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Capítulo 13

SE SENTÍA PREOCUPADO, NO PODÍA MENTIR AL RESPECTO PUES SABÍA DE ALGÚN MODO QUE ELLA LO IBA A PODER PERCIBIR, era una extraña sensación, temer a algo a lo que jamás le habías temido antes, era curioso como algunas personas en lugar de darte confianza, en momentos específicos te hacían sentir nervioso pero después hacían que valiera la pena. William dudaba de que alguna vez fuera a valer la pena, cualquiera lo dudaría cuando se sentía tan dispuesto a correr lejos para no hacer una pregunta que le llenaba de pavor.

Quería correr, quería escapar, y todo eso lo quería con su mano recargada en el pomo de la puerta, y era ese el momento en el que debía decidir porque cuando la viera en la habitación ya no podría ser racional, solo pensaría en ese amor enloquecedor que aceleraba su corazón a cada instante. Cuando la viera nada iba a importar, y la pregunta que cualquier persona se hacía antes de amar verdaderamente, esa duda que todos tenían le carcomía la mente, ¿valía la pena? Cada hermoso amor trae consigo más sufrimiento del que debería, ¿y entonces?, ¿el amor vale la pena?

Quizá el amor normal podía no valer la pena, él no lo sabía porque jamás lo había experimentado antes, pero sabía que ese privilegio que la Luna les daba, ese amor que les permitía sentir era algo de una sola vez en la vida, era algo que los hacía volar, era algo que los hacía sufrir pero que también les daba la mayor felicidad que podrían aspirar a experimentar.

El corazón de cada lobo ya latía por alguien desde el momento de su nacimiento, esto crecía para volverse el más puro amor que podría existir, esto crecía para que pudieran ser felices.

Los hombres lobo estaban destinados a una triste y solitaria vida, en la que ocultaban sus habilidades, en la que solo tenían a su familia y por eso la Luna les ayudaba a encontrar a sus almas gemelas, porque, ¿una vida de poder vale la pena si no tienes a nadie para ayudarte con el peso de la corona?

William jamás se había preocupado antes por eso, jamás se preocupó por lo que los demás solían creer, ni siquiera Allison —a la que ciertamente quería más que al resto del mundo— le había hecho plantearse tantas veces las cosas, pero el pensamiento era simplemente perturbador, necesitaba decirlo en voz alta, necesitaba estar seguro de que estaba equivocado, necesitaba saber que Ayla no creía que era un monstruo y necesitaba saber que no le tenía miedo.

Quería pensar, quería creer, deseaba tan intensamente como era posible que ella no le temiera, que entre todas las personas del mundo ella no quisiera alejarse, porque no sabía si sería capaz de dejarla ir y si pudiera dejarla, si la amara lo suficiente como para dejarla ir, entonces sabía que el sufriría su ausencia, tanto como si perdiera una de sus extremidades, tanto como si le arrancaran el corazón porque él ya la necesitaba como al aire que respiraba.

Cuando finalmente se armó de valor, cuando finalmente decidió que ellos valían la pena, giró el pomo de la puerta y esta crujió al abrirse, pareciendo que esta sería una eterna consecuencia de aquel momento en el que completamente alterado casi había destrozado ese trozo de madera.

William había estado esperando verla allí, haciendo cualquier cosa, haciendo cualquier cosa menos mirando a la puerta como si lo hubiese estado esperando todo ese tiempo mientras él decidía si realmente quería afrontar la posibilidad.

Como una rápida puñalada directo al corazón, William descubrió que aunque Ayla sí lo había estado esperando aún rehuía a su mirada, como si temiera que sus ojos se encontrasen, como si temiera ver lo mismo que Eleonor había visto y que tanto la había asustado, como si tuviera ya la certeza de que él era un monstruo y simplemente no quisiera comprobarlo debido al conocimiento que ya tenía de que allí la necesitaban.

¿Se sentiría Ayla acaso como Bella en la Bella y la Bestia? Porque en ese mundo, el real, en el que ambos estaban juntos en aquel instante, dudaba que ella pudiese enamorarse de alguien a quien le tenía miedo.

El cabello de Ayla estaba cubriendo parte de su rostro, los rizos que normalmente acentuaban sus facciones en ese momento las escondían de William, dándole un toque tímido a Ayla que se encontraba sentada en la cama, sus piernas cruzadas y ella jugueteando con la tela floja de su pantalón de chándal.

Ayla soltó un silencioso suspiro cuando Will se sentó justo a su lado, cuando solo centímetros los separaban ella se estremeció y no fue debido al frío pero contrario a lo que William podía pensar tampoco era debido al miedo, sino debido a algo más que ella era incapaz de comprender del todo, esa conexión que solo los hombres lobo podían sentir la golpeaba a cada instante en el que se acercaba al pelinegro y ella no lo entendía.

Había tantas cosas que Ayla era incapaz de comprender, se las podrían explicar un millón de veces y podrían responder su trillón de preguntes pero aún no entendería porque no se trataba de algo que pudiera entenderse con palabras, en realidad, no podía entenderse, ese tipo de magia, esa fuerza invisible que los unía no era algo que pudiera comprenderse sino sentirse y Ayla se sentía incapaz de permitirse hacerlo cuando sentía que eso sería como hundirse en la confusa profundidad sin encontrar como emerger de nuevo.

William pensó en tratar de iniciar la conversación como cualquier otra persona lo haría, pensó en tratar de decirle que no la lastimaría nunca, pensó en tantas cosas que finalmente solo dijo aquello que necesitaba decir, que proporcionaría esa respuesta que tanto necesitaba y que a la vez le provocaba un profundo pavor.

—Me tienes miedo —dijo, y su voz tembló siendo él quien estaba profundamente asustado, siendo él y solo él quien estaba asustado de sí mismo y temía también que alguien más lo estuviera.

No había sido una pregunta, había sido más como si proclamara un lamentable hecho, como alguien declara que a pesar de sus ganas de salir a pasear no puede hacerlo porque está lloviendo, justo así, no como una interrogante o incógnita cuya respuesta él añoraba sino como una triste realidad que debía comenzar a asumir.

Fueron sus palabras, que formaron un gran nudo en la garganta de Ayla lo que la detuvo de seguir tratando de evitar ese vínculo, porque era incapaz de permitirle pensar que todo aquello era porque le tenía miedo cuando eso era imposible, cuando eso jamás pasaría, cuando entre cada remota posibilidad de pensamiento ese en específico jamás cruzaría por su mente.

—Claro que no —soltó, creyendo que quizá eso significaba que tenía un ligero problema mental pues debería estar aterrada y sin embargo lo único que la aterraba en aquel instante era lo fácil que era ignorar el dolor estando con William a quien casi no conocía pero con quien ya actuaba como una chica enamorada.

Decidida, dejó de enfocar su nerviosismo jugando con la tela de su pantalón para quitar su cabello de su cara y así que este dejara de obstruir su vista de aquel modo, descubrió que la ansiedad le causaba una extraña picazón en las yemas de los dedos así que tuvo que entrelazar los dedos de ambas manos para así no lastimarse al rascar sus dedos, suficientes heridas ya tenía en la piel desde el incidente con el reloj y las fotografías.

— ¿Qué? —murmuró él, en un hilo de voz, su voz temblaba y parecía tan frágil que a Ayla se le estrujó el corazón y se le llenaron los ojos de lágrimas, ya no era frío y cruel aunque dudaba de que en algún momento lo hubiera sido, en aquel momento estaba herido como ella y necesitaban del otro para poder sanar.

—Probablemente estoy loca por eso —susurró suavemente ella, liberando sus manos para poder tomar las de él sin detenerse a preguntarse si eso le molestaría—, pero no te tengo miedo Will.

Will, él en ocasiones se decía a sí mismo de aquel modo, como un lindo apodo que le hacía sentirse un poco menos solitario algunas veces, pero pocas habían sido las ocasiones en las que alguien se había atrevido a decirle de aquel modo en voz alta, pero a él no le molestaba, y aún menos si venía de Ayla.

— ¿Por qué no me tienes miedo? ¿Por qué no quieres que me aleje de ti? ¿Por qué toleras cada una de nuestras costumbres que no necesitas soportar?

