiva para él porque, si veía las marcas como algo bonito, entonces el dolor desaparecía por unos cuantos segundos.
Su mirada volvió al dueño de la cabaña. Había conocido a muchas personas a lo largo de su vida, no obstante, nunca tuvo la oportunidad de encontrarse a una con facciones tan descuidadas. Las ojeras era el menor de los detalles, no hacía falta imaginar al hombre sin la túnica para darse cuenta que su cuerpo delataría su mala alimentación. Su cabello mal cortado, además de la peculiaridad de su color, aseguraba que ese chico llevaba una vida demasiado complicada.
A pesar de ello, la pena se desvaneció tal y como llegó. Él estaba en una peor situación.
Un dolor punzante apareció en su brazo izquierdo, recordándole el motivo por el cual estaba allí. Hizo una mueca de disgusto antes de romper el contacto visual por segunda vez, si debía ser sincero prefería contar le número de tablones que constituían la pared antes que seguirle el juego de miradas.
No era una persona cobarde, su sangre alrededor de una habitación desconocida era la prueba de ello. Por desgracia, los orbes marrones del colorado eran muy...demandantes. No necesitaba decir una palabra para expresar la rabia y la confusión que cargaba en su interior, en cambio, Jungkook no era bueno mostrando eso. Además, sabía que, si se ponía a analizar el rostro del contrario de la forma que él hacía con él, encontraría más similitudes con una persona de las que esperaba. Y se rehusaba a ello.
Decidió hacer caso omiso a sus pensamientos.
— escuche, sé que esto parece raro, pero-
— fuera de mi cabaña.
Su corazón se encogió, bien, esperaba ese tipo de respuesta. Él también hubiese reaccionado igual si una persona se metiera en su cabaña, la diferencia era que la suposición era irrealista, Jungkook no tenía una casa como tal.
No obstante, no tenía intenciones de obedecer el capricho del colorado, todo lo contrario, la paciencia se le estaba agotando y el poco respeto que demostró minutos atrás estaba a punto de tirarlo por la borda. No sabía qué hacer, era un mar de emociones, por un lado, no quería armar un alboroto a mitad de la noche, sus heridas no soportarían mucho tiempo. Pero si él quería ayuda, entonces la obtendría, por las buenas o por las malas.
Tomó una bocanada de aire y se preparó para hacer la única cosa en la se consideraba bueno aparte de liderar un barco, sonrió como toque final.
— no se aproveche de mi amabilidad, no cuento con una buena paciencia. Le sugiero que, por favor, haga lo que digo si no quiere que la señorita de allí abajo termine igual o peor que yo.
Como si eso hubiese sido una invitación, Jimin se abalanzó hacia el pirata quedando encima de él, sin importarle si se lastimaría peor o no.
Escuchó el cuerpo del contrario darse un golpe seco contra el piso, la sangre se mezcló con su ropa entre los forcejeos. El ladrón guio sus brazos a la cabeza del contrario con el objetivo de darle puñetazos, pero el pirata fue más rápido, apresó sus muñecas dejándolo inmóvil y sin darle tiempo a pensar en una salida, le dio vuelta hasta quedar ambos en posiciones diferentes. Jimin debajo de Jungkook, observándolo como si fuese un monstruo.
Jungkook por inercia evitó de nuevo el contacto visual.
— era un chiste, no se alarme — dijo, cabizbajo — después de todo, ella me autorizó a quedarme.
— ¡Mentiroso! ¡Te mataré por atreverte a hablar de ella!
El pelinegro lo miró y ladeó la cabeza.
Aprovechando esa leve distracción, Jimin levantó su rodilla y golpeó la parte baja del abdomen, el pelinegro soltó un grito ahogado y por inercia se tiró al suelo boca arriba, dejándolo libre. Llevó sus manos a la zona golpeada, no pudo ocultar una sonrisa llena de rabia, aquel chico le estaba complicando las cosas. Las ultimas gotas de energía habían sido desperdiciadas tratando de inmovilizarlo, si no se trataba las heridas pronto, se ahorcaría por el ardor antes de la llegada de la infección.
