Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 27

AYLA SENTÍA SUS PIERNAS TEMBLOROSAS Y RESPIRABA CON DIFICULTAD, no estaba habituada a hacer un ejercicio tan intenso, subir aquel cerro la había dejado agotada lo que era bastante humillante ya que todos sus acompañantes lucían como si tan solo hubieran cruzado la calle, tan perfectos e impolutos que parecían irreales, ni un solo de sus cabellos estaba fuera de su sitio y por su piel no escurría ni una gota de sudor.

Se habían desviado del camino estipulado, en contra del sentido común de Ayla, se habían internado entre los frondosos árboles por un camino terroso que dificultaba aún más la caminata, pero no objetó, pues Christina parecía bastante segura de a donde se dirigía, aunque de vez en cuando tuvieran que recordarle que no puede atravesar la materia y tuvieran que impedir que chocara con el tronco de un árbol.

— ¿Cómo puedes saber a dónde ir? —preguntó Ayla, desconcertada.

—Puedo sentirlo —respondió Christina, inhalando profundamente—. Es el olor de la magia, volviéndose más intenso.

Ayla guardó silencio, no lo entendía ni lo entendería, así que poco sentido tenía intentarlo. Siguió andando, apoyándose ocasionalmente en William cuando el suelo parecía demasiado inestable.

Las piernas le hormigueaban por lo mucho que había caminado, una irritante picazón desde las puntas de los pies hasta las rodillas, pero no se atrevió a quejarse, no cuando todos los demás estaban en perfecto estado.

Entonces, Christina los hizo detenerse frente a una hendidura en piedra, delgada pero larga y con una desconcertante oscuridad, total negrura, una cueva, y a juzgar por los escalofríos que pronto atormentaron a Ayla, era el sitio que estaban buscando.

—Tendremos que entrar uno por uno —comentó Nathaniel, inspeccionando el borde.

Eleonor sacó su teléfono y encendió la lámpara de este, apuntó la luz hacia la cueva, pero tan pronto como la luz tocó la oscuridad, se desvaneció, como si una barrera invisible impidiera el paso del brillo, no había visibilidad alguna.

—Iré primero —dijo Christina—. Quizá mi magia pueda iluminar un poco.

Ella no esperó respuesta de nadie e ingresó con seguridad a la cueva.

Antes de que alguien pudiera detenerla, o ella misma pudiera arrepentirse, Ayla la siguió.

No había rastro del brillo de la magia de Christina, pues seguía tan oscuro como antes mientras Ayla avanzaba a tientas. Entonces, su piel comenzó a calentarse, lentamente y después con mayor rapidez. La oscuridad parecía devorarla, y el calor era como ser tragada por un pozo hirviente de alquitrán.

Y, para su desconcierto, de repente fue como despertar.

Se encontraba en su habitación, bueno, la que solía ser su habitación en casa de sus padres, en Texas. Se veía tal cual la recordaba. Las paredes tenían marcas donde alguna vez ella pegó posters, y los estantes en la pared seguían tan torcidos como el día en que los colgó.

Ayla se levantó de la cama, tambaleándose.

Superó rápidamente su estupefacción y corrió escaleras abajo. Allí, observó atónita a su madre y padre desayunar en el comedor de madera, y un plato ya puesto y servido para ella.

—Mira, ya despertó la bella durmiente —dijo, sonriente, su madre.

Su padre soltó una risa.

—Dale un descanso, estaba tan agotada que se quedó dormida en su antigua habitación —respondió, su padre.

—No entiendo, ¿qué... ? ¿Cómo... ? No. Esto está mal. Yo estaba...

Pero aunque trataba de recordar, no lograba alcanzar el recuerdo específico, solo sabía que había algo terriblemente mal con aquella situación.

— ¿Estás bien? —preguntó su padre.

—Perfectamente. —Se forzó a decir Ayla, y se sentó, lista para devorar su delicioso desayuno.

—Preparé huevos revueltos con jamón —anunció, satisfecha, su madre.

Ayla la miró, expectante, como esperando a que enlistara miles de otros platillos, pero eso no ocurrió, haciéndola sentir confundida, ¿por qué esperaba un bufete si aquel había sido su desayuno toda la vida?

Ignorando las miradas preocupadas de sus padres, ella se dedicó a comer en silencio, reconfortada por el sonido del metal de su tenedor golpeando contra la cerámica del plato. Oh, dulce silencio.

Al terminar, llevó su plato sucio a la cocina y, mientras lo lavaba, recordó que no había visto su teléfono celular hasta el momento.

— ¿Papá? —llamó, a gritos. — ¿Has visto mi teléfono?

Su padre, desde la sala, le respondió: —Lo dejaste acá, en la sala.

Ayla se secó las manos con la toalla junto al lavabo y casi corrió a la sala para tomar el aparato.

—Ah, los jóvenes y la tecnología —dijo su madre, leyendo el periódico por sobre el hombro de su esposo, ambos sentados en el sofá.

Ayla abrió la aplicación de contactos y deslizó su dedo por la pantalla una y otra vez, mirando los nombres. Sentía que había algo faltante, nombres ausentes. Y entonces, lo vio, y la golpeó con rudeza.

Eleanor.

