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Capítulo 25

LA RELACIÓN ENTRE AYLA Y WILLIAM SE ENCONTRABA TENSA POR DECIR LO MENOS, se dirigían la palabra tratando de actuar con tanta normalidad como les era posible pero era evidente para todos que las cosas no estaban yendo bien entre ellos. Todas las involucradas en el incidente del bar se habían disculpado con Ayla por los inconvenientes que habían causado pero ella había rechazado sus disculpas, diciendo que ninguna la había obligado a nada y que si alguien tenía la culpa era ella misma.

El Sol se había comenzado a ocultar ya, la ciudad se oscurecía a horas tempranas, eran las cinco de la tarde y todos acudieron en grupo a un recorrido turístico que hacía una parada especial en el destino al que ellos necesitaban acudir, la pirámide del Sol.

La guía turística era una muchacha alta y delgada, su cabello era oscuro y lacio, sus facciones eran redondeadas, sus ojos eran oscuros pero llamativos pues tenían un halo cobrizo rodeando el iris de forma apenas perceptible. En el recorrido habló tanto que Ayla sabía que podría identificar su voz siempre a partir de entonces.

Ellos no eran el único grupo en la excursión pero sí el más numeroso, había una familia con dos hijos y una pareja joven con cámaras colgando de sus cuellos.

Cuando llegaron al sitio y el autobús estuvo estacionado, Ayla tembló de expectación, no estaba del todo segura de lo que esperaba encontrar allí pero tenía esperanza de que aquel viaje que parecía eterno y que tantos problemas les había causado no fuera en vano. Cuando pedía que aquello saliera bien, no pensaba en su vida y en como una daga mágica podría salvarla, pensaba en Christina, que había crecido en cautiverio con una mujer desquiciada y que necesitaba venganza, o al menos justicia, para seguir adelante. Christina había escapado de las garras de Katherine, pero no era libre, vivía esclavizada de la idea de vengarse. Antes, cuando todo había comenzado, Ayla había creído ser libre pese a todo, pero con el tiempo transcurriendo se preguntaba si alguna vez había siquiera conocido el concepto.

Ayla era prisionera del dolor, la culpa, el pasado y el futuro, y además de todo era su propia carcelera.

—Bienvenidos a la zona arqueológica de Teotihuacán, les daremos tres horas para hacer un recorrido y nos reencontraremos aquí para llevarlos de regreso a sus hoteles —dijo Abril—, la entrada está pagada con el paquete que han comprado, así que al entrar no se quiten su pase y por si acaso, conserven el recibo con el que pagaron la entrada y traslado. Si no están aquí a tiempo, esperaremos máximo veinte minutos y nos iremos, deberán encontrar otro medio de traslado a su hotel.

Natalie sintió una creciente admiración por las mujeres que trabajaban como guías turísticos con zapatos como los que llevaba aquella muchacha, Abril, había dicho era su nombre, y traía puestas unas zapatillas con tacón de aguja de al menos diez centímetros. Abril era ridículamente alta, sin zapatillas debía ser fácilmente más alta que William y Nathaniel, pero con aquellos zapatos se veía al menos una cabeza de diferencia. De igual forma, Natalie aplaudía su habilidad de sobrevivir todo su turno con aquellos zapatos trabajando en una zona arqueológica.

—Antes de entrar, les doy una breve información, las pirámides principales del complejo son las pirámides de la Luna y la del Sol. Esta es la entrada principal, la puerta número uno, al entrar se encontrarán en la Calzada de los Muertos, es una avenida de dos kilómetros de largo y cuarenta metros de ancho —explicó Abril, recitando los datos de memoria, casi sin tomar descanso para respirar—. Si avanzan por la Calzada alrededor de dos kilómetros y medio, llegarán a la pirámide del Sol, es la más grande del complejo y se puede acceder a la cúspide a través de una escalinata formada por unos 260 peldaños. Al fondo de la Calzada llegan a la pirámide de la Luna, que es más pequeña que la del Sol.

Abril, la guía, no llegó a decir nada más, pues el grupo se dispersó de inmediato, atravesando el estacionamiento rumbo a la Calzada de los Muertos.

Ayla y el grupo que iba con ella eran fácilmente los más numerosos, los demás iban en grupos de cuatro o en parejas mientras que ellos eran siete personas. Todos avanzaban juntos y rodeaban a Ayla como si temieran que en cualquier momento alguien se fuera a abalanzar sobre ella.

A pesar de saber que no estaban allí para hacer turismo, ella sabía que probablemente no regresaría pronto y no pudo evitar deslumbrarse con las construcciones enfiladas a los lados del camino, el sol ardía contra su piel y no dudaba que fuera a terminar con quemaduras de primer grado como mínimo pero no prestó demasiada atención a ello, avanzó por la Calzada sin perderse un solo detalle de las irregulares piedras cada una más grande que un ladrillo, las edificaciones que parecían pirámides en miniatura, en comparación con la gigantesca pirámide del Sol, que ya se veía más cercana.

Ayla no era demasiado perezosa, pero tampoco demasiado deportiva así que cuando sin mediar palabra, todos empezaron a subir la pirámide del Sol, le llegaron unas tremendas ganas de llorar, no había podido siquiera admirar correctamente la estructura antes de sentir ganas de tirarse en el suelo y no volver a moverse en la vida. Sin embargo, no parecía haber alternativa así que subió escalón por escalón, inicialmente había pensado contarlos y así corroborar las palabras de la guía, pero desistió de la idea al llegar al 178 habiendo repetido aquel número (y algunos otros) alrededor de tres veces.

Al llegar a la cima, se sentía desfallecer, no estaba segura de lo que había esperado con exactitud pero fue decepcionante notar que solo había gente tomándose fotos y charlando, sin brujas haciendo rituales ni nada semejante. O esa fue su primera impresión, hasta que la consistencia del suelo cambió.

El suelo se volvía suave, amorfo y líquido bajo sus pies, a pesar de haber sido antes sólido, en aquel momento era similar a lo que ella se imaginaba que serían las arenas movedizas, el suelo la estaba tragando, intentó gritar, más por instinto que por verdadero deseo de generar bullicio pero la voz no salió, miró a su alrededor y nadie parecía notar que el suelo la estaba tragando, excepto por aquellos en sus mismas circunstancias que eran únicamente los lobos y Christina, observó con horror el suelo burbujeante cubriendo los pies de ellos a pesar de sus incesantes forcejeos y se preguntó si estaba en las mismas circunstancias, pues no se atrevía a mirar sus pies.

Se hundía rápidamente, probablemente por el peso, de William y Nathaniel ya no se veía nada, el suelo se los había tragado ya, su rostro no estaba cubierto aún pero igual sentía que no podía respirar, sentía una opresión en el pecho y su respiración estaba acelerada, estaba en un estado de completo pánico mientras estaba hundida hasta la cintura, se dio cuenta de que estaba llorando. Entonces el aire se fue completo y puntos negros invadieron su campo de visión.

Cuando Ayla despertó de un sobresalto, jadeaba, deseando que aquella experiencia fuera tan solo una espantosa pesadilla, se encontraba en el suelo terroso que por fortuna parecía sólido y su cuerpo se sentía tembloroso, al luchar por ponerse de pie notó que las rodillas le temblaban, apenas se podía sostener.

William la sostuvo, ella no había notado que se había acercado, su orgullo hizo que quisiera apartarse pero no confiaba en sí misma para resistir así que se dejó estar.

— ¿Estás bien?

—Depende del significado de la palabra "bien", si tienes el mismo significado que yo, entonces no —replicó mordaz, su cabeza punzaba.

—Quizá debí mencionarles antes que esto iba a suceder, lo olvidé —dijo Christina con simpleza, Allison reaccionó de inmediato soltando un gruñido en su dirección.

—Hazte un favor a ti misma y no vuelvas a olvidar nada, si vuelves a olvidar un detalle como este, te voy a desgarrar la garganta —amenazó Eleonor—, ¿quedó claro?

—Era sentido común, no iban a encontrar al aquelarre allí arriba de la pirámide haciendo un ritual frente a un montón de humanos. Simple lógica.

—Nada en este mundo tiene lógica —dijo Ayla, respirando profundamente esperando que sus nauseas disminuyeran, o al menos que esa sensación de ahogo lo hiciera.

Esperando distraerse un poco, examinó el lugar, era una cámara de piedra, oscura y repleta de tierra, había algo similar a un altar y un par de estatuas, una más grande que la otra, era bastante impresionante, observó el túnel que parecía ser la única salida y le inquietó notar lo frágil que parecía ser.

En el lugar no había sillas ni nada semejante, solo suelo, estatuas y algunas piedras preciosas de valiosa apariencia en lo que parecía altar, Nathaniel había pasado su brazo sobre los hombros de Eleonor de forma protectora, Allison y Natalie se encontraban juntas con apariencia intranquila y Christina estaba sentada en el suelo luciendo aburrida.

— ¿Están aquí? —preguntó William, su voz sonaba serena sin embargo estando en contacto con Ayla, ella podía sentir la tensión que él emanaba.

Christina le sonrió y se desparramó en el suelo, acostada y mirando el techo, sin responder la pregunta comenzó a tararear la misma canción que Ayla había cantado durante el vuelo, tanto William como Ayla la reconocieron al instante.

Eleonor y Nathaniel no esperaron ordenes, se escuchó el suave crujir de sus huesos al transformarse y unos pocos segundos después dos lobos enormes los reemplazaban, el pelaje de Nathaniel era brillante en la oscuridad, de un reluciente color platino y con ojos amarillos similares a los de Christina, mientras que Eleonor era una loba considerablemente más pequeña de pelaje cobrizo y ojos azules.