Por otra parte, el colorado no estaba mejor. Se tambaleaba cada vez que hacía el ademán de pararse y, por si fuera poco, su cuerpo empezaba a pedirle necesitado algo de agua, puesto que desde la caza del mediodía no se había permitido ni un vaso. Se imaginaba su piel pintada de moretones al día siguiente y aquella imagen solo lo enfurecía más, los recuerdos de la decapitación todavía estaban servidos en bandeja de plato caliente. El pelinegro se encargó de agotar la última gota de cordura que le quedaba, no iba a permitir que amenazara a Amelia de aquella forma, incluso si eso significara no poder pararse en la mañana por haber saturado a su cuerpo con su forma torpe de cazar, los empujones del Capa Blanca y ahora el demente del pirata.
Gateando apenas con fuerza, se preparó para pelear de nuevo con Jungkook, esta vez de verdad, pondría en práctica aquellos años de esgrima en los que su padre lo obligó noches enteras a practicar con él. El pirata lo vio de reojo y se tensó, su pecho subía y bajaba con irregularidad, jugueteó con sus manos otra vez mirando al techo, esperando lo inevitable. Aunque estaba a un soplido de desmayarse, sabía que ganaría, el forcejeo anterior le había dejado bien en claro que el colorado no tenía nada de experiencia en combate cuerpo a cuerpo.
No obstante, no contaban con una tercera presencia en escena. Estaban tan ensimismados en ellos mismos que no se dieron cuenta de varias cosas: la cantidad de minutos que había pasado, una figura femenina llamando a su esposo y el repentino silencio que vino después.
— ¡Jimin, por favor, baja. Hablemos, es- ¡Ay!
Ambos hombres hicieron un camino de miradas, desde la puerta hasta los rostros contrarios, una y otra vez. Entre gateos llegaron a la entrada de las escaleras, donde al final de ellas, Amelia yacía tirada jadeando del cansancio y la fiebre. Un latigazo en el pecho asfixió a Jimin, tragó duro, arrepintiéndose por haberla dejado sola.
El pelinegro bajó la guardia por segunda vez cuando decidió adelantarse y se arrepintió de ello, porque el colorado aprovechó la ocasión y, con la rabia palpitante en sus venas, llevó uno de sus brazos al cuello contrario, apretando fuerte y atrayéndolo hacia su pecho. Tal vez no tenía la técnica o la energía, no obstante, si era lo suficientemente rápido, el rostro de Jungkook se volvería violeta antes de siquiera mirarlo. Enganchó sus pies con los del pirata, quedando así en un gancho prácticamente imposible de disolver.
— Ni se le ocurra acercarse a mi esposa — susurró en el oído de Jungkook.
Aquel sentimiento amargo se había apoderado por completo de su cuerpo, por lo que no reparó en sus músculos a punto de romperse por el sobre esfuerzo físico. Tampoco escuchó las carcajadas ahogadas que soltaba el pelinegro, puesto que sin quererlo unas imágenes aterradoras llegaron a su mente.
Fue un escenario de horas atrás, sus vellos se erizaron debido a un manto de terror que envolvía su cuerpo. Cerró los ojos dejándose llevar por aquellas escenas: los gritos, los dos hermanos, esos ojos violetas y la torpeza del gobernador. Todo junto provocó algo que rápidamente se encargó de ocultar. Su única mano libre se dirigió a sus húmedas mejillas, se negaba a ser débil en un momento como este. Debía aguantar.
Cuando sintió su cuerpo temblar, trayéndolo de vuelta a la realidad, fue demasiado tarde.
Sintió el frio contacto del suelo contra su espalda y desde su garganta sonó un grito desgarrador. No veía el techo porque el rostro del pirata se interponía en su campo de visión, los ojos del susodicho se encontraron con los suyos, aquella mirada era totalmente inexpresiva.
— Estoy a punto de morir en unas escaleras y ustedes insisten en matarse — susurró Amelia, apenas audible para el pirata, pero lo suficientemente claro para su esposo.
— Amelia, te ruego que huyas ¡Corre lo mas lejos que puedas! No tienes idea de lo que es capaz.
Jungkook tomó aquel comentario como una señal para soltar la bomba de una vez por todas. Sujetó el cuello del ladrón con las manos y presionó hasta dejarlo sin aire mientras hablaba calmado.
— Escuche, solo intento ayudar a su esposa, no porque soy misericordioso, sino porque ella me debe algo. Hicimos un trato y estoy seguro que usted conoce bien el lema — ladeó su cabeza sin dejar de mirarlo — Por favor, le pido que no lo haga mas difícil, me desespera y no me gusta. Ahora retiraré mis manos de su cuello, prométame que cooperará y escuchará las explicaciones de su mujer.
Un asentimiento por parte del colorado fue la respuesta que el pirata necesitó.
El rastro de sangre detuvo sus pasos.
Taehyung observó atento el camino que formaba el líquido rojo en completo silencio, una expresión sorpresiva estiraba todas las facciones de su rostro. Su vista en realidad no era la mejor de todas, por lo tanto, tuvo que enfocar durante varios segundos el origen de aquella pintura macabra para poder contemplarla con nitidez.
Un pájaro muerto.
Casi tropezándose con sus propios pies, corrió hacia el ave y sin importarle la suciedad acunó el pequeño cuerpo entre sus manos en un vago intento de brindarle calor. Contempló triste los ojitos cerrados del pichón y su corazón se oprimió mientras una lágrima rebelde se resbalaba por su mejilla izquierda, nunca había visto a uno de su especie y ahora era demasiado tarde. Por lo general, sus únicas visitas eran cuervos cuando caía el atardecer, rara vez tenía suerte de encontrarse a otro animal.
Acarició las plumas ensangrentadas con suma delicadeza, como si fuese un cristal valioso a punto de quebrarse. Eran jóvenes y sin experiencia en vuelo, Taehyung apostaba que aquel pajarito había volado un largo tramo por primera y última vez, tuvo la desgracia de haberse topado con este lugar, el joven se preguntó si su madre sufriría por su ausencia.
Se puso de pie y atrajo al pichón hacia su pecho, protegiéndolo de la nada misma. Miró a todas las direcciones, más por inercia que por sentimiento de peligro y comenzó a caminar de regreso al pueblo. Usualmente no acostumbraba a visitar el Bosque del Norte, pero cada vez que lo hacía, siempre se llevaba una sorpresa. Quizás por eso prefería no ir seguido, las sorpresas eran mejores cuando no ocurrían todos los días.
Los árboles eran su única compañía, Taehyung no recordaba el ruido del bosque, puesto que los animales que le daban música habían desaparecido hacía tiempo. El suave movimiento de las plantas a causa del viento era la única canción en aquellas islas y debías perfeccionar la audición para ser capaz de oírla, tal y como había hecho desde que se quedó solo.
Sus pies eran inmunes a las ramas o piedras que pudiese pisar, aunque a simple vista tenían callos o zonas rojizas, el joven lo consideraba las partes más fuertes de su debilitado cuerpo. De hecho, hasta lo llamaba un súper poder, si alguna vez tuviese que caminar sobre lava, estaba seguro que lo resistiría con valentía.
Sus pasos se hicieron más cortos conforme avanzaba, una roca gigante frente a él fue el motivo por el cual su cuerpo se tensó de inmediato, se rascó el brazo derecho para esconder su nerviosismo, esa piedra era un indicio de que el pueblo estaba cerca. Parpadeó inquieto y tosió, preparando su garganta para comenzar a cantar.
— Susurros del mar, rocas del amor...
La voz grave y melódica embellecía el ambiente solitario, las calles fantasmales estaban cubiertas de polvo como rastro de que, alguna vez, hubo personas aparte de él rondando por ahí. Las casas abandonadas ya no tenían color ni función, solo creaban eco en el canto de Taehyung. Se sentía el protagonista de un libro de misterio, una única alma vagando por las tumbas de desconocidos.
— l-la brisa me calma, oigo tu voz...
En el pasado, el camino principal era recto y decorado con césped cortado a la perfección, pasaba por los hogares nobles y la antigua plaza Crisselda – nombre en honor a la leyenda más famosa de las islas. Contaba con una fuente en el centro hecho de mármol, asientos solo disponibles para la nobleza y flores exóticas decorando el lugar con nombres irreconocibles en su memoria. Por desgracia, ahora la tierra envolvía sus pies y la fuente estaba escondida entre malas hierbas, el agua estancada era el hogar de insectos hacía mucho tiempo, describía la definición del deterioro de las cosas con el paso del tiempo.
— Caminas hacia mí, tomas todo mi dolor...
Apretó los labios en una línea mientras dejaba atrás aquella plaza. Contempló por última vez el antiguo barrio de la nobleza y poco a poco las casas fueron tornándose más humildes, construidas a base de madera y paja.
— ...Me das un abrazo y duermo sin temor.