Recordó el aspecto de su rojizo cabello el día que la recogió en el aeropuerto, en Washington. Excepto que no recordaba haber estado en Washington.

—Mamá, Papá —llamó, tamborileando nerviosamente sus dedos contra el teléfono—, ¿recuerdan que haya viajado recientemente a Washington?

Sus padres intercambiaron miradas.

—No, claro que no. Nos estás preocupando, cariño.

Ayla tragó saliva.

—Debo hacer una llamada, vuelvo en un minuto —dijo, y corrió escaleras arriba a encerrarse en el baño de su habitación.

Se sentó en la taza del baño y se llevó sus manos a la cabeza, tirando de su cabello, estresada, sin saber que hacer, comenzó a abrir cada cajón e inspeccionar cada mueble en búsqueda de algo que no conocía, por momentos, el baño parecía transformarse en un lugar distinto, con muebles y colores distintos, casi gritó cuando el interior de un cajón se transformó, pasó, en un parpadeo, donde había estado un cepillo, gel para cabello, y algunos frascos de perfume, aparecieron una caja cerrada de condones y una secadora de cabello. Horrorizada, cerró el cajón de golpe y salió del baño.

Presionó rápidamente el botón de llamar y escuchó su teléfono timbrar, aguardando impacientemente que Eleanor respondiera.

— ¿Ayla? Ha pasado tanto tiempo —respondió Eleanor, al quinto timbre.

—Esa es la cuestión, no siento que haya pasado mucho tiempo, solo algunos minutos, quizá —dijo Ayla, arriesgándose a ser tildada de loca.

—No entiendo, ¿a qué te refieres?

—Me refiero a que viajé a Washington —dijo Ayla, impaciente—, me recogiste en el auto de William, tu cuñado.

—Lo siento, no sé de lo que estás hablando, yo ni siquiera vivo en Washington, además, soy soltera así que no podría tener un cuñado.

— ¿Qué? No, tú vives en Washington, con tu esposo —insistió, desesperada, sus ojos llenándose de lágrimas.

—Dios, Ayla, ¿qué te sucede? Me estás preocupando, hablaré con tus padres —dijo Eleonor, consternada, para después colgar la llamada.

Ayla arrojó el teléfono con toda la fuerza que pudo reunir y se encaminó a buscar a sus padres.

— ¿Hablabas con Isaac? —preguntó su madre, pícara, apenas la vio.

Ayla reconoció con facilidad el nombre de su ex novio.

—No —dijo—, ¿por qué hablaría con él?

—Porque es el padre de tu futuro hijo, por supuesto —dijo su madre.

Ayla retrocedió un paso.

No. Ella no estaba embarazada.

Ella no podía estar embarazada.

Ella era físicamente incapaz de tener hijos.

Pero entonces miró abajo y observó su abultado vientre, que no había estado así hacía tan solo unos segundos.

Si realmente estaba embarazada, entonces no sería de su ex novio, sería de...

William.

Ella cayó al suelo, sollozando. Sus padres se acercaron de inmediato y ella se aferró a ellos, arrastrándolos consigo entre lágrimas de desconsuelo.

Debía irse, debía salir de allí, pero hacerlo sería renunciar a aquello que más amaba por segunda vez. Y esta vez dolería más, porque sabía que irse sería permitir la muerte de sus padres.

Se llevó las manos a su vientre y se permitió llorar otro minuto antes de pensar nuevamente en William, en Eleonor y en todas las personas que dependían de ella. Y, sabiendo que al hacerlo renunciaba a una parte de sí misma, se puso de pie y caminó hacia la salida, ignorando los esfuerzos de sus padres por detenerla.

Cuando su mano estuvo girando la perilla de la puerta, escuchó la voz tensa de su padre llamarla, y no pudo evitar girarse.

Estaban allí, su madre y su padre, mirándola con los ojos repletos de lágrimas, mientras una mujer, cuyo rostro no era más que un oscuro borrón, los sujetaba con fiereza.

Sus uñas, pintadas de un rojo carmesí y afiladas como garras, se clavaban en el cuello del padre de Ayla mientras levantaba el cuerpo del hombre como si no pesara nada en absoluto, mientras con la otra mano, se aferraba a la madre de Ayla.

Antes de que Ayla pudiera siquiera procesarlo, las uñas de la mujer desgarraron la garganta del padre de Ayla, de extremo a extremo, y un torrente de sangre emanó de la herida, corriendo lentamente por su cuello y tiñendo su ropa.

Ella escuchó un grito, pero no supo si fue suyo o fue su madre, que también presenció el brutal asesinato.

Ayla tuvo que repetirse a sí misma, una y otra vez, que no había presenciado el asesinato de su padre, pues él había muerto tiempo atrás. Su mirada se clavó en su madre, que lloraba y luchaba contra el inmutable agarre de la mujer, sin éxito.

Entonces, la boca de la madre de Ayla se movió para modular una silenciosa orden: "vete".

Ayla alcanzó la perilla a tientas, sin apartar la mirada, y tiró de esta.

Sus padres estaban muertos, llevaban tiempo muertos. William y la manada aún estaban vivos, y era su deber procurar que eso no fuera a cambiar.

La puerta se abrió y ella retrocedió, saliendo al fin de la casa, justo a tiempo para ver a la mujer romper el cuello de su amada madre.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro