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Capítulo 02

EL RELOJ QUE AYLA HABÍA TRAÍDO DE CASA ESTABA VOLVIENDO LOCA A ELEONOR. Ayla lo había colgado en un rincón de su habitación "porque tenía mucho valor sentimental" según ella, sin embargo, estaba volviendo loca a Eleonor, pues a pesar de que ella estaba en la cocina, en la planta baja, y el reloj en la planta alta y en el otro extremo de la casa, ella podía escuchar a la perfección el sonido del segundero a cada instante.

El tic-tac que el reloj hacía era irritante en magnitudes infinitas, pero también resultaba familiar para la mujer de un modo inusual, lo recordaba de algún lugar sin embargo no identificaba dónde, pero Ayla sí que lo recordaba. Ese reloj había sido regalo de una de sus tías cuando era una niña y Eleonor siempre lo había odiado con toda su alma, siempre parecía lograr saber que lo tenía consigo y siempre la exasperaba en niveles inimaginables.

Pero el reloj también le ponía los nervios de punta a Eleonor porque Nathaniel, su esposo, estaba a punto de llegar y la cena aún no estaba lista. Se había distraído tanto proclamando su odio hacia el reloj que la cena aún no estaba lista.

Ayla bajó las escaleras e hizo una mueca cuando vio la expresión de desesperación en el rostro de Eleonor, sin embargo, ella se hizo una idea de lo que hacía que se comportara así, pero no había esperado que después de tantos años el reloj siguiera teniendo el mismo efecto en ella, así que regresó arriba y lo apagó.

Nuevamente bajando, Eleonor lucía mucho más calmada y Ayla no quería volver a hacerle eso así que se puso una pequeña nota mental de que debía retirar la batería del reloj.

— ¿Necesitas ayuda?

Eleonor necesitaba mucha ayuda pero no planeaba decirlo, sin embargo Ayla parecía recordar algunas cosas acerca de su prima así que no esperó una respuesta sino que tomó un cuchillo y comenzó a cortar los vegetales que Eleonor había dejado a medio rebanar.

—Gracias —sonrió Eleonor, dedicándole una significativa mirada a la chica, que también sonrió como única respuesta.

Cortaron vegetales, cocieron trozos de carne y prepararon las verduras al vapor. Cuando la puerta crujió al ser abierta, todo estaba listo en la mesa, acomodado de forma previa por Ayla que había sido en extremo minuciosa; era su complejo perfeccionista que salía en algunas ocasiones.

— ¿Hola?

Al comedor entró un muchacho, aparentaba la misma edad que todos en el pueblo parecían tener según lo poco que Ayla había visto, pero al mismo tiempo era diferente a todo. Parecía imponente, pero a la vez amigable. No era muy corpulento, tenía con ojos tan oscuros que parecían negros, una piel tan pálida como la de Ayla, y, lo más inusual de todo, un desordenado cabello blanquecino.

—Hola cariño —sonrió Eleonor, y a Ayla se le enterneció el corazón por la forma en que miraba a su esposo con todo el amor del mundo, como si su corazón solo latiera por y para él, lo miraba de una forma en la que no hacían falta palabras para decir te amo, pero lo mejor no era eso, sino que él la miraba a ella de la misma forma.

Ambos se dieron un fugaz beso y se separaron con una sonrisa

—Te extrañé.

—Y yo a ti. —Después, tomó la mano del muchacho y tiró de él hacia Ayla. —Ayla, él es mi esposo, Nathaniel.

—He oído maravillas de la mitad hermana y mitad prima de Eleonor —sonrió con diversión—, puedes decirme Nathan, ella ama tratar de que la gente me diga Nathaniel porque sabe que lo odio.

Ayla soltó una risa, ambos se dieron un pequeño abrazo como saludo. Nathan era encantador en demasía, no se imaginaba a alguien mejor para su querida prima, bueno, quizá Chris Hemsworth, pero él no se encontraba disponible, ya que estaba casado, para el pesar de ambas; su prima también estaba casada, claro, pero el divorcio de su prima no sería tan escandaloso a nivel mundial como el de él.

—Soy Ayla, la mitad prima y mitad hermana de esa loca.

Todos rieron y tomaron asiento en la mesa.

— ¿Qué edad tienes? —preguntó Nathan con curiosidad. Ayla dio un pequeño sorbo a su vaso de soda.

—Tengo veintitrés años, voy a cumplir veinticuatro en Diciembre.

Ayla jamás había sido una gran fanática de festejar los cumpleaños, sin embargo no tenía nada en contra de ellos. No era el tipo de persona que le tenía pavor a envejecer pues comprendía cómo funcionaba el ciclo de la vida y que todas las personas envejecen, solo era el asunto concreto de los festejos de cumpleaños lo que no terminaba de agradarle.

— ¿Acabas de graduarte?

—En realidad no —sonrió Eleonor—, ella se saltó un par de años así que también se graduó antes.

Eso era cierto pero a Ayla le sorprendió que Eleonor lo supiera, después de tanto tiempo separadas no habría esperado que ella tuviera conocimiento al respecto.

—Genial, ¿y qué estudiaste?

—Estudié Derecho —dijo sonriendo, había sido una de las mejores decisiones de su vida, siempre había tenido en claro que eso era lo que quería hacer, abogar por las personas que no habían cometido ningún error y sin embargo eran acusadas de eso. Siempre había querido justicia.

Todos se permitieron unos minutos de silencio para comer un poco, cada uno comió un poco de lo que había en su plato

— ¿Qué edad tienes tú? —preguntó Ayla a Nathan.

Nathaniel cruzó miradas un instante con Eleonor, buscando confirmar que lo que habían inventado antes de la llegada de la chica sería necesario. Eleonor asintió con la cabeza, un pequeño asentimiento que para Ayla pasó por completo desapercibido.

—Treinta, igual que Eleonor —tomó la mano de su esposa por encima de la mesa—. Ella cumple años en septiembre y yo cumplo años en mayo.

A Nathaniel le estaba agradando Ayla. Eleonor era feliz con ella en la casa y si ella era feliz, él también lo sería. Él sabía lo complicado que había sido todo para Eleonor, sabía también que no se arrepentía de dejar su hogar y familia por él, pero aún así los extrañaba cada día.

—Fue una suerte, tú sabes que no salgo con menores —Eleonor guiñó un ojo a Ayla, y ambas rieron. Cuando Eleonor aún pasaba mucho tiempo en casa de Ayla, la mayoría de los amigos de ella estaban enamorados de Eleonor, lo cual siempre había divertido mucho a ambas.

Nathan, por otra parte, no comprendió el comentario por lo que su expresión se tornó desconcertada lo que solo hizo que Eleonor y Ayla rieran más. Al final, Nathaniel rió con ellas, pero de forma repentina se detuvo y su ceño se frunció.

— ¿Qué le sucede? —preguntó Ayla a Eleonor.

—Debe haber recordado algo, a mí también me sucede algunas veces —le restó importancia Eleonor, luciendo incómoda.

—Me tengo que ir —dijo Nathan poniéndose de pie—. Fue un gusto conocerte Ayla. La comida estuvo deliciosa, amor.

Eleonor sonrió, ambos compartieron una mirada de complicidad, él depositó un fugaz beso en los labios de Eleonor, hizo un ademán de despedida hacia Ayla y salió de la casa. Vaya mal momento había elegido su hermano para necesitar su presencia, Eleonor seguro tendría problemas tratando de explicar su repentina prisa por irse a Ayla, pero ambos sabían que esas cosas iban a suceder algunas veces, no podían esperar otra cosa si traían a una humana a una manada de hombres lobo y no le contaban el secreto.

Su hermano no se había tomado la molestia de explicarle porque requería su presencia de forma tan urgente pero en serio esperaba que fuera importante.

El alfa de la manada vivía en la casa principal, justo en el centro de todo el pueblo, allí era donde vivía toda la familia y por ende donde Nathan había vivido por años hasta encontrar a su alma gemela, Eleonor.

Las ventajas de no vivir en la ciudad era que siendo solo la manada quienes poblaban el sitio, el lugar no era demasiado grande y no era tan largo el camino hacia la casa principal.

La casa principal compartía ciertas similitudes con la de Nathan pues esta había sido construida a su semejanza, sin embargo, la casa principal era aún más grande y parecía esculpida en piedra, con techos tan altos que el hombre más alto del mundo jamás lograría golpear su cabeza contra estos, además de majestuosas puertas de madera, dignas de un castillo pero limitadas a una casa escondida en la profundidad del bosque y la seguridad de sus árboles.

La puerta soltó un pequeño chirrido cuando se abrió.

— ¿Qué es eso? —preguntó William, su hermano, apenas él entró a la casa.

— ¿Qué?

—El aroma —masculló—, no sé lo que es.

Pero sí lo sabía, porque era el aroma que su especie esperaba toda su vida para poder oler, el aroma que siempre tendría tu alma gemela. William jamás quiso tener una, jamás salió a dar la vuelta al mundo solo para encontrarla, porque jamás quiso que una mujer llegara a tratar de decirle lo que hace mal, o a tratar de controlarlo de algún modo, jamás había deseado un alma gemela porque jamás había entendido en realidad el concepto del amor.

Pero en ese momento, su corazón latía desbocado solo porque él podía respirar el aroma a ella, el problema era que ese aroma estaba en el cuerpo de su hermano menor.

—Es la humana —dijo, haciendo una mueca, William jamás había sido un gran admirador de los humanos ni de su aroma.

William gruñó con enfado, avanzó con fuerza hacia la salida de la casa donde dio un extraño salto similar a un clavado, pero, al caer, reemplazando al muchacho estaba un gigantesco lobo color negro con ojos rojos que de inmediato corrió hacia la casa de su hermano, siendo seguido por Nathan que lo imitó tan rápido como pudo, convirtiéndose en un lobo tan blanco como la nieve.

La puerta de la casa de Nathaniel cayó tras un violento empuje de las patas del lobo de William. Ayla, en el interior, soltó un grito de horror mientras Eleonor se colocó frente a ella de forma defensiva. Nathan llegó, aún convertido, tras William, pero, a diferencia de las mujeres, él ya había comprendido la situación así que volvió a su forma humana agradeciendo que su ropa estuviera allí.

—Eleonor, apártate —pidió con rapidez Nathan. Ayla no había visto su transformación en humano así que no hizo preguntas, ella no había visto nada porque estaba centrada en los ojos rojos de la criatura que parecía a punto de matar a su prima.

— ¡No! —rugió Eleonor, enfadada— ¡Le hará daño!

Ayla estaba de acuerdo, ese lobo seguro la destrozaría, pero mejor ella que Eleonor así que la apartó de un empujón que ella no pudo contrarrestar debido a que estaba centrada en el lobo.

Nathaniel sujetó los brazos de Eleonor con fuerza, manteniéndola quieta, sabía que si intentaba interferir otra vez el alfa seguro no tendría reparos en asesinarla y él no podría con ello.

Sin embargo, el lobo no dio ni un solo paso más, sino que permaneció allí mirando a Ayla.

William jamás había visto a una chica tan hermosa. Así se sentía entonces encontrar a su destinada, porque sentía como su corazón latía desbocado, como si fuera a abandonar su pecho solo para unirse con el corazón de ella, en un solo latido; sentía como la expresión de terror de ella ardía en su interior como un puñal atravesándolo del modo más doloroso posible, igual que la sonrisa de ella desencadenaría pura alegría para él en algún momento.

Él ya no quería que ella sufriera miedo, no quería que temiera de él ni de su naturaleza, así que solo se sentó en el suelo y agachó un poco la cabeza, sintiéndose herido.

Ayla no entendía nada, estaba envuelta en una sublime desesperación que amenazaba con enloquecerla, porque ese lobo era aterrador, con un pelaje tan oscuro como la noche, tan grande como un león, o quizá más, y con unos ojos tan rojos como la sangre, pero que a ella le parecían humanos. Aquello era una confirmación más de que estaba enloqueciendo, porque, ¿cómo podrían los ojos rojos de un lobo parecer humanos?

Sin embargo, cuando el lobo se sentó en el suelo y bajó la mirada, de repente no lucía tan amenazador, y eso mismo debían pensar Eleonor y Nathaniel porque dejaron de intentar acercarse a ambos o a intentar defenderla, pues hasta hacía unos instantes Eleonor aún forcejeaba para librarse del agarre de su esposo.

Ayla seguro estaba haciendo una estupidez, y lo sabía, sin embargo de algún modo había que morir y si iba a morir, ser devorada por un lobo sería una muerte digna.

Así que levantó la mano y con lentitud la hundió en el sedoso pelaje del lobo, que se sentía tan suave como nada que ella hubiera tocado nunca, para su sorpresa, el lobo solo se acurrucó contra su mano para que ella acariciara su cabeza. Y ambos se sintieron en paz como jamás les había sucedido antes, con ambos corazones latiendo desbocados, pero como un solo latido.


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