—Bueno, mis padres murieron —dijo, sus ojos dejando caer un par de lágrimas y su voz ligeramente entrecortada—, Eleonor y tú son todo lo que me queda en este mundo, y no fueron ustedes los que los mataron sino esas personas comunes y corrientes entre las que me críe así que no tengo que tener miedo, no de ti, no son más peligrosos los hombres lobo que algunos de los humanos. No tengo a donde escapar, y aunque así fuera no escaparía porque ¿quién podría amarme en otro lugar? ¿Quién podría protegerme? ¿Quién además de ti podría hacerme sentir así de confundida? ¿Quién más podría demostrarme que la magia realmente existe?

No supo si había sido el alivio que había sentido por la confirmación de que no le temía, si la emoción por la revelación de que tenía sentimientos por él o quizá el hecho de que lo considerara como alguien que se quedaría a su lado, como alguien que la cuidaría, como alguien que le mostraría cada pizca de magia que pudiera, no supo lo que fue con exactitud pero fue un golpe que necesitaba para dejarse llevar.

Soltó las manos de la chica e unió sus labios con los propios, sin pensar en que quizá iban demasiado rápido o en que realmente no se conocían, sin siquiera considerar que sus sentimientos podrían no ser reales sino una simple ilusión por todo lo que había afrontado esas semanas, todo aquello dejaba de importar por un fugaz instante.

Ambos habían besado personas antes, pero apenas tenían recuerdos difusos y vagos de esos momentos y aun así podían afirmar sin duda alguna que nada se comparaba con eso que experimentaban en aquel instante, porque estar entre los brazos del otro era un paraíso comparado con el infierno que habían estado cruzando, comparado con el infierno que la vida representaba los labios del otro eran como un milagro caído del cielo.

Quizá porque con el resto de personas que se habían besado no compartían una conexión mágica que les hacía amarse pero de igual forma era como si todo aquel que hubiese estado antes se hubiera desvanecido.

Ayla misma se sentía como si se derritiera en los brazos de Will y estaba feliz de estar sentada pues no creía que sus piernas hubieran resistido de estar de pie, era lo mejor que le hubiera pasado nunca, William Black era lo mejor que le había pasado nunca, un alivio para el dolor que la vida le tenía preparado.

Porque mientras estuvieran juntos, porque mientras sus labios estuvieran unidos, porque mientras ella jugara con los cortos pero suaves mechones de cabello de Will y él se aferrara a Ayla, ambos sentían que todo estaría bien, mientras estuvieran unidos contra el tiempo y la verdad ambos flotarían en el aire hasta alcanzar la Luna.

El tiempo, el futuro, el miedo y el dolor parecían desvanecerse a su alrededor, el mundo les dejaba saber lo que eran capaces de hacer estando juntos del modo que siempre estuvieron destinados a estar. Esa noche, por primera vez, el mundo se tornaría diferente, su mundo giraría en torno al otro y a ninguno de los dos le molestaba aquello. Ayla honraría aquellas tradiciones previas a su llegada, cumpliría con aquello que esperaban de ella, pero no porque la fueran a obligar o porque se sintiera presionada sino porque eso era lo que quería, esa era la decisión que ambos habían tomado.

Ambos eran incapaces de pensar que quizá todo iba muy rápido pues temían que si se detenían un instante a pensar todo se fuera a desvanecer y la Luna silenciosamente y de forma casi omnisciente les daba su aprobación.

La Luna, entre todos aquellos seres que existían, aquellos que vivían en la tierra, aquellos que no conocían la magia, aquellos que habían visto y creían en los milagros, aquellos que tenían la magia de cambiar grandes cosas, entre todos, era la Luna la que más deseaba que aquel momento en el que ambos eran felices fuera simplemente eterno pues era nada menos que culpa suya que hubiera alguien amenazando con destruir su amor.

Era un honesto deseo el de la Luna, el deseo de que el amor entre Ayla y William resistiera, sobretodo que resistiera la verdad que durante tanto tiempo había sido ocultada y también el tiempo, que acababa siempre por alcanzar a todos aún en contra de la voluntad de la diosa.

Mientras el corazón de dos almas gemelas se unía en un solo latido, al compás de una silenciosa e inaudible sinfonía que resonaba en su interior y la semilla de un caótico futuro era sembrada, el mundo se volvía cada vez más extraño, volviendo real todo aquello que incluso aquellos conconocimiento de la magia creían inexistente.

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