Natalie y Allison fueron quienes avanzaron por delante hacia el túnel, seguidas por Ayla y William que a su vez fueron escoltados por Nathaniel y Eleonor, mientras que Christina se limitó a sentarse y mirarlos alejarse mientras se planteaba si debería o no decirles que aguardaran, finalmente decidió dejarlo estar y permanecer callada. No llegaron demasiado lejos de igual forma, pues del túnel salió el aquelarre al que ellos habían estado buscando, habían llegado hasta allí por ellos, después de todo.

Nathaniel y Eleonor reaccionaron de inmediato a la defensiva, gruñendo en dirección a la horda que los miró con desagrado, sus brillantes ojos dorados eran en su mayoría significantemente más opacos que los de Christina, aquello llamó la atención de Ayla, entre hombres lobo los ojos de Christina eran toda una anomalía, destacaban como un faro de luz entre un torrente de oscuridad, pero parecía que incluso entre los suyos, ella era distinta de cierta forma.

—No es necesaria tanta hostilidad —declaró un hombre, su cabello era castaño pero estaba bastante corto al estilo militar y su piel olivácea, se le notaba delgado y tenía sombras oscuras bajo sus ojos debido a la falta de sueño, tan marcadas como los pliegues en su piel evidenciando que solía sonreír constantemente, aunque no en aquel momento en el que a pesar de profesar que deberían reducir su hostilidad, sus ojos brillaban con ira y cautela en partes iguales.

— ¿Estás hablando por los tuyos o solo es una opinión personal? —preguntó William, su voz sonaba escalofriantemente calmada al confrontar al aquelarre.

—Hablo por los míos al desear escuchar que trae a una manada como las suya a un lugar sagrado como este, y en compañía de una bruja ni más ni menos —dijo el hombre, su tono y palabras trataban de ser diplomáticas pero era evidente que aquellas circunstancias eran complicadas para ambas especies.

—Hay una mujer que está atentando contra todo aquello sobrenatural, en particular tiene malas intenciones respecto a mi mate pero también ha dañado a algunos de los suyos, queremos detenerla, y tenemos motivos para creer que ustedes están en posesión de un arma que no pueden utilizar y que podría ser lo que necesitamos.

Era evidente que los miembros del aquelarre allí presentes consideraban divertida la petición que sus visitantes habían ido a hacer, pues suaves risas y murmullos afloraron a un volumen suficientemente audible pero no ensordecedor.

—No estamos dispuestos a entregar una de nuestras más valiosas reliquias así nada más —declaró el hombre, callando así el resto de las voces—. Pero, podríamos estar dispuestos a hacer un trato. Hay algo que queremos pero no hemos logrado obtener, tráiganlo a nosotros y gustosos haremos el intercambio.

— ¿Qué es lo que quieren? —preguntó William, y aunque no fue dicho en voz alta, todos conocían aquella otra pregunta implícita, ¿qué es lo suficientemente valioso para que entreguen por voluntad propia la daga del Sol?

—Es bastante simple, en realidad, queremos un trozo de obsidiana de fuego de la cueva en el cerro de San Juan. Los aztecas utilizaban la obsidiana para formar armas. Cuando llegó Hernán Cortés, usaban flechas con puntas de obsidiana que penetraban cualquier armadura. Las dagas de obsidiana se usaban en Tenochtitlán por los sacerdotes para sacrificios rituales. Aunque esto era solo con la obsidiana común, la obsidiana de fuego tiene otras propiedades particulares en las que estamos interesados.

— ¿Dónde y cómo la conseguimos?

—Solo tienen que viajar a Tepic, Nayarit, subir al cerro de San Juan, buscar la cueva, entrar, tomar un trozo de Obsidiana, salir y traerlo aquí.

—No será fácil transportar un pedazo de piedra en el equipaje del avión —murmuró en voz baja Ayla, analizando al mismo tiempo como iban a transportar la daga una vez que la obtuvieran, el hombre sin embargo desdeñó su preocupación con un gesto.

—El mundo tiene muchas capas, los humanos no suelen tener visión y solo pueden ver lo de la primera capa, el mundo oculta muchísimas cosas de sus ojos y tu seguro lo has notado, los hombres lobo existen en una segunda capa, cambiando constantemente entre capas y existiendo en todas al mismo tiempo, igual que cambian de forma pero su lobo y su humano jamás desaparecen, siguen existiendo ausentes —explicó el hombre—, mientras que las brujas existen en una tercera capa, por eso podemos ver el futuro, porque en realidad no somos parte del mundo sino que nos dividimos entre la omnisciencia y la humanidad. La daga por la que han venido existe en la tercera capa igual que lo que les hemos enviado a conseguir así que deberían poder traerlo sin problemas, los humanos no lo notarán.

Ayla analizó la explicación por algunos segundos, procesando la información, todo le resultaba demasiado complejo últimamente incluyéndose a ella misma.

—Entonces —dijo el hombre en dirección a William—. ¿Tenemos un trato?

—Sí. Tenemos un trato.

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