Repitió la misma melodía una y otra vez hasta cruzar el umbral entre la última casa y el comienzo del vacío puerto.
La brisa golpeaba su cabello largo y platinado, susurrándole secretos en un idioma propio de la naturaleza. Entrecerró los ojos para enfocar mejor el atardecer y el bonito paisaje que creaba junto a las olas del mar, si tan solo tuviese la habilidad de pintar y los materiales, hubiese hecho maravillas hacía mucho tiempo para tenerlo plasmado en su alcoba. Sería mejor que verlo en persona.
Llevó al ave hasta un rincón lleno de arena, cavó con su mano libre un pequeño agujero y enterró al cadáver. Le daba pena no poder darle el entierro en un lugar adecuado, pero ya no había espacio. El cementerio del pueblo estaba totalmente lleno.
Una vez finalizada la tarea, vio de reojo el mar de nuevo. La marea baja parecía querer acercarse a él a pesar que estaba demasiado lejos de la orilla, tuvo el impulso de encogerse en su sitio ante ese pensamiento. El mar era una fobia que tenía desde niño, aquella vista tan etérea prefería verla de lejos y a veces ni siquiera eso. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, advirtiéndole que no debía estar mucho tiempo en la playa si no quería sentirse mas incómodo.
Debía volver a su hogar antes que cayera la noche, cuando los cuervos tomaban el control de la isla podían llegar a ser irritantes. Sin embargo, estaba ensimismado por la belleza del atardecer, así que se tomó la libertad de sentarse en la arena y cruzar sus pies formando una canasta, decidió admirar el fenómeno un rato más.
La última vez que tuvo el privilegio de contemplar una fue meses atrás, cuando estaba recolectando frutos y sin querer se desvió de su camino habitual. Solo miró la puesta de sol durante unos cortos segundos, puesto que el mar lo puso tan ansioso que desvió su vista y retomó sus obligaciones. Era normal para él evitar la playa a toda costa, aun así, pocas veces como ésta hacía caso omiso a los latidos desesperados de su corazón. No solo por quedar hipnotizado ante tal hermosura, sino porque una voz áspera se colaba en sus recuerdos, una voz de la cual, su dueña, era fanática de los atardeceres.
Y debía admitirlo, eran aterradoramente encantadores.
Perdió la noción del tiempo, abrumado por la tenue luz que iluminaba su rostro. Su mente estaba en blanco como para caer en cuenta que la noche le respiraba en la nuca. Lentamente sus ojos se fueron cerrando con pesadez, su cuerpo dejó de oponer resistencia y cayó de forma suave sobre la arena.
Lo último que vio antes de quedarse dormido, fueron las primeras estrellas brillando en el cielo. Una sonrisa tímida apareció en el rostro de Taehyung, quien, aun recordando al pobre pajarito, lamentó que este ya no podría ver vistas como esta. Los cuervos podían esperar, las excepciones no eran malas de vez en cuando.
Ese fue su pensamiento antes de caer rendido en el reino de los sueños.
De repente, sus ojos se abrieron como platos, pero estos eran de otro color. Ya no eran grises oscuros, ahora brillaban en un plateado siniestro, su cuerpo comenzó a temblar y dar pequeños saltitos, Taehyung no estaba consciente y no había nadie para ayudarlo en su ataque epiléptico. Burbujas de sangre brotaban sobre su boca, apareciendo un rastro del líquido rojo recorriendo su barbilla.
De la misma forma que empezó el ataque fue como terminó.
El platinado estaba rígido en la arena con los ojos bien abiertos, como si estuviese petrificado por tomar bebida venenosa. Su pecho se mantenía quieto, no subía ni bajaba, la piel poco a poco perdía su color natural hasta quedar en un tono blanco porcelana. Y el ultimo rayo de sol, fue el único calor que recibió el cuerpo antes de tornarse frío.
Su corazón había dejado de latir.
En las costas de Tribea, una de las más famosas del reino por el mercado me mariscos y el puerto más grande de Dorneu, se escondían dos hombres debajo de un bote que les habían robado a unos Capa Blanca que custodiaban el lugar. Era de noche, hacerlo no había sido fácil, de hecho, toda su travesía por la provincia no lo fue, su capitán les había dado la orden más complicada a ellos debido a su incumplimiento constante y ni siquiera fueron capaces de conseguir lo que su superior les exigió.
En realidad, faltaba un tercer compañero, pero ellos decidieron dejarlo atrás porque su agrado hacia él era nulo. Además, el otro hombre no tenía la misma orden que ellos, mientras los dos muchachos debían infiltrarse y robar un artefacto, el otro acompañante solo debía vigilarlos. La mano derecha del capitán, si bien se había ganado la confianza a puño y espada, era fácil de engañar. Los dos rebeldes planearon una encrucijada para que su vigilante se divirtiese un rato con algunos soldados y así ellos tuviesen tiempo de escapar, sin tener aquella voz lenta repitiendo ordenes todo el tiempo al igual que un loro.
— ¿Usted creé que funcionará?
— Es lo único que nos queda, no se usted, pero yo al perrito faldero de Hoseok no puedo soportarlo más.
— El capitán nos matará si regresamos solos.
— A menos que volvamos con lo que pidió, solo hay que buscar en otro lugar. Tenemos una pista.
El otro hombre asintió, aún escondido. Cuando escucharon pasos alejarse de ellos, levantaron sus cabezas, el bote por fin pasó a ser de su propiedad. A los costados había más botecitos pertenecientes a los Capa Blanca que montaban guardia, ambos compañeros se apresuraron en deshacer los nudos que impedían el movimiento del transporte y reforzaron el de los otros, por si acaso.
A lo lejos, casi invisible, una figura masculina se dirigía hacia ellos de forma cautelosa. Tenia la ropa manchada de suciedad y sangre, el sudor se esparcía por todo su cuerpo y sus labios modulaban palabras incongruentes. Los soldados que hacían guardia y habían pasado cerca de los jóvenes minutos atrás, se dieron cuenta de su presencia. Rodó los ojos, frustrado, debido a que tendría que enfrentarse solo a varios Capa Blanca por segunda vez.
Los dos chicos, presenciando la escena, lo tomaron como una señal de que debían irse ahora si no querían terminar igual que el lugarteniente. Empujaron el bote, haciendo que poco a poco se dejase guiar por las olas del mar y tomaron los remos. Vieron por última vez a Hoseok mientras se alejaban de la orilla, atentos a sus habilidades de pelea y su notable cansancio. No resistiría mucho, era fuerte pero no invencible.
Los soldados lo tomaron del cuello y lo hicieron arrodillarse.
Uno de los hombres deseó que, encontrar lo que su capitán les había encomendado, sea suficiente compensación por haber abandonado a su mano derecha.
Las horas pasaron y la luna llena brillaba sobre sus cuerpos, uno de los muchachos encendió una antorcha mientras que el otro se encargaba de remar. El mar estaba calmo y no había rastro ni de Hoseok ni de los soldados, oficialmente, estaban fuera de peligro.
Salvo por un pequeño detalle.
— No puedo creer que le hice caso.
— Cierra la boca Guss. Era eso o caminar por la tabla.
— ¡Ni siquiera sabemos a dónde nos dirigimos!
— ¿Prefiere pelear con los Capa Blanca junto al agradable de Hoseok?
Guss hizo una mueca de disgusto, pero se mantuvo callado. Contempló el horizonte oscuro, todavía con algo de inseguridad. La opción viable era enfrentar las consecuencias con el capitán, sin embargo, Robert tenía la obsesión de complicarlo todo. Estaba harto, si no hubiesen sido amigos en un principio, definitivamente lo habría asesinado hace tiempo.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por una preciosa voz.
— ¿Escuchó eso? — se acomodó en la dirección del sonido — No estamos solos.
Robert no pudo ser capaz de responder.
En mar abierto, cerca de las costas de las Islas Margorie, una de las mas famosas por el historial de desapariciones, se encontraban dos hombres confundidos por una canción encantadora que hacía zumbar los oídos. No se veía nada, Guss y Robert no tuvieron más opción de dejarse llevar por la deliciosa voz, sin saber que poco a poco iban perdiendo la conciencia.
No entendían dónde estaban, tampoco sabían que remaban hacia la dirección del sonido porque sus cuerpos reaccionaban ante la melodía. Ya no eran Guss y Robert, ahora eran presas sin uso de razón.
A la mañana siguiente, no habría rastro alguno del bote o de aquellos dos amigos. La última pista que quedó antes de esparcirse por el agua, eran gotas de sangre tiñendo el líquido transparente.
Hagan sus teorias
-bae.
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