Capítulo 09
A AYLA DORMIR EN LA MISMA CAMA QUE WILLIAM NO LE ESTABA RESULTANDO TAN MAL COMO HABÍA TEMIDO, pues cada noche antes de acostarse formaban una pequeña muralla usando almohadas con la finalidad de dividir la cama y que cada uno durmiese de un lado, él siempre entraba a la habitación cuando ella ya estaba profundamente dormida y se iba temprano por la mañana antes de que ella despertara.
La única prueba de que William en realidad dormía allí cada noche era que por las mañanas su lado de la cama estaba ligeramente hundido y su almohada desprendía un aroma a la colonia que él usaba, y no era que ella hubiese tomado su almohada y hundido el rostro en ella para oler, en absoluto, simplemente era un aroma tan intenso que en ocasiones la habitación entera olía al mismo, sino fuese porque el aroma realmente le agradaba habría considerado pedirle que usara un poco menos.
No era tan malo, sin embargo, después de un par de días su ausencia comenzaba a volverse tediosa pues a pesar de que no esperaba que el estuviera a su lado todo el día llevaban días sin intercambiar palabras en absoluto.
Estar allí era casi como vivir sola, pasando casi todo el tiempo jugando Candy Crush en su teléfono celular, enviando mensajes a sus padres y algunas amigas de la ciudad y viendo Netflix en la pantalla plana de la habitación.
No tenía motivo alguno para proferir queja pero la falta de convivencia con otras personas comenzaba a hacerla sentir deprimida, en el desayuno, comida y cena la única compañía que tenía en el comedor era de algunas empleadas que pasaban a servirle o preguntarle si necesitaba algo y después se retiraban cabizbajas como si pensaran que haberle dirigido la palabra era un crimen penado con la muerte y dado que ella no conocía su cultura quizá así era por lo que decidió no tratar de hablar con nadie.
La mayor parte del tiempo ella desconocía por completo la ubicación de William, y Eleonor no había podido acudir a visitarla por asuntos importantes de la manada, no comprendía como podía conservar su cordura, oh, en realidad sí que lo sabía, la única razón por la que no se había vuelto completamente loca por falta de convivencia y vivir de ese extraño modo era el conocimiento de que pasar por eso era muchísimo mejor que la posibilidad de que la manada perdiera a su alfa solo porque ella lo rechazó debido a un tonto deseo de ser libre.
Ayla dedicó un instante a pensar en la diferencia horaria que separaba Washington y Texas, apenas era una hora de diferencia, bueno, a menos que estuvieses en El Paso y no en Austin en cuyo caso habría dos largas horas de diferencia. Ella jamás había dedicado tiempo a pensar aquello, ¿en qué punto algo comenzaba a considerarse demasiado? Diez minutos parecía poco, igual que veinte, pero media hora comenzaba a parecer mucho...
Su mente comenzaba a divagar, saltar de un pensamiento a otro sin que ella pudiera ejercer algún tipo de control, tomó su teléfono celular de la mesa donde lo había dejado antes de desayunar, le parecía que ya eran horas decentes para llamar a casa, su madre ya habría regresado de su florería a casa para descansar, esta habría quedado al cuidado de Jasmine, la vivaz muchacha que su madre había contratado hacía un par de años y su padre ya habría regresado de recoger a su madre de la florería después de un largo día haciendo reparaciones innecesarias en cada rincón de casa.
Ella estaba lejos, en extremos completamente opuestos del país, pero prácticamente podía oler el exquisito aroma a flores que quedaba impregnado en sus ropas cuando visitaba a su madre en el trabajo y añoraba volver, una nueva pregunta surgía en su mente mientras llamaba al número de la casa de sus padres, ¿podría alguna vez volver a su hogar?
El teléfono siguió llamando, pero no hubo respuesta. Volvió a llamar, quizá no habían escuchado que el teléfono sonaba, pero nuevamente nadie respondió. En esta ocasión llamó al número de su padre, que estaba mejor familiarizado con el área tecnológica y moderna que su madre, aunque eso no implicara que no supiera usar un celular, simplemente su madre le tenía una aversión a ese dispositivo en particular, pues pasaba su tiempo libre jugando a las cartas online desde su computadora.
Al cuarto timbre, la llamada fue aceptada y Ayla soltó un suspiro de alivio.
—Hola, comenzaba a preocuparme porque no respondían el teléfono fijo, ¿todo está bien? —preguntó, pero la voz que le respondió no era la de su padre en absoluto.
