Capítulo 3
La veo dormir. Sus ojos están cerrados y su respiración es lenta y pausada. En el mundo de los sueños no siente dolor, pero es incluso más peligrosa cuando duerme.
Jamás creí que sería capaz de compadecerme con Luxu, sin embargo, después de todos estos meses, es inevitable tenerle algo de lastima. Si él sufrió al menos una cuarta parte de lo que sufre Eleanna, en cada una de sus vidas...
Podía entender por qué buscaba una forma de aliviar su dolor.
Eleanna tuvo un gran descontrol en medio de la manada, cuando Leo, uno de los amigos de Rosie, la atacó verbalmente. Ella se mantuvo tranquila al principio, pero al parecer la magia oscura tenía un fuerte instinto de protección, actuando en su defensa cuando alguien la ofendió.
Y ahora Leo se encontraba siendo atendido por Elliot, quien sanaba las heridas que mi conejita dejó en él. Si antes estaba molesto, ahora se encontraba furioso, despotricando sobre su luna.
Apreté los puños, intentando contenerme. Leo fue quien irrespetó a Eleanna. Si él no la hubiera atacado, ella jamás le habría hecho daño.
Pero ahora todos en la manada la veían como alguien inestable y peligrosa.
Le temían.
Y para ser honesto, no tenía forma de reparar eso. Porque por mucho que me doliera, era verdad. Ella sí era inestable y peligrosa.
Me reprendí a mi mismo por mis propios pensamientos. No quería que ella entre sueños notara mi agitación. Me froté los ojos con una mano, sintiéndome agotado. No era sencillo pasar todas las noches en vela, incluso si no necesitaba dormir demasiado gracias a mis buenas condiciones. Seguía siendo agotador...
Ya no me sobresalto cuando ella aparece. De hecho, percibo su presencia apenas pone un pie en la habitación. La viajera de cabello claro que llamaba a Eleanna su madre.
Todas las noches viene.
No importaba el día o el momento, siempre aparece por unos minutos y se va sin más. Al principio era un poco más temerosa, pero ahora incluso se atreve a sentarse a su lado, acariciándola.
Yo observo cada movimiento que hace. Por alguna razón, siempre que Lily viene, Eleanna se calma. Se tranquiliza. La ayuda a pasar la noche, con las pesadillas lejos.
Todo se debía a la magia.
Yo no era capaz de notarla como tal, pero cuando Lily llegaba, todo el ambiente se purificaba. Las nubes negras desaparecían e incluso Eleanna sonreía entre sueños.
—¿Dónde está Liam? —me atrevo a preguntarle, igual que todas las noches.
De todas formas, nunca es la misma Lily la que viene. A veces tiene el cabello largo hasta la cintura, otras veces lo tiene tan corto que apenas le roza las orejas. A veces se ve como una princesa y en otras ocasiones se ve como una guerrera en medio de la guerra. Su cabello era su mayor distintivo. Largo, corto, mediano. Rubio o castaño.
Pero no importaba que versión de ella viniera, todas tenían algo en común.
Un profundo amor por Eleanna.
—Enloqueciendo por venir —sonrió con tristeza—. Pero aún no es tiempo.
—Él...
—Estará bien. Se siente culpable, es normal. Él sabe que la única razón por la que Eleanna hizo lo que hizo, fue por él.
Noto que esta Lily era una versión un poco más experimentada que las que usualmente vienen. Un poco más amarga, con una seriedad que no encajaba del todo con su versión más joven, pero no era la chica herida que llegó hace unos meses. Tenía el cabello por sus hombros, su mirada aún no era trastornada, sino clara y pacífica. No lloraba al ver a Eleanna y no la llamaba mamá.
Dejo escapar un suspiro de mis labios. Lidiar con una viajera en el tiempo era tan complicado.
Lily no podía saber que conocía a esa otra versión de ella misma. El tiempo era delicado, aunque ella saltara de tiempo en tiempo como si fuera algo sencillo.
—Lily —llamé su atención—. ¿Sabes algo de la manada?
Siempre preguntaba lo mismo.
Algunas me respondían con honestidad. Esperaba que ella fuera una de ellas.
—Están bien —sonrió—. Tyler es un buen líder. Además, tu padre le está dando una mano. Puedes tomarte el tiempo que necesites aquí, Nathan.
Apenas había aceptado mi puesto como alfa de la manada cuando tuve que dejarlo de lado. Eleanna era más importante para mí, pero eso no implicaba que no me preocupara por los asuntos de la manada.
Además, ella parecía saber exactamente a que me refería.
A veces, temía estarme tomando más tiempo del que se podía. No quería poner a todos en riesgo. Una manada necesita a su alfa...
Pero un alfa necesita de su luna.
—Gracias.
Dejé mi cabeza recostada en el sofá. No podía dormirme, tenía que estar atento a Eleanna. Su magia ya había provocado más de un desastre mientras dormía.