La voz que le respondió era áspera, grave, indudablemente la de un hombre mayor de treinta y cinco años, su voz estaba cargada también de una compasión que no le dio un buen augurio en absoluto.
—Buenas tardes, ¿es usted familiar o amiga del señor —hizo una pausa, como si no recordara su nombre y Ayla se tensó, si ni siquiera conocía el nombre de su padre no comprendía sus motivos para tener su teléfono— Justin Wright?
—Él es mi padre —dijo, su voz denotaba lo tensa que se encontraba—, ¿sucedió algo?
—Soy el detective Peterson del departamento de policía, me temo que su padre ha fallecido hace algunas horas, igual que su esposa, lamento mucho su perdida —dijo, el mundo de Ayla se detuvo por un instante, la pregunta que había estado en su cabeza hacía un rato había conseguido una respuesta, no volvería a su hogar—, comprenderá que es protocolo, necesitamos su presencia en la estación de policía para hacerle algunas preguntas respecto a su paradero en la hora de muerte.
Mientras una silenciosa lágrima caía desde su ojo, vio una posibilidad que no había considerado antes, no había considerado que el hecho de que ambos murieron era extraño, no había considerado que quizá los habían asesinado.
— ¿Fue homicidio? —preguntó, su voz aún no se quebraba mientras hablaba así que trató de que eso no cambiara mientras aceptaba cada vez más esa posibilidad.
—Sí. Estamos investigando, pero se imagina que fue alguien con rencor especial hacia su familia, necesitamos interrogarla, ¿cuándo podrá estar aquí?
—No puedo ir, llevo algunos días en Washington y no puedo regresar justo ahora, me podría tomar un par de días poner todo en orden acá y viajar —dijo, su voz comenzando ya a quebrarse, ella comenzando a quebrarse, se escucharon algunas voces lejanas como murmullos incomprensibles.
—En realidad, le pediremos que en lugar de eso permanezca donde está, corroboraremos su coartada revisando si ha viajado a Washington y si realmente no ha regresado desde entonces, si su coartada es fiable nos comunicaremos con usted para informarle, pero lo mejor será que no regrese a Texas, por su seguridad.
— ¿Mi seguridad?
Ayla no comprendía, su mente era un barullo de sentimientos y pensamientos que comenzaban a asfixiarla.
— ¿No lo sabe? Sus padres fueron informados por la policía hace semanas, creemos que el homicidio fue obra de un asesino serial que lleva ya un tiempo asesinando a miembros de su familia, la muerte de sus padres coincide perfectamente con su modus operandi y su elección de víctima.
Ayla boqueó unos instantes, sus ojos cada vez más repletos de lágrimas que se esforzaba con todas sus fuerzas en retener, pero sus esfuerzos comenzaban a ser en vano, y a ella comenzaba a parecerle irrelevante su meta de no enloquecer.
Su mirada estaba fija en la pared pero no era eso lo que veía, en su lugar veía a sus padres y no como le gustaría recordarlos, sino igual que ella, con su mirada perdida en algún sitio y con sus ojos carentes del brillo que la vida les daba, pero también veía secretos que le habían ocultado.
Cuando te ocultan algo tan importante como que un asesino serial está cazando a tu familia, cuando te ocultan el motivo por el que te envían al otro lado del país, cuando te ocultan cosas así de importantes, comienzas a preguntarte que otros secretos te guardaban las personas que más amabas, pero eso no es lo más doloroso de todo, no son las mentiras que te decían mirándote a los ojos lo que te duele como un puñal clavado en tu corazón sino que esas personas ya no estaban para resolver sus dudas.
— ¿Eso sería todo? —preguntó, desesperada por colgar esa horrible llamada y poder sollozar todo lo que quería.
—Una última cosa, según se nos ha sido informado, después de la noticia del asesino que los buscaba, sus padres modificaron su testamento, lo curioso es que no añadieron a nadie ni tampoco ningún nuevo bien, añadieron las palabras "le heredamos a nuestra hija el reloj que ya le pertenece" —a pesar de los esfuerzos del detective por mantenerse inmutable, la frustración, el descontento y la incomprensión eran palpables en su voz, Ayla parpadeó confundida, sus lágrimas temporalmente ahuyentadas, y su vista se clavó en aquel reloj que Eleonor odiaba y estaba en una de esas maletas que no había tenido el valor de vaciar aún—, ¿esas palabras significan algo para usted?
Ayla guardó silencio un par de segundos, su mirada se clavó por última vez en la maleta que guardaba ese reloj que su tía le había obsequiado, sorbió por la nariz, tratando de no volver a llorar en ese instante y habló: —No, no había oído esas palabras nunca ni sé lo que significan.
—Entiendo —dijo el detective Peterson con descontento—, si recuerda algo llame a la estación de policía y pida comunicarse conmigo.
—Lo haré, lamento no haber sido de ayuda.
Dichas esas palabras, colgó la llamada. A Ayla no le gustaba llorar en lo absoluto, pero se vio incapaz de retener más sus lágrimas, sin embargo, la esperanza en su interior evitaba que se dejara caer en su dolor por completo, esa esperanza latente en su interior evitaba que se hundiera en su miseria, dejó caer su teléfono en la cama y corrió a aquella maleta en el suelo.
Estaba alterada, así que si había algo de lo que careciera en ese instante era paciencia, sus zapatos contra el suelo de madera causaban un seco sonido que hacia parecer que traía tacones y no simples zapatos planos, tiró la maleta al suelo de un golpe para poder abrirla, sus temblorosas manos le dificultaron tirar del cierre, sin embargo lo logró.
El interior de la maleta fue como si le hubieran dado una bofetada, había algunos suéteres que no había tenido que usar aún, había una cobija, y también había dos fotografías en sus respectivos marcos, una de ellas era de sus padres y ella en su décimo cumpleaños con el pastel enfrente y su rostro lleno de betún mientras que la segunda era una foto familiar, sus padres y ella frente a la casa, uno a cada lado suyo, y quizá había sido una coincidencia pero por derribar la maleta con tal brusquedad el cristal que cubría la imagen se había agrietado, una grieta justo sobre su sonriente y entusiasta rostro.
Se resistió a mirar las imágenes, solo las dejó de lado, los felices rostros cara al suelo de madera y levantó el reloj. Era solo un reloj, un simple reloj de aquellos largos de los que colgaba un péndulo, pero poco más corto que el brazo de una persona, si guardabas silencio y prestabas atención podías escuchar el eterno tic toc que producía.
Ella miró el reloj por delante, de lado, atrás, abrió la pequeña puertita de cristal para examinar su interior, pero no había nada allí.
Su esperanza había muerto, se puso de pie y tomó el marco con la fotografía que estaba más a su alcance, no miró cual era pero resultó que coincidía con aquella que ya estaba agrietada, arrojó el reloj al suelo con fuerza y siendo este tan viejo –el reloj tenía al menos treinta o cuarenta años pues cuando su tía se lo había comprado hacía casi diez años, este ya había sido catalogado como una antigüedad– se había destrozado al instante, las piezas de madera habían sido unidas por pegamento o algo así por lo que las piezas que lo formaban quedaron inmediatamente dispersas por el suelo, el vidrio estaba roto y los mecanismos del reloj habían rodado por el suelo.
Ese desastre no había sido suficiente para Ayla, que desconsolada arrojó también el marco con la fotografía al suelo, el marco resistió el impacto un poco mejor que el viejo reloj pues quedo mucho menos destrozado, sin embargo, el cristal si quedó profundamente resquebrajado por su previa grieta.
Había trozos de cristal en todas partes, Ayla sollozaba, no sabía lo que había esperado encontrar, cualquier cosa hubiera estado bien, pero en lo profundo de su interior ella sabía que había estado esperando algo que le indicara que le habían mentido y ellos no estaban muertos. Cualquier cosa hubiera sido mucho mejor que nada... Pero solo había logrado destrozar un viejo reloj y un marco de fotos sin resultado alguno.
Se agachó, quedando en cuclillas, tomó la fotografía con ambas manos, siendo estas rasguñadas por los trozos de vidrio que estaban en el suelo y a pesar de no ser tan pequeños ella no se había molestado en evitar, había dejado que las puntas rasgaran su piel y lloraba pero era complicado deducir si era por la realidad que enfrentaba por primera vez desde que se había sumergido en su cuento de hadas o si era por los cortes de los cuales algo de sangre comenzaba a emerger.
Se aferró a la foto con fuerza, apretándola contra su pecho sin dejar de llorar y sin atreverse a mirarla con detalle. Fue en esa posición que William la encontró.
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