Pero el cansancio era mayor. Mis ojos poco a poco se fueron cerrando, cayendo irremediablemente al mundo de los sueños.
—Descansa un poco... Papá.
—¡No! —gritó Eleanna, despertándome de golpe.
—¿Qué ocurre? —pregunté al aire.
Pesadillas. Supe de inmediato que estaba en medio de una pesadilla.
Por supuesto, después de todo el caos que se desató en la manada, no me sorprendía que fuera víctima de sus sueños.
Me acerqué sin titubear, tomando su mano con firmeza entre las mías. Podía ver los rastros de magia oscura, incluso cuando no era brujo. Mi piel ardió bajo su toque, pero no la solté.
Era más resistente que los demás a la magia oscura, pero no completamente inmune.
A veces dolía.
Pero más me dolía verla retorcerse en la cama, con el dolor marcado en cada una de sus facciones.
—Despierta, conejita.
La oscuridad intentó apartarme, de la manera en que pudiera. Siempre luchaba por salir, por destruir todo a su alrededor.
Era terrorífico lo que podía hacer. Aún no estábamos seguros de hasta dónde podían llegar sus poderes.
—¡Despierta!
Sus ojos se abrieron de golpe, calmando la nube oscura que habitaba en el cuarto. Se veía aterrorizada, por lo que no le permití pensar mucho en ello. La besé con fuerza, sintiendo la suavidad de sus labios. Poco a poco fue correspondiendo, dejando en mis manos su dolor y desesperación.
—Lo siento —la escuché suspirar entre besos.
—Silencio, conejita.
La culpa atormentaba a Eleanna. Si la dejaba, comenzaría a tener pensamientos horribles, torturándose a sí misma.
Pues no en mi guardia.
—No, las instalaciones no deben estar separadas —negó con firmeza a través del teléfono—. Si, ya sé que eso dije, pero esto es diferente. ¡La idea es que puedan mezclarse unos con otros! No me importa, limítate a cumplir mis órdenes.
Escucharla hablar así provocó una sonrisa en mi rostro. Pocas veces Eleanna estaba lo suficientemente activa. Y cuando lo estaba, se enfocaba en su proyecto.
La academia.
Después de la guerra, cientos de brujos, vampiros y lobos con habilidades especiales quedaron a la deriva. En su mayoría jóvenes.
Por eso ella quería darles un refugio, un lugar donde aprender a usar sus poderes sin personas maliciosas que quisieran aprovecharse de ellos.
—No, no, no. Ya te dije lo que vas a hacer. ¿Y qué? No, no será peligroso para ellos. Precisamente eso es lo que intento, educarlos.
Su discusión con Kaos la estaba alterando, pero por el momento estaba bien. Kaos siempre le terqueaba. Ambos tenían ideas muy diferentes respecto a la Academia.
Él insistía en que lo mejor era enseñarles por especies, teniendo a todos separados. Mientras que para Eleanna la mejor era idea era hacerlos aprender a convivir entre sí. Eso incluía aprender un poco de la cultura de cada especie, respetarla.
La academia debía ser la muestra de la unión de las especies.
—Bien, estaré esperando tu informe.
Supe que ya estaba finalizando, por lo que fingí leer el libro que se encontraba en mis manos. No quería que supiera que estuve fisgoneando en su conversación.
—Nathan.
—¿Sí?
—Lo estás sosteniendo al revés —señaló con diversión.
Rayos.
Escucharla reír, después de tanto tiempo, fue como un bálsamo para mi alma.
Se sentó en mis piernas, lanzando el libro hacia alguna parte. La habitación era grande, de colores azules oscuros. Tenía un escritorio ahí, donde todos sus papeles desbordaban, un armario grande con todo tipo de ropa. La cama era grande y espaciosa, con sábanas azules y muchas más almohadas de las que alguien podría necesitar.
Y un pequeño lobo de peluche en medio de ellas.
Fue el último regalo de Maggie. Estaba en su alcoba, en la manada. Tenía una cinta con el nombre de Eleanna. Al parecer, había estado guardándolo para dárselo en su cumpleaños, pero no tuvo tiempo.
Ahora no lo soltaba nunca.
—Creo que pronto podremos regresar a casa —comentó.
—¿Ah sí?
No era la primera vez que me lo decía. Siempre que duraba un par de días sin ataques, me decía que era hora de volver. Pero luego la magia oscura hacía de las suyas.
Y todo volvía a empezar.
—Sí, no puedo apartar al alfa por tanto tiempo.
Su sonrisa fue tensa, un poco forzada. Eleanna no era la misma desde aquella batalla. Sin Carol, sin Elliot. Sin poder abrazar y reconfortarse con sus seres queridos.
Porque Elliot apenas y venía un par de veces a la semana. Solo para intentar entrenarla. No la tocaba. No se acercaba.
Y no era su culpa.
Los brujos eran mucho más sensibles a la magia oscura. Un poco de ello, y su alma se ensuciaría para siempre. Solo Lily y yo éramos capaces de acercarnos sin dañarnos, que yo supiera.
Claro, después de todo, Lily era nuestra hija. ¿O sería nuestra hija? Ya no estaba seguro de nada.
Tratar con una viajera en el tiempo me causaba dolor de cabeza.
—Vuelve a mí —Esta vez le tocó a ella decirlo.
Nadie podía decir que ella no se esforzaba. Le sonreí, dejando un pequeño beso en sus labios. Estaba vestida con unos pantalones desgastados, tan resistentes a la magia como era posible. Su camisa azul era suave y ancha, con una apertura sobre sus hombros, dejándome ver sus clavículas.
Eleanna estaba delgada, pero seguía siendo hermosa.
—¿Entonces el vampiro decidió aparecer por aquí? —pregunté por quinta vez en el día.
—Splo va a pasar a ver que todo esté en orden.
—Creí que él dijo que ustedes no eran amigos.
No podía evitar sentir celos. Yo era el alfa de una manada grande, pero él era el monarca de todos los vampiros. Podía darle el mundo entero a alguien, si le provocaba.
Y aunque Eleanna era mi alma gemela, eso no quería decir que no era libre de elegir con quien pasar el resto de su vida.
—Eres el único para mí —dejó un beso en mis labios, como si supiera exactamente en lo que estaba pensando—. Jamás, ni en un millón de años, estaría con alguien que no seas tú.
—Estás solo diciendo eso para contentarme —fingí hacer un puchero, provocando que se riera.
Verla reír era todo lo que necesitaba. No solía reír mucho, siempre estaba preocupada y conteniéndose. Pero cuando se reía, era como si el mundo se detuviera por un segundo solo para escuchar su risa.
—Ten cuidado —pretendí estar solemne—. Si sigues riéndote así, terminaré perdidamente enamorado de ti.
—Ya estás perdidamente enamorado de mí —tocó mi nariz con su dedo, sonriendo con coquetería.
—Sí —cedi—. Pero podría estarlo aún más.
—¿Más? —fingió sorpresa.
Me abalancé sobre ella, cayéndole a besos por todo el rostro. Ella comenzó a reír, disfrutando de mis caricias.
Hasta que la tierra comenzó a temblar, señal de que sus poderes comenzaban a salirse de su control. La magia oscura no soportaba las emociones fuertes. Y eso incluía hasta las positivas.
La dejé ir, no sin besarla un par de veces para que no se hiciera malas ideas.
—Dile al vampiro que puede venir, pero solo si se mantiene diez pasos alejados de ti —declaré con seriedad.
Me dedicó una mala mirada, antes de levantarse de mi regazo y seguir con lo que fuera que estuviera haciendo con los papeles sobre su escritorio.
—No quiero alejarme de ti hoy, conejita —hice un puchero lastimero.
—Pues no lo hagas —respondió con coquetería—. Puedes quedarte aquí. Podríamos jugar a la conejita y al lobo.
Su comentario me hizo reír. A veces era tan ingeniosa que me dejaba sin palabras.
—No puedo —dramaticé derrumbándome sobre el sofá—. Debo ir a verificar a Leo.
—Debería expulsarlo de la manada —comentó, medio en serio, medio en juego.
—Podemos hacerlo —respondí con seriedad.
Después de todo, atacar a la luna de la manada era considerado un delito de alto nivel. Nadie podría quejarse.
—Mejor no —replicó—. No quiero tener gente por aquí lloriqueando por ser demasiado cruel.
Hizo comillas con sus dedos, mientras rodaba los ojos. Se veía de buen humor hoy. Y de verdad quería quedarme junto a ella.
Pero no podía.
—Volveré pronto. ¿De acuerdo?
Me acerqué hasta ella y la besé. Su beso me supo a miel y chocolate, delatándola. Alguien había estado asaltando la cocina.
—Aquí estaré esperándote. Así que vuelve pronto. ¿Sí?
Con ese comentario me desarmó. Me separé de ella antes de arrepentirme. Me dirigí a la salida y le lancé un beso desde lejos.
No me gustaba dejarla sola mucho tiempo.
Debía darme prisa.
—¡Te amo! —gritó como despedida.
—No más de lo que yo te amo a ti, conejita.
Me fui sin mirar atrás.
En ese momento no supe que me arrepentiría.
¡Hola, mis criaturitas! Aquí les dejo el capítulo 3, sé que parece que la historia va un poco lenta, pero les aseguro que el siguiente capítulo las va a dejar así :O
¿Qué les pareció? ¿Les gusta?
Yo amo a esos dos, son tan melosoooos.
¡Nos leemos pronto!
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